Capitulo 2: Cuestión de venas.
Capítulo 2: Es cuestión de venas.
¿Por qué Marina lo odiaba?
Sin querer, en eso era lo que pensaba mientras estaba tendido en su cama sin camisa. Tenía la rabia aun en la sangre y esperaba paciente que su alarma sonara a las seis de la mañana.
Estaba en la universidad. Trabajaba en el negocio familiar a veces, pero le dedicaba más tiempo a sus estudios. Su vida no podía ir mejor.
Además se iba a casar con su novia. Eso planeaba.
No te puedes casar con ella sin un título de la universidad. Sus padres ahuyentaban sus planes. Tenía que esperar un poco más, la suerte es que ya faltaba poco.
Empezó a sonar la alarma y se levantó a hacer su rutina.
Caída la noche, fue a la fiesta de los verdes.
En el camino vio a la señora que siempre sonríe en el vecindario y le pitó bocina. Unas cuadras más y recogió a Eloise.
Ella, como siempre, vestía bonito, con unos jeans apretados, una blusa rosa pastel de encajes, los labios rojos y peinada con un simple recogido.
Eloise era el ejemplo de una niña perfecta. Acababa de cumplir los veinte años y provenía de una familia de clase media influyente. Era estudiante de odontología y amigable. Pero para los que no la conocían era pesada. Su imagen de ser perfecta era la culpable de esto. Tenía muchos seguidores en su cuenta de Instagram por la belleza y gracia de su rostro.
Pero eso era todo lo que ella era, nada más. Eloise era el resultado de un molde, sus padres la habían creado para ser perfecta, cazar un hombre y casarse. Estudiar algo banal y ser alguien más. Eloise no soñaba a más de ahí. Y eso estaba bien, porque de todas formas, ¿Quién necesita más de ahí? Ella era feliz.
Y Pablo era feliz con ella.
Le gustaba su novia, su cara de inocente, su cuerpo de mujer, la forma en que siempre se mantenía bonita, su sonrisa perfecta y su colonia. Ella era la chica indicada para él. No había duda en él de que lo que sentía por ella era amor.
Condujeron hasta la propiedad donde celebrarían. Un tal Juan Mateo tenía unos padres millonarios, se sospechaba que de negocios ilícitos, pero nadie podía probarlo. Ellos tenían dos propiedades dentro de ese lujoso complejo turístico, en una de ellas, le permitían organizar fiestas, pues la utilizaban para alquilar a terceros.
Ese fin de semana Juan Mateo se comprometió a hacer la fiesta de los ganadores, quienes, en ese momento, todos pensaban que serían los azules, sin embargo, para su sorpresa, fueron los verdes quienes ganaron.
Para Pablo, Marina era la culpable.
Esa estúpida niña.
Al llegar, que vio las motos feas, y los autos un poco viejos de los verdes, apretó más la mano de su novia Eloise, pero siempre con cuidado.
—Que se sepa amor, que solo venimos a saludar, nos vamos en seguida.
—Sí cariño, podemos ir a un lugar más privado y libre de tanta mala compañía. —Había afirmado despectivamente.
Verdes y azules. Tenía su origen en una marginalización profunda, que databa desde hace cientos de años atrás. Sin embargo, en la comunidad de Pablo se había empezado a utilizar no hacía menos de tres años. Pablo y Ron eran rivales en las carreras clandestinas desde siempre, ambos contaban con minoría de edad lo que lo hacía más peligroso, y ambos contaban con un sequito de seguidores fieles.
Los seguidores de Pablo se hacían llamar los azules, y era porque en esa época, la pálida piel de Pablo dejaba ver venas azules en sus brazos. Ron, en cambio, por su color de piel cobriza, dejaba ver sus venas verdes.
El término se fue popularizando, y como una coincidencia, se hacían llamar azules o verdes.
Ambas estrellas tenían fanes verdes y azules, al juzgar por las venas se mezclaban, eso no les importaba mucho.
Ron se marchó de la ciudad y aun así los nombres se quedaron, más que una diferencia entre colores de venas, ahora era una diferencia entre el lugar de donde provenían. Los azules ya no eran Pablo nada más, sino todo los niños de clase media que salían a correr en grupo, y los verdes, eran una clase media más baja, que no se llevaban con ellos. La diferencia eran los gustos musicales, los lugares que podían frecuentar y costearse, y tal vez, lo más importante, el colegio donde habían estudiado.
El colegio donde estudiaba Pablo, y donde nacieron los azules, provenía de una familia antigua de educadores, que había formado a un presidente de la Republica y que tenía un prestigio ya. La escuela de donde estudiaba Ron, y nacieron los verdes era un colegio para personas que no podían costear el de los azules, y apenas tenía los treinta años de existencia. Los estándares no eran los mismos y existían muchas diferencias.
No se sabía si la rivalidad era sana, o peligrosa, ellos solo eran distintos, y tenían diferentes costumbres.
La música estaba alta, un remix urbano con canciones pegajosas típicas del año. Visualizó a sus amigos y fue donde ellos.
Eva y Reynaldo hablaban en secreto ambos con un vaso de plástico rojo en la mano, esos dos eran inseparables, Pablo también lo era, pero cuando se empataba con una chica los dejaba un poco de lado a los dos.
Justo cuando Pablo se acercaba con Eloise hacia donde Eva y Reynaldo, Toro se acercó a ellos también.
—Hola.
—Hey —saludó Pablo. Eloise le sonrió a Toro, Eva y Reynaldo le saludaron con la cabeza.
—Estuve viendo las grabaciones de la carrera, y puedo decir con seguridad, que, en verdad ganaron los verdes.
—Cualquiera. —Pablo bufó.
Eva detuvo a Toro quien se acercaba a Pablo.
—Calmen el c u lo, que no ha pasado nada. Habrá más carreras, ¿no? —Reynaldo dijo pacíficamente.
—Mientras no pongan a Coco de juez.
Toro sonrió. —¿Piensas que mi cuñada mintió? No. Y ella será juez cuando la queramos poner. Al menos que nos quieras prestar a Eloise. Necesito una mujer bonita que motive a los participantes.
Pablo se rio. ¿Coco bonita? Nunca. ¿Eloise en medio de esos motores y polvo? Tampoco.
Negó con la cabeza y su vista viajó a toda la sala, una fiesta muy calmada para ser de los verdes. Tal vez ellos eran normales después de todo. No había muchos azules, no sobrepasaban los diez. La fiesta estaba muriendo. Que aburridos eran. Si su grupo estuviera aquí todos estuvieran en la piscina y el ambiente fuera mejor.
—Vámonos de aquí. —Pablo sugirió.
—¿Y dejar a Juan Mateo solo con todos estos verdes? —preguntó Eva.
—Sí, nadie quiso reclamar mi premio anoche, no fastidien.
—Secundo a Pablo, conozco de un lugar donde podemos comer y beber tranquilos. —Reynado propuso—. ¡Vamos, que el ganador ni siquiera aquí está!
—Suerte con eso. —Toro dijo, yéndose de su lado.
Los cuatro muchachos salieron del lugar.
—¿A dónde vamos? —preguntó Eloise.
Reynaldo, que ahora conducía el auto de Pablo, miró por el retrovisor a Eloise. —A comer chimis, ¿Qué más?
—Ew, tanta grasa.
Eva mofeó a Eloise. Pablo trató de ignorar a las dos mujeres hablando sobre la comida chatarra. Él comía lo que fuera, siempre y cuando tuviera una bebida para acompañarlo. Miró por la ventana del vehículo. Una chica de uniforme gris se subía en una camioneta con la pintura un poco vieja. Siguió observando hasta que se escapó de su campo de visión. Bostezó. Y miró atrás.
—Ya basta, dejen de pelear sobre eso. Un segundo nada más les ruego sin halarse de moños.
Eva se calló. Eva era liberal y amante de la comida chatarra como para soportar a Eloise con sus debates de la buena alimentación, pero decidió guardar el silencio. Ella era amiga de Pablo desde hace más de diez años y Eloise solo llevaba dos años conociéndolo.
