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Capítulo 3: La tormenta aún no ha terminado

Cinco años desde que había comenzado a vivir en esa casa. Aquellos cinco años, donde aprendí a vivir sin mis padres.

Pero no estaba triste.

Ellos eran buenas personas, me hice cercano con el tiempo. Después de todo, me habían inspirado mucha confianza desde la primera vez...

Ahora tenía personas que quería. Y tenía que protegerlas con todas mis fuerzas.

Eso es lo que hacen las familias ¿No?

Aldea Gremur

—Luca, ¿Podrías ir a comprar algo?

—Por supuesto. ¿Qué quiere que le compre? —me acerqué a ella con gentileza y sonrió dándome algunas monedas en la mano.

—Solo necesito un poco de pan. Puedes quedarte con el cambio.

—¡Gracias! —sonreí—. De paso iré a buscar a Roah, no viene desde la tarde.

Caminé hacia la entrada y me quedé apoyado en el marco de la puerta. Pensé que habían pasado muchas cosas desde que me mudé a este lugar y la mayoría fueron por mi bien.

Gracias a estas personas que llegaron a mi vida me di cuenta de que no era tan malo confiar en la gente. Aunque mis sentimientos parecían despegados de mi cuerpo (ya que la mayoría de las veces no podía controlar ni mis acciones o pensamientos), podía decir con certeza que era feliz.

Tenía unas personas que ya consideraba como mis padres, una hermana asombrosa y una casa llena amor para darse entre todos.

Nunca creí que podía tener este extraño sentimiento. Después de la muerte de mis padres cualquier tipo de felicidad parecía lejana, pero cada día puedo estar mejor y más seguro de mí mismo, ellos me han dado esa confianza.

Sin embargo, de vez en cuando vuelve ese pensamiento a mi cabeza. La promesa que le había hecho a mi tío. ¿Venganza? Ahora mismo me sentía tan cómodo que no pensaba ni siquiera en salir de aquí.

Dejar todo de nuevo ¿Eh?

No quería hacerlo.

Aun así, la culpa nadaba entre mis venas, ya que mi tío estaba exponiéndose a un gran peligro y yo me encontraba aquí, nadando en hojuelas y miel. Es algo muy injusto.

¿Debería pensar en esto? ¿Debería seguir torturándome a mí mismo con este tipo de pensamientos?

Sacudí mi cabeza para despojar cualquier tipo de emoción negativa. Odiaba reflexionar en este tipo de cosas.

Suspiré con pesadez. Después de unos minutos, salí de la cabaña y me dispuse a ir a una de las pequeñas calles de la aldea. Era una de las más visitadas y a esta hora se podían encontrar muchos vendedores ambulantes.

Caminé a paso lento concentrándome en aquella maravilla visual que era el bosque Gremur. Aunque aquellos árboles siempre tenían un aspecto hermoso, en esta época de primavera se podía ver todo florecido, trayendo una visión espectacular.

Podía ver como caían las verdes hojas de sus árboles, las ramas que tenían un brillo sin igual y las cascadas azules salpicaban agua. Nunca me cansaría de decir lo hermosa que era esta aldea.

De pronto, unos pájaros se acercaron a mí y empezaron a volar cerca. Me asusté al ver como uno de ellos estaba a punto de chocar con mi cara, pero al final desvió su camino.

Exhalé cansado. Llevaba cinco años aquí, ya debería haberme acostumbrado a la impertinencia de las aves, ellas hacían lo que querían en este bosque.

Luego de caminar unos minutos, pude encontrar el camino central de la aldea. Fijé vista en el señor Lucas, quien estaba parado justo allí. Sin contar la obvia semejanza entre nuestros nombres, era un tipo normal que vendía pan para ganarse la vida. Era uno de los ancianos más respetados aquí en la aldea porque había pasado casi toda su vida tocando cada puerta de la aldea Gremur vendiendo su pan.

En las estrechas casas, el anciano golpeó la puerta de una respectivamente peculiar, una casa rosada que solía llamar mucho la atención por el color inusual de sus paredes. Me acerqué a él antes de que pudiese golpear otra puerta.

—¿Señor Lucas? —me acerqué a él.

—¡Luca! —sonrió— ¿Cómo están Paula y Jul?

—Ellos están muy bien. Estamos organizando una cena familiar, así que necesito algo de pan.

—Por supuesto. Aquí tienes —Extendió las manos dándome cuatro hogazas de pan, ya que era la cantidad que siempre comprábamos. Me resigné a sonreír y le di algunas monedas.

