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MARINA

Lo reconoces —dije.

—Disculpa, ¿cómo?

—Sabía que eras una hechicera. ¡Al igual que Lucía!

—No escuchaste bien. Soy una bruja, Marina. Es largo de explicar, pero Lucía renunció a su mundo para venir a este pueblo porque sabía que algún día llegarías, y ella quería protegerte. Estamos aquí para ayudarte.

—¿Ayudarme en qué? ¡Me encuentro bien! He encontrado a mi alma gemela...

—¿En serio? ¿Y qué son esos sentimientos hacia Mateo? Sí, puedo ver tu confusión. Es tan fuerte que la percibo. ¿Por qué te niegas a seguir tus sentimientos? Sabes cuál es la verdad.

—No, no lo sé. Estoy muy confundida. Pero entiendo que es algo humano.

—Sí. La confusión es algo muy común en ellos, pero no en las sirenas. Muy pocas cayeron en eso. Pero a ti te están controlando.

—¿Qué es lo que me quieres decir?

—María Angélica te está controlando —dijo Cristal.

—Imposible. Ella me ayudó desde el primer día.

—¿Realmente piensas eso? ¿No te pareció raro que te regalara ropa, collares, anillos?

—Le caí bien.

—Eres tan ingenua —dijo Cristal—. No eres tú misma. Poco a poco fuiste perdiendo la esencia. La fuerza que te caracterizaba fue perdiendo poder. Y todo es debido a ella. Te manipuló.

—Mientes. No sería capaz de hacer algo así.

—Acortaré mi tiempo, pero necesito hacerlo. Por favor, levántate.

Dudé.

—No te haré daño. Te lo prometo.

Me levanté con precaución y me preparé, en caso de que me quisiera hacer daño. Miré a mi alrededor buscando algo que pudiera usar como arma. Había una cuchilla cerca de la pileta.

Cristal cerró los ojos y apuntó hacia mí con las manos. Recitó un cántico en una lengua extraña. Nunca la había oído. Las ventanas se abrieron de golpe, entraron ráfagas frías y me envolvieron. Oí un chillido agudo en la cabeza. Me tapé los oídos, pero el chillido no cesaba.

—¡Hazlo parar!

Me elevé en el aire. Miré hacia abajo. De mi ropa parecía desprenderse algo, un ser negro con garras que se aferraba a mí. Grité. Cristal seguía con el cántico, pero su voz era más elevada.

Finalmente, la criatura se desprendió y trató de escapar, pero no pudo traspasar la ventana. Un rayo de luz blanca le pegó en el centro y la disolvió al instante. Lentamente, fui bajando.

—¡¿Qué fue eso?!

—Una sombra de bajo nivel, con el poder justo para generar una crisis dentro de ti —dijo una voz detrás de mí. Me di vuelta y vi a Lucía apoyada en el marco de la puerta. Se fue acercando con cautela, midiendo sus pasos y analizando mi reacción―. Una de alto rango, te hubiera matado o sumido en un eterno sufrimiento.

—¿Qué sucede aquí? —pregunte, un poco histérica—. ¿Quiénes son?

La cabeza me daba vueltas. De pronto, me encontré asustada porque no podía controlar la situación ni tenía idea de qué pasaba.

—Angélica hizo uso de las sombras —respondió Lucía—. Ella es una hechicera bastante poderosa. No sé cómo hizo para recuperar su antigua magia, de cuando era sirena, pero es muy peligrosa.

—¿Qué es lo que quiere?

—Tu poder —respondió Cristal—. Y el trono.

—Marina —dijo Lucía—. Estamos aquí para protegerte.

—¿Quién eres? —le pregunté.

—Eso no es importante.

—Sí que lo es. Necesito saber si puedo confiar en ti.

Lucía me miró a los ojos. Me tomó de las manos y, con su característica voz serena, habló.

—Es mejor que te lo muestre a que lo diga con palabras.

