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MARINA

Era una noche cálida y húmeda. Mi pelo era un estropajo, tenía las ojeras pronunciadas y me sentía acalorada. La belleza que había aparecido con Mateo se había esfumado a medida que volvía a la casa de Martín.

No quería dejarlo solo en el estado en que estaba, pero Martín me dijo que prefería estarlo y poder pensar. Antes de irme, quise darle un beso en la mejilla, pero me abstuve. No sabía cómo iba a reaccionar.

Caminé hacía la casa de Angie. Tuve que atravesar todo el pueblo y traté de no parar y oír lo que los pueblerinos decían de mí. Mientras algunas personas murmuraban palabras como "insaciable o prostituta", otros no tenían problemas en ocultar sus sentimientos y me paraban.

—¿Por qué no te vas de aquí? —dijo una señora que paseaba con un perro que no dejaba de ladrarme.

—¡Sí! —dijo un hombre que pasaba—. Ya causaste demasiados problemas.

Seguí caminando sin responder. Aceleré el paso hasta casi correr. Toqué la puerta de la casa de Angie, una construcción pequeña y cuadrada, pintada de color rojo. Los marcos de las dos ventanas estaban pintados de verde, al igual que la puerta.

Angie me abrió y la abracé.

—No aguanto más. Todo el pueblo está en mi contra.

—Verás que todo va a pasar. Te lo prometo. La paz llegará pronto.

—Eso espero...

Me sirvió una taza de té de hierbas que nunca había probado. El gusto a menta era delicioso. Le agregué un poco de azúcar amarillo que "intensifico" el aroma y el gusto.

—Gracias —dije—. Lo necesitaba. — Angie se sentó a mi lado con otra taza—. No puedo creer que mi padre haya estado contigo. O con varias... Todo me da vueltas. ¿Me quiso alguna vez?

—No lo sé.

—¿Cómo sigue la historia?

—¿En qué parte había terminado? Ah, sí, había abierto la puerta del alma a uno de mis guardias. —Angie se acomodó y puso la espalda recta y las manos sobre el regazo—. Estaba tan abatida por tal humillación. Un guardia había conocido mis secretos más profundos y con ello, toda mi vida. ¡Y seguramente presenciado la noche que había hecho el amor con Poseidón! Me sentía avergonzada. No sabía qué hacer. Quería echarlo, pero tenía miedo de que de la bronca empezara a hablar por mí. Así que lo nombre mí mano derecha para que nunca se alejara de mi lado

»El tiempo pasó y me fui recomponiendo. No volví a escuchar nada más sobre Poseidón, así que traté de reconstruir mi vida. Fue difícil, pero me enfoqué en explorar mi interior, ver qué poder tenía dentro de mí que lo había asombrado. Por más meditación que hiciera, no lograba encontrarlo. Después de un tiempo, desistí.

»Extrañaba sentir la piel de un hombre a mi lado, así que varias noches las pasé con mi mano derecha. No era ni remotamente parecido a Poseidón, pero me hacía sentir bien. Por lo menos reemplazaba algunas noches de soledad, pero aun así, no me sentía llena. La energía que emanaba Poseidón era... no, no se puede describir. Me hacía ver más allá de las estrellas. Compartía sus mundos, los universos que visitaba, los planos en donde su poder se extendía. Nos fusionábamos.

»Pensé en suicidarme, pero no pude. Por más que yo lo necesitara a él, mi pueblo me necesitaba más a mí. Así que junté todas mis fuerzas y seguí gobernando.

»Me faltaba fuerza, garra. Mi magia no era tan poderosa como antes. Selkies tuvieron que actuar para ayudarme a combatir a las sirenas que querían llegar hacía mí y arrebatar mi poder. Yo sabía que estaba en decadencia y que no faltaba mucho tiempo para me capturaran. Hice lo mejor que pude, pero no fue suficiente. Mi tristeza era inmensa y perturbaba mi poder.

—¿Y qué pasó? —pregunté.

—Las selkies tuvieron que interferir en mi magia y la aumentaron tanto como pudieron para que cualquier hechizo, por mínimo que fuera, se intensificara al máximo. Pero tenía que tener cuidado. Y me quitarían aquella habilidad una vez que volviera al camino correcto, ya que era peligrosa y podía llegar a matarme.

»La armonía finalmente iba volviendo al sector siete del océano Atlántico. Los tritones, mis guerreros, poco a poco volvieron a confiar en mí y en mis habilidades. Volví a ser la reina de antes. Pero aquella paz estaba a punto de finalizar.

»En un viaje que hice por los límites del sector, para verificar si había alguna amenaza, lo vi. Estaba con una sirena, abrazados sobre una roca. La acariciaba tiernamente, como antes lo hacía conmigo. ¡Estaba furiosa! ¡Poseidón estaba con otra!

»Mi rabia crecía mientras mi corazón se quebraba en mil pedazos. Cuando no pude más, dejé que la rabia me controlara y arremetí contra ellos. Quería matarlos por lo que me habían hecho. Pero primero quería que sufrieran. La mataría a ella, para que él se diera cuenta del error que había cometido. Y después lo mataría a él. ¡Qué tonta había sido! La ira era tan grande que pensaba que podía matarlo.

»Cuando los ataqué se sorprendieron, y aquello me regocijó, porque Poseidón no me había detectado. Envolví a la sirena con unas burbujas bien espesas e hice que unas cuantas le entraran por la boca. Quería ahogarla y que sintiera mucho dolor. Deseaba que no se sintiera segura en su propio medio.

»Él me detuvo. Me ató entre sus brazos, y aquello calmó cualquier ira que yo pudiera sentir. La sirena pudo liberarse, pero se quedó ahí, observando cómo lloraba y cómo su amado me consolaba. La odiaba. Deseaba su muerte porque me lo había quitado.

