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Capitulo 55: Una conexión.



Capítulo 55: Una conexión.



Marina estaba acostada a la par de su mejor amiga en su habitación. La ventana por donde solía espiar a su vecino estaba abierta de par en par, y el viento, como siempre solía hacer, levantaba las cortinas hasta el tope del techo.

Hacía sol afuera, la primavera estaba en su máximo esplendor. Casi se podía ver a si misma recostada de la ventana admirando a un Pablo sin camiseta pasearse frente a su ventana abierta.

Quizás el exhibicionismo era a propósito, a menos, eso era lo que su yo de trece años creía al mirarlo.

—Hugo me engañó con otra.

Ashley se levantó de golpe y miró a su amiga Marina.

—¿Cómo?

—Me lo dijo él.

—Marina...

—Hace una semana.

—¿Con quién?

—No me dijo y no quiero saber.

Ashley rodó los ojos. —Bótalo, es un perro.

—Me pidió perdón.

Ashley se alzó de hombros, abriendo los ojos dramáticamente. —¿Y? ¿Qué planeas con eso, perdonarlo?

—Hace una semana no nos vemos, me ha llamado todos los días. Y no sé, lo he estado pensando. Tengo una rabia. —Se levantó—. Pero no sé, algo me dice que se merece una oportunidad.

—Uhm... —Ashley pensó—. Recordé cuando me dijiste que no perdonabas cuernos.

Marina no respondió a eso. Sus padres estaban abajo. Steve no recordaba a Ashley, la había ignorado. Marina no le contó nada a su amiga sobre eso, no lo había contado a nadie.

—Deberías hacérselo también a él. Buscar a un tipo y después decirle lo mismo... a ver cómo reacciona él a que lo engañes. —Se echó el cabello hacia atrás—. Mira, no tienes que buscar mucho, ahí está Pablo.

Marina miró a Ashley caminar hasta el espejo de su habitación. Se miraba sus ojos verdes al espejo y después se cansó de mirarse y camino al sofá donde Pablo había dormido una vez.

—Piénsalo, es una buena venganza.

Marina sonrió sin mostrar los dientes, poniendo los ojos en blancos. —Casi dos semanas sin verlo, y es mejor así. Yo a Hugo aún no sé si lo perdonaré... no sé qué será de nosotros, pero sí sé que estuve llorando toda esta semana por esto, ahora ando un poco seca. Ja já —rio amargamente, marcando la sonrisa—. Cada vez que lo recuerdo me da una rabia, más si sospecho quien fue la perra. Te juro que no puedo tomar represalias, él lo hizo. Nadie lo obligó.

—Suerte con tu decisión. —Alentó Ashley—. Tengo hambre.

Marina se levantó, cerró las ventanas y se quedó mirando la casa de al lado con el cristal en el medio.

Pablo no era una opción para vengarse de Hugo. Pablo ni siquiera se merecía que lo utilizaran.

Había un lugar donde vendían los mejores pasteles de hoja en la ciudad. Estaba ubicado en el mismo centro, cerca del parque central. Era sábado en la tarde, y por alguna razón, el papá de Marina había recordado lo mucho que le gustaban.

Marina no lo pensó dos veces y salió a comprarlos sin avisarle a nadie. Solo tenía que caminar unas esquinas, tomar el transporte público y después quedarse a metros de donde vendían los pasteles.

De casualidad, estaba un grupo que ella conocía comiendo, ella les sonrió, y al extremo vio a Eva, que le sonrió también, de espaldas a ella estaban Pablo y Rey.

Rey volteó como si Eva había dicho que ahí estaba Marina.

—Hablando del rey de roma. O reina.

Marina alzó una ceja, pero no se movió de su lugar porque quería ordenar primero.

Pablo la miró. Solo le sonrió. Quería pararse y abrazarla. Llevaba tiempo sin verla y el corazón le empezó a latir muy fuerte.

Marina pidió para llevar, y después de saludar a personas que conocía, se paró delante de los tres amigos.

—¿Cómo están ustedes? ¡Hola! —Los saludó.

—Bien. —Eva respondió.

—¿Y tu papá, Rey? —Marina notaba la frialdad en el ambiente. No entendía la razón.

—Preparándose para demandar el cu*lo de tu tío.

Ante la mención de ese hombre, el semblante de Marina cambió. No lo quería recordar.

—Con calma, no es su culpa. —Pablo salió en defensa de Marina—. No le tienes que hablar así.

—Perdón Coco, pero si el hijo de la gran puta de ese hombre no hubiese chocado con papá, las cosas en mi casa no se hubiesen desmoronado así. Tenía que matarse el desgraciado.

