CAPÍTULO 5: DESTINO SELLADO
⊱⋅ CAPÍTULO CON CONTENIDO +16 ⋅⊰
Calipso había tenido una transformación notable. Ya no era la niña que una vez había conocido; ahora se levantaba como una mujer en la plenitud de su madurez como vicenaria. De estatura alta y con una complexión atlética, su cabello, un poco más oscuro y más largo, caía en ondas suaves sobre sus hombros. En su mano sostenía un libro que, con un ligero movimiento, hizo desaparecer. A pesar de haberse convertido en la Muerte, mantenía su aspecto humano, una elección que hablaba de su deseo de conservar un vínculo con su vida anterior.
— Entonces, siempre has sido tú. Pensé que sería Kicker, pero nunca imaginé que serías tú, Crowley —comentó Calipso, sonriendo mientras se metía las manos en los bolsillos de su ropa veraniega, un atuendo ligero que delataba su juventud.
Crowley la observó con interés, reconociendo la transformación que había sufrido. La mujer que tenía frente a él irradiaba poder, y a pesar de su transformación, mantenía un vínculo con su humanidad. Sus ojos, ahora brillantes con un conocimiento antiguo, conservaban una chispa de la astucia que él había llegado a admirar en su infancia.
— Ah, sí. Kicker tenía su papel, por supuesto, pero algunos destinos requieren un toque más... sofisticado —respondió Crowley, su tono suave pero cargado de significado—. Aunque debo admitir que verte en esta forma es un giro inesperado, incluso para mí. Pero supongo que siempre supiste que había algo más en juego.
Calipso, o más bien la Muerte, sonrió con una mezcla de nostalgia y resignación. Sus manos, aún en los bolsillos, reflejaban una tranquilidad que contrastaba con la inmensidad de su nuevo ser. Crowley la observó detenidamente, reconociendo en ella a la niña que una vez había conocido, pero también percibía algo mucho más vasto y poderoso. Sabía que ya no era la cazadora que había hecho tratos con demonios; ahora era la personificación del fin, una fuerza que incluso él no podía controlar del todo.
— Así que aquí estamos, mi querida Calipso, o debería decir, Muerte —continuó Crowley, inclinando la cabeza en señal de respeto—. ¿Qué es lo que piensas hacer ahora que has vuelto? El mundo atraviesa una etapa interesante, y me intriga qué ideas tienes en mente.
La pregunta quedó suspendida en el aire, mientras Crowley esperaba su respuesta, consciente de que lo que ella decidiera podría hacer temblar los cimientos del universo. La chica que había manipulado situaciones y ocultado secretos ahora poseía un poder que trascendía la vida y la muerte, y él, el Rey del Infierno, estaba más intrigado que nunca por ver qué haría con él.
— Todo está volviendo a la normalidad —dijo Calipso, su voz serena—. No puedo actuar mientras los otros Jinetes estén activos. Sería romper el acuerdo de alguna manera.
Con un elegante movimiento, salió del círculo de invocación y se dirigió hacia la cama del hotel donde se encontraban, sentándose en el borde con una calma desconcertante.
— Veo que conseguiste el libro. ¿Podrías prestármelo un momento? —preguntó, su mirada fija en Crowley.
Crowley observó con cautela mientras Calipso cruzaba el umbral del círculo de invocación sin esfuerzo, como si las barreras del ritual fueran meras ilusiones. Su mención del antiguo acuerdo que la había mantenido inactiva mientras los otros Jinetes estaban en juego le confirmó lo que había sospechado: su transformación había estado en marcha durante todo este tiempo, pero las reglas cósmicas la habían mantenido limitada.
Cuando ella se sentó, su actitud despreocupada contrastaba con la intensidad de la situación. Su poder no necesitaba imponerse; simplemente era. Crowley, que rara vez se encontraba superado en términos de poder, reconocía ahora la nueva jerarquía entre ellos. Sin embargo, su rostro no mostró más que una leve sonrisa, la misma máscara de serenidad y control que siempre llevaba. Con un movimiento, sacó el libro de los Jinetes del Apocalipsis.
