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MARINA

Me hallaba atrapada en una telaraña de pasión de la cual no conseguía salir. Como una abeja se alimenta del polen, yo necesitaba alimentarme de sus besos y caricias. Me sentía tan extasiada que no quería pensar ni dejar de sentir su fuerza y su virilidad sobre mí.

Pero debía hacerlo. No podía dejar que tuviera todo ese control. Si bien había venido a buscarlo, tenía que poner límites y hacerme valer por mí misma. Una nueva caricia en la mejilla me hizo caer de nuevo. Me extasiaba el contacto de nuestros cuerpos, sus músculos tensionarse al hacer fuerza, la temperatura ardiente que generaba nuestros cuerpos al fundirse en uno solo.

—¿Estás segura de esto? —susurró a mi oído—. No tenemos que hacer nada si no te sientes lista.

Dudé por un segundo. Aún no estaba preparada, pero era el amor de mi vida. Si no era con él, ¿con quién lo iba a hacer?

Martín captó mi duda y se apartó.

—Perdón —dije.

—No, está bien, lo entiendo.

—Quiero, pero...

—Ey, ey. — Me tomó el mentón con los dedos y me miró. Me regaló una mirada tan tierna, llena de comprensión y amor—. No tenemos que hacerlo si no quieres. Tu primera vez conmigo tiene que ser especial. Estoy preparado, pero también quiero que tú lo estés.

Sonreí. Martín era un sol. Me sentía increíblemente afortunada de haberlo encontrado. Ya hacía un mes de nuestro encuentro y él nunca me había obligado a hacer nada que yo no quisiera.

—Gracias.

Le di un beso, y nuevamente nos perdimos debajo de las sábanas.

Caminamos tomados de la mano, callados, y observando el mar romper. Martín me tomaba con fuerza de la mano y me hacía sentir segura.

—¡Marina!

El grito me sacó del trance en el que me encontraba. Era Nixie, mi mejor una amiga. Corrió hacia mí y me dio un gran abrazo.

—Hace mucho que no te vemos. ¡Te extrañamos!

—Nixie. —Yo sonreía tratando de ocultar los nervios. Eventualmente, Martín iba a conocer mi pasado, pero no hasta que nuestras almas se abrieran y revelaran nuestras verdades más profundas—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Solo vine de visita. Tenía ganas de extender las piernas.

Martín carraspeó. Nixie se dio vuelta y lo vio.

—Ah, ¿así que este es el afortunado? —Le tocó un brazo—. Y veo que es bien fuerte.

La aparté de Martín al sentir un disparo de celos. Nixie se caracterizaba por ser una total seductora.

—Ella es Nixie, una amiga de la infancia, amor.

—Gusto en conocerte —dijo Martín.

Nixie me tomó del brazo y me acercó a ella.

—Qué hermosa voz tiene. ¡Es tan lindo! Escúchame, ¿ya...?

Arqueó las cejas, frunció los labios y me disparó una mirada inquisitiva. Fue cuando entendí lo que ella quería saber.

—¡No! —reí.

—¿Y qué estás esperando?

—El... el momento correcto.

—¿Hace cuánto tiempo están saliendo?

—Más o menos un mes...

—¡Bueno! Es hora, ¿no? Yo no me hubiera aguantado tanto tiempo.

—No estoy preparada todavía.

—¡Prepárate, entonces! Esa postura, esos ojos, la seguridad y firmeza que muestra al hablar. ¡Ay, amiga, no sé cómo te estás aguantando!

Volví a reír porque tenía razón. Sin embargo, había algo que me molestaba. No sabía qué, pero sentía como un pequeño agujero, un vacío que me incomodaba y no me permitía seguir más adelante. Aunque tendría que obligarme y hacer caso omiso a esa molestia si quería que él pudiera ver mi alma y descubrir quién era realmente.

Martín se acercó como si tuviera miedo a interrumpirnos.

—¿Te gustaría almorzar con nosotros?

—Creo que Nixie...

—¡Me encantaría! —gritó aplaudiendo.

