MARINA
Corrí tan rápido como me lo permitieron las piernas. Oí a Caro gritar mi nombre pero no podía dejar a Mateo solo. De alguna manera, había sobrevivido. Mi corazón lo decía, anhelaba creerlo.
No tenía un destino fijo, pero tenía la sensación de que una vez en el pueblo, la magia del lugar me guiaría. La Lucila del Mar era un pueblo mágico. Los meses vividos me habían hecho notarlo. Algo poderoso residía en este lugar, solo que todavía no sabía qué. Pero el pueblo y sus personas estaban cubiertos de un manto mágico que los protegía diariamente.
Este pareció oírme, porque sentí la energía que me llenaba el cuerpo y le daba poder a mis piernas para ayudar a aumentar su velocidad y me curaba lo que necesitaba ser sanado para que estuviera fuerte.
Comencé a seguir un rastro conocido que me terminó llevando de vuelta a la casa de Martín. Dudé en entrar, pero el rastro me había llevado hacia aquí. El living seguía sumido en la oscuridad.
—¿Martin? —dije en voz alta. No recibí respuesta—. Martín, ¿estás aquí?
La ventana del living se abrió con fuerza. El viento arrancó las cortinas, y cayeron sobre el sillón del living. Mi corazón latía fuerte. Sabía que me enfrentaba a la magia de Sedna, pero no sabía a qué tipo ni qué encontraría aquí.
Tomé coraje y seguí avanzando. Caminé unos pasos cuando la puerta de entrada y la ventana se cerraron. Quedé envuelta en la oscuridad. Empecé a respirar entrecortadamente, parecía que el corazón quería salir de mi pecho y me temblaban las manos.
Oí unos pasos provenientes del piso de arriba. Eran lentos e indecisos.
—¿Martín, eres tú? —Silencio—. ¡Martín, responde!
Los pasos se detuvieron. La madera del piso superior crujió, como si la persona de arriba estuviera balanceándose.
—Por favor, Marina. No sigas —dijo la voz de una mujer.
Mi madre estaba de pie a metros de mí, cerca de la puerta de la cocina, que estaba cerrada. Una luz provenía del techo, como si hubiera un foco prendido.
—¡Mamá! ¿Qué haces aquí?
—Vine a detenerte. No quiero que cometas un grave error. Esta lucha, si la inicias, no tendrá fin. Y al final, saldrás perdiendo.
—Pero, ¿cómo lo sabes?
—Yo se lo dije.
Me di vuelta. Lucía estaba detrás de mí, pero no parecía la misma persona que yo había conocido. Estaba vestida de negro, sus ojos verde esmeralda no brillaban como siempre, sino que estaban opacos.
—¿Qué está sucediendo? —pregunté.
—Venimos a pedirte —continuó Lucía—que dejes esta batalla. No vas a ganarla y lo único que lograrás es que todos tus seres queridos salgan heridos. Ahora mismo están en riesgo de muerte.
—Hija. —Mi madre comenzó a acercarse a mí. Pensaba que iba a sentir el calor de su presencia, pero sólo sentí un frio muy crudo—. Ella solo quiere volver a casa. Cometí un error al robarle a Poseidón. Ahora lo sé. Pero ella solamente está herida y quiere volver a su hogar.
—¡¿Estás loca, mamá?! Si haces eso, todos los habitantes van a sufrir.
—En eso estás equivocada, Mari. Solo quiere gobernar, vivir en paz y armonía. Si no la dejo, los habitantes de este pueblo sufrirán su ira.
—¡Pero podemos luchar, mamá! ¡Podemos vencer! Sé de lo que soy capaz ahora. Estoy consciente del poder que llevo dentro.
—Tu poder nos llevará a la destrucción.
—Es cierto —dijo Lucía. Me di vuelta para enfrentarla—. Hay una profecía que habla de tu advenimiento y de cómo tú poder destruiría a la Atlántida. Tu madre lo sabe, al igual que Sedna.
—Por eso quiso matarte. Por miedo a que la profecía se volviera realidad. Pero si le entregas tu corazón de sirena, ella podrá volver y llevar mi reino a una época de oro.
—Pero si se lo entrego —dije lentamente—moriré.
Mi madre giró la cabeza a un costado, separando sus ojos de los míos.
—A veces algunos tienen que sacrificarse por un gran beneficio —sentenció Lucía.
—No... no estarán hablando en serio. Por favor, mamá. Dime que no quieres que entregue mi vida... por favor.
