MARINA
"Ayuda..."
—¿Cómo? —pregunté.
"Por favor... ayúdenme"
—¿Qué pasa, Mari? —preguntó Mateo. Me aparté de él y miré hacia el mar. El mensaje había provenido de allí. O no... tal vez estaba transportando un mensaje.
—¿Oíste eso? —le pregunté.
"No puedo... respirar"
No podía distinguir la voz, pero esa persona estaba sufriendo. Oí unos latidos débiles, no le quedaba mucho tiempo de vida.
—¿No lo...?
Pero me detuve. Mateo no lo oía porque era humano.
"Auxilio..."
"No vas a salir de esta, viejo..."
Le reconocí la voz al instante.
"¿Dónde está, eh? ¿Dónde está la sirena?"
Corrí lo más rápido posible hacia la posada.
—¡Marina! ¡¿A dónde vas?!
No tenía tiempo para explicar. Julio estaba asesinando mi acosador.
Cuando llegué, la posada estaba a oscuras; los vidrios de las lámparas, quebrados; y las plantas, quemadas. Entré sigilosamente. Percibí la magia de la sirena que me estaba guiando hacia la puerta detrás de la escalera. Caminé con lentitud y traté de oír algo, pero reinaba el silencio. Llegué a la puerta y la abrí. Me encontré con un pasillo a oscuras. Al entrar, la puerta se cerró detrás de mí y me quedé en plena oscuridad. Oí que se me agitaba la respiración, que el corazón aumentaba el número de latidos. Me quedé dura en el lugar, pero tenía que seguir avanzando y rescatar a Julio.
Fui dando pasos chicos, arrastrando los pies y moviendo los brazos para no llevarme ninguna sorpresa. Oí una risa femenina a mis espaldas y me di vuelta, pero no sentí a nadie. Una ráfaga fría me golpeó por delante y luego por detrás, y me arrojó al suelo. Nuevamente oí la risa. Pero, esta vez, estaba mezclada con una masculina.
"Por favor... mi amor... ayúdame"
Julio. ¡Tenía que encontrarlo!
—Hermana, por favor... ayúdame a encontrarlo. No puedo demorarme ni un minuto más. Necesito algún tipo de señal, un camino que me lleve hacia él.
El pasillo tembló y oí el crujir de las baldosas pero no vi ningún camino. Estaba decepcionada y desesperada. ¿Cómo iba a encontrar a Julio si no veía nada?
"Escucha tu interior..."
Nunca había escuchado su voz, pero el color de la bondad, el amor en esas palabras, sabía quién me había hablado.
Cerré los ojos y traté de conectarme con el universo y con mi magia, no la que había perdido al salir del mar, sino la otra, esa fuerza extraña que no sabía de dónde provenía, pero la tenía.
Hice lo que Lucía me había enseñado. Fui hacia la isla donde me encontraba tranquila y segura, y luego miré hacia el cielo y vi el espacio poblado de estrellas, planetas y galaxias. Me elevé y dejé que la energía me envolviera y pedí ayuda, un camino, algo que me llevara hacia Julio. Comencé a sentirme más segura de mí misma, poderosa, con la mente más clara. Y el universo habló.
Abrí los ojos. La oscuridad era menor, había un tenue brillo en las paredes y en el suelo que me dejaba ver. Al costado, había tres puertas. La del medio brillaba con más fuerza. Corrí y la abrí.
Un hombre alto, delgado y pelado estaba de espaldas a mí. Tenía un cuchillo en la mano y el brazo extendido hacia arriba. En la otra mano sostenía el cuello de Julio. El suelo alrededor de ellos estaba cubierto de sangre. El hombre soltó a Julio y se dio vuelta. La sonrisa era malévola, perturbadora; los ojos estaban desorbitados, parte del rostro y dientes estaban manchados de sangre.
—Hola, linda...
La voz me recorrió el cuerpo. Ya la había oído pero esta vez tenía un rostro, y era aterrador. Lentamente, se fue acercando hacia mí. Sabía que tenía que moverme, hacer algo, pero estaba paralizada.
—Deja a Julio en paz...
—Pero lo acabo de hacer. Ya terminé mi trabajo...
Arrastraba cada palabra que salía de su horrenda boca. El hedor que escupía me mareó.
—No te atrevas a dar un paso más.
Mi voz no sonaba segura pero tenía que distraerlo hasta que se me ocurriera qué hacer. El hombre se detuvo. Miré hacia atrás y vi que Julio seguía vivo pero su vida pendía de un hilo.
—¿Qué me vas a hacer? —. Me miró de arriba abajo—. Eres tan linda, tendría que haberte aprovechado cuando pude. Pero una vez que acabe con lo que vine a hacer, serás completamente mía.
—Jamás.
Estaba temblando. Sentía cómo mi conexión con el universo se estaba desvaneciendo, estaba perdiendo fuerzas.
—¿Me tienes miedo? —sonrió.
—No...
El hombre volvió a caminar y yo empecé a dar pasos hacia atrás.
"Ten fe. Eres más fuerte que él".
