MARINA
Martín se convirtió en mi sombra durante los días que le siguieron al accidente. Había conseguido reducir las horas de trabajo, gracias a un amigo que lo cubría, y estaba constantemente a mi lado. Y cuando él no podía, Angie lo reemplazaba.
—Mi amor —le dije—, no es necesario que estés todo el día junto a mí. Voy a estar bien. ¿Qué puede pasarme en casa?
Martín dejó el diario que leía y sonrió.
—La llamaste casa —señaló.
—Claro. Últimamente paso todo el tiempo aquí, ¿no? El lugar donde estaba quedó... Digo, ¿cómo termine mudándome?
—¿No te acuerdas? La noche en el muelle, te lo propuse y aceptaste.
—Ah, es cierto.
Durante toda la semana tuve que mentir para hacerle creer que no tenía ninguna secuela del golpe y que andaba con normalidad. No me había olvidado de que nadie recordaba a Julio. Y a la vez, tuve mucho para pensar y serenarme. Sabía que algo andaba mal en este pueblo y que había una hechicera suelta. O un hechicero, porque cabía la posibilidad de que mi acosador fuera uno. Lo que no entendía era qué ganaba con esto. Él no iba a poder usar mi poder para volver al agua, necesitaba un tritón.
—¿Cuál es el plan para hoy? —le pregunté.
Martín parecía incómodo. Podía ver que luchaba con la respuesta que tenía que darme, lo que representaría un alivio para mí porque tenía un plan en mente que quería poner en acción para descubrir qué había pasado en la Lucila.
—Nada. Solo nos quedaremos en casa.
—Ya estoy aburrida de estar encerrada. ¿No podemos ir a la playa?
—Otro día.
—Lo mismo dijiste ayer y ya es el otro día.
—Tienes que recuperarte, mi vida.
—Ya sé, pero...
—¡Basta! —gritó golpeando la mesa.
Me asusté ante su reacción. Por un momento fugaz, la expresión de Martín se tornó violenta y se le tensaron los músculos.
—Perdóname, amor.
—Está bien. —Me levanté—. Me voy a bañar.
Cuando terminé, bajé y miramos la televisión en silencio. Martín parecía relajado y arrepentido por su arrebato. Para almorzar, cocinó unas pastas. Miré el reloj y vi que pronto Martín partiría a su puesto de guardavidas.
El celular de Martín sonó. Al leer lo que le había llegado, frunció el entrecejo.
—Mi madre vendrá un poco más tarde hoy, Mari. Está atrapada con un cliente. ¿Podrías quedarte sola un rato? Me dice que si se llega a desocupar antes, viene corriendo.
Le dije que no había problema, que tenía sueño y que me iba a tirar a dormir una siesta. Me sonrió, me acompañó a la cama y se despidió con un beso. Una vez que oí la puerta cerrarse, tomé el teléfono.
—Deep Blue —dijo Carolina.
—Hola, Caro, ¿me acompañas al Hotel Embarque?
—¿No tendrías que estar descansando?
—Estoy cansada de estar en la cama. Entonces, ¿me acompañas?
—¿Qué opina Martín de esto?
—Me dijo que no tenía problema. No quiero perder más tiempo. Nos encontramos ahí en veinte minutos.
Me cambié, escribí una nota a Angie para avisarle que iba a salir a caminar y la pegué en la heladera. No quería que se alarmara y avisara a Martín.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Carolina.
—Necesito que me ayudes a encontrar restos de energía.
—¿Para qué?
La había llamado por una razón. Era mi amiga y la única en la que podía confiar. No confiaba en Lucía, por más buena que pareciera. Aquella tarde me dejó con muchas preguntas sobre quién o qué era en realidad. Y no podía contar con Angie, me creería loca y terminaría buscando alguna forma de alejarme de Martín. Caro me creería. O al menos, eso esperaba.
—Caro... yo no soy quien digo ser. No soy... de aquí. Vengo de otro lado.