Cerró los ojos y las imágenes aparecieron delante de mí. Lucía era una joven y hermosa sirena. Sentada en una roca admiraba el atardecer y cómo el color naranja se mezclaba con el azul del mar. Un hombre se acercó y la vio. En ese momento, oí la melodía del mar. Lucía se dio vuelta y miró a su alma gemela. Ambos se tomaron de la mano y se fundieron en un beso.

La siguiente imagen era la Atlántida. Luego de una intensa caminata por el reino, Lucía y su amado terminaron abrazados en la playa. En ese mismo momento, consumaron su amor y las estrellas fueron testigos del nacimiento de una nueva vida.

A los nueve meses nació su hija: mi madre.

—Abuela—susurré.

Le solté las manos y me aparté.

—Pero, ¿por qué no me dijiste la verdad? Te creía muerta. ¿Por qué mi madre nunca me dijo la verdad?

—Para protegerme.

—¿De quién?

—Eso no es importante ahora —dijo y caminó hacia la puerta—. Tenemos que actuar rápidamente. Hay movimiento de magia negra en todo el pueblo. Debemos detener a Sedna.

—¿Sedna? ¿Está aquí?

—Sí. Es Angélica —contestó Lucia.

Sedna. Una diosa del mar. No podía ser cierto.

—Pero, ¿cómo? Angie... Sedna... me contó que fue despojada del mar. Creía que era solo una sirena común y corriente.

—Lo es. Mira, no hay tiempo para explicaciones, pero no creas en lo que te haya contado. Sedna era la sirena más poderosa del reino. Pero el amor también era un arma muy fuerte. Y se puso en contra de ella. Poseidón pudo verlo y lo utilizó a su beneficio.

—Esto es demasiado...

—Entiendo —me dijo Cristal—. Pero ahora no es momento de lamentarse. Debes aceptar tu herencia, Marina. Eres la única que puede detenerla. Tienes el linaje de tu madre. Uno muy poderoso.

—¿Cómo puedo detener a una diosa?

—No es una diosa. Te lo explicaré bien más adelante, pero borra de tu mente lo que hayas leído sobre Poseidón y Sedna. No son dioses. Los únicos dioses que existieron fueron Océano y Tethys. Sedna es uno de los siete elegidos —explicó Lucía.

Cristal cerró los ojos.

—No podemos perder más tiempo. Comenzó.

—¿Qué ha comenzado? —pregunté.

—La guerra.

Salimos corriendo y nos subimos al auto de Caro. O Cristal. Para ser una bruja de la Atlántida conocía muy bien cómo manejarlo. Conducía con rapidez y pasaba semáforos en rojo.

—Entonces, Angie fue despojada del mar, quedó sin poderes, pero luego los recuperó. ¿Estoy en lo cierto?

—Sí, Marina —respondió Lucía.

—Si quería mi poder, ¿por qué no me mató al principio?

—Eres la hija de Poseidón. Tienes una protección formidable. No iba a ser fácil. Así como el amor terminó bajando la guardia de Sedna, quiso hacer lo mismo contigo.

—Y funcionó... ¿Cómo puedo detenerla?

—No sabemos —dijeron al unísono.

—Bárbaro...

Me sentía desorientada. Tenía que enfrentarme a una poderosa sirena y yo no tenía poderes, en estos momentos era un blanco fácil al estar débil, y una bruja y una hechicera no sabían cómo ayudarme.

Giré hacia atrás y miré a Lucía.

—Me resulta raro saber que estás vivía.

—Te comprendo. Pero una vez que termine esto, te prometo explicaciones.

Me di vuelta y miré hacia delante. En ese momento, algo caliente me presionó el pecho, una fuerza que conocía: magia. Pero no la común y corriente. Esta la había sentido la primera noche: el poder de Poseidón.

Me costaba respirar y la visión se me puso borrosa. Abrí una ventanilla y me dispuse a mirar hacia afuera, cuando apareció una sucesión de imágenes: Mateo y Poseidón, cerca del oasis. Luego un golpe en la espalda de Mateo que lo arrojó al agua.

—¡NO!

