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Capítulo 10: Traición y Determinación

Luca Fisher.

Yo sabía que quería ayudar a Greta, quería ayudarla a superar todo lo que la ataba al pasado.

Pero ella había sufrido tanto que aunque limpiara la herida la marca aún seguía impregnada allí.

Así que solo me quedaba superar el dolor, pero tener el recuerdo de el por siempre.

Era algo a lo que muchas personas se tenían que enfrentar, porque las experiencias buenas nunca borrarán las malas.

El recuerdo de nuestro dolor y sufrimiento siempre quedará en el fondo.

—¿Así que ya se van? —preguntó, mirándonos fijamente el dueño de la posada.

—Sí, hemos pasado de madrugada, no podemos tardar más.

—¿Les dio mucho sueño? Lo sé, las camas de la posada están hechas de un algodón muy cómodo.

—De hecho, no fue por esa causa —musité a lo bajo, dándole un leve empujón a Greta, quien venía con la cara cubierta por completo.

—¿Esa chica? —cuestionó sorprendido— La que le di el mismo cuarto que a ustedes.

—Si —contestó Mats—. Si sigue estafando así a sus clientes, todos se irán.

—Por favor discúlpeme, señor Berg.

—No, de hecho nos alegra haber coincidido con ella.

—¿Cómo…?

Y así salimos dejando a ese hombre con la palabra en la boca. Al salir, me percaté de que la apariencia de la posada en sí no era nada bonita, la madera desgastada estaba incluso en su diseña exterior. El dueño era muy tacaño como para cambiarlo. Los hoyos seguían presentes aquí, realmente no era nada atractiva a la vista, pero supongo que no le importaba mucho.

Salimos a la calle y vimos al conductor que nos transportaba hasta el reino Hawke. Parecía estar completamente renovado del largo viaje que tuvimos ayer, cuando nos miró, nos dio una deslumbrante sonrisa.

—¿Otra persona? —dijo mirando a Greta, su sonrisa resplandeciente se borró al instante—No creo que este carruaje pueda aguantar tanto peso.

Greta se quitó la máscara que Mats le había prestado. De la noche a la mañana aquel hombre se quedó impactado, la belleza de Greta era tal que podía hechizar a completos extraños.

Aclaró su garganta, mirando hacia ella con los ojos brillosos —Creo que podría hacer una excepción. Todo por usted, señor Berg.

—Por cierto, Greta —la miró Mats— ¿Cuántos años tienes?

—Eh, creo que —tartamudeó— Quince.

Mats que estaba unos centímetros más cerca de Greta de lo que debería, se alejó con los ojos abiertos. Luego giró su cabeza de izquierda a derecha, confirmando que nadie haya visto eso.

—Pueden subir —habló el conductor, acomodando a Mats en su asiento, quien nos veía sonriente desde el carruaje.

—Vamos, rápido —dijo Mats con impaciencia.

Yo abrí la puerta para Greta, pero ella frunció el seño.

—No tienes que tratarme así…

—Hago lo mejor que puedo para que te sientas cómoda —le sonreí con dulzura.

—No sé como agradecer, de verdad.

—No tienes que hacerlo.

Ella me dedicó una sonrisa y tomó asiento al lado de Mats. Yo tomé asiento en el último puesto, acomodándome en la refina tela del asiento.

—¿A dónde seguirán su camino? —cuestionó el conductor, mirándonos de reojo.

—¿A dónde seguimos, Luca? —me preguntó, yo miré determinante hacia ellos.

—Reino Daluk —mi corazón bombeaba sangre cada vez más rápido. Cada día estábamos más cerca de volver al reino Hawke. No almacenaba ningún recuerdo de cómo era todo allí, pero mi corazón me guiaba a querer volver.

Y de un momento a otro al escuchar esa palabra la mirada de Greta cambio rápidamente; ahora la preocupación se veía plasmada en su rostro… Conocía lo que esa gente le había hecho a su aldea, pero era el único camino para superar todo.

—¿No hay otra ruta? —preguntó temerosa.

—Si las hay, pero justo recuerdo algo de ahí. La viscondeza Eva era la dama de compañía de mi madre, ella era originaria del reino Daluk e iba casi todos los fines de semana a visitar a su familia —recordé— Necesito ver si ella todavía está allí.

Mats solo bufó desconcertado —Si eso es lo que quieres, pero recuerda que a Greta no le gusta ese reino. No seas tan egoísta.

—Mats —lo miré—. Este es mi viaje, mi oportunidad de cambiar las cosas. No la dejaré pasar por nada, pero tampoco dejaré que Greta vuelva a tener miedo.

