Fabrich y su familia
La reina Lucefa, vivió con amargura y dolor cada batalla de su entrañable rey, hasta que logró ganar la propia contrayendo matrimonio con el beligerante guerrero de sus sueños. Bastó una mirada casta, cómplice y de amor puro para cambiar el rumbo de su vida. Durante años se empeñó en dedicar cada esfuerzo humano animal entre lo intuitivo y lo racional, para darle felicidad perpetua a la ciudad.
En la dimensión de su esbelto cuerpo, algo más baja que su esposo, Lucefa albergaba la belleza plácida de la madurez absoluta. Lucía de tonalidad gris y negra con la magia del óleo pastel en un degradado secuencial de colores fríos que inspiraban respeto. Elocuente y alegre, sabia como ninguna. Musa inspiradora de las hazañas del rey. La retórica de la milicia, no era su fuerte. La retórica de la paz, era su alma. Como ella misma lo definiera ante el rey:
«Planear para la guerra en vez de edificar para la paz, es igual que tomar la medicación de la enfermedad que no padeces. En cuyo caso, la intención no es otra que no desear la paz cuando es más prometedora la guerra».
El rey Bridas, guerrero incansable y líder de los Traivons, era el más temible de los combatientes y revoltosos, que protagonizó la mayor parte de las guerras y rivalidades presentadas en el universo acuático durante décadas. Su experiencia, beligerancia y conquistas, le concedieron el alto título de rey de Aldana que con orgullo ejercía, siendo el gran protector de su comunidad. Su nombre era conocido en la inmensidad del océano entre las comunidades existentes, convirtiéndose en una leyenda, creando una onda de eco sonoro que parecía repetirse con las historias y relatos contados sobre su heroísmo. Algunos murmuraban sobre los poderes mágicos, que el dios Wol, le hubiera concedido en cada una de las trágicas batallas, ganadas por su valentía, lealtad y estrategia de guerra, al lado de su leal amigo Rhudo, a quien ascendiera a general de su ejército como comandante de las más cruentas batallas. Pero todos murmuraban sobre el verdadero y divino poder que le fue concedido a través del báculo, así desconocieran de su grandeza.
Sus hijos: Fabrich, Perkes y Serenia llegaron con el encanto de la magia, como tres perlas distintas ofrendadas por el océano. Leopoldi, fue una perla más, que llegó por el encanto de la adopción, sucedió cuando sus padres fallecieron en la última guerra que fue preferible cubrir con las cenizas del olvido.
Fabrich sobrevino con las mieles del primer amor, enriqueciendo la solemne felicidad de los reyes. Le siguió Perkes tres años después, y Serenia, brotó en último lugar, cuatro años después de su segundo hermano con la virtud pasiva de las cosas bien hechas y sin afán. Crecieron aprendiendo bajo las normas de su padre y las del rey...
Las hembras recibían la misma formación de los machos, aunque el entrenamiento militar era menos exigente para ellas. Serenia, todavía disfrutaba el encanto de la infancia; adoraba a su padre, pero no compartía el concepto de la guerra, por lo que era probable que desarrollara los mismos atributos que su madre.
El cuerpo de Fabrich era opulento y atlético, denotando una desmesurada fuerza juvenil madura atrapada en su interior. De color gris acerado en el lomo, con débiles reflejos verdosos y blancuzcos en el dorso, y vientre blanco; de cabeza bien proporcionada y boca grande con dientes pulidos y alargados; con ojos de color verde amarillento, mirada ansiosa y confiada, y en su rostro vivamente expresivo, bamboleaba bien demarcada la ingenuidad que jamás hubiera imaginado su padre. Siendo un guerrero íntegro, siempre añoró en su heredero al trono, fortaleza y temperamento, necesarios para gobernar con el correr de los años. Un don que en su hijo Fabrich, aún no despertaba. Contaba con la rudeza física provista en su apariencia, pero tal entereza y temple se desfiguraban en el semblante que expelía amor y que le brotaba en exceso por las escamas. La razón natural que le provocaba dolores de cabeza al rey, cuando su entereza física y emocional forjada en las batallas se apreciaba en un rostro apático. El amor iba por dentro.
El rey Bridas siempre lo manifestó:
—Un rostro inocente es sinónimo de debilidad —Sin duda le preocupaba demasiado.
Fabrich, era demasiado sensible y delicado para su especie. El rey lo definía: tan manso, como el tiburón más temible que jugueteaba con las larvas y los renacuajos. Pero desconocía que a su hijo lo alentaba el atrevimiento, y era extrañamente aguerrido cuando la voluntad lo incitaba. Y tan vanidoso, que pasaría horas al frente del espejo de agua peinando la melena que no tenía. Y tan cordial, que las palabras pronunciadas llegaban sensuales a los oídos de las hembras embaucando con su magia y oratoria. Anarina supo de esa habilidad.