Conocía ese tipo de chicas, una creada para casarse con los tipos como Pablo. Con una herencia llamativa, un futuro asegurado. Así se movían en ese círculo. Le faltaba rogarle que le propusiera matrimonio. Eva aun no superaba a su novia anterior, Sofía, que sí era un amor de persona y no era falsa, según ella.
Con ese ambiente de tensión se desarrolló la cena. Después de dejar a Reynaldo y a Eva en sus casas, Pablo se detuvo a una esquina de la casa de Eloise. Eran las nueve de la noche.
—Tenemos unos diez minutos. —Ella susurró.
Ambos se acercaron para besarse.
Lo hicieron por largo rato, con pausas para acariciar el mentón, o los brazos. Esos besos eran terapéuticos, fáciles, con mordiditas cariñosas y ese sonido molesto que hacen los labios al chocarse cuando las cosas son bajo la presión latente de que, en algún momento, los padres de Eloise verán el vehículo de Pablo y se preguntaran que hacen tanto tiempo detenidos allí.
Así que después de siete minutos, Pablo, sin querer desistir, se vio obligado a encender el auto de nuevo, parquearlo frente a la casa de Eloise y acompañarla a la puerta.
El papá de Eloise los recibe. Le sonríe bonito a Pablo. Se ve que es buen hombre. Domesticado seguro por la mamá de Eloise.
—Gracias por traérmela, Joven Portorreal.
—De nada. Me saluda a la señora. —Se acerca a Eloise para darle un beso en la mejilla—. Nos vemos amor.
Se dio la vuelta y se subió a su vehículo. Encendió la radio y escuchaba la música. Siempre la llevaba a la puerta y era educado con sus padres. Ellos seguro creían que su hija era señorita. No lo fue con él y no le interesaba mucho, tampoco le interesaba explotar su burbuja de protección hacia ella. No era un impedimento para que él se case con ella. Le gustaba demasiado. Era perfecta.
Antes de llegar a casa, se detuvo en un sitio de comida rápida y compró por la caseta para vehículos. La cena no le llenó el estómago, seguía hambriento. Comía mientras se dirigía a casa y al llegar se bajó para abrir la marquesina y entrar su auto al lado del de sus padres.
Le llamó la atención unas risas que escuchó. Tomó la comida rápida y la puso encima del capo del auto, salió a cerrar el portón y miró hacia donde creyó que provenían las voces.
Coco se reía recostada de una camioneta con la pintura vieja. Estaba vestida de gris, oficinista, su cabello revoloteaba con el viento de la noche y se mordía el labio mientras miraba a un chico blanco y alto con una gorra hacer gestos con sus manos y hablando un poco alto.
Pablo miró el reloj de su mano derecha. Las diez y quince minutos. ¿Qué no estaba muy tarde para semejante espectáculo? No le importaba, solo le llamaba un poco la atención. Cerró el portón, al levantar la vista hacia allá otra vez, los dos jóvenes se besaban, ella se empinaba hacia él y él tenía sus manos en la cintura. Entró a su casa.
Ellos estaban tan entretenidos uno con el otro que no notaron quién los observaba.
Pablo ya no tenía hambre dentro de la casa. Dejó el cuarto de hamburguesa que quedaba encima del comedor y comprobó que dormían sus padres. Ser el hijo más pequeño tenía beneficios, sus padres le daban sus gustos. Tal vez era hora de pagarles de vuelta y dejar las carreras.
Subió las escaleras y vio de reojo por la ventana, ya no había camioneta afuera. La calle estaba vacía y en silencio.
Él solo tenía una curiosidad:
¿Qué mente loca le daría una oportunidad a Coco?
¿Quién saldría con ella solo por qué sí?
Le daba escalofríos. A esa niña había que temerle. Era peligrosa, maniática y acosadora.
Bueno, ya no era una niña, tenía más de dieciocho.
Pero personas como Coco no cambian mucho.
Cerró los ojos en su habitación, sin abrir las cortinas de la ventana que daba la vista a la casa de Coco.
Gracias por leer♥
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