—Tampoco así Rey, eh, es su tío. Deja la rabia. No te tienes que descargar con ella tus problemas familiares. —Eva lo reprendió molesta de su actitud. Todo era tan cortante.

—Pero si hasta perdón le he pedido. Cálmense los dos. —Reynaldo alzó las manos, volvió a beber de su vaso.

—¡Su orden! —Voceaba una de las empleadas del lugar. Marina miró a otras, y después volvió a mirar a Rey. —Yo desearía lo mismo que tú... Adiós chicos. —Se dio la vuelta y fue a tomar su orden. Pablo se levantó y le siguió.

—Tan grosero eres, Rey. —Eva se quejó, disgustada.

—Solo dije la verdad. Además, si te fijaste, no la vi ofendida por eso. De todas formas, Pablo se encargará. —Comentó viendo a Pablo al lado de Marina, tocándole el hombro.

No podía ser más tonto, se veía como estaba babeando por ella. Con éxito logró que se subiera a su auto en la parte adelante. Solo se preguntaba dónde estaba Hugo.

—Si tú fueras mía, no te dejaría andar sola.

—Demasiado asfixiante, Pablo. —Marina tenía los pasteles en sus piernas—. Puedo andar sola. Tranquilo.

—Es que creo que nunca se puede tener suficiente de ti. O algo así.

Marina se rio de eso. Seguía mirando al frente.

—Perdona a Rey. Te hizo sentir incomoda. Sé que es donde estuviste todo este tiempo, así que debes querer mucho a tu tío.

Marina borró la sonrisa. Era un acto inconsciente. Ella no quería hablar de eso. No quería recordarlo. Pablo lo notó.

—Marina... ¿no es así? Que veo que pusiste esa cara. —Alzó una ceja.

—No me gusta hablar de esto. Me incomoda. Hablemos de otra cosa, ¿vale?

Pablo se quedó en silencio mientras conducía. Le preocupó eso demasiado. No quería seguir incomodándola, pero ya no sabía de qué más hablar.

«Desearía lo mismo que tú»

Parecía que hablaba en serio.

Marina odiaba a su tío. ¿Cómo odias a alguien con el que conviviste tanto tiempo?, ¿Qué le había hecho él? Sea lo que sea, incomodaba a Marina. De pronto, empezó a ver con otros tintes el que el papá de Reynaldo estuviere preparando un expediente penal en contra de él.

—¿Es de sangre o político ese tío tuyo?

—¿Acaso no te dije que no quiero hablar de este tema?

Fue muy cortante con él. Su voz denotaba el desdén. Se estaba sintiendo atacada por sus preguntas insistentes. Pablo notó que saltaba a la defensiva.

—Cierto, perdón. Soy un tonto. Perdón... no más.

—Lo siento yo. Es que ando un poco sensible. —Marina se disculpó. Vio que doblaron la cuadra de la tienda de regalos. Estaban a pocas esquinas de su casa. Sentía lagrimas asomarse a sus ojos, e impotencia. No quería estar recordando a ese hombre, no quería tener que vivir con todo eso.

Estaba tan molesta y tenía mucha rabia.

Era una rabia acumulada, porque estaba pasando demasiado en su vida, todo estaba en caos. Por eso las lágrimas se le salieron solas. Volteó el rostro para secárselas, y cuando Pablo se dio cuenta que estaba llorando parqueó el carro a un lado, a un par de esquinas de su casa.

La última vez que había visto a Marina llorar, él le había pedido que no lo llamase más a su celular. Eran los mismos ojos grises, solo que ahora le dolía la humedad que de ellos salían.

—No llores —La miraba.

—Sigue conduciendo, me esperan.

—¿Qué es lo que te sucede? No te quería incomodar, lo juro. —Se cortó a sí mismo. No iba a seguir hablando, aunque le parecía chocante ese hecho.

—No es eso. Me están sucediendo muchas cosas, y me siento muy sensible.

Pablo le recogió el cabello, se lo puso detrás de la oreja. Y después su mano se deslizó hasta su quijada.

—Tranquila, podemos hablar, te escucho. —Le alzó la mirada—. ¿Tuviste otra pelea con este tipo? Te juro que él no te merece.

Marina sonrió, volteando la cara.

—No me sientas pena, odio eso. —Se pasó una mano por el ojo—. Mi papá tiene Alzheimer y tengo mucho miedo.

—¿Alzheimer?

—Todos los días siento que se pone peor, yo... me siento tan triste... Pablo, no puedo con esto, no soy tan fuerte. Siento que lo debo aprovechar al máximo.

