Capítulo 30: Confusiones y problemas.
Capítulo30: Confusiones y problemas.
El lunes en la tarde Pablo acababa de salir de la universidad. Tenía un examen de finales de cuatrimestre. No solo le estresaba el tener que estudiar, sino también la suma astronómica de dinero que tenía que buscar para inscribirse en el próximo cuatrimestre.
Mientras conducía a la universidad de Eloise, con Eva y Reynaldo atrás hablando de todo el alboroto del Toro, pensó en Marina. Que las heridas se curaban ella había dicho, que si ella podía perdonar a quienes la habían herido él también podía perdonar a sus padres. Pero en la situación en que estaba en ese momento, sin dinero, viviendo con casi desconocidos, le costaba creerlo.
Le costaba aceptar que se sentía solo. Que extrañaba ver a su papá bebiendo café muy temprano en la mañana, y el ver a su mamá cuando él llegaba tarde en la noche. Extrañaba ver por su ventana... frenó en el semáforo en rojo y cerró los ojos.
También extrañaba ver a su habitación.
—¿Todo bien?
—Un poco. —Pablo comunicó.
—No creo que te haya afectado tanto todo esto. —Reynaldo comentó.
Pablo se desconcertó, ¿Qué sabía él de sus problemas? Nunca lo había vivido. —Claro que me afecta.
—No, porque últimamente has estado hanging out, con esta gente de Santo Domingo.
Pablo exhaló, abriendo los ojos. Claro. Hablaban de Toro y las carreras, no de su vida, de sus padres, de sus problemas económicos y del hecho de que extrañaba ver a Marina a través de su ventana.
—Ah... igual me gustaba divertirme con ellos —Comentó.
Sin Toro organizando las carreras, era menos seguro participar... tenían más chances de que se tirara la policía y les confiscara los motores. Toro solía pagar dinero a algunos policías para que simplemente los ignoraran.
—Nada. Esperar a ver si sale de esta y volvemos, sino, fue un placer todo esto. —Reynaldo comentó—. Cuéntanos ahora como te fue, Pablo.
—Nada fuera de lo normal. —Comentó Pablo—. Corrí y gané.
—¿Fuiste a correr?
—No, pero es una larga historia. —Pablo se detuvo en la universidad de Eloise.
—¿Sabe Eloise que Marina estuvo contigo todo el fin de semana? —Reynaldo comentó divertido.
—Basta Rey. Ahí viene. —Señaló Eva, viendo como Eloise se despedía de una amiga y caminaba hacia el carro de Pablo—. ¿Es que quieres que esta niña le vuelva a hacer algo a la pobre de Coco?
Pablo pensó por segunda vez, en ese día, en Marina. No sabía cómo iba a reaccionar si se daba cuenta que bailaron juntos... no tiene por qué saberlo. No la estaba engañando, era solo un baile.
Eloise abrió la puerta sonriendo. —Hola a todos. —Se le veía muy feliz. Se acercó a Pablo y lo besó en los labios—. Te extrañé.
—Yo también.
—¿A qué hora llegaste?
—Llegué como a las nueve. Inmediatamente fui a la universidad.
—Bueno. Te extrañé tanto. —Se puso el cinturón y miró a Pablo—. Espero poder ir en la próxima.
Pablo iba muy concentrado en el camino.
—Yo me quedaré en la casa de Reynaldo. Él me ayudará con las tareas de matemáticas.
—Bien. —Pablo se desvió, porque conducía a la casa de Eva, ahora se dirigía a la casa de Reynaldo—. ¿Le llegó mi regalo a tu hermana, Rey?
—Sí, le encantó. Pero quería un abrazo de ti —Tocó a Eloise—, mi hermana tiene catorce años y no te robará a Pablo.
Eloise movió su hombro, puso los ojos en blanco.
—Rey, déjalo ir. Todo el mundo ha olvidado eso. —Eva le pidió a Reynaldo.
No volvieron a comentar sobre el tema. Pablo parqueó frente a la casa de Rey, se bajó antes de que Eva y Rey. Eloise se quedó al lado del carro.