— Claro, querida —dijo, entregándole el libro con una elegancia que sugería cortesía y un intento de mantener las cosas en términos amistosos—. No todos los días se tiene la oportunidad de que la Muerte misma pida prestado un libro.
Había curiosidad en su voz, pero también una clara intención de ver qué haría Calipso con él. Aunque Crowley había llegado a su propio entendimiento sobre los secretos que el libro contenía, sabía que en manos de la Muerte ese conocimiento podría adquirir un nuevo significado, uno que quizás ni él podría prever.
Se quedó en silencio, observando cómo Calipso tomaba el libro, consciente de que cada uno de sus movimientos y cada palabra que dijera podrían revelar más sobre sus planes. Si algo sabía Crowley, era que los planes de la Muerte nunca eran simples.
Cuando Calipso abrió el libro, Crowley observó con una mezcla de intriga y cautela cuando las páginas del libro comenzaron a moverse por sí solas, como si obedecieran a una voluntad más allá de la suya. Cuando se detuvieron y la luz tenue brilló, supo que estaban a punto de descubrir algo crucial. El poder que emanaba del libro mientras Calipso revelaba el texto oculto le dio una sensación de expectación, un raro sentimiento para alguien tan acostumbrado a tener el control.
— Lo que ya me imaginaba... —suspiró, dándole el libro a Crowley para que lo leyera.— Curioso nombre humano, Crowley —comentó Calipso, una sonrisa en sus labios.
Cuando ella le devolvió el libro con un suspiro, Crowley lo tomó y leyó el texto que había aparecido. Sus ojos recorrieron las palabras mientras la verdad se revelaba ante él: cada reencarnación de la Muerte tenía una debilidad, y en el caso de Calipso Knight, esa debilidad era nada menos que Fergus Roderick MacLeod, el nombre que había abandonado siglos atrás al convertirse en Crowley.
Por un breve instante, sus ojos brillaron de asombro, aunque la sonrisa que se formó en sus labios fue un reflejo de su naturaleza astuta. El destino solía jugar de forma irónica con aquellos que presumían estar por encima de él.
— Fergus Roderick MacLeod... — murmuró Crowley en voz baja, saboreando el nombre como un eco de tiempos antiguos. Levantó la mirada para encontrar los ojos de Calipso, una chispa de diversión brillaba en sus ojos—. Jamás imagine que ese antiguo nombre tuviera tanta relevancia después de todo este tiempo. Parece que el destino tiene un sentido del humor bastante retorcido.
Su tono era ligero, pero sus palabras tenían una profundidad palpable. Descubrir que era la debilidad de la propia Muerte resultó inesperado incluso para Crowley. Esto añadía una nueva y peligrosa dimensión a su relación, un equilibrio inestable entre poder y vulnerabilidad.
— ¿Curioso, no crees? —Continuó, devolviéndole el libro—. La Muerte manifiesta múltiples facetas, pero ¿quién habría pensado que la clave para controlarla o destruirla residiría en alguien tan... insignificante como yo?
Dando un paso atrás, Crowley reflexionaba sobre la magnitud de aquella revelación. Podía interpretarse como una bendición y a la vez como una maldición. Ser consciente de su influencia sobre Calipso, incluso en su manifestación como Muerte, le otorgaba una ventaja, pero también lo situaba en un terreno peligroso. Si otros llegaran a descubrir ese secreto, se convertiría en objetivo de quienes desearan manipular a la propia Muerte.
— Pero aquí estamos, estimada Calipso —expresó, volviendo su atención hacia ella— con un secreto capaz de transformarlo todo. La incógnita es: ¿qué decidirás hacer ahora que conoces tu punto débil?
La pregunta quedó flotando en el aire, cargada de posibilidades. Crowley intuía que cualquier respuesta que ella ofreciera definiría el curso de los acontecimientos futuros.
— Yo no puedo hacerte daño y tú no puedes hacerme daño a mí, al menos de una forma directa. —dijo Calipso, levantándose de la cama para caminar con cautela por la habitación. De alguna manera, la situación le resultaba entretenida.