—Marina... ven acá. —La abrazó como pudo desde su asiento. Le beso la frente, y volvió a su lugar—. Tienes mi apoyo, no estás sola.

Un celular empezó a timbrar. Estaba en la cintura del pantalón de Marina. Marina lo tomó en seguida al ver que era Emily. El abrazo se deshizo.

—Hola.

Esas cosas que haces son muy de diva. Y todavía no eres nadie. No conocía esa faceta tuya.

Um, ¿Emily? Es Marina.

Yo lo sé. La misma que canta y patalea. No jodas Marina, si quiera me podías llamar y decirme que no podías. Esto era una gran oportunidad.

¿De qué hablas?

Te llamé y te dejé un mensaje para que cantaras de telonera en un concierto acá en Santo Domingo. Hasta alojamiento, y nada. Ni siquiera me devolviste para decirme que no.

No vi la llamada. Perdón.

—¿En serio, es esa tu excusa? Te dejé un mensaje, ¿tampoco lo viste?

—No, voy a revisar a ver que sucedió, porque no lo vi.

No te des el lujo de perder publicidad así. Que no vuelva a suceder. En fin, el mes que entra te conseguí una participación en una fiesta. Te pagaran por cantar. Es una quinceañera obsesionada con canciones de las boybands y girbands del momento. Me gustaría que vinieses a ensayar, quiero escuchar tu inglés.

Veré si puedo ir.

Es importante Mari, la niña que cumple años es hija de unos riquitos, te pagaran muy bien. Todos los videos no los darán y podremos subirlo al internet. ¡Tengo tantos planes para ti, ven!

—Claro. Iré. Adiós.

Hubo silencio en el vehículo. Marina bajó el celular. —Arranca, me espera mi papá,

Pablo encendió el vehículo. —Claro. —Empezó a conducir—. Solo quiero que sepas, que siempre yo estaré para ti. Puedes contar conmigo.

—Te lo agradezco.

—Hasta que me des la oportunidad.

—¿Quieres una oportunidad?

—Sí. De hacer las cosas bien.

Marina sonrió sin querer.

Él se parqueó frente a su casa. —Marina vas a estar bien, estoy aquí si me necesitas. —Se lo repitió—. En todo este proceso.

—Gracias.

Se acercó para besarle su mejilla. Pasó sus dedos en el lugar de su mejilla donde la había besado, nostálgico.

—No mereces llorar ni estar triste... —se mordió el labio—. No vas a creer lo arrepentido que estoy de nuestro pasado...

—Pablo está bien. Ya. —Huyó a su cariño que le vibraba en su pecho. Huyó de él.

—Hoy es domingo. —le decía por teléfono—. Necesitas salir, tomar aire.

—No contigo, seguro.

—Estoy abajo. No me rechaces así. —Marina caminó a las escaleras internas, bajó a verle.

—Uhm... —Lo vio frente a la acera.

—¿Qué quieres?

—Verte mami. Hay cosas importantes que debes saber.

Marina colgó la llamada y salió de la casa. Hugo la miraba a la cara. Tomó su rostro con ambas manos y la besó. Alzándola hacia él. —Mami, uhm... —murmuraba contra sus labios.

Marina no quería besarlo, la había tomado por sorpresa, y de alguna forma no pudo reaccionar a interrumpir el beso hasta después de unos segundos.

—Te extraño... —Tomó su mano—. Te extraño.

—Está bien. —Pensó en él engañándola con otra. Pensó en que ella había confiado en él. Pensó en que ella había entregado tanto y estaba dándose cuenta que tal vez él no había tenido la misma entrega.

—Salgamos, ve, ponte un vestido de esos que me vuelven loco.

Marina se resignó de todas formas. Llevaba días sin salir de casa. El ambiente cerrado la apagaba más y más. Sacó el primer vestido que encontró. Tan sencillo... y unas sandalias.

—¿A dónde vamos?

Él la besó sin previo aviso en los labios de nuevo, un beso corto, y después la guio al auto hasta que se subiera. Él también se subió.

—Estás preciosa. —le comentó después de mirarla.

—Gracias.

—Eres lo mejor que me ha pasado.

—Sí, Hugo... —Marina miraba a la ventana, pero esta vez no le creía con la firmeza con la que le hubiese creído antes.

—Han pasado muchas cosas buenas para nuestro futuro... iremos a un festival de todo un mes en Santiago.

—¿Iremos?

—¿Crees que puedo estar un mes sin ti? —Le preguntó—. Me vuelvo loco si no te puedo ver. No te imaginas lo importante que eres para mí.