Había varias leviat que reían a medida que rodeaban el oasis.

—A él, chicas, es un premio importante —dijo Poseidón con arrogancia.

Las leviat se sumergieron y tomaron a Mateo de los brazos y piernas, hundiéndolo hacia lo profundo.

—Tengo que salvarlo...

—¿Qué viste? —preguntó Cristal.

—Mateo... tengo que avisarle.

Miré a mi alrededor. En la puerta encontré un celular. Llamé al bar y estuve un rato intentando que me dieran el número de la casa. Se rehusaban a hacerlo, querían que lo dejara tranquilo. Estaba a punto de cortar cuando se me ocurrió una idea.

Concentré toda mi energía y traté de utilizar mi magia. El hombre del otro lado comenzó a dudar hasta que finalmente accedió.

—Mateo —dije cuando atendió.

—¿Marina? Te noto preocupada...

—Por favor, sal de tu casa.

—¿Por qué?

—Estás en peligro.

—¿Qué... —interferencia—... su... ce...?

La llamada se cortó. Con bronca tiré el celular al suelo pero lo levanté al instante para llamar de nuevo. No me pude comunicar. Todo el tiempo salía el buzón de voz.

—Tenemos que ir para la entrada de la Lucila.

—No podemos. Esto es más importante —dijo Cristal.

—¡Pero Mateo va a morir! —A dos cuadras de la casa de Martín algo frío me sacudió el interior.

—No puede ser —dijo Cristal.

Giré y vi su rostro pálido.

—Estoy a punto de irme...

—¿Qué?

Los ojos de Cristal brillaron y luego quedó inconsciente. El auto comenzó a ir hacia la vereda hasta chocar contra un poste de luz. Los airbargs del auto se activaron.

—¿Abuela?—pregunté una vez que pude liberarme de la presión del airbag.

—Me encuentro bien.

—¿Cristal?

La sacudí, pero no respondía.

—¿Está bien?

—Sí —respondió Lucía—. Solo debe estar agotada. Carolina sigue luchando contra Cristal.

—¿Qué es lo que realmente pasó? ¿Cristal ocupó el cuerpo de una chica viva?

—Es muy complicado —dijo Lucía—. La guerra que sucedió en la Atlántida fue muy sangrienta. Por esa razón, Cristal creó un hechizo para que cuando las almas perdidas del reino encontraran un sitio adecuado para materializarse, su alma se partiera en dos y la parte más fuerte crearía nuevos recuerdos. Yo he despertado a varios, pero la parte de Carolina es muy fuerte. Cristal debe de estar escondiendo algo que la atemoriza.

Cristal balbuceó. Abrió los ojos y miró a su alrededor, atemorizada.

—¿Qué pasó?

Abrí la puerta junto a Lucía y salimos del auto.

—No podemos perder más tiempo. Cristal, digo Caro, vamos.

Bajó del auto un poco aturdida. Lucía miró a mi costado y frunció el ceño.

—No puedo acompañarlas. Sedna dejó a diferentes criaturas del mar caminar por el pueblo. Y ya están atacando.

—Pero... Lucía...

Me miró y sonrió.

—Va a estar todo bien. Te lo prometo.

Me dio un abrazo y se alejó. Le tomé la mano a Caro para tomar fuerza y caminamos a la casa de Martín.

Cuando entramos, sentí un escalofrío. Una energía oscura y poderosa habitaba la casa.

—Busquemos ayuda, Mari. Esto no me gusta nada.

—Sedna está aquí. Lo presiento.

Solté la mano de Caro y caminé hacia la escalera. Miré hacia arriba pero apenas divisé un rayo de luz blanca que quería atravesar las gruesas cortinas. Empecé a subir cuando oí unos pasos. Martín surgió de la oscuridad. Su mirada estaba llena de cólera, su cuerpo tenso temblaba y tenía un tic nervioso en el ojo izquierdo.

—Martín —dije—. Yo...

—¿Dónde estabas?

La voz le raspaba la garganta. Martín no estaba en control de sí mismo. Alguien lo controlaba.