—¿Ah, sí? ¿De dónde?
Miré hacia el mar.
—¿De dónde? —preguntó.
—De la Atlántida.
Carolina estalló en carcajadas.
—¡En serio, Mari! ¡Deja de bromear!
—No te estoy haciendo ningún chiste. Es la verdad. Soy una sirena.
—Si, claro... cómo no...
—Después de trabajar tantos años con Lucía, ¿por qué te resulta difícil de creer?
—Es que no puedes ser una sirena. No existen...
—¿Estás tan segura de eso?
—Sí... Es decir... son un mito...
Dudaba, pero aun así no lograba creerme. Tenía que mostrárselo de alguna forma, pero, ¿cómo? No podía ir al mar, e ir al oasis tomaría tiempo que no tenía. Solo había una posibilidad, remota, pero que esperaba que funcionara.
Me acerque, le tomé una mano y con la otra le acaricié el brazo. Cerré los ojos y traté de dar con aquel extraño poder. Increíblemente, me conecté al universo con rapidez y pedí fuerzas para mostrarle la verdad a Caro.
Unas sucesiones de imágenes invadieron nuestras mentes. Le mostré mi historia, desde mi nacimiento hasta el día en que había llegado al pueblo, mi misión y todo lo que había pasado hasta el presente. También le confesé mis sentimientos hacia Mateo.
Caro me soltó la mano abruptamente y dio un paso hacia atrás. No estaba asustada, sino aturdida. Movió la cabeza y luego observó sus manos.
—Entonces, es verdad... Eres una sirena... y viniste a buscar a tu alma gemela.
—Y la encontré.
—¿Estás segura? A mí me parece que no.
—¿A qué te refieres?
Pero los ojos de Caro se fijaron en algo que estaba detrás de mí. Me di vuelta pero no vi nada más que plantas. Caro se acercó a un sector donde estaba removida la tierra, justo frente al Hotel Embarque. Se agachó y comenzó a cavar un pozo.
—¿Qué es esto? —dijo sosteniendo una bolsita negra.
—No sé. ¿Cómo supiste qué estaba ahí?
—No tengo idea. Me dejé llevar por algo que intuí. De un momento a otro me sentí atraída hacia este lugar. Hay algo raro en esta bolsita, la energía negativa que desprende es impresionante. Me marea un poco. Se la podríamos llevar a Lucía.
—¡No! Quiero decir... prefiero examinarla primero.
—¿Segura? No sabemos lo que puede llegar a ser.
—Sí, dámelo.
—Espera.
Caro sacó un pañuelo de seda del bolsillo.
—Mejor envuélvelo en esto. Hasta que sepas qué es.
—Tú no lo has hecho.
—No sé en qué estaba pensando.
Tomé el pañuelo y le hice un nudo.
—Hasta que no sepa qué es —le dije—por favor, prométeme que no le vas a contar a Lucía.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que está pasando entre ustedes dos?
—Prométemelo.
—Pero...
—Por favor, Caro.
Suspiró, pero terminó aceptando.
—Te lo prometo.
—Gracias.
Me despedí y salí corriendo hacia casa. Seguramente, Angie ya se encontraría allí y yo esperaba que no hubiera llamado a Martín. Pero cuando pasé por su local, la vi en la ventana, mirándome fijamente.
—Pensé que estarías en casa —le dije al entrar al local.
—¿Qué estabas haciendo con Carolina?
La notaba nerviosa, jugaba con una cadenita de oro que llevaba puesta.
—Nada. Hablábamos.
Angie me miró las manos.
—¿Qué tienes ahí?
—¿Esto? —dije acercando el pañuelo a mí.
De pronto, me sentí mareada. Una oleada de energía negativa me dio en el rostro como una cachetada. El pañuelo se me cayó al suelo, se abrió y vio la bolsita negra.
—Foramen Oblivionem —susurró Angie.
—¿Qué?¿Qué significa?
—Agujero del olvido.
