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Darius

El cielo se oscureció repentinamente, como si una tormenta se acercara, pero no había rastro de lluvia. Negrus avanzaba por un sendero desolado, con sus pasos resonando sobre la tierra seca. Había algo en el aire, una tensión palpable que anunciaba la llegada de un enemigo. Y entonces, lo sintió. Un poder que desgarraba el ambiente, intenso y abrumador, se acercaba rápidamente.

De entre las nubes descendía un ser imponente, un dios con una presencia que intimidaría a cualquiera. Su cabello plateado ondeaba al viento, y sus ojos dorados brillaban con una intensidad celestial. Portaba una espada que resplandecía con luz divina, irradiando una energía pura y devastadora. Este era Darius, el segundo mejor espadachín entre los dioses, conocido por su destreza incomparable y su determinación inquebrantable.

Negrus se detuvo, observando con frialdad al dios que aterrizaba frente a él. Darius lo analizó de pies a cabeza, listo para el combate, pero algo en la figura de Negrus lo dejó paralizado por un momento. Sus ojos se fijaron en las curvas sutiles de su figura, en su peinado azul oscuro brillante, y en los detalles femeninos de su aspecto demoníaco. Había esperado encontrar un monstruo, una criatura abominable y grotesca, pero en su lugar se encontraba ante alguien cuya presencia le resultaba hipnotizante.

—¿Eres tú... Negrus?— preguntó Darius, su voz resonando con una mezcla de autoridad y sorpresa. —No esperaba encontrar a alguien como tú.

Negrus entrecerró los ojos, irritado por el tono del dios. No era la primera vez que alguien se sorprendía por su apariencia, pero este encuentro tenía un matiz diferente. Había algo en la mirada de Darius que lo incomodaba profundamente.

—¿Y qué esperabas?— respondió Negrus con desdén, su voz cargada de desprecio. —¿Un monstruo que cumpla con tus expectativas?

Darius no respondió de inmediato. Su espada, aunque lista para el combate, se mantuvo inmóvil en su mano. En lugar de atacar, dio un paso hacia Negrus, sus ojos brillando con algo más que mera curiosidad.

—Eres... hermosa,— dijo finalmente, sus palabras saliendo como un susurro. —Nunca había visto algo como tú.

El comentario cayó como una piedra en el corazón de Negrus. Su expresión se torció en una mezcla de asco y furia. Él no buscaba ser admirado ni deseado. Todo en su ser estaba marcado por el odio, la venganza y el dolor. Las palabras de Darius no solo eran irrelevantes; eran una ofensa para él.

—Cierra la boca,— gruñó Negrus, su voz resonando con un tono amenazante. —No estoy aquí para entretener tus fantasías.

Sin esperar una respuesta, Negrus desenvainó sus garras, que brillaban con un resplandor oscuro y sangriento. Sombra dentro de él rugió, ansioso por el combate. Sin embargo, había algo diferente en esta ocasión: una mezcla de burla y asco que impulsaba sus movimientos.

Darius levantó su espada con un suspiro. —No quiero hacerte daño,— dijo, aunque su postura indicaba que estaba listo para luchar. —Pero si sigues este camino, no tendré más remedio.

—¡Inténtalo!— gritó Negrus, lanzándose hacia él con una velocidad sobrehumana. Sus garras chocaron contra la espada de Darius, creando una explosión de energía que sacudió el terreno circundante.

El combate fue feroz. Cada golpe de Darius era preciso y mortal, pero Negrus se movía con una ferocidad que superaba la técnica del dios. Los árboles a su alrededor fueron destrozados, y el suelo se agrietó bajo la intensidad de la batalla. Sin embargo, a pesar de su fuerza y habilidad, Darius parecía contenerse, como si no pudiera ignorar lo que sentía hacia Negrus.

—¿Por qué luchas contra mí?— preguntó Darius entre golpes. —No eres un monstruo. Puedo verlo en tus ojos. Hay algo más en ti.

—¡Cállate!— rugió Negrus, sus garras cortando el aire mientras atacaba con renovada ferocidad. —No sabes nada de mí.

El asco que sentía hacia las palabras de Darius alimentó su furia. Cada golpe se volvió más brutal, más destructivo. Finalmente, logró romper la guardia de Darius, derribándolo al suelo. Con una garra apuntando directamente a su corazón, Negrus lo miró con desprecio.

—Eres un idiota,— escupió Negrus. —No soy tu sueño hecho realidad ni una criatura que puedas admirar. Soy un demonio, y tu compasión no tiene lugar aquí.

Darius, herido pero vivo, no apartó la mirada. Sus ojos seguían brillando con esa extraña mezcla de admiración y tristeza.

—Tal vez seas un demonio,— dijo con dificultad. —Pero incluso los demonios tienen un corazón.

Negrus gruñó, levantándose y dando un paso atrás. No necesitaba más razones para odiar a los dioses, pero este encuentro solo había profundizado su repulsión hacia ellos. Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad, dejando a Darius tirado en el suelo, con su espada clavada en el suelo junto a él.

Darius, mientras se levantaba con dificultad, no pudo evitar sonreír ligeramente. A pesar del dolor y la derrota, algo dentro de él le decía que este no sería su último encuentro con Negrus.

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