Reyna salió después de que Rey la llamara.
Le dio un abrazo. —Feliz cumpleaños.
—Gracias, te extrañé en mi cumpleaños.
—El próximo año no será así. —Le aseguró Pablo.
—Sí, el próximo año no será así Reyna. —Eva le comunicó.
—¿Pero pasaran? Puedo cocinarles algo. —La niña decía con emoción—. Vamos, tienen mucho tiempo sin pasársela aquí.
Pablo miró hacia atrás, Eloise, quien parecía nerviosa, miraba hacia un lado.
—No puedo, me espera Eloise.
—¡Aaah! —dijo la chica—. La chica obsesionada con Coco.
Eva se provocó a la risa, y se tapó la boca para no reírse de ella frente a Pablo.
Pablo se sorprendió de que Reyna estuviera al tanto de todo eso.
—¿Tanto así? —Preguntó Pablo, creyendo que exageraba. ¿Qué tanto sabia de la supuesta obsesión?
—¿Cómo para tomarse toda una tarde hablando sobre ella junto con Rey? Demasiado —dijo. Rey miró a su hermana en forma de reprimenda, y Pablo solo frunció el ceño, mirando a Rey.
—¿Tú le diste la carta a Eloise?
—No se la di, prácticamente.
Pablo resopló, mirando a Eloise. Enojado.
—¿No te das cuenta que le hiciste daño, con esa inmadurez? ¿Para qué diablos se lo diste?
—¡No le di nada! —Reynaldo se defendió, frunciendo el ceño—. Solo le enseñé. Porque quería, ¿es mi culpa que de alguna forma lo tomara? No. Ni siquiera sabía que lo iba a hacer.
—¡Debiste haber sabido que no lo quería ver solo por verlo! Tú también eres culpable de que humillaran a Marina así.
—Cuanta hipocresía Pablo. —Simplemente le dijo, agarrando el hombro de su hermana—. Tú le hiciste peor, no te quieras hacer ver como un ángel, ahora le tratas bien, pero tú la hiciste sentir mal muchas veces, y no me viste a mí reclamándote cómo estás tú reclamándome porque tu novia decidió hacer eso. Amigo, revísate. —Se llevó a su hermana hacia dentro.
Eva se quedó en silencio unos segundos, miró a Pablo. —Vamos, no peleen. —Torció la boca—. Como dije antes, ya pasó, y no hablemos más de esto. Creo que nos afecta más que a Marina, supongo que ella ni siquiera habla de eso ya.
Pablo miró al piso, pensando. Después miró a Eva. —Como sea. Adiós. —Le besó la mejilla—. No dejes que Rey le pelee a Reyna por lo que me dijo. ¿Bien?
—Sus padres no dejaran que Rey le haga nada a Reyna, descuida.
Pablo asintió y caminó desde el porche hasta la acera, donde estaba Eloise. Se subió al auto y condujo en silencio con ella hasta el asilo donde estaba Ana Leila. Hace tiempo le había dicho que llevaría a Eloise.
Decidió no hablarle más a Eloise sobre el incidente. Habían cerrado ese capítulo hace mucho tiempo. No llovería sobre mojado.
—Ana, hermosa. —Pablo saludó, con Eloise al lado de él. La señora estaba como siempre, en el jardín, sentada mirando las flores.
—Pablo Enrique. —Saludó, levantando la mirada—. Y su compañera.
—Ella es Eloise.
La señora sonrió.
—Acercarte, no muerdo. —Eloise se acercó, la señora la abrazó, y mientras abrazaba a Eloise, le hizo una mueca a Pablo. Mueca que Pablo no supo interpretar. Sacó de sus bolsillos unos dulces y se los pasó cuando ella soltó a Eloise.
—Mis favoritos.
—Lo sé.
—Dime de mi hija. —Le preguntó.
—Ella está bien. Tengo tiempo sin verla...
—¿Siguen enojados tus padres?
Pablo miró a Eloise, quien había vuelto a retomar su distancia. —Sí.
—Increíble, no la reconozco. ¿Cómo va a abandonar a su hijo así?
Pablo decidió no responder.
—¿Dónde se conocieron ustedes? —Cambió el tema la señora.
—Creo que fue en una fiesta.
—O un cumpleaños —dijo Eloise.
—Uhm. ¿Se casaran?
—Sí. —Pablo dijo.
—Estamos esperando, pero sí. —Eloise le respondió sonriendo. Se le notaba incómoda.
—Ella es bonita.
—Gracias señora. —Eloise ladeó la cabeza.
—Tal vez debería irme. —Pablo habló, moviéndose de lugar.
La señora asintió.
—Nos vemos después Pablo.
—¿Cómo va tu salud? —Se devolvió a preguntar. Se acercó a donde estaba sentada.
—Muy aliviada. —Sonrió tiernamente, acariciando la cara de Pablo.
Eloise caminó hasta la puerta de salida. Pablo se quedó cerca de su abuela materna. —Espero que te mejores.
—Espero que antes de morir me cumplas dos cosas, Pablo Enrique, —le dijo seria, en voz baja—, que te vuelvas a hablar con tus padres... —Pablo negó, como estaban las cosas, eso no iba a pasar—. Y que me traigas a la chica.
—¿Qué chica? —Pablo cuestionó confundido. Tal vez su abuela ya le estaba fallando la memoria. Aun teniendo ochenta años, solía presumir de una buena mente.
—De la que me hablaste, quiero conocerla. De los ojos grises, ¿sí? Creo recordarla. Hace tiempo, era muy pequeña, y tú también, cuando se reunían a jugar todos los muchachos en la calle, siempre estaba cerca de ti.
—Yo no recuerdo eso.
—Pero yo sí. Pregúntale a la chica, lo debe recordar.
—Si yo no lo recuerdo, ella no lo recuerda. —Se alejó un poco de su abuela.
La señora sonrió. —Pienso que tu novia es muy bonita.
—Gracias. —Sonrió, se puso las manos en los bolsillos.
—Tráemela. Por favor.
Pablo no entendía su afán. Con lo que se coge la gente de edad avanzada...
—Está bien. —Miró hacia donde Eloise esperaba paciente, ajena de todo lo que habían hablado.
○
Pablo se detuvo en la casa de Eloise. Apagó el vehículo y la miró a ella.
—Fue un placer conocer a tu abuela. Es muy tierna.
—Sí.
—¿Tu abuela materna, verdad?
—Sí.
Eloise se acercó a Pablo, le acarició la mejilla suavemente. —¿Te sucede algo? Te noto perturbado.
—No lo estoy.
—Mi amor. —Eloise le llamó, le beso la mejilla y le acarició la cabeza.
—Tranquila, estoy bien.
—Te noto frío Pablo. —Eloise comunicó—. Muy frio conmigo, no sé qué te sucede.
Pablo no le quería decir que era porque no sabía de donde sacar para inscribirse en el próximo cuatrimestre, o que se sentía molesto porque sus padres no habían ido por él.
—No estoy frío.
—Sí lo estás, ¿ha sido porque le dije a tu abuela que aun esperábamos? Es verdad. Esperamos, pero no quiere decir que no te ame, te amo Pablo, y no puedo esperar a que se solucione todo para formalizar nuestro compromiso. —Lo besó en la boca, y después lo abrazó, dándole mimos.
Que se solucione todo... ¿a qué se refería? ¿Qué sus padres le hablasen? ¿Qué su abuelo le volviera aceptar en la empresa?
—Ya, detente. —Le pidió, suavemente quitándosela de encima—. Ya está bien.
Eloise sonrió, y comenzó a tentarlo, otra vez dándole besos en la cara y pellizcando su brazo. —¡Qué lindo te ves enojado!
—¡Marina basta!
Eloise se detuvo.
—¿Marina?
Pablo exhaló.
—¿Marina dije? Perdón... estaba pensando lejos.
—¿Qué haces pensando en esa loca acosadora mientras me besas? Estás loco. —Eloise le reprochó, recogiéndose y alejándose de él.
—Hace un segundo estabas actuando como una. —Le dijo—. Por favor, no le digas loca acosadora, fuiste tú quien fue a la casa de Reynaldo a buscar una carta para tomar de tu tiempo, fotocopiarla y dársela a todos en una fiesta ajena, ¿Quién es más acosadora ahora? —Apretó el guía del auto—. Por eso la mencioné, hoy me dijeron que Rey te dio la carta.
Eloise no se lo podía creer. Tomó sus cosas. —Pablo... es increíble, tú mismo te expresaste así de ella, ¿no te acuerdas? Pues yo sí, dijiste que era una loca, y te tenía harto. ¡Ahora me estás diciendo loca a mí! —Le abrió los ojos a Pablo.
—Sé objetiva, uno no puede juzgar a las personas por quienes fueron en el pasado.
—Esta discusión no tiene sentido. Pablo, no sé qué te sucede, pero no tienes el derecho de tratarme así. Menos por esa. —Iba a abrir la puerta, pero volteó a mirarle la cara de nuevo—. Te lo advierto Pablo Enrique, si ella es la razón de que me trates así, ella me las va a pagar. Tú y ella, no me conoces en mi lado vengativo.
—Claro, ¿vas a publicar una foto de mi desnudo o de ella? —Pablo le sonrió, tomó la cara de Eloise, apretándola con sus manos cariñosamente—. No pienses cosas que nunca serán reales.
Eloise, después de que Pablo la besó, se bajó del auto. No dijo nada más. Pablo no arrancó en seguida. Se quedó pensando. ¿En qué diablos pensaba? ¿Cómo se le pudo escapar el nombre de Marina?
○
Marina estaba afuera del trabajo, con su usual uniforme gris. Había cerrado y Hugo todavía no se aparecía. En su mente se decía, que si no llegaba se iría simplemente caminando.
No se iba a quedar hasta que oscureciera. Se rascó la nariz molestándose. Ashley había llegado en su scooter.
—Marina. —La llamó. No se habían hablado desde la vez pasada.
—Ashley, hola. —Marina la saludó muy sorprendida de que le hablase. La última vez se habían hablado mal.
—Te extrañé mucho.
—Yo igual.
—Y aunque no entiendo por qué te enojaste tanto conmigo, está bien, acepto que no puedo obligarte a que te guste algo. Aún si ese alguien eres tú.
Marina decidió acercarse. Ambas se abrazaron por largo rato. —Lo siento.
—Yo también lo siento.
Se separaron.
—Ahora dime, ¿qué hay de ti? —Marina le preguntó.
—Si preguntas por el chico de la fiesta, Erick, somos novios. —Le sonrió—. Es dulce. No se acerca a la perfección, pero me encanta.
Marina le sonrió.
—Oh, y Marina, ¿Quién escribió esa carta en serio fuiste tú? He escuchado miles de cosas, y no las puedo creer sin preguntarte.
—¿Cómo qué cosas se podría saber? —Marina ladeó la cabeza alzando una ceja, sonreía porque su amiga siempre se quería enterar de todos los chismes—. Lo más peor es que Pablo te la quiere poner, y que Eloise es una perra que cuida lo suyo.
A Marina se le calentó la cara, Ashley lo notó.
—Y bueno... me contaron también que antes tú gustabas de él, y que le escribiste esa carta. Que locura que ahora te tenga tantas ganas.
—No sé de donde la gente saca ese tipo de cosas... —Marina empezó a hablar—. Wow. La gente habla demasiadas cosas sin base.
—¿No te gustaba en el pasado? ¿Me vas a contar la historia o dejaras que las otras personas me sigan informando? Hace una semana era el secreto a voces de todo el mundo, hablando de todos ustedes.
—Me gustaba hace más de seis años, un enamoramiento adolescente.
—Y qué picara Marina, que le ofreciste acostarte con él.