—¿Cómo planeas hacer todo eso? —contestó ella, con la mirada baja.

—De verás perdóname, pero esto es algo que debo hacer —balbuceé.

Hubo un silencio sepulcral como por un minuto, Greta estaba pensando su respuesta. Al final pareció resignarse.

—Está bien.

—¿Cómo? —cuestionó Mats, totalmente sorprendido por la respuesta de Greta. El miedo que ella tenía no era poco, y lo había demostrado.

—Yo sería la egoísta al interrumpir los planes de Luca solamente por tener miedo.

—No queremos exponerte a algo a lo que te sentirías incómoda —le advirtió.

—Me sentiría más incómoda siendo una interferencia para ustedes.

Poco convencido Mats solo se limitó a asentir, yo miré con una sonrisa sincera a Greta. A pesar de que no la conocía nada, se me hacía una linda persona.

El conductor se puso en marcha y empezó a darle latigazos a los caballos para que corrieran más rápido. Me recosté del asiento, que me permitió tener una siesta por las colinas del reino Daluk.

[…]

A las pocas horas de viajar habíamos llegado a la tan esperada capital del reino Daluk; un lugar lleno de escombros en consecuencias de las múltiples guerras que se desataban aquí.

Las sombras eran lo único que se podía ver. Las personas nos miraban extraño, susurraban cosas entre sí. La incomodidad de mis amigos se sentía a kilómetros y eso me hacía sentir igual de nervioso.

Las casas estaban rotas, la calle estaba destrozada por completo… Este reino había sido víctima de destrucción, pero la gente de aquí se había encargado de la destrucción de su propio reino.

¿Por qué todos se veían como delincuentes?

De verdad trataba de hallar alguien que se viera decente, pero todos me daban mala impresión a primeras. Si me distraía, alguien terminaría secuestrándome, o al menos esa impresión me daba.

No obstante, había algo bueno en toda esa oscuridad y crudeza; los árboles de cerezo se veían tan serenos a comparación de la estética de aquel reino, las rosadas hojas alumbraban las sombrías y tristes calles. Caían a una velocidad lo suficiente lenta para poder apreciarlas de buena manera.

—Luca, ¿Estás seguro de que la viscondeza vive aquí? —susurró Greta en mi oído, su voz temblaba, como si tuviera un nudo en su garganta.

—Tranquila —sostuve su hombro—. Lo encontraremos.

—Eso espero, las personas no parecen querernos aquí.

—Solo tienen algo de miedo de los extranjeros —contestó mi amigo, tratando de calmar los nervios de Greta.

Giré mi cabeza hacia de izquierda a derecha,  tratando de orientar mi camino por esta gran capital.

En unos minutos encontré un pequeño mercado. Estaba colmado de gente que no parecían ser muy amigables, pero alguien llamó mi atención: Una anciana que estaba parada viendo unos productos para la piel. Tenía una sonrisa mientras revisaba todo… Y eso era algo que nadie en este reino hacía. Entré en el mercado y corrí entre los estantes llenos de productos, hasta llegar a la sección donde estaba aquella mujer. Tenía piel morena y cabello canoso.

—Anciana, ¿puedo hablar con usted?

—¡No me digas anciana!—regañó, gritándome fuerte —Solo tengo ochenta años —dijo, aunque no pude entenderle bien, no tenía dientes y algunas palabras se le dificultaban al hablar.

Me quedé confundido ante su carácter. ¿La había ofendido con decirle anciana? Al parecer, las personas nunca aceptaban lo que eran.

—Pido una disculpa por mi amigo, señorita. Tiene problemas de vista y no puede ver tal belleza —me apartó Mats— ¿Podría ayudarnos? Somos extranjeros y las personas aquí no son muy amables.

—¡Pero qué muchacho tan encantador! —sonrió ampliamente y entrelazó su brazo con el de Mats —¿Quieres comprar algo?

—Solo veníamos a preguntar sobre algo —expliqué.

—No te preguntaba a ti —volvió la mirada hacia mi amigo, Greta y yo nos quedamos confundidos por la actitud de aquella señora. Parecía que se tomaba muy en serio lo de su edad— ¿Y bien? ¿Qué quieres preguntarme? —soltó unas leves carcajadas—¿Te interesas sobre mí?

Mats se veía bastante apenado de bajarla de su burbuja —De hecho, quería preguntar sobre la dirección de una persona. ¿De casualidad usted conoce a “Eva”?

—¿Te refieres a la vizcondesa?

Asentimos Mats y yo al uniso, ansiosos por una respuesta.

—La vizcondesa Eva murió hace cinco años. Es una pena —soltó como si nada. Yo sentí mi cara arder.