Pensé en la vida de Julio, en su próxima muerte y encontré la fuerza necesaria. De pronto sentí algo encenderse dentro de mí, una fuerza que había sentido la primera noche en el pueblo. Extendí las manos hacia delante y descargué contra el hombre, pero terminé haciendo explotar un jarrón detrás de Julio. Sin embargo, logré sorprenderlo y aproveché el momento para correr y empujarlo. Volamos arriba de Julio y caímos en el suelo. Sentí el cuerpo huesudo de mi acosador y me dio asco, pero no dejé que me desconcentrara.
El hombre logró darse vuelta y ponerme contra el piso. Disfrutaba tenerme en su poder. Eso hizo que me enojara aún más. No sé cómo lo hice, pero solté una ola de energía hacia él y lo estrellé contra el techo. Me corrí antes de que cayera al suelo, pero mi ola expansiva no solo le había pegado a él, sino también a Julio.
—¡Julio!
Corrí hacia él, pero el hombre me tomó del pelo y me lanzó hacia la pared. Me quedé sin aire y caí de rodillas. Oí la risa acercándose. Traté de tirar otra ola de energía, pero estaba abatida.
El hombre se detuvo a escasos centímetros de mí y se dio vuelta. Miró a Julio y caminó hacia él.
—No... —susurré.
El hombre llegó a Julio, lo tomó del cuello y lo levantó. Julio gimió de dolor cuando el malvado hombre le apretó el cuello con fuerza. Mi acosador me miró y esbozó de nuevo esa sonrisa perturbadora, y después le clavó el cuchillo en el estómago.
—¡¡¡NO!!!
La posada comenzó a temblar violentamente. Los cuadros se cayeron, las cerámicas se quebraron, dando paso a la tierra; las paredes y el techo empezaron a resquebrajarse y cayó un abundante polvo, que me dificultaba la visión.
El hombre soltó a Julio y salió de la habitación. Corrí hacia Julio y lo senté.
—Por favor, no te mueras, no te mueras...
—Ve —dijo Julio. La voz era débil, le costaba hablar—. Ella me está cuidando... ve... y... ah... agárralo... no... no lo dejes... escapar...
—No te puedo dejar aquí...
—Mi vida... ya no... ya no importa... es la tuya la que... la que... tienes que... cuidar...
—¡No digas eso! Todo va a estar bien, te lo prometo.
Julio sonrió y abrió los ojos.
—Finalmente, lo veo... desde el primer momento en que... te vi me... me pareciste... especial. Y ahora veo... por qué...
Las lágrimas comenzaron a caer sobre la camisa de Julio. La angustia estaba mezclada con la bronca; por la injusticia, por la vida inocente que la muerte se estaba por llevar.
—Ve... no lo dejes... escapar... yo voy a... estar bien... ella... me está cuidando...
No quería dejarlo solo pero no tenía otro remedio. Me sequé las lágrimas y lo acosté con cuidado. Me levanté y miré hacia arriba.
—Por favor, cuídalo...
Salí de la habitación y corrí hacia el hall principal. Oí un grito y unos pasos en la escalera. Cuando llegué, vi a mi acosador desconcertado y asustado. La posada entera temblaba, la escalera crujía y tenía miedo de que todo el lugar se viniera abajo. Subí las escaleras y salté hacia el hombre y lo derribé. Rodamos hasta la baranda y con un movimiento rápido, el hombre dejó mitad de mi cuerpo colgado.
—No tengo miedo de hacerlo. No me importa lo que me haga, pero te mataré si es necesario —dijo.
Intenté luchar, pero él era demasiado fuerte. Una figura se formó detrás de él, una mujer que estaba furiosa. Tomó al hombre y lo arrojó por las escaleras.
—¡Rápido! ¡No dispones de mucho más tiempo! Ella está llegando...
Bajé y llegué a su lado cuando se golpeaba contra el suelo. Lo levanté y lo arrojé hacia las puertas de la posada. Miré hacia arriba y la mujer se había desvanecido. Corrí hacia la puerta, lo agarré de la camisa y volví a lanzarlo hacia una pared. El impacto fue fuerte, ya que oí su espalda crujir.
La escalera cedió. El hombre se levantó y volvió la cabeza hacia atrás. La expresión del rostro reflejaba sorpresa y miedo. Soltó el cuchillo y echó a correr hacia el pasillo, pero estaba bloqueado.
—¡No te escapes, cobarde!
El techo comenzó a ceder. El hombre se dio vuelta, cerró los ojos y dio un fuerte grito. Luego extendió los brazos hacia delante y una ola expansiva me chocó y me lanzó contra la puerta. Los vidrios de las ventanas estallaron, el mostrador explotó y las paredes comenzaron a caer.
Otra figura apareció detrás del hombre, envuelta en sombras. Era una mujer bajita. Tomó la mano del hombre y en segundos los cubrieron unas lenguas de sombras y desaparecieron.
Me levanté y corrí hacia el lugar, cuando las puertas de la posada se abrieron y una fuerza invisible me arrojó hacia fuera y caí en la avenida. La posada Poseidón empezó a ceder.
Varias personas comenzaron a acercarse. Me levanté y sentí un abrazo.
—¿Estás bien?
Giré la cabeza y vi a Mateo, preocupado. Me deshice de su abrazo, pero me arrepentí al instante. Giré hacia la posada y vi las ruinas de lo que había sido mi primer hogar en la tierra. Me quebré y caí al suelo llorando. Mateo se arrodilló y me abrazó. Esta vez no me aparté.
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