—Conozco ese hechizo —dije.
Mi madre me había contado sobre las sirenas que lo utilizaban cuando algún humano las descubría, ya fuera en el mar o sentada en alguna roca. Pero el hechizo consistía en una música entonada con nuestras voces. Yo nunca lo había aprendido, ya que solo las sirenas de gran poder eran capaces de entonarla. Las hechiceras también podían, pero precisaban hierbas y una magia muy poderosa.
Me agaché, tomé la bolsita con el pañuelo y me acerqué a Angie.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque yo, hija, soy una hechicera.
—Quiero ayudarte.
Angie se acercó el único paso que nos mantenía apartadas.
—No te acerques —le advertí.
—Por favor, Marina, escúchame.
—No quiero. Mantente alejada de mí.
—No entiendes. Déjame...
—¡Cállate! Por favor...
Todo el tiempo pensé que era mi amiga, pero simplemente estaba creando una conexión entre nosotras dos. Me usó. Me quería para poder volver al océano.
Lentamente, y sin dejar de mirarla, caminé hacia la puerta. Si cortaba el contacto visual, ella podría lanzar un hechizo y atraparme. Debía estar preparada.
—Marina. No estoy acá para lastimarte. Siempre quise ayudarte. Todavía quiero.
—¿Ayudarme para qué? Conozco a las de tu clase.
—¿En serio? ¿Realmente piensas que nos conoces? Yo no soy una hechicera malvada. Me conoces, yo...
—¡Basta de mentir! —Estaba a un metro de la puerta, tan cerca de la libertad—. Todo lo que salga de tu boca serán puras mentiras. Sé cómo son las hechiceras, realmente.
—¿En serio? Entonces, ¿por qué te llevas tan bien con Lucía?
No respondí. Me quedé sorprendida frente a su pregunta.
—Sí. Tu querida "amiga Lucía". La dueña de Deep Blue.
—Estas mintiendo de nuevo. No te creo.
Ahora todo tenía sentido. La luz blanca la había generado Lucía. El conocimiento que poseía sobre la energía. Ella también la manejaba a su antojo.
—Ella es mi amiga. Nunca me mentiría. Además, si fuera una hechicera, lo hubiera percibido.
—Algo que seguramente no sabes es que las hechiceras tenemos formas de escondernos de las sirenas. Al contrario de ustedes. Al no tener la magia del mar, no pueden ocultar su tipo de energía.
—Lucía es una mujer bondadosa. Siempre me ha dicho la verdad.
—Estoy segura de que así fue. Pero te ha ocultado muchas cosas. Puedes irte cuando quieras. No voy a retenerte. Pero ten esto en mente: estoy aquí para ayudarte.
Salí de la tienda y comencé a correr hacia Deep Blue.
Entré como una tormenta y azoté la puerta. Por suerte, el vidrio no se quebró, pero sí asusté a Carolina, que se encontraba detrás del mostrador.
—¿Qué pasa, Marina?
—¿Dónde está Lucía? —No tenía tiempo para perder—. ¿Salió o está aquí?
—Está atrás, ordenando unos productos que llegaron hoy.
—¡Lucía!
Dos mujeres que estaban mirando unos collares con piedras preciosas se dieron vuelta y nos miraron.
—Por favor, Marina —dijo Caro susurrando— compórtate. Hay clientes.
—No me importa. ¡Lucía!
Lucía apareció y se acercó a mí con una expresión tranquila y movimientos serenos.
—¿Qué pasa, Mari?
Iba a preguntárselo en ese momento, pero había personas en el local. Si bien estaba loca de rabia, tampoco quería explotar ahí mismo.
—¿Podemos hablar en privado?
—Sí.
Nos sentamos en los almohadones.
—Sé de qué vienes a hablarme.
—Entonces es verdad...
El mundo se me estaba cayendo a pedazos. Lucía era una hechicera también.
—¿Por qué...