— ¿A cuántas personas has besado, Crowley? Solo por precaución, no quisiera contagiarme de algo—sonrió, acercándose a él con tranquilidad, sin intención de hacerle daño.
Crowley observó a Calipso mientras se movía alrededor de la habitación, disfrutando de la extraña danza entre ellos. Su modo de moverse, su sonrisa y el tono de su voz dejaban claro que estaba más interesada en jugar con la situación que en enfrentarse directamente a él.
Cuando Calipso le preguntó cuántas personas había besado, Crowley no pudo evitar una risa suave. La pregunta, aunque aparentemente trivial, encajaba perfectamente con la peculiar dinámica que había surgido entre ellos.
— ¡Vaya, eso es bastante... personal! —respondió Crowley con un tono juguetón— Aunque te aseguro que no tengo ninguna intención de contagiarte nada, a menos que se trate de mi notable encanto, por supuesto.
Hizo una pausa y luego añadió con una sonrisa astuta:
— Pero en cuanto a tu pregunta, he tenido mis momentos. ¿Quién no disfruta de cierta dosis de... interacción humana de vez en cuando? Sin embargo, si estás preocupada por los posibles "contagios", te aseguro que el único riesgo real es que te veas cautivada por la experiencia.
Crowley se acercó un paso, manteniendo la distancia adecuada mientras su mirada seguía la de Calipso. La atmósfera estaba cargada de una mezcla de tensión y juego, y él estaba siendo consciente de que aquella charla trascendía lo convencional.
— Me alegra ver que, a pesar de todo, sigues con tu buen humor —continuó Crowley—. Aunque, si me permites un consejo, mientras navegamos en estas aguas turbulentas, tal vez sea mejor no centrarse demasiado en las vulnerabilidades personales y más en cómo podemos aprovechar la situación.
Con un último vistazo al libro, Crowley se preguntaba si Calipso tenía algún plan en mente o simplemente disfrutaba del juego. Sabía que, independientemente del rumbo de la conversación, el equilibrio entre ambos era frágil y podía cambiar en cualquier instante.
— Entonces, ¿qué haremos con esta información? —preguntó Crowley con curiosidad—. ¿Vamos a dejar que el destino haga su trabajo o tienes algo más en mente?
— Un fifty-fifty. ¿Aceptas el regalo que tengo para ti para que esta debilidad sea eterna, o prefieres que llegue a su fin en su momento? — propuso Calipso, su voz un susurro intrigante.
Crowley se quedó en silencio un momento, evaluando la propuesta de Calipso. La idea de un "regalo" que hiciera su debilidad eterna era tentadora y peligrosa, y entendía que una oferta así podría alterar drásticamente la dinámica entre ellos.
— Un "cincuenta-cincuenta", dices... —murmuró Crowley, dejando que las palabras flotaran en el aire mientras consideraba las implicaciones—. Siempre has tenido una habilidad notable para ofrecer opciones que son, a la vez, una bendición y una maldición.
Se acercó un paso, sus ojos fijos en los de Calipso, buscando cualquier signo de deshonestidad o malicia detrás de su oferta.
— Si el "regalo" que propones me brinda una ventaja o equilibrio adicional en esta eterna danza de poder, estaría dispuesto a considerarlo —dijo finalmente—Sin embargo, antes de aceptar, necesito conocer con claridad qué conlleva. No deseo recibir algo que pudiera volverse en mi contra en el futuro.
Crowley esbozó una sonrisa calculadora, siendo consciente de que cualquier elección en ese momento tendría consecuencias duraderas. A pesar de sentirse intrigado por la propuesta, también era consciente de la naturaleza de los tratos con seres como Calipso, quien ahora personificaba a la Muerte misma.
— Entonces, ¿cuál es el precio para aceptar este "regalo" y hacer que mi debilidad sea eterna? — preguntó, dejando en claro su disposición a escuchar los términos antes de tomar una decisión.