Nixie era una sirena extremadamente hermosa. Era apenas más alta que yo, pelo oscuro, ondeado; tenía tez morena, nariz respingada, labios carnosos y un cuerpo exuberante. Pero lo que más llamaba la atención, y ella lo utilizaba como arma, era el color de sus ojos. Eran de un violeta intenso. Si bien las sirenas tenemos la habilidad de atraer a los hombres mediante nuestro canto, ella iba más allá. No era ningún ángel. Utilizaba los ojos para atraer a cualquier hombre y obligarlos a hacer su voluntad. Casi ni utilizaba el canto para atraparlos, la mirada tenía más efecto.

Yo sabía que ella no iba a hacer nada, pero igual temía por Martín. No quería que observara sus ojos, viera algo raro y comenzara a preguntar.

—Qué lindo color de ojos tienes —observó Martín.

—Gracias. Cuéntame. ¿Cómo se conocieron?

Martín habló de nuestro primer encuentro —como si el mundo a su alrededor se hubiera apagado y una burbuja nos hubiera envuelto— de las cosquillas y el mareo que sintió al posar sus ojos sobre los míos.

Habló sobre nuestro primer mes, las salidas, el mini tour que habíamos hecho alrededor del pueblo y sobre su trabajo: era guardavidas. Cuando nos conocimos había vuelto de trabajar de Brasil.

—¿Nunca viste nada extraño... en el mar? —preguntó Nixie.

—¿A qué te refieres? —quiso saber Martín.

—Claro. Algo fuera... de lo normal.

Martín la miró extrañado y luego a mí.

—No, la verdad que no —respondió, pero noté algo raro en su respuesta. Había algo más—. Perdón, necesito ir al baño.

Cuando lo perdimos de vista, hablé.

—¡¿Qué piensas que estás haciendo?!

—Solo quería saber cuánto sabía. —Su voz era tan inocente que cualquiera podría haberle creído.

—Pero arriesgas nuestra exposición.

—¡Por favor, Mari! No seas dramática. Sabes que los humanos generalmente son muy despistados.

—No todos son así.

—Puede ser. Pero la mayoría prefieren no ver realmente lo que pasa delante de sus narices. La magia protege nuestro mundo, pero aun así, muchas de nosotras salimos a la superficie. Y algunas personas nos han visto, pero eligen obviar la verdad a tener que enfrentarse a ella. Además, es obvio que Martín es uno de ellos. Hace dos horas que estamos aquí y no ha caído postrado a mis pies...

—No seas tonta, Nix. Tal vez tienes razón. Pero no quiero que Martín empiece a hacer preguntas. Todavía no.

—Perdón ―dijo levantando las manos a la altura de su pecho―. Me extralimité.

—¿Qué estás haciendo aquí, exactamente?

—Vine en tu búsqueda.

Su expresión cambió.

—¿Sucedió algo? ¿Se encuentra bien mi madre?

—Sí, no te preocupes. ¿No nos extrañas un poco, Mari?

—Sí.

—¿Y el mar?

—También. Hace mucho que no estiro mi aleta.

—¡Lo sabía!. —Golpeó la mesa con la palma de su mano y luego cruzó los brazos, esbozando una enorme y presumida sonrisa―. Por eso vengo con una solución.

Me acerqué más a ella, porque sabía que iba a bajar la voz.

—Existe un oasis mágico en este pueblo. Uno donde las sirenas que vienen a buscar a sus almas gemelas toman un baño de vez en cuando.

»Posee un túnel decorado con piedras hermosas y brillantes incrustadas en las paredes que otorgan la magia necesaria para llevarte a cualquier lugar del planeta. Pero, obviamente, no puedes salir del túnel cuando llegues a su final. Por lo menos, no por ahora, que estás en tu misión.

—¿Y ningún humano va ahí?

—No. Está protegido por magia. Solo las sirenas lo ven. Los humanos ni se interesan por llegar.

—¿Dónde se encuentra?

Nixie me tomó las manos.

—Te lo voy a mostrar.

Cerró los ojos y me apretó las manos. De pronto, el bar se disolvió. Me encontré viajando por todo el pueblo, como si estuviera volando. Iba muy rápido, sin embargo, no me sentía mareada ni con vértigo. Todo el recorrido se iba quedando grabado en mi mente.

