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Capitulo 18: Lo que sabes del amor.


Capítulo 18: Lo que sabes del amor.

Hugo había alcanzado los dos mil seguidores. Subió de la noche a la mañana, inexplicablemente.

Marina lo observaba con el celular en la mano. Él estaba desnudo de las caderas hacia arriba, recostando la cabeza del bajo vientre de ella. Su cabello le hacía cosquillas pero no iba a decir nada. Con su mano le acariciaba el cabello.

—Mira esta foto. —Él le pasó el teléfono.

Estaban ellos dos en la foto, ella subida en el bonete del carro de Hugo, y él entre sus piernas, mirando a otra persona. Ambos miraban a alguien que no salía en la foto, pero se veía que eran pareja, por como él le agarraba las piernas.

—¿Quién te mandó esta foto?

—Me la mandó Judas —dijo, tomando el celular de nuevo—. Creo que es una buena foto para subirla a mi Instagram.

—Ah, me extraña que ya me quieras poner ahí. —Marina le respondió—. Te dejaran de seguir todas tus chicas, ¿no es lo que temías?

—¿Sabes algo? estoy seguro que más tipos preguntaran por tu usuario de Instagram. Así que, el que coge riesgos aquí soy yo.

Marina rodó los ojos. —Súbela. Dime que tal. —Le insistió—. Yo no tengo Instagram, no temas.

Él la subió, esperó treinta segundos para el primer like.

—Wow, fue rápido

—¿Quién le dio me gusta? —preguntó.

—Un tipo, te lo dije. —comentó, pero no lucia molesto.

—Tal vez le gustes tú. —Ella le bromeó, aun jugando con su cabello.

Pablo fue a la joyería por el anillo. Lo tenía en su bolsillo todo el día mientras estuvo en la universidad. Cuando eran las seis de la tarde, se dirigía a la empresa de su abuelo para hablar con él.

Por suerte, su padre ya no estaba. Tenía aproximadamente una semana completa sin hablar con sus padres, y parece que a ellos no les importaba en lo absoluto. Ni siquiera lo habían llamado. Lo esperaba de su papá, pero no de su mamá.

Se bajó de su auto, y entró al edificio de la empresa. En recepción, un muchacho llamado Mateo le recibió, le tomó los datos, y le permitió pasar donde su abuelo.

Su oficina era rustica y austera. Estaba sentado detrás del escritorio de madera antigua natural. Las ventanas estaban abiertas para que circulara el aire, y el olor era agradable.

—Pablo Enrique, ¿Qué es eso de que no estás viviendo en casa?

—Papá me dio mis cosas.

—¿Y por qué no has vuelto?

—Volví, pero él no estaba. Mamá me dijo que él quería que me independizara. —Pablo se sentó en el sillón frente al escritorio—. Mire abuelo, si su hijo no me quiere en su casa, no me quedaré allá, soy un hombre.

—Eso está bien. Yo siempre pensé que te debías independizar.

—¿En serio? —Pablo preguntó sorprendido.

—Claro. Tienes veintidós años, ya era hora de que vivieras solo.

—Y mire, —sacó el cofre con el anillo—, le pediré matrimonio.

—Qué pena que todavía no la conozca. ¿Cuándo lo haré? —preguntó su abuelo echándole un ojo al anillo. Se veía que era caro, se preguntó de dónde su nieto sacó tanto dinero para ese anillo. ¿Estaba haciendo malas cosas?

—Mírala aquí, —Sacó su celular mostrando una foto de ambos—, es esta.

El abuelo, bajó el anillo al escritorio y miró la foto en el celular.

—Es bonita. —Asentía.

—Preciosa.

—Y joven, muy joven, ¿crees que se quiere casar ya? —le preguntó dudoso.

—Nos amamos —Le dijo.

—Amar... es una palabra muy fuerte. —Solo comentó, comentario que Pablo no respondió—. Dime, ¿de dónde sacaste para este anillo tan costoso?

—Ahorré. —Se alzó de los hombros.

El abuelo se apoyó del escritorio con ambos brazos. —Pablo, no quiero enterarme que sigues con las carreras ilegales. Irás a la cárcel. Eso no te va a dejar dinero para mantener a una niña tan bonita como esa.

—No estoy en carreras, abuelo —respondió seriamente.

—No has venido a trabajar desde hace unos días.

—Mañana vuelvo. Anduve ocupado con la universidad. —Esperó un poco—. Quiero saber si cuento contigo, sobre el lugar para mudar a Eloise.

—No soy sin vergüenza para romper mis promesas, cuando te comprometas con tu novia, podrán empezar a arreglar la casa. No compromiso, nada. Y te quiero aquí trabajando los días que no tengas clases.

—Sí, sí. —Pablo se levantó agradecido, dio la vuelta al escritorio y abrazó a su abuelo. Por rato. Estaba ansiando un abrazo familiar. Su mamá lo abrazaba todas las mañanas. Siempre había café o chocolate caliente, pero ya no estaba viviendo con ella.

En la casa de Reynaldo, no sabía porque lo sentía así, pero solo había aire de frialdad. Algunos pleitos entre la mamá de Rey y su hermana por cosas de adolescentes.

Salió de las oficinas de su abuelo a las ocho.

Era una noche tranquila, sabía que no había carreras. Como se había ganado tanto en la carreras con las banderillas, le daba apuros ir a dormir a la casa de Reynaldo de nuevo, porque simplemente él podía tomar el dinero y dormir en un hotel. Pero se había quedado sin ni uno, todo por el anillo. Y no tenía donde dormir.

En un acto sin pensar se dirigió a su vecindario, y parqueó el vehículo frente a su casa. Lo apagó. Observó que no había nadie, y esperó un ratito más. Frente a la casa de los vecinos no había ningún auto, por lo que sospechó que Marina no estaba allí. Observó con más detenimiento la segunda planta de esa casa, creyó ver unas luces encendidas.

Se bajó del auto, dejando el anillo en el carro, debajo del asiento, y subió con sigilo las escaleras. Se escuchaban unas voces dentro, al pegar la oreja, escuchó que la radio sonaba, y que una voz estaba a la par.

Su voz era impresionante, rebosaba de lo dulce que era. Tocó con los nudillos y la voz dejó de cantar. Unos segundos pasaron, y después abrieron la puerta.

—Por millonésima vez, Hugo, vete al diab... —Se calló al ver que quien estaba al frente de ella era Pablo—. ¿Qué haces aquí?

—¿Sigue de pie lo de querer ayudarme?

Marina estaba confundida. Lo observaba aún, y él a ella, quien no pudo evitar fijarse que tenía el uniforme de trabajar puesto aun, y que parecía que estuvo llorando.

—Sí, pero... —Él entonces entró, y fue a su sofá, sentándose, el radio seguía encendido y ahora sonaba otra canción—, eso fue hace una semana, y pensé que habías alquilado una pieza por ahí.

—No hace falta. Muy pronto me mudaré a mi propia casa. —Comentó—. Pero necesito dormir aquí, no quiero molestar a Rey y mi auto es incómodo, si no tienes problemas.

Marina cerró la puerta de su habitación. —No, descuida.

A Pablo le pareció que ella estaba un poco seca. Pero no se lo comentó.

—¿Unas sábanas por favor? La última vez que dormí aquí moría de frío.

—Por favor, mañana vete a las seis de la mañana. Hugo llega temprano a buscarme para llevarme al trabajo. —Marina comentó, buscando en su gaveta algo para poder dormir. Algo que no revele mucho, que sea acorde a tener visitas que no eran nada de ella en su habitación.

—Sí, claro. Te evitaré problemas innecesarios.

Ella despareció por el baño y volvió a salir. Apagó las luces y se metió a la cama.

—Te acuestas muy temprano. —Él comentó, refiriéndose a que hace unos minutos estaba cantando y haciendo sabrá Dios qué, y ahora se acostaba.

—Estoy cansada.

—¿Por qué te peleaste con tu novio?

—No peleé con él, no sé porque lo dices. —Marina respondió, casi robótica.

—Me estabas mandando al diablo, pensando que yo era él. Se nota que algo te hizo, siempre te anda haciendo cosas.

—No es cierto. ¿Por qué no haces silencio?

—Te molesta la verdad...

—¡Yo no te molesto de esa forma! —Marina se quejó.

—No te enojes, no siempre estaré aquí pidiéndote favores.