—Te amo con toda mi alma, hija. Pero —me volvió a mirar con esa mirada dura, llena de sombras— no puedo poner en riesgo al reino. No puedo dejar que tu poder sea el que lo condene.
Sentí el temblor de mis piernas. Apenas podía sostenerme. Me dejé caer al sillón y dejé que mi mirada se perdiera en la oscuridad. Mi madre me quería ver muerta.
Se acercó y se arrodilló a mi lado. Cuando me apoyó la mano sobre la rodilla, sentí un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. Aquella mujer no era mi madre. Recobré las fuerzas y aparté la mano de mi rodilla. Me puse de pie y la señalé.
—No eres mi madre. Esto es parte de la magia de Sedna. Ustedes no son reales.
Oí saltos en el piso de arriba. Eran fuertes y, si seguía de esa forma, seguramente el techo se vendría abajo.
Mi madre y Lucía comenzaron a reír. Sus lúgubres carcajadas disparaban un halo intenso de opacidad que me estaba envolviendo. Me hacía sentir sola y menospreciada. Me hacía sentir triste y desolada. No podía confiar en nadie. La vida que había llevado en mi estadía en la tierra era una completa mentira. Nadie me quería, nadie confiaba en mí. Me despreciaban y todos eran conscientes de mi secreto. Sabían que era una sirena.
—¿Dónde está Caro? —dijeron Lucía y mi madre, que ahora se encontraban detrás de mí, juntas.
Mire hacia delante. Como pasó en el plano oscuro, apareció una imagen. Caro estaba en el bosque, examinando el oasis extinto, cuando unas personas aparecieron detrás de ella.
—¡Atrápenla! —gritó Poseidón—. Ella nos traicionó. Está confabulada con la sirena.
Caro corrió, pero la rodearon. Dos hombres la agarraron de los brazos, la llevaron hacia el pozo y la arrojaron adentro. Poseidón se acercó al oasis y escupió.
Los pueblerinos encendieron antorchas a medida que se pasaban un encendedor. Dieron un grito victorioso, que retumbó en el bosque. La alegría de matar a lo que ellos llamaban monstruos los embargaba.
—¡Por favor! ¡No me maten! —fue lo último que escuché de Caro.
Una por una las antorchas fueron arrojadas al pozo. El fuego comenzó a expandirse dentro. Se escuchaban los gritos de dolor y terror de Caro, y los gritos victoriosos de las personas del pueblo.
—¡¡¡NOOOOO!!! ¡CARO!
—Y habrá muchas muertes más si no te rindes —dijo Lucía—. ¿Quieres echar una mirada al futuro?
La imagen cambió. Mateo estaba en la rampa del muelle, observando con detenimiento una figura que se encontraba al final.
—¡No seas cobarde y muéstrate!
La figura se acercó a una velocidad increíble y se detuvo frente a él. Mateo dio un respingo, sorprendido. Sedna se encontraba frente a él, esbozando su sonrisa maléfica. Miró hacia los ojos de Mateo y los observó detenidamente. El cuerpo de mi amado parecía estar aflojándose y rindiéndose ante ella. Lo estaban hipnotizando. Yo quería gritar pero iba a ser en vano.
—La verdad es que eres bastante lindo. —Le acaricio la mejilla. Luego posó los dedos en los labios de Mateo—. Ya veo lo que a Marina le llamó la atención.
Sedna fundió sus labios con los de Mateo y se perdieron en un beso apasionado. Mateo colocó las manos sobre la espalda de Sedna y presionó el cuerpo contra el de ella. Cuando sus labios se separaron, el cuerpo de Mateo comenzó a temblar violentamente. Sedna lo agarró del brazo y lo llevó hacia el final del muelle. Mateo trató de evitarlo, pero ella era más fuerte.
Mateo cayó al mar y nunca más volvió a la superficie.
—¡NOOOOO!
—¿Uno más? —preguntó mi madre.
La imagen cambió. Pero esta vez envolvió toda la sala. Ya no me encontraba en el living. Ni siquiera en el pueblo. Estaba en la Atlántida... o las ruinas de esta. La vasta vegetación había sido reemplazada por cañas y hojas secas. La arena estaba cubierta de cenizas. El castillo, a lo lejos, estaba completamente en ruinas. Su color dorado resplandeciente ahora era opaco. Un círculo de fuego, que se elevaba hasta la mitad del castillo, lo encerraba. En el lugar donde estaba el camino para llegar a él corría sangre, que llegaba hasta el agua cristalina.