—...te lo oculté? Porqué vi tu miedo hacia las hechiceras. Tu conocimiento sobre nosotras nos hacía enemigas. —Se tomó un segundo para tomar aire antes de continuar—. Las hechiceras somos sirenas que nunca encontramos o que perdimos a nuestras almas gemelas. Una maldición nos hace sentir vacías, y por eso recurrimos a la magia, para tapar ese vacío. Eso, instantáneamente, nos convierte en resentidas de la vida. Las sirenas piensan que al no haber obtenido nuestro amor, empezaremos a odiar al mundo y nos convertiremos en seres maléficos, en búsqueda no solo del poder terrenal, sino del marino también. Pero no es así. Sí, la historia no nos hace ver bien. Muy pocas hechiceras terminan del lado de la luz. Pero esas pocas, hacen un increíble trabajo para el universo.
—¿Cómo puedo saber que estás diciendo la verdad?
—Solo escucha a tu corazón —dijo tocándose el lado izquierdo del pecho.
—Estoy demasiado... confundida como para escuchar a mi interior. No sé qué pensar. ¡Me mentiste, Lucía!
—Eso no es cierto. Solo te oculté esta verdad.
—Eso no implica que esté bien.
—Lo sé. Pero, Mari, no busco volver al océano. Amo mi vida acá, en este hermoso pueblo, con sus maravillosas personas.
—No sé si creerte.
—Entiendo.
—Necesito pensar.
Me puse de pie y miré la ventana.
—Ayer... ese ente oscuro, lo espantaste, ¿no es cierto?
Lucía asintió con cuidado, midiendo sus movimientos, porque sentía mi bronca como una bomba que podía explotar en cualquier momento. Se me formaron lágrimas en los ojos por la decepción y angustia. Quería decirle de todo, porque me había tratado como a una estúpida. Al igual que Angie, ambas me habían ocultado la verdad y, cada vez que hablaban conmigo, seguramente se reían por dentro de cómo yo no podía identificarlas y cómo ocultaban su verdadero ser frente a mí.
Tenía que salir de ahí antes de explotar, pero quería saber algo más.
—Lo que me enseñaste, toda esa meditación, alcanzar la energía, la vibración correcta... ¿eso también era magia?
—Sí, pero...
Levanté el brazo. Ya no podía sostener las lágrimas.
—Basta... —Me temblaba la voz—. ¿Cómo pudiste?
Me temblaba el cuerpo. La angustia y la rabia se mezclaban dentro de mi corazón. Antes de hacer algo de lo que me pudiera llegar a arrepentir, salí de la tienda con tanta velocidad y tan cegada por la furia que me choqué con Carolina. El impacto fue tan fuerte que la hizo caer al suelo. Pero yo me mantuve en pie y no me disculpé, ni siquiera la miré a los ojos.
—¿Qué pasó, Mari?
—No es de tu incumbencia.
—Sí lo es cuando veo en el estado en que te encuentras.
—¿Cuánto escuchaste?
—Nada. Hablaban muy bajo. Pero no me interesaba ya que habían pedido hablar en privado.
—¡¿Cuánto escuchaste?!
Tampoco podía creer en Carolina. Seguramente era una aliada de la hechicera. O tal vez ella era otra hechicera camuflada con un escudo. Ahora todo cuadraba. Ella había puesto la bolsita frente a la posada. Ella había hecho el hechizo del olvido y había borrado la existencia de Julio de la mente de las personas del pueblo.
—Hechicera —dije susurrando, formando puños.
—¿Perdón?
Comencé a reír por lo bajo. No podía creer tanta hipocresía.
—Sí, me escuchaste: ¡hechicera! Seguramente estas aliada con Lucía, ¿no?
—No entiendo a qué te refieres.
—¡Deja de mentir, Carolina! ¡Por el amor de Dios! ¡¿Dónde está Julio?!
—Ella no es ninguna hechicera, Marina —dijo Lucía con voz firme.