Me giré para irme, pero sentí como aquel señor ponía su mano en mi hombro haciendo que se me erice la piel por esta simple acción. Puede que hayan cambiado muchas cosas, pero yo aún no estaba acostumbrado al contacto físico.

—Tu hermana... ¿Rocío?

—Es Roah.

—Si, ella —desvió la mirada—. La vi con un cazador.

—¿Cuál? —pregunté expectante.

—Gion. Sé que tu hermana es una muchacha muy querida aquí en la aldea. Es por eso que no deberías dejarla juntarse con él, podría hacerle daño —resopló.

Mis ojos se abrieron como platos, nunca había tenido que enfrentarme a algo como esto. Las personas eran muy gentiles en este lugar, solo por una excepción.

Los cazadores: su trabajo era vigilar los pueblos pequeños y prevenir que todo esté bien. Sus pagos provenían de los impuestos de diferentes reinos.

Aquí en Gremur era diferente, ya que estábamos rodeados de un frondoso bosque, nadie sabía la infinidad de criaturas que habitaban aquí, por lo tanto, los cazadores debían ver que no pasara nada inusual dentro o fuera del bosque.

Los otros pueblos solían sobreestimar a estas personas y las adoraban casi como si fueran dioses. Sin embargo, nosotros sabíamos bien la verdad sobre ellos, porque ya lo habíamos vivido.

En realidad, los cazadores, al verse tan valientes y fieles, no son más que unos charlatanes que viven de la comodidad y disfrutan del buen saldo que les paga la monarquía, aprovechándose de chicas inocentes solo por ser personas “fuertes”.

Ante la noticia que me dio el anciano Lucas, el pánico me invadió. Todo en mi cabeza era borroso y solo podía imaginarme a Roah con ese tipo. Por ningún motivo dejaré que le hiciera algún tipo de daño a mi hermana.

Ningún otro familiar mío volvería a sufrir.

Mis pies se movían por si solos, pensando únicamente en salvar a mi hermana. La brisa de la noche aumentaba mi desesperación.

El hombre parecía querer decir algo más, pero no era el momento ni el lugar para que mi alma esté en paz. Aunque quisiera, no podría controlar lo que haría en el momento que viera a ese idiota.

Corrí lo más que pude, utilicé mis pies a su máxima capacidad para llegar más rápido. Para ser sincero, no quería llegar, pues sabía que no podría controlarme.

Tan pronto como llegué al bosque, giré mi cabeza de un lado al otro, buscando donde se encontraba mi hermana. Esta vez, no tuve tiempo para contemplar el bosque Gremur. Me encontraba perdido y desesperado.

Me sentí cansado. Paré un momento para poder recuperar aire, apoyándome en mis muslos.
Al levantar la mirada luego de mi pequeño receso, me encontré con Roah y Gion. Sentí los colores subirse a mi cabeza.

Por suerte, nada inusual pasaba entre ellos. Solo platicaban de manera animada. Inmediatamente, mi corazón se calmó. Tal vez, había exagerado un poco, me había vuelto alguien muy protector con Roah últimamente.

Me quedé ahí expectante, viendo a esos dos hablar, escuchando su conversación a escondidas. Claro, sin ánimos de armar una escena.

—Gion... Debo ir a mi casa, mamá debe estar preocupada.

—Quédate unos minutos más ¿sí?

—No. Podemos encontrarnos mañana si así lo deseas —respondió firmemente.

—¿Por qué mejor no vienes a cenar a mi casa?

Ella nada más desvió la mirada con cierto sonrojo— No sería correcto...

—¿Por qué no? Tú me gustas, yo te gusto, fin.

—Tengo dieciséis... Tú tienes veinte, para ti es fácil hacer cualquier cosa.

Desde aquí exclusivamente podía ver su espalda, pero vi como apretó sus puños ligeramente luego de escuchar lo que mi hermana dijo. ¿Qué pretendía este hombre...?

—¿Sabes? Estoy cansado de tus ridiculeces ¡Ya eres grande, actúa como una mujer! —estalló, haciéndome percatar de que algo no estaba bien.

—¡Tengo familia! Tampoco puedo estar contigo las veinticuatro horas del día.

Y ese fue el momento que me dejó helado, completamente perplejo de ver lo que ese idiota era capaz de hacer. Él tomó el cuello de ella y estampó todo su cuerpo contra la pared. Ella soltó un grito de ayuda al ver lo que había hecho aquel hombre.  Sin embargo, yo me encontraba estático, sin poder mover ni un solo músculo. Podía sentir cómo la rabia se iba apoderando cada vez más de mí.

Mis pies no se movían. Tenía que hacer algo.