Di un paso hacia atrás, me tropecé con algo y caí al suelo. Al sentarme, vi el cuerpo de una sirena debajo de mis piernas. Grité y, cuando miré a mi alrededor, varios cuerpos de sirenas ensangrentadas estaban esparcidos por toda la playa.
Me levanté y corrí hasta la orilla.
—No puede ser... ¿Qué pasará para que esto termine así?
—Tu poder, el día de tu coronación, se incrementará. Te convertirás en la sirena más poderosa de todos los reinos. Y los demás reinos lo percibirán. Viajarán por diferentes portales para llegar con rapidez a la Atlántida y atacarán. Ustedes no estarán preparadas y será una masacre.
Por donde mirara, la muerte acechaba.
—La única sobreviviente serás tú. Nadie podrá matarte. Te convertirás en inmortal. Y al sentir la culpa por la muerte de tus hermanas, te recluirás en lo más profundo del océano. Y jamás volverás a salir de allí.
—Tiene que haber alguna forma de detener esto.
—La hay. —Lucía apareció detrás de mi madre—. Entrega tu corazón.
—¿No puedo solamente quedarme en la tierra? Sé que hay un hechizo para encerrar todo mi poder y no lo pueda volver a utilizar.
—No. Sedna no obtendrá lo que quiere y se la desquitará contra el pueblo. ¿Serás capaz de cargar con las miles de muertes de estas pacíficas personas?
No. No sería capaz.
—¿Marina? —dijo una voz lejana—. ¿Qué está pasando?
La Atlántida desapareció. Volví a mi casa, y vi a una persona corriendo unas cortinas y prendiendo la luz del living. Martín se acercó a mí y me alejé; pero al ver el cansancio desplegado en su rostro, me di cuenta de que ya no lo controlaba la magia de Sedna. Tenía rasguños en el rostro y la camisa estaba deshilachada. Yo estaba conmocionada y no podía hablar.
Al ver mi expresión llena de terror, me abrazó, y sentir su cálido cuerpo me calmó. El pecho de Martín estaba sangrando por las heridas que le había producido Caro. Me separé de él. No podía ver más sangre.
Me arrodillé y lloré por la muerte de Caro.
—Amor, ¿qué está pasando? ¿Dónde está mi madre?
Un nudo en la garganta no me permitía hablar. Martín se sentó en el suelo y volvió a abrazarme. Sentí sus besos en la cabeza y comencé a relajarme. Había vuelto a ser el mismo de siempre.
Tenía que actuar. No podía permitir que hubiera más muertes por mi culpa.
—Discúlpame, pero tengo que irme.
—¿Dónde? —preguntó.
Me levanté y corrí a la puerta. No había tiempo de explicar. Pero Martín me tomó del brazo antes de que llegara.
—Déjame llevarte. No puedes ir sola. No en el estado en que estás.
—No creo que sea lo más conveniente, Martín.
—No me importa. No te voy a dejar sola.
No había tiempo para discutir. Asentí y fuimos hacia el garaje. Entramos al auto y salimos hacia la calle. Pero una multitud nos estaba esperando con antorchas prendidas.
—Venimos a buscar a la sirena —dijo Poseidón.
—¡Apártense! —grito Martín.
Hizo sonar varias veces la bocina del auto, pero las personas no se movían. Sus miradas estaban fijas en mí, su presa.
—¡¿Qué les pasa?! ¡Salgan de mi camino!
Poseidón golpeó el auto con la base de su antorcha y miró, desafiante, a Martín.
—No hasta que nos entregues a la sirena.
—¿A la sirena? ¿De qué está hablando, Marina?
Lo miré. Supongo que mi expresión le explicó todo, ya que finalmente parecía estar entendiendo.
—No puede ser...
—Sí. Es cierto.
—¿Eres... eres una sirena?
Tragué con fuerza. Sentí como si mi saliva estuviera muy espesa y fuera difícil de tragar. Me temblaban las manos, y quise tomar las de Martín, pero no quería interrumpir su momento de comprensión.
—Entonces lo que me habías dicho el otro día... Era todo verdad. Y yo que te creía loca.
—No hay tiempo de explicar, Martín. Necesito salir de aquí.
—¿Para qué?
No sabía cómo explicárselo. ¿Cómo podía decirle que su madre me quería muerta?
Tomé el control de mi cuerpo e hice que dejaran de temblarme las manos. Tomé una de las de Martín y la acaricie.