—Con Caro y Lucía —contesté señalándola.

—Mientes. Dime la verdad alguna vez.

—En serio. Necesitaba hablar con ellas.

—Estabas con él, ¿no es cierto?

—Te lo juro. Estaba con ellas. Martín, tu madre...

Se acercó a Caro y la tiró de la muñeca.

—Si no me dices la verdad, la mato...

—Por favor, no le hagas daño. ¿Qué quieres que te diga?

—Estuviste todo el tiempo enamorada de Mateo, ¿no? Y yo como un estúpido te estaba dando lo mejor de mí. —Se le quebró la voz—. Te acostaste con él, no te importaron mis sentimientos. Y ahora por culpa tuya, ella sufrirá.

—No, Martín —me acerqué pero puso una mano delante—. No le hagas daño. Esto es entre tú y yo.

—Tendrías que haberlo pensado cuando dejaste que Mateo te tocara...

Traté de liberar a Caro, pero Martín me dio un empujón tan fuerte que terminé estrellándome contra la ventana. Oí a Caro gritar desesperada y luego un golpe seco. Cuando abrí los ojos ya no la escuchaba más.

—¡Caro!

Corrí a las escaleras, pero una fuerza me impedía el paso.

—Por favor, nena, no grites.

Giré y vi a Angie/Sedna de pie junto al sillón. Quise acercarme, pero observé que algo se extendía por debajo de sus pies, unas raíces negras que se aferraban al piso. Tal vez era mi imaginación, pero algo fluía a través de ellas. ¿Podría ser magia blanca?

—Es tu hijo —dije—. No puedes hacerle esto.

—Claro que puedo. Después de esta noche no recordará nada. Le haré olvidar todo. Haré olvidar al pueblo entero de tu existencia. Como lo hice con Julio. —Su risa fue estridente. Ya no la podía ver. Se había parado detrás de mí—. Pensé en matarte yo misma, pero después se me ocurrió otra idea mejor. Que fueras asesinada por el amor de tu vida. Muy romántico, ¿no te parece?

—Sabía que Julio existía, que no estaba loca. ¿Por qué? ¿A qué estás jugando?

—Eres muy fuerte, Marina. Se me hizo difícil bajar tu guardia. Pero la he encontrado. Y luego de esta noche, ya no habrá nadie que pueda detenerme.

—Por favor, Sedna. Esto es entre tú y yo. Deja a tu hijo en paz.

—Te sugiero que empieces a buscar fuerzas. De otra forma, no será divertido. Será muy fácil que Martín te mate.

—Es todo mentira, ¿verdad? Martín no es el amor de mi vida. Es Mateo.

Sedna esbozó una sonrisa maléfica.

—Pero eso ya no importa. Nunca vas a poder volver a estar con él de nuevo. Fue un error de mi parte haberte dejado sola aquel día. Siempre, gracias al poder heredado de tu padre, supe dónde estabas. Pero esa noche desapareciste. Tu poder te protegió y te ocultó de mí. No sé cómo sucedió, pero pasó.

—La pesadilla... El cuarto oscuro... Fue real, ¿no es cierto?

—Sí. Estuve a punto de asesinarte, pero el fuego interior de tu alma me detuvo.

— ¿Quiénes eran aquellos seres? Me estaban encerrando.

—Sirenas poderosas que murieron en manos de hechiceras. Gracias a sus poderes, volvieron al mar pero a la vez tienen la libertad de vivir en la tierra. Junto a ellas tengo un gran plan. —Sedna se acercó a mí—. Pero no es de tu incumbencia. Ellas me otorgaron el poder de los corazones de sirena para poder controlar sus almas.

—¡¿Cómo pudiste?!

Se escuchó un grito proveniente de arriba, seguido de un cuerpo que cayó y un jarrón que se rompió en pedazos.

—Por favor, déjala ir.

—No. Ella era un asunto pendiente. Pero ahora no tengo tiempo. Es hora de acabar con tu vida. Y así podré obtener el poder que siempre he anhelado para poder derrocar a tu madre del reino que me pertenece.