—No creo ninguna palabra de lo que dicen ustedes dos. —Miré fijamente a los ojos de Carolina y le lancé una mirada cargada de furia y la voz me salió más firme que nunca—. De ahora en más, tú y yo no somos más amigas.
—¿Qué pasó, Lucia? No entiendo. Mari...
Esto era demasiado. Tenía que salir de ahí.
—No se atrevan a acercarse de nuevo, ¿me entendieron? ¡Ni lo intenten!
Salí corriendo. Al cruzar la calle, me encontré con Mateo.
—Ey, ¿dónde está el incendio? —preguntó con voz burlona y sosteniéndome en sus brazos.
—Déjame, por favor.
Al ver mis lágrimas, su expresión se oscureció.
—¿Qué pasa, Marina? ¿Por qué estás así?
—No lo entenderías.
—Inténtalo...
Me puso el dedo índice en la barbilla y me hizo levantar la cabeza y enfrentar su mirada profunda.
—¿Qué te ocurre, Marina?
—Yo...
Y de repente vi un brillo extraño en sus ojos. Se le dilataron las pupilas y movía los ojos de un lado a otro. No podía creer lo que pasaba. Me estaba leyendo el alma. De pronto, me sentí desnuda ante él, y percibí cómo mi alma se abría ante Mateo.
Las pupilas cambiaron de color. Una puerta circular se estaba abriendo ante mí. Estaba a punto de ver su alma, la historia desde el día que había nacido, a punto de conocer al verdadero Mateo.
Pero pasó algo que hizo que la puerta se cerrara. Sus ojos volvieron a la normalidad. Mi corazón dejó de latir fuertemente. Me sentí tan débil que estuve a punto de caerme al suelo, cuando Mateo me sostuvo.
—¡Marina!
Me sentía tan bien en sus brazos, tan protegida. Levanté la mirada y nuestros ojos se encontraron y se conectaron. La fuerza volvió a mí.
—¡Guau! Eso fue... —dijo. Podía ver la confusión pintada en su rostro.
Me puse de pie.
—¿Qué fue eso?
—¿Cómo puede ser posible? —susurré—. Lo siento mucho, Mateo. Pero no puedo explicar nada ahora. Ni siquiera sé cuál es la verdad.
Crucé la calle corriendo y decidí ir hacia mi refugio privado: el oasis.
Al llegar, no me quité el vestido. Salté y caí al agua. Necesitaba sentir la frescura del oasis, el agua salada proveniente del mar. Necesitaba renovarme.
La transformación fue inmediata. Mis piernas se unieron y las cubrieron unas escamas color azul marino, un cinturón de escamas celestes me rodeó la cintura pero no podía verse porque lo tapaba el vestido, y una aleta apareció en el lugar de mis pies.
Nadé con fuerza hacia lo profundo, a medida que un dolor fuerte nacía en el centro de mi pecho y crecía en intensidad. Era una tristeza tan fuerte que jamás había experimentado. Di un chillido lleno de angustia, cerré los ojos y me dejé envolver por la frescura del agua y la cercanía de mi hogar.
De pronto, la velocidad de mi nado descendió y sentí cómo las escamas desaparecían y mis dos piernas se movían. Desesperada, comencé a nadar hacia arriba. No podía respirar. ¿Cómo era posible? ¿Qué me sucedía?
Pensaba que me desmayaría por la falta de oxígeno pero logré llegar a la superficie. Unas manos me tomaron del cuello y me levantaron.
—Finalmente, eres mía —afirmó con una inolvidable voz áspera.
—No...
Traté de soltarme, pero él era muy fuerte. Me lanzó hacia el aire. Me estrellé contra el tronco de un árbol tan duro que me quitó el poco aire que había tomado. Cuando me pude levantar, vi a mi acosador.