Vi la cara de horror de mis amigos al escuchar eso. Si ellos estaban así, yo estaba mucho peor. No sabía de dónde venía esta preocupación, ¿Acaso me sentía realmente mal por la vizcondesa?

—Anciana, ¿Sabe dónde quedaba su antiguo hogar?

—¡Que no me llames anciana! —gritó, nuevamente, salpicando su saliva en mi cara—. Eres todo un maleducado —se cruzó de brazos murmurando insultos—. Su casa queda a dos calles de aquí.

—No está lejos —nos susurró Greta, pues aún le daba bastante desconfianza hablar frente a esa señora—¿Podríamos ir?

—Es la única oportunidad —se desligó del brazo de la señora, casi pude ver la cara de pena que tenía ella. Mats tenía suerte con todo tipo de mujeres, ¿Eh?

—Mats, colócate la máscara nuevamente. Podrían reconocerte.

Obedeció, tomando la máscara que contrastaba con su piel pálida y poniéndola encima de su rostro. Pude ver la cara asustada de aquella mujer.

—¿Mats? —abrió sus ojos, dándose cuenta de quienes éramos. Mats se apresuró a tapar su boca. Ella quitó las manos de Mats de su boca y se apresuró a decir— Olvida lo nuestro. Me das miedo.

Le hice una señal de que no soltara ninguna palabra, pero ella no lo hizo. De hecho, para haberse encontrado con un asesino serial no parecía muy sorprendida.

Le di un codazo a Mats, sonriéndole— De la que te libraste, amigo —bromeé.

Una sonora carcajada salió de sus labios. La anciana bufó desconcertada, con una mirada fulminante—. Si supieran que todas estas arrugas fueron hermosas alguna vez.

—Estoy seguro de ello, señora —dije aún entre risas.

—Señorita —corrigió.

—Bien —comentó el hombre— Pongámonos en marcha.

Salimos de ese edificio, pasando por la suciedad del suelo que permanecía lleno de hojas de cerezo. Atravesamos el marco de la gran puerta, muchas personas hacían filas ahí. A pesar de estar todo destruido, este reino tenía grandes avances tecnológicos y en la medicina. Por eso aunque hubiera guerra, había buena calidad de vida.

Al salir pude sentir como mi corazón temblaba. Mi sonrisa se desvaneció al instante, ¿Eva estaba muerta? ¿Cuánta verdad había en esa frase?

Porque yo no podía creerlo.

Eva, estás bien, ¿No?

Tú tampoco puedes irte. No permitiré que nadie más sea dañado.

[…]

—¿Garret? —leí el nombre de una pequeña residencia que quedaba a unos cuantos pasos del ya mencionado supermercado.

—¿Eva Garret? —confundida, habló Greta tratando de llamar la atención de alguna de las personas que viviera en esa casa.

—Toquemos la puerta —Mats cerró su puño y empezó a darle golpecitos a la puerta central de la residencia. Era de color blanco, tenía un techo de lozas negras y múltiples ventanas de poco tamaño.

Una gran valla negra protegía la casa, Mats nos había convencido de colarnos por ella.

—Nadie contesta, ¿Qué haremos?

—Podemos entrar por la chimenea, como el lobo feroz —nos dijo Mats, soltando una gran carcajada.

—No es momento para bromas. Necesitamos buscar una manera de entrar.

—¿Y si la residencia está abandonada? —interrumpió Greta.

Los tres nos miramos entre sí, para luego darle una mirada a la blanca residencia que se veía tan grande en comparación a nosotros. Estábamos muy confundidos…

—Quizá salieron de viaje o algo así.

¿En serio después de volver tenía que pasar por todo esto? Apreté mis nudillos hasta que adaptaron un color blanco. Mis dientes devoraban mis uñas sin parar, estaba tratando de descifrar todo este misterio.

—¿Qué hacen aquí? —masculló una voz femenina. Por el tono en el que hablaba, no parecía estar del mejor humor posible— ¿Cómo entraron? Está prohibido el paso.

Me volteé quedando de frente con una chica jóven. Tenía cabello marrón oscuro y brilloso que caía sobre sus hombros. Su piel era morena y traía un extraño uniforme de mucama— ¿Quiénes son? —tenía una mirada hostil— ¿Quieren hacer algo malo?

—Mira mi cara, ¿Te parece que sea culpable de algo? —dijo Mats, haciendo un puchero.

—Respondan —alzó una ceja. Aún parecía estar incómoda por nuestra presencia. 