—Por favor. Más adelante te explicaré todo.
Observé a las personas del pueblo. Sus miradas habían perdido el brillo. Ahora la oscuridad parecía gobernar en ellos. Aquello era obra de Sedna. No tenía idea de cómo iba a enfrentarme a semejante poder, no me sentía del todo segura con el mío. Era la hija de Poseidón y tenía su poder, pero eso no me aseguraba la victoria.
Martín avanzó con el auto y trató de pasar por arriba a las personas, pero no se movieron para atrás. Parecían zombis.
Me concentré y traté de llegar a ellos y envolverlos con mi magia, pero había un campo de fuerza que los protegía. Traté de derribarlo, pero la magia golpeó la mía y me hizo retroceder.
—¿Qué hacemos? —le pregunté.
—Salimos del auto.
—Pero...
—Confía en mí.
Bajamos. Cuando cerramos la puerta, Poseidón esbozó una sonrisa proclamando su victoria. Alzó los brazos como si quisiera abrazarme, pero yo sabía que lo que quería era matarme.
No me moví de mi lugar. Esperaba que Martín hiciera algo, pero se había quedado parado, como si estuviera hipnotizado. Por un momento, pensé que la magia de Sedna lo había encarcelado nuevamente.
Luego me miró.
—Lo siento...
Martín gritó y sorprendió a Poseidón al correr hacia él y tirársele encima.
—¡Marina, corre! —Me quedé mirándolo. No podía dejarlo solo. Lo iban a matar—. ¡No te quedes parada! ¡CORRE!
Corrí hacia el interior de la casa, hacia la puerta trasera. Oí un grito de dolor, proveniente de Martín. Luego una puerta que se abría y alguien que venía hacia mí.
No miré hacia atrás. No sé cómo lo logré, pero al llegar a la cerca del jardín trasero, salté alto y la pasé. Pero la toqué con el pie y caí de bruces al jardín de otra casa. Me levanté y seguí corriendo. Por suerte, la puerta que daba al jardín estaba abierta. Entré y me dirigí a la puerta de entrada. Poseidón se había atrasado al pasar la cerca y aquello me dio un poco más de ventaja.
Salí hacia la calle y corrí hacia donde se encontraba el muelle, pero al llegar a la esquina, unos pueblerinos aparecieron y me encerraron. Podía sacármelos de encima con magia, pero no quería utilizarla en ellos. No tenían la culpa. Los estaban controlando.
Poseidón salió de la casa y corrió hacia mí. No había tiempo para pensar, pero no usaría la magia contra ellos. Corrí hacia delante y, antes de llegar, repetí el mismo salto que había hecho delante de la cerca. Solo que esta vez me elevé más alto.
—¡NO!
La tierra retumbó. La tapa de la alcantarilla de la calle salió volando y pasó muy cerca de mí. Me desconcentré y caí violentamente hacia la calle.
No podía levantarme. Estaba desconcertada, el mundo entero giraba a mi alrededor, no podía respirar. El sabor de la sangre me inundaba la boca. Me sentía muy débil y no lograba levantarme, por más que lo intentara.
—No puede ser —dijo alguien.
Cerré los ojos y traté de levantarme. Usé toda la fuerza que tenía y aun así fue difícil, pero logré sentarme. Abrí los ojos y Poseidón se encontraba al lado de la alcantarilla. Lo que me sorprendió fue que salía una columna de agua podrida que se elevaba bien alto. El hombre extendió el brazo y, con un movimiento de mano, pudo moverla de un costado hacia el otro. Rio de alegría
Debido a que lo veía concentrado con la columna de agua podrida, me fui poniendo de pie sigilosamente. Cuando estaba a punto de salir corriendo, me vio. Con un ligero movimiento de la mano, lanzó la columna de agua hacia mí, que me pegó con fuerza y me lanzó varios metros hacia atrás.
—¡No puedo creerlo! —exclamaba—. ¡Finalmente mi poder fue liberado!
La columna de agua había desaparecido, pero aun así me costaba respirar. Estaba mojada y pegoteada. El olor sucio del agua me inundaba el olfato. Estaba ahogándome con el olor del agua podrida y me estaba mareando.
—No voy a dejar que escapes de mí esta vez —decía a medida que se acercaba a mí. Me tomó del brazo—. Te mataría en este instante. Pero Sedna me pidió que te llevara hacia ella.
En ese momento, me dio un golpe en la cabeza, que me dejó inconsciente.
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