—¿Te crees la única importante? En esta aldea hay chicas muchísimo más bellas que tú, deberías ponérmela fácil a mí —dijo, aún en la misma posición. Tensé mi mandíbula.

No hice caso a mi cerebro, ya que la cara de tristeza de mi hermana dejó todo claro para mí.

Todo lo que quería hacer. Todo lo que NO debía hacer.

Ninguno de los dos me había notado, pero no me importaba, ahora sí no me importaba armar un escándalo que llamara la atención de todos.

Sabía lo que venía, no podía controlar mis impulsos.

Cometería una locura.

El verla forcejeando y él apretando más su agarre me hacía sentir como un idiota por no poder hacer nada. Quería ayudarla, pero algo en mi me decía que me controlara.

Una ardiente sensación se formó en mí, una sensación que solo había sentido el día de la tragedia de mis padres: el deseo de que todo esto solo sea un mal sueño del que pueda reírme minutos después.

Pero, aunque me pellizcara todo seguía siendo tan real.

...

De repente, aquel sonido.

Un sonido que llamó mi atención, la caída de una brillosa rama de uno de los árboles principales del bosque. Traía una hoja consigo y estaba un poco afilada.

¿Tan mal estaba para que esa cosa me distrajera?

Tomé entre mis manos aquella rama, ignorando por completo los gritos de mi hermana. Concentrándome en aquella rama que alguna vez fue parte de un gran y frondoso árbol.

Mi cuerpo parecía tener conciencia propia, vacilaba de un lugar a otro sin un rumbo fijo. Hasta que llegué al punto en dónde se encontraba Roah. El hombre me miró de arriba a abajo y la soltó haciéndola caer al piso de un sentón.

—¿Luca? ¿Qué haces aquí? —se veía asustado... Apuesto a que tenía miedo de que lo delatara, mas no había ningún sentimiento de culpa en él.

Su voz pasó desapercibida para mí. Solo podía ver el rostro confundido de mi hermana y aquellas marcas que aún permanecían en su cuello, las marcas de la mano de Gion.

—Imbécil...

Eso fue lo último que susurré. Mi racionalidad se había ido.

La pequeña rama que tenía en mis manos fue mi único sustento en ese momento. La clavé en el cuello de Gion, retorciéndola de un lado a otro. La sangre empezó a salir en charcos, el cazador gritaba de dolor y las lágrimas empezaron a salir por sus ojos de un momento a otro.

Usé todas mis fuerzas para traspasar su garganta, haciendo que la sangre salpicará en mi cara como respuesta. No me había fijado en el ambiente ni en las personas que nos rodeaban, en ese momento solamente éramos él y yo. Quería hacerlo pagar por lastimar a una persona tan importante para mí.

Era tétrico. Yo parecía un asesino atrapando a su presa, ¿Por qué hacía esto? Porque la quería proteger.

Él debería de sufrir el doble de lo que hizo sufrir a mi hermana. Aunque yo no fuera fuerte la iba a proteger con todo lo que tenía, no me importaba sacrificar todo por su bienestar.

Sonreí mientras enterraba la rama en él todavía más, observé como sus ojos iban perdiendo su brillo. Parecía que pronto iba a morir.

—¿Crees que Roah es una cualquiera que puedes maltratar a tu gusto? Déjame decirte que no, si vas a hacerle algo a ella, tienes que pasar sobre mí primero.

Abrió los ojos y me dio un fuerte empujón haciéndome caer al suelo, resbalando con la tierra y haciendo que me raspe las rodillas.

Él era mucho más fuerte que yo y lo único que había hecho era ganarme una muerte limpia. Pero, no me importaba con tal de que mi hermana estuviera a salvo.

Gion trató de arrancar la rama de su garganta, pero la sangre salía a chorros. Pronto se desangraría y no había un doctor decente en varios kilómetros.

Vi como agonizaba y sufría. Se lo merecía.

Él no tendría que haber puesto sus manos en mi hermana, de no ser así, nunca me hubiera metido con él. Pero había tocado y maltratado a una persona inocente.

En unos pocos minutos perdió la consciencia, ya que la pérdida de sangre le había hecho mucho daño. No era algo que él pudiera controlar, y por alguna razón eso me satisfacía.

Una sonrisa torcida volvió a aparecer en mi rostro al ver a Gion yaciendo en el suelo junto con un charco de sangre enorme.

Miré a mi hermana. Aunque ella haya sido la causa de todo esto, su mirada se encontraba perdida, como si hubiera visto un fantasma. El horror en sus ojos estaba plasmado de una manera perfecta.

Me levanté del suelo, sacudí mi ropa y me acerqué a ella con gentileza. Vi como retrocedió cuando intenté verificar si se había hecho algún tipo de daño.