— Prefiero que descubras eso por ti mismo. No puedo prever qué deparará el futuro ni cómo lo tomarás con el paso del tiempo. Quizás te agrade y te divierta, o quizás lo repudies; quién sabe —respondió Calipso, su mirada fija en la de Crowley, desafiándolo a aceptar el riesgo.
Crowley inclinó la cabeza ligeramente, su expresión un delicado equilibrio entre curiosidad y precaución. La naturaleza evasiva de la oferta de Calipso solo aumentaba el misterio y el riesgo involucrado. El hecho de que ella dejara la decisión y el futuro en sus manos, sin revelar más detalles, era típico de alguien que ahora poseía una perspectiva tan amplia y enigmática como la Muerte misma.
— Muy bien, Calipso —respondió Crowley, con una sonrisa que mezclaba resignación y un toque de admiración—. Aceptaré tu invitación al misterio. Después de todo, no sería la primera vez que me encuentro en una situación en la que el destino es incierto.
Dio un paso adelante, su mirada fija en la de ella, reconociendo la complejidad del momento. Crowley había vivido siglos de manipulación y tratos, pero el desafío de enfrentarse a una debilidad eterna, especialmente cuando la oferta venía de alguien con el poder de la Muerte, era una nueva perspectiva.
— Solo ten en cuenta, Calipso —añadió con un tono más serio—, que si el precio de tu regalo es demasiado alto, no vacilaré en trazar mi propio camino para equilibrar las cosas. La eternidad tiene muchas formas de jugar sus cartas.
Con una última ojeada al libro y a Calipso, Crowley asumió el riesgo implícito, consciente de que lo que estaba por venir podría transformar no solo su existencia, sino también la dinámica entre ambos. La incertidumbre de lo que le esperaba le daba un toque de emoción, mientras se preparaba para el siguiente movimiento en este juego de poder y destino.
Calipso se aproximó a Crowley, creando una atmósfera cargada de una mezcla tensa de poder y deseo. Su sonrisa enigmática iluminaba su rostro mientras sus pasos la llevaban hacia él, y su presencia llenaba el espacio con una mezcla de autoridad y seducción.
Se inclinó ligeramente, y sus labios encontraron los de Crowley en un beso que comenzó de manera sencilla, casi casual. El primer roce de sus labios parecía estar cargado de energía, anticipando lo que vendría después. Crowley no había previsto el poder de ese beso. Al principio, lo aceptó como parte del trato, un simple gesto que ocultaba intenciones más profundas. Sin embargo, cuando los labios de Calipso se fundieron con los suyos, algo dentro de él cambió. Lo que comenzó como un beso inocente evolucionó rápidamente, convirtiéndose en un intercambio de emociones y deseos que superaban cualquier barrera que pudiera haber entre ellos.
Mientras sus cuerpos se acercaban, Crowley sintió una oleada de energía recorrerlo. Sus sentidos se agudizaron, y una fuerza desconocida comenzó a transformar su esencia. Su cuerpo, que había estado marcado por siglos de existencia demoníaca, empezó a rejuvenecer, deshaciendo los efectos del tiempo hasta que su apariencia reflejó la juventud que había dejado atrás hacía mucho tiempo. Ahora, con un cuerpo que parecía estar en su plenitud física, Crowley sentía la inmortalidad correr por sus venas, un poder diferente al de su anterior naturaleza demoníaca, uno que estaba ligado de manera profunda a la conexión que compartía con Calipso.
A medida que el beso se intensificaba, Crowley comenzó a comprender la naturaleza de lo que estaba ocurriendo. El poder de Calipso, ahora como la Muerte, había creado un vínculo entre ellos que iba más allá de lo que había esperado. Era una vulnerabilidad mutua, una debilidad compartida que se manifestaba no solo en la atracción física, sino también en una conexión emocional que había estado latente, esperando ser despertada.
