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el final (segunda parte)

El collar se estremeció sobre mi cuello, sus burbujas azules brillando intensamente como si supieran lo que estaba por suceder. El dolor en mi cuerpo, las cadenas celestiales que me mantenían atado, la sal que me rodeaba, todo parecía volverse cada vez más insoportable.

Sombra, esa fuerza oscura que llevo dentro, comenzó a rugir con más fuerza, empujándome, arrastrándome a un abismo de poder que no podía controlar. Y aún así, algo en mí luchaba, algo en mi interior pedía liberarse, ir más allá.

De repente, las burbujas del collar comenzaron a moverse de manera extraña, como si tuvieran vida propia. Una por una, se desprendieron, flotando en el aire con una gracia que contrastaba con la destrucción a mi alrededor. Las burbujas comenzaron a expandirse hasta envolver las cadenas celestiales que me ataban.

El poder contenido dentro de ellas explotó en un destello brillante, y las cadenas que me mantenían atrapado comenzaron a disolverse, como si nunca hubieran existido. Las burbujas, más grandes ahora, avanzaron hacia la sal, tragándosela como si fuera agua. Cada grano de sal desaparecía, y la barrera que me había mantenido cautivo comenzó a desvanecerse, dejándome libre.

El collar aún brillaba, pero la energía que emanaba de él era distinta ahora, mucho más fuerte. Sentí como todo el poder de Sombra se desbordaba, inundando cada rincón de mi cuerpo, alimentándose de mi ira, de mi dolor, de todo lo que había acumulado a lo largo de mi existencia.

Y entonces, el caos comenzó.

—¡Maten a Negrus! —gritó Spike, su voz cortando el aire.

Pero ya era demasiado tarde.

Mi cuerpo se tensó, los aros que rodeaban mis brazos y piernas brillaron, y sin pensarlo, me lancé al ataque. Mi poder era ahora incontrolable, y no importaba quién estuviera frente a mí. No importaba si eran dioses, demonios, ángeles o cualquier ser celestial o infernal.

Me enfrenté a siete dioses a la vez, sus ataques brillando con luz divina, intentado sellar mi poder. Pero no podían. Cada golpe que lanzaban contra mí se evaporaba en el aire antes de llegar a mi piel. Los dioses, poderosos como eran, no podían siquiera tocarme. Sentí cómo sus intentos de inmovilizarme solo alimentaban más mi furia. Con cada movimiento, mi fuerza aumentaba, y las burbujas del collar explotaban en nuevas oleadas de poder.

El primer dios, un ser de pura energía celestial, me atacó con una espada de luz. Mi mano se alzó con rapidez, y su espada se rompió en pedazos al contacto con mi piel, como si fuera cristal frágil. La fuerza del dios se disipó, y un solo golpe mío lo envió volando, derrotado, sin poder decir una palabra.

Los otros seis dioses intentaron formar un círculo a mi alrededor, lanzando rayos de energía que iluminaron el campo de batalla como un relámpago. Pero, con una mirada, invoqué la sombra dentro de mí, y la oscuridad absorbió la luz de sus ataques. Los dioses quedaron paralizados por un momento, desconcertados por la abrumadora fuerza que emanaba de mí.

Entonces, fui yo quien atacó. Mis puños se encontraron con los cuerpos divinos con una fuerza arrolladora, destrozando los cuerpos etéreos y dejando atrás solo rastros de energía residual. El poder de Sombra dentro de mí estaba descontrolado, y mi sed de destrucción no tenía fin.

Pero no solo los dioses intentaban detenerme. Cuatro demonios se unieron a la lucha, lanzando ataques infernales con garras, espadas y magia oscura. Sin embargo, la fuerza que ahora poseía era mucho mayor que la de cualquier demonio. Los cuatro me rodearon, pero mi ira creció, y con un rugido, desaté una oleada de poder que los lanzó por los aires.

Los demonios cayeron al suelo, gravemente heridos, pero no derrotados. Se levantaron, con una furia igual a la mía, listos para atacar de nuevo. Sin embargo, antes de que pudieran reagruparse, un solo movimiento mío bastó para arrastrarlos de vuelta a la oscuridad. La sombra los envolvió, tragándolos en su interior, desintegrando su forma hasta que ya no quedaron más que cenizas.

—¿Qué soy...? —susurré para mí mismo, mientras la furia seguía consumiéndome. Cada ser a mi alrededor caía, ya no por mis manos, sino por el poder que no podía controlar.

El collar seguía brillando, pero ahora era un faro en medio de la tormenta. El poder de Sombra era mi único aliado, y mi única forma de supervivencia.

Los dioses y demonios que quedaban se retiraron, sabiendo que no podían vencerme. Pero yo no me detenía. Algo en mí ya no podía retroceder. La batalla no era solo contra ellos. Era una guerra interna. Y estaba ganándola.

El campo de batalla quedaba en silencio, salvo por mi respiración agitada y el sonido de las burbujas flotando a mi alrededor, ahora vacías de sal y energía celestial. El mundo que conocía se desmoronaba, y yo solo podía seguir adelante, sin importar lo que me costara.

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