—Se te olvida algunas veces. ¿No? —Preguntó sarcástica, frunciendo el ceño.

Su rostro se endureció. —Marina, todos cometemos errores... no puedes mantener cosas en tu corazón. Estoy tratando de que lo nuestro funcione... yo sin ti no puedo vivir, ya me di cuenta... por eso no me puedo alejar de ti.

—Solo llévame un poco despacio. ¿A dónde es el festival?, ¿un mes?

—Sí.

—Hugo, no me puedo ir por tanto tiempo. Hay cosas en casa. —Le trató de explicar, se acomodaba el cinturón de seguridad. Ya el sol no estaba fuera y empezaba a oscurecer. Parecía como si sería una noche nublada.

—Yo lo sé. —Alzaba las cejas—. Karina habló conmigo, te estás encerrando... necesitas salir, aire, te estas consumiendo en esta enfermedad y eso no es lo que tu papá quiere para ti. En parte ella me apoya, el que te vayas, para que respires.

Marina se quedó pensando en las palabras de Hugo. ¿Él sabía todo?

—¿Por qué no me dijiste que sabías?

—Te doy el tiempo para que me tengas confianza.

—Te tengo confianza, conoces demasiado de mí.

—Entonces, ¿Qué te molesta de irte conmigo ahora? —le preguntó ante su respuesta.

Marina se quedó pensando.

—Lo que más me atemoriza es volver y que él ya no me reconozca.

—Eso no sucederá. —Hugo comenzaba—. Marina, no funciona así, él no olvidará tan pronto. Él no se irá. Sigue tratándolo igual, no lo trates como si estuviera enfermo. Él se da cuenta de que lo haces.

Hubo un silencio largo, no fue incómodo.

—Está bien. Iré contigo. —Lo decidió cuando él se parqueó frente al lugar. Era la casa de Juan Mateo, en el porche estaba lleno de carros, por lo que ellos tuvieron que parquearse un poco más lejos. La llevaba agarrada de la mano.

—Bien. —Le besó la mejilla antes de entrar.

La casa estaba llena de personas, y al entrar a Hugo lo reconoció la mayoría, como si no se acordaran de él y solo les parecía increíble que tuvieran un programa y tantos seguidores en las redes sociales.

—Voy a buscar algo de comer.

—Sí... —Le asintió—. ¿Me traes algo mami?

—Sí.

Marina caminó hasta la sala de estar donde había una de las tantas mesas con bocadillos. Estaba llevando uno de los dulces a su boca. Y miró a la derecha, en la puerta de salida a la terraza, Pablo estaba de pie. Sonreía a alguien que ella no podía ver bien, por los escases de luz en el lugar.

Le entró curiosidad de verlo, y sin pensarlo, por impulso, camino hacia él. Se le paró dándole el frente a su perfil.

Él se volteó al sentir a alguien tan cerca, la miró y, como si su cara se iluminara al ver sus ojos grises, su sonrisa se amplió, abrió los brazos, la atrajo hacia sí, con sus manos en su cintura. Mientras la tenía tan cerca solo pensaba en lo bien que se sentía su cintura entre sus manos. Que sus cuerpos encajaban, que tenía un aroma tan dulce y que la quería para siempre.

La suavidad con la que sentía su cuerpo era señal de que ella pensaba lo mismo.

—Ya, ¿y entonces? —Pablo la soltó, molesto. Miró a quien estaba a sus espaldas—. ¿Qué es ese abrazo de amigos tan largos?

Marina se echó el cabello hacia atrás. Miró a Pablo en vez de Hugo.

Y él la miraba a ella.

Y lo juraban por Dios, no existía nadie más en ese lugar, que ellos dos, mirándose en ese instante.

—Pablo, ¿me llevas por una piña colada? —Esa vocecita hizo romper el hechizo, Marina miró a la dueña de la voz, que era Eloise, el cabello recogido, un vestido pegado al cuerpo—, oh, hola, tanto tiempo sin verlos. —Los saludó a Marina y a Hugo. Eloise se recostaba del hombro de Pablo, con sonrisa picarona.

Marina se sintió confundida. Retrocedió un paso, pero a un paso estaba el cuerpo de Hugo, él la tomó de la cintura. Había borrado el rastro del toque de Pablo.

—Fue muy pesado ese tiempo. —Hugo le respondió—. Siempre es un gusto verte, y junto a Pablo.

Ambos no decían palabras aun.

Pero los ojos si hablaban. Marina le hacía preguntas, y Pablo también...

Pero ninguno respondía.

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