—Por fin voy a poder cobrar mi venganza. Tendría que haberte matado aquella noche. Estabas tan indefensa, la magia que había utilizado te había atado y dejado inmóvil. Pero esperé mucho y utilizaste tu poder interior. Aquel poder que, por lo que vi, estás desperdiciando al no usarlo. ¡Y es mío! ¡Ese poder me corresponde a mí!
—¿Quién eres? —Tenía que ganar tiempo para recuperarme.
—¿No reconoces a una deidad que en sus tiempos fue poderosa y magnánima?
Negué con un movimiento de la cabeza. El hombre gritó de indignación y se acercó tres pasos hacia mí. Atiné a moverme pero él chistó con la lengua.
—No te atrevas —me advirtió—. ¿Tu madre... nunca te contó sobre mí?
—¿Qué...?
La voz se me desvaneció en el aire. El hombre se rio sonoramente.
—Mírame bien a los ojos y sabrás quién soy.
Podía ser una trampa.
—Prometo que no voy a hacerte daño. No por ahora, al menos.
Tendría que haber escapado, correr, esconderme. Sin embargo, no lo hice. Todo un mundo nuevo se me estaba revelando. Tenía que saber a quién me estaba enfrentando, quién era este extraño; si decía la verdad. Tenía que saber dónde estaba, si quería luchar.
Respiré profundamente. Me armé de valor y avancé hacia el hombre, que no dejaba de esbozar una perversa sonrisa. Tenía el rostro plagado de cansancio y odio. Aquellas sensaciones le estaban demacrando el cuerpo. Podía verlo directamente. A medida que se acercaba, noté el temblor de su cuerpo y un tic nervioso que tenía en la mano derecha que hacía que se rascara el dedo pulgar con la uña del dedo índice.
Me había colocado frente a él y me dispuse a mirarlo a los ojos. Me sorprendí de lo que vi: el color de sus ojos variaba. Iba de un azul profundo a un celeste claro, para finalizar con un verde oscuro. Aquel cambio de color pasaba inadvertido para un ser humano, pero no para seres sobrenaturales. Aunque no estaba segura de si todavía pertenecía a la categoría de criatura marina. Me animé y me adentré un poco más en la profundidad de sus ojos. Me relataban una historia. Su alma se abría ante mí. Me mostraban la historia tal como sucedió. Era un ser poderoso, poseedor de un gran cuerpo con músculos enormes y marcados. Su presencia era atemorizante Y a cada lugar que iba, imponía su poder. Todo ser marítimo se inclinaba ante él.
Vi todas las batallas de las que fue partícipe, cómo defendía su mundo, cómo estaba dispuesto a dar su vida para mantener a salvo a las criaturas del océano. En el pasado, había enfrentado grandes monstruos que amenazaban con destruir todo lo que conocía. Pero no estaba solo. A su lado, había guerreros que eran fieles a él. Amigos, todos juntos por una misma causa. Podía ver cómo el mar se violentaba por donde pasaba. Cómo su poder, magnífico y espectacular, agitaba algo tan inmenso como el océano. Nunca había presenciado tal magnitud de poder.
Seguí el recorrido por el alma del hombre y vi que había existido un gran amor en su vida. Una mujer de una belleza impresionante, según cómo la veía él. Jamás la había olvidado. Hasta el día de hoy, su odio hacia ella, a veces se transforma en amor. La amó con toda su alma. Estaba dispuesto a dejar todo para vivir una vida tranquila y en paz junto a ella. Estuvieron a punto de dejar la vida en la Atlántida, hasta que ella lo traicionó.
Un día él se despertó, rodeado de diferentes selkies. Estaba débil y le habían arrebatado el tridente de poder. Lo tenía uno de los seres y lo apuntó hacia él. Luchó con todas sus fuerzas, pero los seres eran demasiados. Y a medida que luchaba, escuchaba un cántico dentro de su mente, que lo agotaba, lo hacía torpe. Las selkies aprovecharon la ventaja y lo llevaron fuera del mar. En el centro del pueblo dieron su golpe de gracia. El hombre había quedado tendido en el centro del pueblo, sin fuerzas para levantarse. Podía observar cómo su gran cuerpo se iba empequeñeciendo, hasta parecer el de un mortal; cómo su melena canosa iba cayendo, dejándolo completamente calvo; cómo se le pronunciaban los huesos del rostro y su esplendor iba desapareciendo.