Sin romper el beso, Crowley la tomó por la cintura, atrayéndola aún más hacia él, como si el contacto físico pudiera profundizar ese vínculo recién descubierto. La pasión entre ellos creció rápidamente, convirtiéndose en un fuego incontrolable. Las barreras que normalmente mantenían bajo control sus emociones y deseos se derrumbaron, y en ese momento, no había lugar para el engaño o la manipulación, solo para el anhelo compartido.
Calipso correspondió a esa intensidad, y pronto ambos se dejaron llevar por la atracción mutua, la atmósfera del cuarto cargándose de deseo. Con cada movimiento, cada toque, la energía entre ellos se hacía más palpable, hasta que finalmente, sin necesidad de palabras, se encontraron juntos en la cama, explorando esa nueva conexión de una manera que ninguno de los dos había anticipado.
Lo que siguió fue un acto de entrega mutua, donde ambos abandonaron sus reservas, permitiendo que el momento definiera su interacción. El acto de placer se convirtió en una exploración mutua de sus límites y deseos. Los movimientos eran instintivos, guiados por una combinación de pasión y necesidad. Cada toque, cada susurro, era una expresión de una conexión que iba más allá de la simple atracción física. El placer se construía, se intensificaba, y finalmente, alcanzaba un clímax que dejaba a ambos exhaustos pero profundamente satisfechos.
Cuando todo terminó, la habitación estaba llena de la atmósfera de su unión, con la luz tenue que se filtraba a través de las cortinas, creando un halo suave alrededor de ellos. El silencio que siguió al acto estaba cargado de una mezcla de satisfacción y contemplación, una calma que contrastaba con la intensidad del momento anterior.
Crowley abrió los ojos, observando la paz en el rostro de Calipso, sin necesidad de palabras, entendió que lo que habían compartido era algo más profundo que un simple desliz. Su nuevo yo resonaba con una energía eterna, pero también con una profundidad de experiencia y poder que le daba una nueva perspectiva sobre su inmortalidad. Sintiendo el peso y la calidez del cuerpo de Calipso contra el suyo, experimentó una sensación que no había conocido en siglos: una profunda y genuina tranquilidad. La energía que normalmente pulsaba dentro de él como un demonio comenzó a suavizarse, transformándose en algo más cercano a la humanidad. Mientras acariciaba su cabello y sentía el ritmo de su respiración, notó que un cansancio inusual comenzaba a asentarse en él.
Era una sensación extraña, pero no desagradable. Crowley se dio cuenta de que la conexión con Calipso había cambiado algo dentro de él, algo que no había anticipado. La inmortalidad que ahora compartían no era solo un estado físico; también parecía estar acompañada por una vulnerabilidad emocional que nunca había permitido. Y con esa vulnerabilidad venía una humanidad recién descubierta, una necesidad de descanso que le recordaba lo que significaba ser mortal, aunque ya no lo fuera.
Con Calipso dormida en su pecho, Crowley sintió que sus propios ojos comenzaban a cerrarse. Resistir el impulso de descansar parecía inútil; su cuerpo, ahora con esa mezcla de lo humano y lo eterno, pedía lo que había sido impensable durante su existencia demoníaca: dormir.
Dejó escapar un suspiro profundo, algo que podría haber parecido una simple exhalación de alivio, y decidió que no había necesidad de luchar contra esta nueva realidad. Al contrario, por primera vez en siglos, Crowley se permitió bajar la guardia completamente. Cerró los ojos y, con Calipso a su lado, dejó que la oscuridad del sueño lo envolviera, consciente de que al despertar, el mundo que conocía podría ser un lugar completamente diferente. Pero por ahora, el descanso era todo lo que importaba.
— Así que esto es lo que significa realmente ser inmortal —dijo Crowley, su voz ahora con un tono renovado, mientras examinaba su nueva apariencia—. Un regalo... o una maldición, dependiendo de cómo se mire.
Calipso, le dedicó una sonrisa que hablaba de secretos compartidos y futuros inciertos. Ella sabía que esta transformación tenía más capas de lo que se mostraba a simple vista, y el equilibrio entre ellos estaba marcado por un nuevo tipo de conexión, tan impredecible como el destino mismo.
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