»Aparecieron unas selkies y lanzaron un cántico mental. Me quitaron poder. Sentí cómo se iba desprendiendo de mí. Percibí un pequeño latido de corazón que provenía del interior de la sirena. Aparte del suyo, había otro más chiquito. Algo me debía de haber cambiado en el rostro, porque la expresión de la sirena era de completo terror. Luego miré a Poseidón, que apartó la mirada de la mía.

»En ese momento, sentí el poder del que me había hablado. Algo se me había encendido en el centro del alma, un fuego que me hacía arder todo el cuerpo e incrementaba mi fuerza.

»Me solté de sus brazos. Los rostros de las selkies estaban pálidos y cayeron desplomados al suelo. En un segundo estuve al lado de la sirena y con la mano le toqué el vientre y cerré los ojos. Vi la vida que se estaba gestando dentro de ella. Una pequeña sirena con gran poder. El poder de Poseidón.

—Yo —susurré—. Trataste de matarme.

Angie asintió.

—La sirena sería poderosa y, seguramente, sería reina —continuó—. Entonces actué. Cuando comencé a absorber tu vida y tu poder, una esfera de energía me golpeó la espalda y me envió lejos de tu madre. Cuando me sobrepuse, nadé hacia la sirena, pero Poseidón me detuvo.

—¡Es mía! —grité.

—¡Sobre mi cadáver!

—Entonces, así será.

»Comencé a absorber toda vida marina que se encontraba a nuestro alrededor. Los ojos de Poseidón estaban abiertos de par en par, aterrados por lo que yo estaba haciendo. Quise absorber la vida de la sirena y la de su hija, pero él las estaba protegiendo. Quise absorber su poder también, pero un campo de fuerza impenetrable lo protegía.

»Todo pasó en cuestión de segundos. Arremetí contra él a medida que seguía tomando la vida de los seres marinos, pero él me detuvo con el tridente que había materializado antes de que yo llegara a donde él se encontraba. Y con un rayo dorado que me dio de lleno en el pecho, me hizo volar hacia la superficie y salir del océano.

—Yo, Poseidón, dios del océano, ¡te destierro para siempre!

»Cuando volví a caer al océano, ya no tenía mi cola de sirena. En cambio, tenía dos piernas que no sabía utilizar. Traté de nadar, pero me hundía cada vez más. Sentí peor que nunca el poder de Poseidón cuando unas burbujas me envolvieron todo el cuerpo y me dejaron ciega. No podía respirar debajo del agua, pero las burbujas me daban algo de aire. Sin embargo, eso no fue suficiente y caí inconsciente.

»Me despertó el sonido de una ola que rompía. Y cuando sentí el agua fría, me enderecé y me arrastré hacia atrás. Estaba mareada y el sol me daba de pleno en el rostro. Cerré los ojos y traté de respirar. Vomité. Y caí rendida.

»Al despertar, noté que ya no estaba en la playa, sino en una habitación con paredes azules y una luz blanca que me molestaba. Cuando mis ojos se acostumbraron, me di cuenta de que estaba acostada en la cama de una clínica. No tenía idea de cómo había llegado ahí, ni quién me había llevado.

»Estuve internada dos días. Un médico me visitó varias veces y me hizo muchas preguntas a las que respondí con mentiras. No podía decirle la verdad, me encerrarían en un hospital psiquiátrico. Cuando salí, no sabía a dónde ir. Me entregaron ropa, ya que el hombre que me había rescatado me había encontrado desnuda. Caminé sin destino por todo el pueblo. No tenía dinero, solo la ropa que llevaba puesta, no podía volver a mi mundo porque había sido desterrada. Estaba completamente perdida.

»Pero el destino quiso que me topara con él. Era el bombero del pueblo, un hombre robusto, de barba abundante, pelo corto y blanco. Físicamente parecía una réplica de Poseidón. Nos chocamos porque iba distraída mirando el suelo y él había salido de un bar. Caí al suelo y él, amablemente y disculpándose, me ayudó a levantarme. Se llamaba Ramón.

»Los días pasaron y nos fuimos enamorando. Tuvimos a nuestro hermoso hijo, Martín, y vivimos muy felices. Hasta que un accidente de auto le quitó la vida. Quedé destrozada. Martín tenía apenas tres años y yo no podía dejar que la tristeza me embargara de nuevo. Tenía que ser fuerte por él.

»Seguí adelante. Lloré por mi marido, pero después me recompuse y seguí con mi vida.

—¿Cómo llegaste a ser hechicera?

—Por la maldición.

—¿Maldición? No entiendo...

—Ya sabes, nena. La verdadera razón por la que nos volvemos hechiceras es porque necesitamos llenar un vacío. Es parte de una maldición, el precio que tenemos que pagar por tener la posibilidad de encontrar a nuestras almas gemelas tan fácilmente.

—Nunca leí nada sobre eso en la biblioteca.

—Porque nadie quiere que se sepa que las sirenas están malditas.

—¿Y quién lanzó esa maldición?

—No se sabe—respondió Angie—. Fue a principios de los tiempos, pero ocurrió en una masacre. Es lo único que sé. —Respiró profundamente—. Una tarde, una hechicera llegó al pueblo y me topé con ella. Hablamos toda la noche y le expliqué lo que sentía, me animé a contarle de dónde provenía. Me inspiró confianza. Y así, me introdujo al mundo de la brujería.

Asentí y lancé un suspiro.

—¿Qué vamos a hacer con Poseidón?

—Lo único que podemos hacer. Está loco. Es capaz de matarte y eres su hija. Lo único que queda es matarlo.

—No sé si pueda...

—No te preocupes, querida. Yo te enseñaré.

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