Cuando el cántico cesó, él ya no era más que un mero ser humano.
El hombre me dio un empujón.
—Ya es suficiente.
No sabía qué decir. No tenía palabras para expresar lo que sentía en ese momento. Estaba frente a...
—¿Poseidón?
—Exactamente —dijo entre risas.
—Pero... ¿por qué? ¿Por qué quieres matarme?
El hombre posó la mirada en el oasis.
—Tu madre me traicionó. Solo quería mi poder... —Me recorrió el cuerpo, señalándome con un dedo —para crearte. No solo tienes la herencia de la línea poderosa de tu madre. Sino también la mía.
Me quedé congelada. Mi acosador, la persona que me quería ver muerta... ¿era mi padre? Poseidón reía. Lentamente iba acercándose a mí. Tenía que hacer algo, pero no sabía qué. Tenía que escapar.
Comencé a correr alrededor del oasis, pero él fue más rápido, me agarró de la muñeca y tiró. Aquello me dolió y me obligó a caer de rodillas. Poseidón me observaba desde arriba. El brillo de sus ojos destilaba maldad. ¿Cómo podía ser que un ser tan poderoso y benévolo en su época, ahora era un reflejo de la pura maldad? Algo había pasado en él. El exilio no podía haberle provocado tanto daño.
—Es hora de cobrar mi venganza.
—Pero... soy tu hija. ¿Cómo puedes...?
—¿Matarte? Obsérvame.
Poseidón me levantó tirándome del brazo para luego lanzarme al oasis. El agua estaba helada. Algo había cambiado en su temperatura. No podía moverme debido a que el frío se me clavaba en el cuerpo como agujas. Tampoco podía respirar, y la oscuridad me estaba envolviendo. Miré hacia arriba y pude ver la figura borrosa de mi agresor.
En la superficie, el agua comenzó a estremecerse y no me dejaba ver hacia fuera. Aquello me desesperó. Estaba encerrada en una cárcel acuática y, en cuestión de minutos, iba a morir.
Grité, pero de mi boca solo salieron burbujas y me entró agua salada que me hizo ahogar aún más.
De pronto, el agua se calmó y, lo que fuera que me estaba tirando hacia abajo, me soltó. Pero yo ya no tenía fuerzas para nadar. Ni siquiera sentía el frío del agua. Mi vista se estaba oscureciendo a medida que me hundía.
El agua se estremeció una vez más, cuando vi una figura humana zambullirse y nadar hacia mí. Quise alejarme nadando. Mi cerebro dio la orden, pero estaba exhausta y mi cuerpo no respondía. Poseidón estaba a punto de alcanzarme para dar su golpe final.
Sentí un brazo cálido que me rodeó la cintura y me llevó a la superficie. Al llegar, el aire me golpeó el rostro y tomé una bocanada de aire tan grande que hizo que me dolieran los pulmones.
Desesperada, nadé hasta la orilla. Temblaba del miedo y miraba aterrada a mi alrededor, buscando a Poseidón.
—Shhh, estás bien. No te asustes, ya no se encuentra aquí.
—¿Dónde... fu... fue? —pregunté de la mejor manera que pude, porque me tiritaban los dientes.
—No sé —me respondió Mateo mientras me abrazaba y me daba calor con el cuerpo.
Poseidón todavía estaba por ahí, acechándome para asesinarme. Nunca me sentí tan indefensa y sola. Había perdido la cola de sirena y estuve cerca de la muerte.
—Marina...
—¿Sí?
Miré esos hermosos ojos de color azul.
—¿Quién eres?
No podía ocultarlo más. Era tiempo de contar la verdad.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro