Capitulo 33: La familia.
Este es el cap mas largo con 5,000 palabras de todo lo que he subido hasta ahora. No lo podía acortar más :(
Espero que les guste.♥
Marina se levantó temprano como lo hacía usualmente todos los días de la semana. Y aunque tenía pautado entrar al trabajo a las nueve, estaba lista a las siete y media.
Así que esperaba que llegara la hora sentada de irse en el sofá mirando a la ventana. Tenía la mente en blanco, o al menos, se esforzaba por tenerla en blanco.
Alguien tocaba la puerta insistentemente. Marina se levantó y la abrió. Una niña rubia de algunos diez años le devolvía la mirada.
—Stacey, linda, ¡¿Cómo estás?! —Marina le sonrió simpática.
—¡Hola tía Marina! —La niña la abrazó y después entró a su habitación. En realidad, la niña no era su sobrina, era la nieta del único hermano de su padre.
Marina vio a la niña husmear entre sus cosas, su tocador y después en su armario.
—¿Qué tal si bajamos? —No quería ser grosera con la niña. Pero no iba a tener tiempo para poner todo ordenado otra vez.
—Claro. —La niña dijo, siguiéndole a Marina hasta bajar las escaleras. Abajo, la sala estaba llena de personas, sus padres, su tío, y sus dos hijos junto a sus esposas. Una de ellos con un bebé de meses en brazos.
—Hola a todos. —Saludó a Marina—. ¡Qué sorpresa verlos!
—¡Marina! —Su tío se levantó a saludar. Sus primos y sus esposas también. Después de la ronda de saludos, Marina pasó a sentarse con su uniforme en el sofá.
—A Marina le falta poco para terminar la universidad, ¿verdad prima? —Uno de los primos inició la ronda de preguntas.
Marina se quedó en silencio. Miraba a su papá. Estaba esperando hablar con él en privado.
—¿Qué es lo que estudias? —Volvió a insistir.
—¿Marina? —Su mamá preguntó, despertándola.
—Marina no ha iniciado sus estudios universitarios. —Su papá respondió, cruzando miradas con su hija.
—¿Qué? —Pedro, que ya tenía más de treinta años, y que era el padre de la niña rubia, preguntó—. ¿Y eso, por qué?
Marina sonrió sin mostrar los dientes.
—Pensé que Marina ya era ingeniera civil.
—¿No estudias nada, nena? —Habló la esposa de su primo Eduardo, el papá de la recién nacida.
—¿Cuántos años tiene?
—Marina está bien como está. —Su mamá salió ante todas las preguntas.
—¿Bien cómo está?, ¿no aspiras a nada? —Su primo, el mayor, volvió a insistir—. Primita, pensaba que seriamos colegas.
—Hace tiempo no venimos, ¿eh, Pedro? Marina aquí ha envejecido con los tíos. —Hizo referencia a los padres de Marina.
Ella iba a abrir la boca, pero la volvieron a interrumpir.
—Estás malgastando la vida, ¿sabías? Tienes que prepararte para el futuro. ¿Qué haces?, ¿Dónde trabajas? —Eduardo volvía a cuestionarle.
—¿Hace cuánto terminaste la escuela? —Pedro interrumpió a Eduardo.
Se hizo el silencio. La niña miraba a Marina y Marina miraba a su papá.
—Me han hecho tantas preguntas, que me confundí. —Marina se rascó la cabeza—. Tal vez si no se hubiesen ausentado por tanto tiempo... —Marina dijo, alzando los hombros.
—Siempre le damos vuelta a los tíos. —Pedro anunció.
—Pero tú estabas fuera, es una sorpresa saber que has vuelto.
—Es tu cumpleaños en dos semanas. —Su tío comentó, era igual a su papá, pero rubio, con los ojos también claros—. Si no me salió mal el cálculo cumplirás veintiuno.
—¡Veintiuno, se ve más pequeña! —La esposa de Pedro comentó, sonriéndole.
—Cierto, hace casi un año regresé.
—¿Y qué nos dirás sobre los estudios, que es lo que quieres ser? —Pedro volvió a insistir.
Eduardo miró a su tío Steve. —Oye bien, tío, ¿Marina no está estudiando por falta de fondos?
—Nada de eso. —Marina intentó hablar, cuando vio que la miraron decidió continuar—. No sé qué estudiar, me parece estúpido ir a la universidad y estudiar algo que no me apasiona.
—Pero algo tienes que hacer, tienes veintiuno, como quien dice...
Marina buscó su celular. Escribió un mensaje de texto a Hugo mientras ellos seguían discutiendo sobre lo que acababa de decir Marina. Que si ella no sabía lo que estaba haciendo, que había perdido tres años de su vida ya.
Su mamá Karina le miraba pegada a su celular, pero sabía que Marina estaba incomoda. Siempre la ponían incomoda sus primos. Eran muy insistentes. Siempre iban por lo correcto. Todo lo de ellos era la buena formación. Tener una carrera y trabajar mucho. Así podía tener y mantener la vida de clase media alta que ambos hermanos tenían. Su padre estaba muy orgulloso de ellos.
Visitaban a su hermano y a su familia cada vez que podían, iban todos juntos. Que Steve se casara y tuviera una hija fue una sorpresa para toda la familia Alonzo. Nadie se lo creía. Ya tenía sesenta años y estaban seguro que moriría solo.
Tuvo la suerte de encontrar a Karina. Y cuando nació Marina, tuvo más suerte de tener una niña tan bonita. La celaban demasiado, querían ayudarla porque sabían que sus padres eran muy viejos y que la dejarían sola en algún momento. No querían que ella estuviera perdida. Les preocupaba su futuro.
No estuvieron de acuerdo en que Marina se fuera a la casa de su tía materna. No le tenían confianza, además, segregaban ese lado de la familia, las hermanas de Karina no eran de su agrado.
De igual forma, no podían interferir en esa decisión.
A Marina le llegó un mensaje, era Hugo.
«Mami, estoy afuera. ¿Quieres que baje del auto?»
Marina respondió un rápido «no»·
Se levantó del sofá.
—Me tengo que ir.
—¿Al trabajo? Te llevo. —Su primo, Pedro, se levantó.
—No. No, vinieron por mí. —Marina señaló hacia atrás, por simple referencia.
—Marina tiene novio. —Su papá dijo la noticia que ellos desconocían.
—¿Es serio? —Eduardo preguntó—. ¿Está afuera? nos gustaría conocerlo. —Chocó sus puños en forma de broma.
Marina negó. —Yo lo siento, pero ni siquiera papi lo conoció así. —Imitó la acción de su primo al chocar sus puños.
Ambos hermanos eran altos, de cabellera rubia también, nariz recta y pronunciada. Eduardo estaba más gordo que Pedro. Tenían los ojos oscuros, a su mamá salieron en esa parte. Ella había fallecido hacía más de una década. Por eso eran tan unidos. No querían dejar a su papá solo. Por eso temían por Marina, sabían que la muerte siempre estaba al doblar de la esquina.
—Es buen muchacho. —La mamá de Marina salió a su defensa.
—Aaah, esperen. —La esposa de Pedro sonrió, levantándose también—. ¿Es aquel muchachito que le gustaba a Marina a los trece? —Comentó. Eunice era muy simpática. Hablaba con Marina siempre. La otra esposa, la de Eduardo, era más callada, más presumida, en todo el tiempo no había abierto la boca más que cuando le preguntó si estudiaba algo. Ya todos sabían que era así. La ignoraban en colectivo.
—No, no es él.
—¿No era el vecino? —Eduardo sonrió, pinchando el cachete de Marina.
—No, nunca le gusté.
—Que tonto, debería estar muriendo justo ahora. —Eduardo piropeó a Marina.
—Gracias, así de tontos son los hombres. —Marina se alzó de hombros, sonriéndole.
Eduardo caminó a la puerta. —No hay que esperar más, voy a conocer el afortunado.
Marina dejó que ambos salieran adelante. Se quedó adentro, avergonzada de que sus primos fueran a hablar con Hugo. Sintió que su relación se estaba poniendo seria. Ya se estaba sintiendo estresada por todas las preguntas que le iban a hacer. Su cara se estaba calentando.
Miró a su papá, que la miraba con calma, mientras su tío Mario hablaba con Karina, y las dos nueras.
Se miraron padre a hija. Le dio pena verlo. Siempre tan callado. Siempre pensando tan lejos. Seguro piensa en ella. Le conmovió el corazón. La tenía esa herida, la herida de no haber dicho nada. ¿Y se habrá curado ya? El siguió viviendo, era una prueba de que las heridas se curan.
Pensó en Pablo. Vino de la nada el pensamiento. Su papá le sonrió y ella volvió a sí misma.
—Hija, te has puesto roja.
—Tengo que ir a salvar a Hugo. —Sonrió negando, saliendo por la puerta.
Afuera, Pedro tenía un brazo encima del hombro de Hugo, y le tocaba el estómago un poco muy duro mientras le hablaba con una sonrisa en la boca. Eduardo estaba frente a Hugo, y la niña observaba desde más lejos.
—Hugo, siento todo este circo.
—Mami, hola. —Se alejó de su primero Pedro—. ¿Qué dice?, ¡si son chistosos! —Se acercó a Marina, con sus manos en su espalda baja la besó, después le miró la cara y le besó la frente—. Llegas tarde.
Se dio la vuelta, caminó a su auto después de darle la mano a Pedro y a Eduardo y mirar con diversión a la niña que se tapaba los ojos ante el beso.
Marina miró a sus primos. —Gracias por avergonzarme.
—Tenemos que hablar otro día. —Su primo Eduardo le susurró.
Pedro se quedó mirando como Marina se subía al auto.
—Adiós primita.
Marina le dijo adiós y se subió al vehículo. Cerró la puerta y Hugo arrancó despacio.
—¿En serio te parecieron chistosos?
—Coño no, me tenían hartos, me dijo uno que me sacaría las tripas si te lastimaba a ti. —Hugo sonrió—. Son simpáticos aun así. Me dio curiosidad saber que le harían al depravado...
—No lo mencionemos en nuestras conversaciones. —Advirtió Marina seria.
—En general, me caen bien. ¿Son tus primos de parte de padre? —Hugo dejó el tema de inmediato. Tampoco tenía deseos de hablar de ese tema, si eso solo le traía una rabia increíble.
—Sí, Eduardo y Pedro. Son muy intensos y me llenan de estrés innecesario.
—Te quieren mucho.
—Algo así. —Marina recostó la cabeza del asiento. Resopló—. Me tenían hasta la coronilla de la cabeza, quieren que me matricule en la universidad.
—¿Qué quieres estudiar, Marina?
Marina volteó el rostro hacia donde Hugo. Mirando su perfil. —Te estás pareciendo a ellos. Yo no lo sé.
—Yo estudié ingeniería en sistema. Varios cursos de marketing y ventas, y dejé el instituto de idiomas en el séptimo nivel.
Marina volvió a levantarse. —¿En serio?
—Sí, mami, tengo veinticinco.
Marina volvió a recostarse del asiento.
—¿Por qué trabajas en el taller? —preguntó incrédula a lo que le decía.
—Me gusta, soy mi propio jefe. —Se alzó de hombros. Se detuvo en el semáforo en rojo—. ¿A dónde vamos?
Marina miró su celular, eran apenas las ocho, tenía una hora libre. —A tu casa, tal vez. Solo quería salir de allí. —Se pasó la mano por la cara—. Ellos me ponen nerviosa cuando me hablan al mismo tiempo, todos.
No quería decir que le ponía nerviosa las razones que los llevaba a ellos a eso. Que tenían que prepararla para un futuro, un futuro que ella veía gris.
—Te compraré un helado, así te endulzas la mañana. —Giró el guía hacia la izquierda, conduciendo a una heladería.
○
Marina y Hugo se sentaron en el sofá de su apartamento para degustar el helado. Compró un tarro mediano y se sirvieron un poco en un recipiente para los dos. Marina se había quitado la camisa gris, para no ensuciarla. Abajo tenía una blusa de tiros color morado alegre. El cabello lo llevaba suelto y poco maquillaje.
Puso el recipiente vacío de lado.
Se quedó mirando a Hugo acariciarle su pierna que estaba encima de las de él. Se le acercó y besó su mejilla. Él la miró.
—¿Qué fue eso?
—Bésame, Hugo.
—Acércate. —Él le pidió, entonces tomó la quijada de ella y la besó, separando sus labios. Ese tipo de besos le humedecía por completo. Él la subió encima de sus piernas. Le pasó las manos por los brazos cuando la dejó de besar.
—Ojalá no tuvieras que irte.
—Todavía tengo unos quince minutos. —Marina le susurró, apoyándose de su pecho. Se inclinó sobre él, besándole de nuevo—. ¿Y si vamos a tu habitación?
Hugo le sonrió. Marina se levantó y caminó a su habitación. Se bajó el zipper de la falda, dejándola en el piso y quedándose solo en sus pantis, mientras que arriba aún tenía su blusa.
Él le siguió hasta ponerse frente a ella, con el borde de la cama tocando sus piernas, esperándole. Se sentaron. Él la besó de nuevo. Ella se acostó y él se recostó casi encima de ella, se siguieron besando unos minutos. Se detuvieron, mirándose a los ojos.
Marina se mordió el labio.
—Hugo, ¿Qué es eso de que me amas?
—Y que te quiero viviendo aquí también. —Confirmó, empezó a besar su cuello con suavidad, despacio, tocaba su cuerpo, Marina empezó a sentir maripositas. Empezó a sentir lo que estaba buscando. Cerró los ojos, se dejó llevar.
○
Eva caminaba por el campus de la universidad cuando divisó a Pablo con su celular haciendo unas llamadas. Un chico estaba a su lado, y le hablaba, pero Pablo no parecía prestarle mucha atención.
—Pablo, ¿Cómo estás?
Él bajó su celular, se saludaron ambos con un pequeño abrazo. Tenían unos cuantos días sin verse.
—¿Es cierto eso de que Eloise y tú se tomaron un tiempo?
—¿Quién te lo dijo?
—Las cosas se rumorean, tú sabes. —Eva se alzó de hombros—. ¿Aún no te hablas con Rey?
—Él es quien no me habla. Solo le dije sus verdades.
—Es ridícula esta pelea. Deberían abrazarse, incluso besarse. —Eva bromeó—. Hola Jeremy.
—Hola Eva. —Saludó el muchacho que hablaba con Pablo antes de que ella llegara—. Pablo, seguimos hablando, me dices si aceptas. —El moreno se marchó.
Eva se quedó mirándolo. —¿Si aceptas qué?
—Una carrera en San Pedro, será en auto, y están pagando cincuenta mil al primer lugar.
—¿Tanto? —Eva se sorprendió de la cantidad.
Pablo se balanceó en sus pies.
—Porque es ilegal, nos meteremos en barrios, el parque y terminamos en el malecón.
—Suena arriesgado. —Eva le fue sincera—. ¿Planeas aceptar?
Pablo guardó el celular en el bolsillo.
—No sé muy bien qué hacer. Tengo que pagar la matricula. Necesito ese dinero. Viene la renta, la luz, miles de cosas.
Ambos vieron a Reynaldo salir con algunos compañeros, estaban vestidos de blanco y negro con corbata. Cruzaron miradas.
—Chequea, lo voy a llamar.
—No lo llames. —Pablo advirtió.
—¡Rey! —Eva balanceó las manos. Rey volvió a mirar a su dirección. Pareció despedirse de sus colegas y caminó hacia ellos.
Saludó a Eva. Y después miró a Pablo. Ambos se miraron unos segundos y después se abrazaron dándose un fuerte golpe en la espalda. Al separarse se dieron las manos.
—Es ridículo que peleemos por faldas.
—Me debes unas disculpas, o no exactamente a mí.
—Si te hace feliz, al verla, le pediré disculpas. —Rey dijo, arreglándose la bocamanga de la camisa—. ¿De que hablaban?
—Pablo irá a San Pedro a una carrera callejera por la ciudad. Cincuenta grandes. —Eva respondió, mirando a Pablo con su rostro preocupado.
—Sí, algo así. —admitió Pablo.
—¿Cuándo?
—Mañana.
—Iremos, para apoyarte. —Reynaldo aseguró. Volteó hacia la acera—. ¿Ves ese Hyundai rojo? Es mío.
—Wow, hermano. Fantástico. —Pablo le tocó el hombro—. ¿Te nos vas a unir?
—Lo mío no es correr. Pero los apoyaré. —Miró la hora en su reloj—. Tengo que irme, por comprármelo, mis padres me obligan a recoger a Reyna de sus clases de piano. —Puso cara de espanto, después la relajó y sonrió.
—Suerte con eso. —Eva le dijo.
—Adiós. —Pablo musitó.
Eva se volteó a mirar a Pablo de nuevo. Se acomodó su bolso que colgaba de su hombro izquierdo. —También, escuché por ahí que le andas atrás a la novia de Hugo.
Pablo se recordó de Marina. Exhaló. Estaba tratando de evitar pensar en ella. No sabía porque estaba tan interesado en verla. Su timbre de voz, o solo verle a los ojos.
—No es cierto. ¿De dónde sacas tantas cosas?
—La misma Eloise. —Eva se alzó de hombros—. Tú sabes que yo no soy mucho de esto. Pero un amigo estuvo en Historia Universal contándome la historia universal de Eloise. Él es primo de una vecina que le tiene malos deseos. En resumen, me dijo que ella anda triste, y que la escuchó decirle a alguien que su novio estaba de vacaciones por andar detrás de una perrita. Mencionó a Coco. Y pues, no lo sé, estoy como muy perdida de todo esto. Me ha sorprendido toda la historia.
—Son exageraciones de Eloise. Se la pasa de bullie con Marina. En cada oportunidad trata de hacerle daño. —Pablo admitió—. No puedo estar con alguien así. Solo quiero que mejore el comportamiento.
—¿No se iban a casar? —Eva hizo una mueca.
—Lo haremos. Aun la quiero, por eso nos dimos un tiempo. —Pablo miró a su auto parqueado—. Eva, ¿te llevo?
—Claro, vámonos. —asintió, dejando atrás el tema de Eloise y de Marina. Esas aguas eran muy turbias. Y no quería ahondar ahí.
Al final, decidió no creer lo que dicen las muchas voces.
A Pablo no le gustaba Marina.
○
Marina se vistió con un pantalón corto blanco que le llegaba hasta tapar su ombligo. La blusa que tenía no se le pegaba al cuerpo, y tenía las mangas debajo de los hombros. Un pintalabios rojo y lo demás muy moderado.
Llegaron temprano donde se reunía un grupito de personas y algunos carros estaban parqueados. Hugo la tenía a su lado, pero sin tocarla, hablando con los organizadores para conocer el mapa y lo que harían.
Marina vio como Pablo se acercó a Hugo, abrazándolo de lejos. Después se acercó a ella y la apretó en un abrazo más fuerte. El corazón se le aceleró sin querer. Pero fue muy corto. Después Pablo miró a Hugo.
—Siempre es un gusto ver a mis mejores amigos.
Hugo negó con la cabeza, sonriendo. —Siempre es un gusto ganarte, Pablo.
—Eso lo veremos, ¿verdad, Marina? —La miró a ella. Quien abrió los ojos y miró a Hugo. No respondió.
—Ella es de mi equipo. Siempre le va a ir a mí.
—Pero déjala que hable, te sorprenderías. —Le topó el hombro—. Nos vemos en la línea de salida.
Pablo se alejó. Hugo miró a Marina, quien miraba al suelo, especialmente sus propios tennis.
—Nos gustaría tener alguien que de la señales para salir. —Un hombre pidió.
—Creo que escuché rumores de que aquella chica es muy buena. —Un muchacho que viajaba entre las dos ciudades, comentó, señalando a Marina—. Ella es buena. La vi en un video.
Un tipo flaco, de San Pedro, tomó a Marina de la mano y la trajo al sitio de conversación.
—Esta dama. —La presentó brevemente. Hugo lo empujó, casi tumbándolo al piso— ¡Hey! —protestó el muchacho. Era muy joven, algunos diecisiete.
—¡No la toques!, ¿Qué diablos te sucede?
El muchacho se levantó para hacerle frente a Hugo. Él fácilmente lo empujó y esta vez lo tumbó al suelo y el polvo se levantó con su caída.
—Detente, Hugo. —Marina le pidió—. No me ha hecho nada.
—¿Se ha pensado que eres mercancía? ¡Que no me joda!
Al muchacho lo ayudaron a levantar unos amigos, lo convencieron de no volverse a acercar a Hugo.
—Calma hombre, es un niño. —Uno de los hombres advirtió a Hugo—. Si vas a ser tan celopata, no te traigas a la chica a un lugar así.
—¿Tienes algún maldito problema? La traigo donde se me dé la maldita gana, no me jodas. —Se alejó de ahí hacia su auto. Marina le siguió.
Pablo, Eva y Rey observaban la escena de lejos. No intervinieron. Algo había molestado a Hugo, por su humor... es que estaba simplemente muy irritable.
Marina estaba cruzada de brazos.
—Ese niño no me hizo nada.
—Solo me molestó. No te vas a quedar aquí y no vas a anunciar ninguna carrera. —Resopló por la nariz—. Huele a marihuana. No tomes nada de lo que te den.
—Vinimos a ganar e irnos. —Marina le comunicó.
—Así me gusta. —Se le acercó, agarró su cintura y la besó de nuevo—. Vas a correr conmigo.
—Eso... uhm... —suspiró, Hugo rozaba su boca con la de ella—. No es seguro.
—No te voy a dejar, Marina. No conocemos está gente.
Marina exhaló. —Claro. Está bien.
Pasaron unos minutos hasta que organizaron a los vehículos en la línea de salida. Solo serían cinco. Pablo y Hugo eran los únicos que venían de otra ciudad. Saldrían desde la entrada de San Pedro, —que era puro campo—, hasta meterse por la ciudad, por un barrio muy recogido de la misma, hasta el malecón. Allá los recibirían unas personas.
Hugo le puso el cinturón a Marina. La besó despacio, tomando su cara con una mano. La miró a los ojos.
—No te pasará nada.
—Claro.
Le dio otro beso corto en los labios.
—Mantén la cabeza pegada al asiento.
Marina asintió.
La carrera fue muy rápida. Hugo conducía como un loco por las calles, y cruzaba las intersecciones sin mirar si venía un vehículo. Acababa de caer la noche, pero en las calles no habían muchas personas.
Marina no decía nada, solo se mantenía alerta. En una calle un niño estaba en el medio. Hugo frenó de golpe.
—¡Maldición! —Gritó, tocando la bocina con un fuerte golpe después de que ambos fueran impulsados hacia delante, pero detenidos por el cinturón de seguridad. El niño estaba asustado por lo que estuvo a punto de ocurrir, se había quedado paralizado—. ¡Muévete!
—Calma, estuvo al morir. —Marina trató de hacerlo entrar en razón.
Hugo volvió a pitar la bocina y un amigo del niño lo movió del sitio. Parecían tener doce cada uno. Hugo volvió a acelerar y maniobrar. Al llegar al malecón, frenó unos metros después de donde estaban las personas para recibirlo.
Salio eufórico del vehículo, Marina salió un poco más despacio.
Hugo movió las manos con euforia y alegría.
—¡Ganamos, somos los primeros en llegar!
Marina sonrió afuera, todavía sentía como que corría por las calles con Hugo.
—Al menos valió la pena.
Hugo la abrazó fuerte. Unos cuantos felicitaban a Hugo. Unos minutos después llegaron los demás competidores. No estaban muy animados. Habían perdido.
—Tú te la comiste, ¿a cuántos chocaste? —Preguntó el organizador.
—No, a nadie, pregúntale a ella. —Hugo estaba sonriendo.
Marina negó, también sonriendo.
Pablo llegó y ni siquiera se bajó del vehículo. Tal parece ser que se dirigió a casa. Y el carro Reynaldo, con Eva en él, les siguió detrás.
Hugo ni siquiera se dio cuenta de eso. Quedaron con que iban a celebrar en la casa del organizador. Una chica prometió cocinar bollos ahogados en queso si traían alcohol.
Así que Hugo decidió ir a comprarlo, como había ganado podía invitar.
—No nos quedaremos. Llevamos el alcohol y nos vamos.
—¿Para qué vas a compartir tu premio? —Marina le preguntó, mientras se bajaban y entraban al supermercado. Era uno grande, con parqueos del mismo tamaño del local. Era el mismo que Marina visitaba al vivir seis años allí.
—¿Crees que a esta gente le guste que les haya ganado? Hay que darles algo para contentarlos. No los quiero de enemigos.
Marina solo asintió. Hugo tomó tres six-packs de cerveza, y dos botellas de ron.
—Con eso bastará. —Le aseguró a Marina. Pagaron todo y se fueron al parqueo. Hugo llevaba las fundas y Marina caminaba a su lado.
Un señor le agarró el brazo a Marina.
—¿Mi sobrina? —La soltó—. ¡Qué sorpresa!
Se le iba a acercar más pero Hugo se interpuso, poniendo la funda y su brazo.
—No se acerque. —Lo reconoció de inmediato, no iba a olvidar su rostro fácilmente después de haberlo visto frente a la puerta de la casa de sus padres.
—Hugo, está bien. —Marina le susurró. Era la primera vez que ambos hablaban desde el incidente. Él se veía muy inocente. Nada culpable. Vivía en paz consigo mismo, parecía ser.
El esposo de la tía de Marina sonrió a Hugo, después miró a Marina. —¿Es tu novio, el de la otra vez?
—¿Por qué si quiera este parasito nos está hablando? —Hugo no podía razonar, puso la funda en su mano izquierda, y agarró de la muñeca a Marina, avanzando, dejándolo atrás.
—Tu tía te extraña, todos lo hacemos. —Voceó, ambos siguieron caminando. Hugo abrió el baúl del auto, metió las fundas allí.
—No hagas caso, por favor. Dejé esto atrás hace tiempo. —Marina le pidió cuando Hugo le ponía el cinturón. Hugo asintió, cerró su puerta. Se dirigía al asiento del conductor.
Antes de entrar, se devolvió, caminando, casi corriendo, hacia donde el señor todavía estaba, caminando en dirección a la entrada del supermercado.
—¡Hey! —Lo llamó.
—Hola. —Hizo un gesto con el rostro, le sonrió por cortesía.
—Solo vengo, uhm... —Hugo se pasó la mano por la ceja derecha. Bajó la mano y después le lanzó un derechazo. Lo tomó del cuello de la camisa, el tío político de Marina que era mucho más bajo que Hugo, y empezó a golpearle la cara repetida veces sin detenerse. El hombre no se podía defender, era mayor de edad y estaba aturdido.
Marina miró por el espejo retrovisor que Hugo no estaba cerca. Le parecía extraño que le tomara tanto tiempo dar la vuelta desde el asiento de ella hasta el suyo. Al salir, vio de lejos la escena. Se le escapó el aliento y corrió hacia ellos con el corazón en los pies.
—¡Detente, Hugo, lo vas a matar, detente! —Trató de despegarlo.
Hugo lo soltó. Su puño estaba lleno de la sangre del esposo de la tía de Marina. El mismo cayó de rodillas al suelo cubriéndose la cara ensangrentada.
Hugo se había detenido solo porque Marina casi se sube encima de él y temía lastimarla con el movimiento de sus puños.
El hombre se quejaba del dolor.
—Oh Dios mío, Dios mío, ¡Hugo!, ¿Qué has hecho?
Marina se tapó la boca. Estaba asustada. Sentía frío y mareo.
—Vámonos de aquí. —Hugo le dijo a Marina, pero ella no encontraba las palabras para formular una oración coherente de respuesta.
Hugo se bajó a la altura del tipo. Marina reaccionó, agarrándolo de nuevo, de reflejo.
—Detente, por favor.
—Solo quiero dejarle algo claro a este señor: es que su cara esta desfigurada por decir que extraña a mi novia, —Se levantó, Marina lo soltó. Hugo dio unos pasos atrás, después corrió y le lanzó una patada que lo tumbó al hombre boca arriba en el suelo—, esto es por lo que le hizo a ella.
Marina gritó al ver cuando Hugo lo tumbó así. Terminó llorando esta vez. Fue donde Hugo y lo abrazó. —Por favor, ya basta. Por favor... —Trataba de hacerlo retroceder—. Lo vas a matar, por favor.
Hugo tenía a Marina pegada a él muy fuerte. Le impedía su plan de darle otra patada al desgraciado.
—Si lo mato, se lo merece.
—No hagas esto peor, por favor, te lo pedí, por favor. —Estaba llorando, no le importaba ensuciarse de la sangre. Estaba tan nerviosa y solo podía llorar. No quería presenciar una muerte, no quería verlo golpear a sangre fría. Aun cuando la persona agonizando de dolor le había causado daño en su vida, aun aunque lo odiara, no quería eso. No quería que muriera, y no quería a Hugo culpable por ella.
Se arrepintió de todo, de hablar, de confesarlo, tenía que callarlo. Se sintió como que todo terminaba allí. Que su familia ya estaba destruida, que su novio iba pagar por todo eso.
Quería que se detuviera el mundo por completo.
—Hugo vámonos —le suplicó— por favor.
Hugo agarró el brazo de Marina. Tratando de despegarla de él. No estaba pensando con claridad, solo quería seguir golpeándolo.
—Este patético ser humano no merece misericordia de nadie. —Trató de mover a Marina, pero ella lo abrazaba y no daba tregua.
El hombre no podía hablar, agonizaba. Estaba susurrando algo, como si fuera un rezo. Estaban en un área oscura del parqueo, la luz del poste se había dañado, y aunque había pocos vehículos estaba seguro de que alguien pronto vendría.
La situación no era favorable.
—Hugo... —lo apretaba—. Por favor... si me amas, por favor.
Hugo dejó de tratar apartarla, sus músculos se relajaron.
Marina volteó a ver al hombre que se hacía un ovillo en la grava. Se tapaba el rostro ensangrentado.
—Lo siento, lo siento, lo siento —murmuraba, se bajó a su altura, no había parado de llorar ni de estar nerviosa. Sentía que ya no era ella misma, no podía parar de susurrarlo, el señor seguía rezando. Estaba mal herido.
—No podemos dejarlo, Hugo. —Marina no quería tocarlo, pero no quería dejarlo, volvió a susurrarle lo siento. No porque quería, su sistema nervioso estaba en crisis, y Hugo, habiendo salido del shock, contemplaba la escena un poco calmado. Le vio el pantalón blanco manchado de sangre a Marina, se preguntó cómo llegó la sangre a ella. Después se miró su puño, estaba lleno de sangre también y le dolía un poco. Sacudió su puño.
Solo sabía que lo único que lo envió a golpearlo fue la rabia. La rabia de que le hiciera eso a Marina, cuando ella debía confiar en él. Cuando era indefensa. Y eso le enfermaba, le enfermaba esa basura allí. Que estuviera libre y que los padres de Marina lo siguieran recibiendo en su casa sin saber lo que le hizo a su hija. Tenía rabia porque Marina le tenía miedo a ese parasito, tenía rabia de que ella lo callara, de que él manipulara a todos a su lado. No dudo un segundo en matarlo.
Ahora Marina estaba nerviosa y murmuraba lo siento repetidas veces, aun con miedo a tocarlo.
Su mano que no estaba sucia del líquido del parasito, se la pasó por la cara, suspiró y tomó a Marina desde la cintura, pegando la espalda de ella al pecho de él. La levantó del piso y la atrajo hacia sí. Ella ofrecía resistencia. Le decía que no lo podía dejar, que iba a morir. Tenía la cara llena de lágrimas, no se había dado cuenta de que tenía el pantalón sucio de sangre.
El hombre todavía rezaba en el piso, con menos intensidad. Tenía un pequeño charco de sangre cerca de cara.
—Qué desastre... —Marina se quejó en voz alta—. ¡Qué desastre has hecho!
Hugo le tapó la boca porque voceaba muy alto. Ella dejó de gritar, y siguió llorando, llorando por miedo. Sus labios estaban blancos. Lucia perdida. La llevó al carro, y la subió en el copiloto, le puso el cinturón y ella ya no hablaba en voz alta. Miraba al frente, la pared del parqueo.
—Por favor, va a morir. No lo dejes. Me vas a destruir. —le susurró... en forma de súplica, no tenía fuerzas. Se la habían quitado todas.
Hugo cerró la puerta.
Volvió al lugar donde agonizaba el parasito. Con todo el asco del mundo, lo levantó por el cuello y lo obligó a caminar al auto, lo lanzó detrás, poniéndole el cobertizo del vehículo encima para que no le ensuciara el asiento.
Condujo a un hospital de San Pedro, lo sacó allí en la acera, lo dejó varado con todo y cobertizo. Antes de subirse al auto, se bajó a su altura en el suelo.
—Si me acusas, lo que le hiciste lo sabrá todo el mundo, tu maldito trabajo, todo el vecindario, si vas a la iglesia, toda la feligresía. Lo vas a lamentar el resto de tu vida, hijo de puta. —Le tocó con el dedo índice la sien—. Si le vuelves a hablar, lo lamentarás. —Se levantó y se subió al auto de nuevo.
Condujo a toda velocidad a casa. Marina estaba en shock. No lloraba, no hablaba, no volteó a ver al esposo de su tía varado en la acera. Y ni siquiera podía respirar con tranquilidad.
Aún no veía la sangre en su pantalón blanco.
Se sentía culpable.
Tenía miedo.
Temía por Hugo, por las consecuencias que le traería a él.
Y no quería convencerse de que temía de Hugo.
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