Perkes, se asemejaba físicamente a su hermano mayor, pero con menos corpulencia, menos tamaño, algo más de temple en el semblante y menos atrevimiento. De mirada peligrosa y persuasiva. Por su extrema disciplina, era tan experimentado como sus hermanos Fabrich y Leopoldi, aunque requería de más tiempo y la misma disciplina, para continuar el proceso de formación y hacerse acreedor a la total confianza de su padre.
La dulce y pequeña Serenia, era un caso sumamente especial que denotaba autoridad en un cuerpo frágil, estilizado, tierno y simpático. De mirada inocente, tan solo la mirada desprovista de esquinas, pero cautivadora para los propósitos de su edad. Imperaba con la virtud de su encantamiento sobre la fortaleza del Rey, a quien sometía con sus caprichos a sus escasos doce años de edad. La reina Lucefa se impresionaba ovacionando la grandeza de la pequeña, al comparar en tono burlesco una de sus rabietas, con cualquiera de las batallas del pasado en que su esposo jamás fue sometido. Al parecer, las batallas con su hija las tenía perdidas por la poderosa influencia del amor. Era una perla natural entre sus hermanos que la protegían con la euforia de una misión encomendada por el monarca de la ciudad, obviando que se trataba de su padre.
Siendo la única hembra entre sus hijos, representaba el universo extraviado del rey Bridas en sus largos años de combate. La luz que se negó a sus ojos en los lugares enhiestos donde la hostilidad se despilfarró en cada batalla. La traviesa idea que ronroneó cavilando en sus momentos de angustia, y el corazón de Lucefa, cuando había espacio y agua que los distanciaba. La soberana autoridad que le imponía a sus habitantes y a sus hijos machos, se diluía en su pequeño cuerpo espolvoreado de energía, quedando atrapada la imponencia del rey entre sus dedos y doblegada la rudeza en su mirada.
Se la pasaba jugando parte del tiempo con su mascota Niescailán, un anfibio cubierto de pelo, manso, ágil, fiel, fácilmente domesticable y de gemido tierno, similar a un canino; de cola y con cuatro patas redondeadas en la parte inferior que le facilitaba saltar, y que, al caminar, pareciera que flotaba. Para desplazarse en el agua extendía las patas hacia los laterales con un leve movimiento hacia atrás y adelante. Existían en variedad de especies y algunos de ellos habitaban en Aldana para alegrar sus ratos de ocio.
Leopoldi era contemporáneo con Fabrich, siendo un año menor que éste. Se ubicó de segundo en la lista de los cuatro hermanos a bordo de la familia real. Su cabeza achatada y prominente le quedaba acorde a su cuerpo fornido. De constitución similar a la de su hermano Perkes. Era un espécimen albino con el lomo y dorso de color gris suave uniforme. Tenía ojos pequeños y mirada dominante y tensa que parecía no caber en ellos. Era solo una imagen que le quedó de la tragedia. Aún le faltaba gran recorrido y madurez para que su padre adoptivo lo considerara como un soldado digno para ser protector de Aldana. La pérdida inconsciente de sus padres lo sometió, y creó complejos en su conducta difíciles de domar en largo tiempo. Un duro trauma por superar que lo hacía ver más temeroso. Gozó de la aceptación de sus hermanos sin recriminaciones por su procedencia, que lo consideraron parte de la familia desde que los reyes lo tomaron en adopción a la edad de cinco años.
Para Leopoldi, el hecho de ser el hijo adoptivo no era un obstáculo para sus aspiraciones. Pero el comportamiento de su padre respecto al nivel de exigencia para sus hermanos Fabrich y Perkes, con quienes era menos condescendiente tanto en la asignación de responsabilidades en la casa como fuera de ésta, y con mayor celo en el entrenamiento militar, era un suceso sin comprender que lo lastimaba. El hecho de sentirse ajeno lo estimulaba de alguna forma, y siempre se esforzaba en superarlos como si fuera un reto personal que se hubiera trazado. Soñaba con ser temible y respetado por su naturaleza agresiva.
De su vida pasada conocía que la guerra lo apartó de sus padres, y la concebía como una profecía a la deriva imaginando el mal. Quizá, fue ésta la razón que despertó el deseo inconsciente de convertirse en el mejor guerrero de Aldana. Y fue tal el interés que en el adiestramiento militar se convirtió en un desafío para todos, incluyendo a Fabrich, con quien la lucha llegó a un nivel altamente competitivo.
El rey Bridas, en su sabiduría, observó con el correr del tiempo la actitud de sus hijos, sin destacar el rendimiento de Leopoldi. Tan solo callaba. Lucefa no dejó de ser un caso especial en su intención de madre adoptiva, que recreó con dedicación y esmero al albergarlo en su corazón.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro