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Capítulo 7:|La primera mordida|

Alessia

Estábamos en el patio trasero de la residencia, el cual contaba con sectores tropicales y un muro bastante alto de piedra que limitaba el terreno. Ni bien puse un pie allí, cerré los ojos e inspiré profundamente el olor a pasto y tierra húmeda; seguramente estaba mojado porque había dejado Edison el aspersor prendido durante la noche. También sentí flores dulces, de las cuales no conocía su nombre, y sobre todo sentí mucha naturaleza, pura y verdadera. En pocas palabras, el ambiente era encantador y me daban ganas de quedarme ahí y nunca más marcharme. Los lugares tranquilos eran mis favoritos, porque daban tanta paz en medio de tantos problemas, en medio de tanto caos.

Permanecimos en el lugar agradable por algunas horas hasta que Lucas terminara lo que tenía que hacer. Gisela y Nick estaban tomando el sol. Yo me quedé apoyada en el marco de la puerta movediza, lejos de la luz solar. Aún había escasez de sansagreñe, y la hierba, al consumirla en pocas porciones, no tenía demasiado efecto. Pero tampoco sabía qué ocurría si se la tomaba en exceso. A lo mejor, podía durar más días y, como todo tiene su consecuencia, podría generar efectos secundarios.

—¿Qué pasa, Lessi? ¿Acaso no te agrada el clima de hoy? —examinó Gisela muy divertida, mirando de reojo a mi dirección, sentada en uno de esos bancos de cemento, expuesta a los rayos solares. Su piel poco a poco se bronceaba.

—No, la verdad que no —mentí. Sí me agradaba y moría por hacer todas esas cosas que hacía cuando era humana. Lo que no me agradaba era verlos disfrutar. Lo lamento, pero yo no podía lidiar con eso—. Y deberías ponerte protector solar, porque yo seré vampiro, pero tú eres humana e igual te puedes quemar. No queremos escucharte quejándote de que después tengas la piel roja y te despelechas.

—Ay, por favor, no lo tomes tan en serio. Solo es una broma —aconsejó, cerrando los ojos de nuevo mientras apoyaba la cabeza en el respaldo y se acomodaba el cabello para no arruinar su planchado.

No contesté nada, simplemente negué con la cabeza, con los brazos cruzados. Miré mi celular para comprobar la hora y si a lo mejor tenía algún mensaje, pero no, no había nada. En cambio, Nick tenía una llamada que no quiso contestar en frente de nosotras, por razones desconocidas. Aun así, le escribió a esa persona e intentó devolvérsela, dirigiéndose cerca de aquel muro.

—¿Qué tanto mensajeas? —Lo sorprendí antes de que finalizara lo que estaba haciendo.

—Hablamos después, ¿de acuerdo? —le dijo y cortó—. ¿Acaso no puedo tener una conversación en privado? No soy un niño, Alessia, puedo hablar con quien se me antoje —expuso irritado.

Me lanzó una mirada que fui incapaz de reconocer si en verdad era mi hermano, y luego huyó e ingresó en la residencia con las manos en los bolsillos de su campera.

—Era la voz de una mujer, una a la que nunca antes había escuchado. Es mayor, mucho mayor que tú. —Lo detuve agarrándolo de su brazo—. ¿Qué es lo que sucede?

—Sucede que invades mi espacio, y eso me molesta.

—Es imposible no escuchar lo que ocurre a mi alrededor. Así que sí, invado tu espacio porque no puedo evitarlo, Nick, y también por tu seguridad. —Tomé su rostro entre mis manos y utilicé mi hipnosis para sacarle información—. Dime, ¿qué es lo que estás escondiendo?

El resultado ante aquello fue peor, porque me apartó de él con brusquedad.

—¡No puedo creerlo! No puedo creer que emplees esas cosas conmigo, Alessia. ¡Ya déjame en paz! ¡No eres mi madre!

Mi hermano guardaba armigreza en la casa y no la tenía para usarlo contra nosotros, sino para usarlo contra mí. Ahora, comprendía mejor el malentendido que se había generado. Nick era el culpable de la investigación en el almacén y de esa bolsa. Pero ¿por qué lo haría? ¿Qué era lo que estaba buscando? ¿Quién era esa mujer?

—No sé por qué discutieron y por qué tu hermano se fue enojado, pero ya se le va a pasar. Es un niño, y a veces no saben lo que quieren o lo que hacen —comentó burlándose Gisela cuando cruzamos por su lado mientras yo trataba de seguirle sus pasos.

—Claro, como si tú no te comportas igual —reclamé antes de entrar.

***

Julián

Nos dispusimos a armar un plan para ingresar en el banco de sangre. Lo que teníamos en mente era difícil y más arriesgado para nosotros, los que estábamos en proceso de transición: el recorrer los pasillos y sentirse atraídos por el aroma o por las mismas personas que trabajaban en el lugar, cosa que acabaría en un total desastre. Lucas, quien estaba a punto de perder la poca paciencia que le quedaba, tomó la decisión de ir junto con Gabriel en busca de lo que necesitábamos, mientras nosotros debíamos esperar en la parte trasera.

Nos sentamos en unas cajas que se encontraban dispersas entre la poca higiene en esa zona. En ese instante, Eva no tarda en hablar:

—¿Julián?

—¿Sí?

—Tienes tu celular aquí, ¿cierto?

—Sí.

—¿Podrías...?

—No.

—¿Qué? Ni siquiera terminé de preguntar.

—Ya me imagino qué es lo que me pedirás, y la respuesta es no.

—Lían, necesito llamar a mi madre y hacerle saber que estoy bien. Por favor, solo será eso y te lo devolveré.

—Sabes que llamarla sería peor que verla, tal vez le ocasionaría un ataque al corazón con solo escucharte. Además, puede haber miles de maneras de que una persona se haga pasar por otra, como una grabación o quién sabe qué otras cosas más, por lo que podría pensar que la estamos engañando.

—Sí, pero ella necesita saber que estoy viva. Ella necesita que le dé explicaciones. Ella debería estar al tanto de lo que está sucediendo.

—Eva...

—Julián, esto es importante para mí —insistí—. Además, no estaré sola. Si quiero visitarla, ustedes me acompañarán.

Antes de poder seguir con la charla, Lucas y Gabriel estaban de vuelta con nosotros.

—¿Lo lograron? —consulté.

—No, no había nada. Apenas una bolsa para uno de ustedes. Es evidente que alguien se nos adelantó —argumentó Gabriel, apenado, porque tendríamos que ponernos de acuerdo en quién la bebería primero.

—¡Tómala, Eva! —le ordenó Lucas, entregándosela sin pensarlo.

—¿Y qué hay de Julián? —protestó Eva.

Gabriel se limitó a contestar. Era una decisión difícil. ¿Qué sería lo más justo: salvar a su hermano o a su novia? De todas formas, actuaban como si fuera la última fuente de alimento disponible entre ambos, como si costara tanto ir hasta otro hospital o que Lucas no tuviera alguna reserva para solucionar esta situación.

***

Lucas

—¡Ya basta de darle vueltas a esto! —finalicé. Rompí la bolsa con los dientes y obligué a Eva que bebiera mientras lo sostenía en su boca. Eso solo ocasionó que terminara el contenido de esta con rapidez.

—¡Pero ¿qué has hecho?! —gritó Gabriel—. ¡Debían compartirlo, Lucas!

—¿Acaso tú no harías lo mismo por Eva?

—Me pones en una situación complicada, y lo sabes. Lo único que quiero es protegerlos y que no acaben como yo, cuando mataron a toda mi familia y me convirtieron en esto. —Gabriel colocó las manos en sus caderas, agotado, regresando la mirada a Julián—. Lo siento, vamos a solucionarlo. Creo que deberíamos irnos, hay que revisar otro hospital.

Un segundo, solo nos distrajimos un segundo discutiendo y Eva ya no estaba a nuestro lado.

Había desaparecido.

—¿Adónde se ha ido? —preguntó Gabriel asustado.

—¡No lo sé, Gabriel! Hay que encontrarla rápido antes de que haga cualquier cosa o la vean. Recuerda que para todos ella está muerta.

—Tal vez se dirigió a la casa de su madre —expresó Julián, disociando.

—¿Como que a la casa de su madre? No puede estar ahí, ¿entiendes? —Lo tomé de los hombros, sacudiéndolo.

—¡Detente! No hagas eso —indicó Gabriel, y luego su mirada se centró en el brazo de su hermano, al igual que la mía—. ¿Qué te está sucediendo?

A Julián se le empezó a expandir lentamente una mancha color verde oscuro, insalubre y anormal, por todo el antebrazo, como si sus mismas venas estuvieran a punto de explotar. Él no tardó en notarlo y se desmayó. Gabriel se apresuró para que su cabeza no tocara el suelo y trató de despertarlo como fuera.

—Necesita un médico, Lucas. ¿Qué hacemos?

—¿Un médico? No, ellos no podrán hacer nada aquí, necesita ir a la residencia. —Luego de percatarme a que hacía referencia esa mancha en el brazo y esos síntomas, agregué—: No, mejor no lo lleves allá, deberás entregárselos a lo de su especie. Ahora no podemos lidiar con él, y mucho menos si eso puede costarnos la vida.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

—Julián es un cazador y debe estar donde pertenece.

—No, encontraré la manera de que no tenga que recurrir a eso. Alessia, puedo pedirle ayuda y ella podrá arreglar esto.

—¿No entiendes que es un cazador? Su presencia en la residencia pone en peligro al clan entero.

—No te cuesta nada... —protestó entre dientes.

—Es mi clan, mis hombres, mi residencia y yo soy el líder. Ahora, contento o no, puedes tomar un taxi y llevarlo hasta donde quieras, menos a mi morada, lo que ya te dejé bastante claro, y cruzar los dedos para que se salve. El vampirismo no es algo que puedas arreglar, Gabriel, y no tendrás a ninguno de mis miembros para curar a tu hermano.

***

Eva

Obligada a beber de aquel líquido rojo y exquisito, quedé con ansias de más. Fue entonces cuando me aparté del grupo. Doblé por una de las esquinas en donde acababa el hospital y luego tomé una ruta recta a quién sabe dónde. Un chico, que iba corriendo, se acercó al ver que mi boca estaba manchada y sostenía con mi mano mi estómago, casi moribunda, arrastrando mis pisadas en un estado aterrador. El caso es que me ofreció su ayuda y fue el más grande error que cometió. ¿Por qué decidió ayudarme?

Me detuvo, hizo que me sentara bajo la sombra de un árbol y se inclinó hacia mí. Ni siquiera me tomé la molestia de mirarlo a los ojos, solo sé que su cabello era rubio, un rubio hermoso y lacio. Cuando me preguntó si estaba bien, minutos más tarde, con un movimiento ágil ya tenía mis colmillos clavados en su cuello. Lo que vino después fue mucho peor: no pude detenerme, y terminé matando al pobre chico que solo había salido a ejercitar. Solté el cuerpo, asustada y confundida ante lo que había hecho. ¿Qué haría ahora? Oculté su cuerpo en un contenedor de basura, de esos grandes, para librarme de la culpa y de tal crimen. El recolector recogería los desechos y sin darse cuenta lo aplastaría, solo así podría limpiar el desastre. Lo sé, sonaba bastante perturbador y terrible, pero es que ni siquiera sabía cómo deshacerme de un cadáver.

Me limpié el rostro y me subí a un taxi que estaba en su descanso a dos cuadras de donde me hallaba, y le pedí que me llevara a casa. Debía mostrarme tranquila, pero mis manos estaban temblando; yo estaba temblando. El chofer tuvo la mirada puesta en mi ropa y mi aspecto más que en el propio camino durante todo el viaje.

Finalmente llegué a la casa de mamá y golpeé a su puerta, a punto de derramar las lágrimas. Quería llorar, quería llorar mucho y no parar. Me sentía terrible por lo que había hecho. No necesitaba matar al chico, con la bolsa de sangre había sido suficiente, pero yo había buscado más. Siempre quería más. En fin, mamá lo solucionaría, mamá me cuidaría, mamá me protegería, mamá sabía. Pero ¿podría contra esto? No, de ningún modo.

Nadie respondió a mi llamado. Con la cabeza baja, me di la vuelta para marcharme. Pero antes de poder llegar a la vereda, salió la mujer.

—¿Eva?

Supuse que en la mente de mi madre, todo parecía una realidad distorsionada, como si quizás las pastillas que tomaba para poder dormir fueran producto de su alucinación. Pero no, esto no era una ilusión o una fantasía, porque ahí estaba yo, de pie frente a ella, la hija que creyó enterrar bajo tierra, que pensó que nunca volvería a ver, que creyó haber empezado a dejar su dolor atrás con mi muerte. Una sonrisa forzada se extendió por mi rostro, tratando de tranquilizarla, aunque era tan falsa como la imagen que ella creía tener de mí.

—Hola, mamá.

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