Marina abrió los ojos desviando la mirada. —Sí, sé que es tonto, todavía me arrepiento.
—¿Y le sigues teniendo esas ganas? Porque si es cierto lo que dicen, que él te tiene ganas a ti, pues... —Ashley empezó a insinuar, sonriendo.
—¿Pues qué? —Marina preguntó, esperando que dejara Ashley el suspenso.
—Deberías dejar que la ponga.
Marina no pudo evitar sonreír ante esa insinuación. —Tengo un novio... y lo quiero.
—No es que se hagan novios, es solo que pasen la página y ya. —Ashley se alzó de hombros, sin culpa, relajada—. Pablo está bueno, ¿te fijaste?
—No siento nada por Pablo. —Marina negó mirando a su amiga.
—¿Y por qué estás sonriendo?
—¡¿Quién no se ríe con tus insinuaciones?!
—¡Mías no! de la gente. —Hizo un ademan con la mano—. Solo te digo lo que me dice la gente. —continuó en voz más seria.
—Pues que gente chismosa. —Marina le dijo—. No le hagas caso.
—Está bien. Está bien. Solo es cierto que te gustaba antes, y ya no.
—Y que su novia es una perra que está loca. —Marina le dijo—. Eso también es cierto.
—¡Marina! —lo dijo sorprendida.
El carro de Hugo se parqueó cerca.
—Mira quien llegó. —Ashley comunicó, volvió a abrazar a Marina—. Te quiero amiga, espero no volver a pelear contigo.
—Sí, yo también espero no volver a hacerlo. —Marina le susurró.
Se separaron. —Y piensa lo que te dije, sobre lo de Pablo.
—Ay Ashley... —Marina iba a empezar de nuevo.
—Ambos niéguenlo, está bien. Pero si te fijas verás señales. —Encendió su scooter—. Te quiero, Marina.
Marina ha visto señales, sí. Señales que quiere jugar con ella, y ella no iba a permitir eso. Si la abrazaba, si besaba su mejilla, era puro juego. Lo había dicho él, y no podía permitir que jugara en su contra.
Caminó hacia el carro de Hugo con calma. Hugo la saludó con un beso y condujeron en silencio a la casa de Marina. Cuando se detuvieron, Hugo la llamó.
—¿Sí? —Ella respondió.
—Muy pensativa.
—Algo. —Le sonrió, mirándole a la cara, después bajó la vista.
—Mañana en la noche, una parrillada en la finca de Frederick.
—Salgo a las cinco de trabajo. —Marina no levantaba la vista.
—Sí, es bueno para que te relajes. Hay piscina y jacuzzi. —Le acarició la barbilla para que levantara el rostro, se acercó un poco, hasta tocar sus labios por unos segundos. Marina cerró los ojos.
—Sigo esperando tu respuesta. —Su voz fue un murmullo suave y con voz grave.
Marina exhaló. —No estoy segura de sí me quiero ir. —Le expresó—. Hugo... quiero aprovechar a mis padres al límite.
Hugo soltó su quijada. —Que excusa barata. —encendió el auto, mirando al frente.
Marina se sintió mal.
—Yo lo siento, puedo dormir en tu casa, y tú puedes dormir aquí, pero no me iré a vivir contigo.
—Está bien. —Se alzó de hombros, mirando al frente.
—No hay nada malo en ti. Es solo que todavía no es prudente. En un par de meses, cumplimos un año y...
—Marina, nos vemos mañana. Adiós. —Simplemente le dijo.
Marina asintió. Se bajó del auto y camino hasta las escaleras. Apenas eran las seis y media. Se preguntó por qué no dijo que la recogería más tarde. Tal vez tenía otros planes. Ella no tenía ninguno. Esa noche la pasaría en casa sola. No bajaría a donde sus padres.
Mientras subía las escaleras seguía pensando en la propuesta de Hugo. Pero a ella le daba un miedo enorme dejarlo todo atrás y empezar una vida desde una diferente perspectiva.
Y lo peor era que no tendría la misma perspectiva, pero todo lo seguiría viendo gris.
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