—Roah, ¿qué sucede?

Ella solo me miraba con miedo, como si yo fuera a hacerle daño. Sus ojos expresivos estaban en un estado de shock y sus labios ligeramente entreabiertos.

—¿Qué has hecho? —tartamudeó. Aún la sorpresa era presente.

—Te salvé —extendí mi mano esperando a que ella la tomara, pero simplemente retrocedió más. ¿Tan lejos habían llegado las manipulaciones de Gion?

—No... Luca ¡Lo mataste! —me señaló con su dedo índice, como si me estuviera culpando de alguna acción.

—Él te hizo daño, tienes que estar consciente de eso —razoné.

—¡De lo único que soy consciente aquí es de que estás completamente loco! —gritó. Me estremecí. Nunca había visto a Roah en ese estado.

Y sin dudarlo, un líquido transparente empezó a brotar de sus ojos, eran lágrimas. ¿Lágrimas de Tristeza? ¿Estaba llorando por mi culpa? No podía creer que de verdad se hubiese encariñado con Gion.

—Eres un monstruo, Fisher... —sollozó—¿Pretendías ser alguien bueno? Realmente nunca lo pensé ¿Acaso por ser príncipe siempre te creíste más que los demás? ¡Eres la peor escoria que he conocido! —mi corazón se paró al escuchar tan duras palabras— ¡Asesinaste a alguien! ¿Puedes asimilar eso siquiera?

Odiaba esto. ¿Acaso no podía entender que todo lo que hice fue por ella? ¿Acaso no podía entender que daría mi propia vida por ella?

¿Acaso nadie está conforme con lo que yo le pueda ofrecer?

Le di lo mejor de mí solo para protegerla. Justo a la persona que se había hecho algo similar a mi hermana menor.

No entendía su reacción, pero me sentía realmente mal. Me deprimía. Sentí como una gruesa lágrima cruzaba mis labios y fue ahí cuando me di cuenta: tal vez Roah tenía más influencia en mí de la que debería...

Odiaba sentir esto.

—¿Quién eres? No eres ese niño pequeño que venía asustado aquel día. Quizás este siempre fue el verdadero tú.

—Entiéndelo —expulsé—, entiende que todo lo hice por tu bien, si ese hombre te hubiese hecho daño yo...

—¡No te conozco! Aléjate de mí… Asesino.

"¿Asesino?" ¿Tan mal se sentía que te llamarán así?

—Somos hermanos.

Me miró con los ojos más fríos que había visto en mi vida, esos ojos que parecieran ver a través de tu alma.

—No soy hermana de un asesino —corrigió, haciendo que mis latidos corrieran aún más rápido.

Roah se levantó de ahí, tratando de irse de ese lugar. Solo le di una mirada al cazador y vi a mi hermanita yéndose de mi lado... ¡No podía permitir eso!

Sostuve su brazo, ella se dio la vuelta hacia mí e hizo algo que delató todo su enojo:

Ese impacto.

Ese impacto contra mi mejilla.

Su mano había chocado con mi mejilla. Ella me había golpeado de una manera muy violenta. Puse mi mano sobre el impacto.

—Lo siento —musité.

—No me hables. No vuelvas, no quiero que mis padres se enteren de que su precioso hijo todo este tiempo solo fue un lobo disfrazado de oveja.

—Roah...

Ella ya había dado unos pasos fuera del punto. Todo esfuerzo por llamarla sería en vano. Ella estaba demasiado enojada como para hablar normalmente. Esta vez tendría que rendirme.

Miré de nuevo al bosque Gremur. Incluso sobre la oscura noche, la luna brillaba sobre el de una forma mágica e inigualable.  Yo no era un cazador, pero, me adentré en el bosque sin pensarlo dos veces. Realmente dudaba que me recibieran en mi hogar después de enterarse de lo que hice. Además, era seguro que Roah no me hablaría nunca más, así que ¿valdría la pena volver?

Me sentía terrible al hacer esto y tener que dejar ir toda la felicidad que tanto me costó construir. Me había costado tanto volver a confiar en la gente...

No obstante, le agradecía tanto a la familia Bianchi por todo lo que me había dado en estos cinco años. Me habían dado lo más importante... amor.

Mi corazón se dejó guiar por la adrenalina y latía rápidamente. Mi mente y mis pensamientos estaban distorsionados. Quería mantener mi mente en blanco o terminaría creyendo en algo muy malo.

Quería sentir la calidez de los Bianchi de nuevo. Solo habían pasado unos minutos y ya lo necesitaba. Creo que me había tornado muy dependiente de ellos.

¿Era suficiente irse?

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