Sedna se puso delante de mí y me acercó la mano al rostro. Grité. Sentí que algo se encendía dentro de mí. Y de mi interior, expulsé una ráfaga de aire, que lanzó a Sedna hacia atrás. Su cuerpo chocó contra la cocina. Sentí un leve respiro, cómo su magia apenas se debilitaba. Si concentraba bien mi energía, podría liberarme.

Pero aquel respiro duró poco. Sedna se levantó, como si nada hubiera sucedido, y volvió a atacarme, esta vez más fuerte, con su magia. Solo que ahora se me dificultaba respirar.

Fui cayendo lentamente al suelo. Me faltaba el aire y estaba mareada. Mi visión se estaba oscureciendo. Oí el grito de terror de Caro a lo lejos.

—Por favor, déjame en paz —suplicaba —. ¡No me hagas esto!

—¡Cállate! —gritó Martín.

Y luego, el sonido seco de una cachetada.

Sedna se agachó y me agarró la barbilla con la mano.

—Es hora de que hagamos una visita a Mateo. Le tengo preparada una sorpresa.

Me encontraba en la casa de Mateo. Él estaba de pie detrás de la isla de la cocina, con el teléfono inalámbrico al lado. Se mordía las uñas y tenía la mirada perdida en el suelo. Estaba preocupado. Levantó la vista y miró las ventanas. Las fue cerrando una por una. Luego cerró con llave la puerta trasera.

Se acercó a la puerta de entrada dispuesto a cerrarla, cuando oyó un grito proveniente de afuera.

—¡Auxilio!

Se quedó congelado, mirando la puerta.

—¡Por favor! ¡Que alguien me ayude!

Era una trampa. Tenía que advertírselo. Quise gritar, pero no me salía la voz. Yo no estaba en ese lugar, solo era una mera espectadora. Me sentía tan impotente al ver que no podía hacer nada.

Mateo estaba dudando si abría la puerta o no. Veía una lucha interna reflejada en el rostro de Mateo. Estaba peleando entre mi promesa y su instinto. Quería ir y ayudar a esa persona.

—¡Me duele! ¡Ayuda!

Abrió la puerta. Grité, pero mi voz no salió. Mateo corrió hacia el lugar de donde provenía la voz y se metió en el bosque que rodeaba su casa, donde se encontraba el oasis de las sirenas. Se paró delante y sus ojos se perdieron en el agua.

Parecía hipnotizado. No pudo ver que alguien apareció detrás. Mateo recibió un golpe en la espalda que lo lanzó hacia el agua. Trató de salir pero cuando puso una mano sobre la tierra, un hombre la pisó con fuerza.

—Yo no podré matarte. ― Era Poseidón―, pero ellas sí lo harán.

Mateo apenas podía nadar. El miedo a ahogarse estaba convirtiéndose en realidad.

Figuras femeninas aparecieron detrás. Veía las escamas grises que les cubrían el cuerpo y las dentaduras agudas y filosas.

—A él, chicas. Es un premio importante.

Las criaturas se tiraron al oasis y llevaron a Mateo hacia lo profundo.

Grité con toda la fuerza que pude cuando la escena desapareció de mis ojos. Volví al plano negro.

—¡MATEO!

Seguí gritando hasta desgarrarme la garganta. Escuchaba la fría risa de Sedna, burlándose de mi miseria; alegre, porque estaba logrando lo que seguramente había planeado durante meses.

—Tu amorcito probablemente ya debe de estar muerto en las profundidades del oasis.

—¿Cómo pudo verlo? Ese oasis solo es visible para las sirenas.

—No lo sabes, ¿verdad?

—¿Qué es lo que debo saber? —. Tenía la voz llena de cólera. Sedna había mandado a matar al amor de mi vida. Pelearía y trataría de ganar y salir de esta oscuridad que me rodeaba.

—Mateo es alguien especial. Pero es inútil que te cuente toda la historia ya que en unos minutos vas a estar muerta.