—Soy Luca Fisher, príncipe de Hawke —sin ningún pesar comenté, pues todos en esta residencia debían estar de una u otra manera relacionados con Hawke.

—¿Fisher? —se interrumpió a sí misma, haciendo una reverencia hasta el suelo— ¡Discúlpeme por no reconocerlo, su alteza real!

¿Por qué hacía esto de repente? Ciertamente, me incomodaba un poco.

—Oye, no tienes que hacer eso —intenté calmarla.

—No, yo trabajo en el castillo —me sorprendí—. Es mi deber tener respeto por cada miembro de la familia real.

—¿Qué? —mis ojos se abrieron de par en par ¿Ella trabajaba en el castillo? ¿A qué se refería con eso?

Mi estómago dio un vuelco al escuchar esas palabras, quizá yo no estaba listo para reencontrarme con alguien del pasado. Me limité a tragar en seco. Sentía el nudo que se había formado en mi garganta. Mi mente no era capaz de procesar toda la información que me había dicho en esas simples palabras.

Sorprendido era poco para el estado en el que me encontraba, literalmente estaba estupefacto y mi expresión lo decía muy bien. Escuché varias veces el llamado de mis amigos, pero estaba muy perdido en mis pensamientos como para prestar atención.

—Cuéntame todo lo que sabes.

. . .

—¿Daira…?

—Sí, discúlpeme el inconveniente de antes —sirvió té en la taza azul marino que me había dado hace unos minutos —¿Cubos de azúcar? —negué.

—No tienes que tratarme así. He sido desterrado del reino, ahora soy un humano como cualquier otro.

—Su majestad, no puedo hacer eso, ya se me hizo costumbre. Es bastante gratificante ver cómo ha crecido en estos años. Yo era pequeña cuando lo conocí, por eso no recordaba con exactitud su rostro.

Mats le sonrió coquetamente y se acercó lentamente, moviendo su silla de ruedas.  La tomó de la mano y la besó con cuidado— Daira es un hermoso nombre para una hermosa dama.

—Tengo quince —se limitó a decir con cara de asco, soltando la mano que Mats le estaba sosteniendo.

—Mal día para ser ventiañero —imitó un llanto y volvió a su puesto al lado de Greta.

—Ya deja de coquetear con todo lo existe —lo golpeé en el hombro—. Lamento el comportamiento de mi amigo.

—No pasa nada. Ahora sí no le molesta que pregunte, ¿Qué hacen en la residencia Garret?

—Vinimos a visitar a Eva.

—Bueno, sobre eso... —tomó asiento en el gran sillón de color amarillento, a nuestro lado.

Daira nos había abierto paso a la residencia al saber que yo era el príncipe. El lugar estaba oscuro, como si no viviera nadie aquí. Tenía decoraciones recientes, muy de la época, lo que me hacía sospechar que no fue por mucho tiempo que la casa permaneció vacía.

—¿Qué sucede, Daira? —cuestionó la ojiazul. Parece que Daira había dejado una buena impresión sobre Greta, pues siendo ella tan desconfiada me extrañaba que hablara tan naturalmente.

—La familia que vivía en esta casa murió debido a una guerra —soltó—. Menos una persona. La vizcondesa Eva Garret. Ella sobrevivió después de eso. Sin embargo, al día siguiente apareció muerta en su habitación. Según los doctores, había sido apuñalada en el abdomen —cada palabra que ella decía era como si clavaran un cuchillo en mi corazón. Aunque lo único que recordaba de la vizcondesa Eva era que ella fue una gran influencia en mi infancia, todo esto me dolía—. Y... Eva era mi madre.

—No sabía que las mujeres de Daluk eran tan hermosas —tiró un par de besos voladores a Daira. Ella rodó los ojos en respuesta.

—¿Quieres callarte? ¡Estoy tratando de organizar mis pensamientos! —rugí furioso, dándole un golpe fuerte en el brazo de Mats, pero él ni siquiera reaccionó.

—Luca, tranquilízate —musitó la rubia con temor.

—¿Cómo quieres que me calme? —mi cara empezó a arder, pero era cubierta por algo frío que se desplazaba por todo mi rostro. Las lágrimas bajaban rápidamente— ¡Eva murió! ¡Ella está muerta!

—Príncipe… —desvió sus ojos marrones— Sé quien es el posible culpable de la muerte de mi madre, y probablemente también de los reyes.

—¿Quién? —pregunté expectante, devorando mis uñas por los nervios. Mi cara estaba empapada con lágrimas y mi corazón latía fuertemente… La adrenalina corría por mis venas y sentía emociones indescriptibles.

—Anders Fisher —habló con calma, mirándome directamente a los ojos.

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