Llegamos hasta el bosque que había mencionado. En el centro había un oasis con agua cristalina. El lugar era muy hermoso y, según la vibra que Nixie proyectaba sobre el lugar, tranquilo.

La imagen se disolvió en un abrir y cerrar de ojos. Volvimos al bar justo cuando Martín había vuelto.

—¿Se están poniendo al día?

—Sí, tenemos tanto para hablar —respondí.

Cuando salimos del bar era casi la tarde. Tenía muchas ganas de ir al oasis y poder convertirme en sirena. Comenzaba a sentirme cómoda en la superficie, pero extrañaba un poco mi mundo: el agua salada, el frío del mar rozándome la piel, la adrenalina de nadar a una velocidad extrema y poder realizar diferentes piruetas.

Martín estaba pagando la cuenta cuando Nixie me arrastró hacia afuera.

—Hay algo más que te quería decir, Mari. Algo raro está sucediendo en este pueblo. Lo fui sintiendo a medida que iba llegando. Y cuando salí del agua, sentí una brisa muy fría, llena de maldad.

—¿Podrían ser hechiceras?

—No sé, amiga. Pero algo fuerte y oscuro se está desarrollando y poco a poco irá envolviendo al pueblo. Ve con cuidado.

—Bueno, ¿qué quieren hacer ahora? —preguntó Martín al salir.

—Tengo que irme —dijo Nixie—. Tengo cosas pendientes que hacer.

La saludamos. Martín la invitó a cenar a su casa pero ella lo rechazó. Caminamos tomados de la mano hasta su casa.

—Me acordé de que tengo que pasar por Deep Blue, amor. Lucía me pidió que la ayudara con una nueva mercancía que iba a llegar hoy. Me había olvidado por completo.

—¿Quieres que te pase a buscar cuando termines?

—No es necesario. Cuando termine vengo hacia aquí. Me encanta caminar por la Lucila.

—Bueno, te espero con la cena, entonces.

Le di un beso y me fui caminando. Cuando doblé en la esquina, empecé a apresurar el paso. Quería llegar cuanto antes al oasis. Quería volver a ser una sirena.

Ahí estaba. Mi imagen se reflejaba en el agua cristalina. Ansiaba volver a sentirme completa de nuevo, algo que no había pasado desde que conocí a Martín y yo desconocía la razón.

Pero no me quería poner a pensar en aquello. Lo único que quería hacer ahora era zambullirme. Me quité la ropa con rapidez, salté y caí al agua en un clavado. Al sumergirme y sentir el agua salada, dejé fluir la magia del mar. Unas escamas reemplazaron mi piel y una aleta apareció donde tenía los pies. Era la única magia que no perdíamos en una misión: nuestra habilidad de convertirnos en sirenas.

Me sentía muy bien. El agua fría y salada, las burbujas que generaba con la cola, el hecho de respirar bajo el agua, todo me revitalizaba. Chillé de alegría y comencé a realizar piruetas. A medida que nadaba a gran velocidad y bajaba, observaba las piedras que brillaban con la magia e iluminaban mi camino.

Luego vi un sector circular que brillaba aún más. Me acerqué y contemplé el túnel del que Nixie me había hablado. El brillo era intenso, como si estuviera recibiendo los rayos del sol y se intensificara con las piedras. Percibía la magia. Por un instante, me perdí a mí misma y tuve la intención de absorber esa magia.

Estaba por acercar la mano a una de las piedras cuando sentí una sacudida en el agua. Nadé velozmente hacia la superficie y, cuando salí, me escondí detrás de una de las piedras que rodeaba el oasis y desde allí vi una figura negra que flotaba y me miraba.

Estaba preparada para luchar en caso de que se acercase. Me sumergí y dejé los ojos fuera del agua.

Sentí otra sacudida, pero esta vez más fuerte. Una luz blanca apareció y brilló. Al apagarse, la figura negra había desaparecido.

Nixie me había dicho que solo las sirenas podían ver el oasis.

Pero, ¿las hechiceras?

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