Las sirenas demacradas volvieron a aparecer a mi alrededor formando una barrera. Todas tenían una tenebrosa sonrisa, disfrutaban de mi dolor y el destino que me estaba esperando.

—¿Quedaré como ustedes, encerrada en este plano frío y cruel?

No me contestaron. Me comenzaron a descender lágrimas por las mejillas. De pronto, caí de bruces al suelo. Mi cola de sirena había aparecido, pero el color ya no era el brillante de antes, sino que estaba apagado y parecía estar lastimada.

Sentí dolor a medida que las sirenas comenzaron a entonar un cántico. Una ráfaga apareció y me golpeó con tanta fuerza que me lanzó hasta las sirenas. Caí al suelo y me golpeé fuertemente las costillas. Me quedé sin aire, la vista se me estaba tornando borrosa. Quería moverme, pero no podía. Estaba completamente dura.

Grité de dolor. Sentía cómo me arrancaban las escamas de la cola. Me empezó a correr sangre desde la cintura hasta la aleta. Las figuras que estaban a mi alrededor murmuraban, y yo percibía cómo disfrutaban de mi dolor.

—¡Por favor! ¡Ayúdenme!

Sentí un golpe en el estómago. Una de las sirenas me había empujado con su aleta hasta el centro del círculo. Otra ráfaga de viento me elevó en el aire. Me estaban arrancando más escamas de la cola y la sangre que corría terminaba cayendo al suelo. Una de las sirenas saltó hacia el centro y quiso tomar un poco, pero otra ráfaga de viento la alejó.

—Necesito más sangre —dijo Sedna.

Traté de localizarla, pero el dolor no me dejaba ver más allá.

Sentí un nuevo tirón. La mitad de las escamas de mi cola desaparecieron. Me vi la cola en carne viva y estuve a punto de desmayarme. Estaba cubierta por sangre, que caía al suelo. Traté de moverme, de agitarme hacia ambos lados, pero no servía de nada.

Cerré los ojos y vi mi vida pasar ante mí. Desde el día en que tuve algún conocimiento, mis amigas, mis aventuras, mis antiguos amores. Mi madre enseñándome sobre las diferentes jerarquías de nuestro reino, su poder. Mi madre era una mujer muy poderosa, nadie podía ponerla de rodillas. Ella no tenía ningún temor. Era una sirena admirable.

Pensé en Mateo, en su amor. Mis sentimientos hacia él, la noche lujuriosa que pasamos juntos. Sus labios, su cuerpo, su abrazo, su mirada penetrante. Amaba todo de él. Pero lo que más me atraía y gustaba de él era su amor hacia mí. Mateo daría su vida por mí. Yo no podía bajar los brazos. Tenía una madre muy poderosa. Mi padre era Poseidón. Mi poder debía ser extremadamente inmenso. Podía vencer a Sedna.

El mismo fuego que sentí la vez anterior comenzó a resurgir en el centro de mi pecho. La ráfaga de viento frío ya no tenía tanto impacto sobre mí. Me concentré y traté de expandir mi fuego interior hacia afuera. Me costaba, ya que sentía mucho ardor en la cola por las escamas que faltaban. Grité y logré expandir mi fuego. Lo convertí en un campo de fuerza que me protegió. Las sirenas se taparon los ojos. No soportaban el brillo de la llama. Y de repente, me di cuenta. Ellas eran prisioneras de Sedna. ¿Podría liberarlas de aquel suplicio con mi magia?

Sentí un impacto fuerte que hizo que mi campo de fuerza se sacudiera. Me miré la cola y vi la sangre que cubría la mitad. Apoyé las manos sobre las heridas y sentí cómo un calor las invadía. Una luz dorada en la superficie y verde esmeralda en la parte inferior cicatrizaba las heridas. Un fresco alivio me recorrió todo el cuerpo. Sentí cómo la sanación recorría cada herida y golpe producido por Sedna y las sirenas. Me sentía más fuerte que antes.

Ahora que podía concentrarme, traté de buscar una salida. Amplié más el campo de fuerza. Las lenguas de fuego actuaban como látigos contra la oscuridad eterna de Sedna, a quien ya no podía escuchar.

—¡¿Dónde estás?!

Pero no obtuve respuestas. Bajé la mirada pero tampoco estaba entre las sirenas, quienes yacían en el suelo con las manos sobre los ojos porque no podían soportar tanta luz.

Decidí arriesgarme. Lancé luz hacia ellas, cubriéndolas completamente de fuego. Ellas gritaron, pero sus gritos ocultaban cierto placer de liberación.

—¡Noooooo!

Sedna. Había llamado su atención. Cuando el fuego desapareció, las sirenas ya no estaban, solo había pequeñas moléculas que se elevaban.

—Gracias —dijeron al unísono.

Las moléculas se fueron hacia arriba. Y cuando pensé que iban a fusionarse con la oscuridad, un círculo dorado apareció de la nada, abrazó las moléculas y desapareció.

La luz era la salida. Y yo tenía un fuego interior que podía salvarme.

Una ráfaga más fuerte pegó contra el campo de fuerza y lo agitó violentamente. Me concentré con más fuerza aún y lo expandí tanto como pude. La oscuridad se mezclaba con la luz de mi poder. El fuego naranja y rojo ahora tomaba un color dorado mezclado con azul: el poder del mar.

Estaba extenuada. Aquel trabajo era muy agotador, pero debía seguir. Sedna trataba de derribarme pero yo era muy poderosa. Si bien estaba avanzando hacia mi meta, el progreso era muy lento. Y pronto terminaría cansándome y ella aprovecharía ese momento para destruirme.

Decidí arriesgarme una vez más. Pondría en peligro mi vida ya que, después de esto, si sobrevivía, mi cuerpo estaría muy gastado.

Me concentré de nuevo y pedí a mi interior toda la fuerza que tenía. Cubriría toda la oscuridad con mi llama.

Y de repente el silencio cubrió mis sentidos. Ya no estaba en el plano de Sedna, sino en otro: mi plano. Las estrellas cubrían todo el lugar. El brillo era muy potente pero no me lastimaba los ojos sino que me daba energía. Cada una voló hacia mí e ingresó en el centro de mi cuerpo. Cada ingreso me llenaba de energía y vitalidad. Me sentí enorme e indestructible.

Abrí los ojos. Estaba de vuelta en el plano oscuro, pero esta vez estaba rebosando de energía. Extendí los brazos hacia los costados, abrí las palmas de las manos y grité para liberar toda la energía que tenía.

El plano oscuro se llenó de luz. Las paredes ya no eran negras, sino que estaban cubiertas por mi fuego interior, que agitaba su lengua como si fueran látigos, castigando y llevando hacia atrás a la eterna oscuridad.

Abrí los ojos. Estaba tendida en el suelo. Me senté, pero cada músculo del cuerpo me dolía con cada movimiento.

—Mari, ¿estás bien?

Caro estaba a mi lado. Tenía golpes en los brazos y un rasguño en el rostro.

—¿Dónde está Sedna...digo... Angie?

—No sé. ¿Ella estuvo aquí? La puerta de entrada está abierta.

—¿Martín?

—En el dormitorio, inconsciente.

—Necesito ir a la casa de Mateo.

—Vamos.

Me ayudó a levantar y fuimos hasta el auto. Luego de unos intentos, encendió el motor. Condujo a gran velocidad. Teníamos que llegar rápidamente a la casa de Mateo.

Llegamos y bajé del auto. Corrí hasta el oasis gritando el nombre de mi amado. Pero tuve que parar cuando llegué. El oasis estaba seco y su tamaño había aumentado. Parecía como si una bomba hubiera explotado allí. El pasto que estaba alrededor estaba quemado y algunos árboles todavía tenían cenizas.

Mateo no estaba. Aquella explosión no la podían haber hecho aquellos seres. Algo había sucedido en aquel lugar.

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