—Que gusto. —Comentó ella.

—Le pediré matrimonio a Eloise.

—¿Qué? —Marina preguntó—. Estás mal.

Pablo no pudo creer que ella dijera eso. —Tendrás tus razones para decir eso.

—Para casarse hay que amar, y amar es muy fuerte.

—Nos amamos. —Pablo respondió, pensando que Marina sonaba a su abuelo.

—Tú piensas que ella te ama y no lo hace. Estoy segura. No se le nota en la mirada.

—Tú no conoces a Eloise.

—Tú tampoco, no se te nota en la mirada.

—Coco, deja de meterte en cosas que no te incumben. —le reprochó completamente molesto. ¿Quién rayos se creía para decir semejante cosa?

—Te voy a decir tres cosas: primero, estás en mi habitación, segundo, tú haces lo mismo conmigo y Hugo, y tercero, no me vuelvas a llamar así o dormirás con miedo a no despertar mañana.

—Ya, ya, tienes razón.

—El amor no es así como lo piensas, el amor es tan flexible, soporta todo, comprende, aguanta, perdura, nunca puede destruirse, es sincero, y desinteresado. —Decía, lentamente—. Tienes que plantearte el que puede pasar un accidente y la belleza física desaparecer y aun así saber que seguirás en amor con el interior.

—Marina, ¿Qué sabes tú del amor?

—Más que tú. —Le respondió con desdén.

—No, si supieras no estuvieras con ese.

—¿Por qué siempre me traes a mí a colación, cuando hablamos de ti?

—Amor no es alardear de los que hacen o no en la cama. —Pablo se refirió a Hugo.

Marina se enfureció. No quería hablar de su vida sexual con él. Todavía estaba molesta con Hugo por decir esa referencia en la carrera del día pasado.

Ella no volvió a responder. Se quedó pensando en Hugo. Habían peleado por una sencillez. Todavía le parecía ridículo haber llorado, no valía la pena. Su celular seguía apagado y ella tranquila.

—Tengo que hacerte unas preguntas.

Eloise se sentía un poco extraña. Como la sensación de cuando los padres dicen que te deben contar algo, que sabes que terminará en reproche.

—Adelante.

—¿Qué tanto me amas?

—A la luna y de vuelta. ¿Por? —respondió en seguida. Sospechando algo.

—¿Y si no fuera quién soy?

—¿A qué se debe esa pegunta? —Eloise le pareció extraña.

—Si yo no fuera quien soy, ¿me seguirías queriendo?

—Pablo, esa pregunta es estúpida, claro que sí. —contestó suavemente.

—Pablo, ¿cuándo pensabas contarnos que tus padres te echaron de casa? —El papá de Eloise entró a sala de pronto. Pablo se quedó sin palabras—. Estaba hablando con tus padres, para invitarlos a una cena, y nos han dicho que te han botado de la casa, por estar metido en unas cosas turbulentas.

—¿Es eso cierto?, ¿Dónde te estas quedando? —Eloise lució genuinamente preocupada.

—Eso no importa.

—¿Cómo que no importa? —le siguió cuestionando.

—Porque lo tengo todo controlado.

El papá se interesó. —¿Cómo es eso?

—Que me estoy quedando con un amigo. Me mudaré a vivir solo pronto. —Se metió las manos en los bolsillos después de levantarse—. Mi abuelo nos regaló una casa para el compromiso, no sé si sabe que la casa amarilla en el centro es de él.

—La casa amarilla del centro... —repitió pensando.

—¡Oh mi Dios! —Eloise exclamó—. ¡Yo sé cuál es!

—Creo que yo también. —dijo el papá, no tan seguro.

—Esa casa es preciosa. —Eloise estaba maravillada.

—Y mis abuelos quieren conocerlos. Sería bueno que nos pusiéramos de acuerdo, para cenar con ellos.

—Sí. Adelante —dijo el padre de Eloise—. Tú dinos, y vamos todos.

—Genial. —asintió él. Hubo un silencio incómodo. No le daría el anillo ahora, lo haría en la cena—. Bien. De acuerdo. Me voy.

—Adiós. —Lo besó en la frente a Pablo—. Nos vemos pronto. ¿Tal vez el viernes puede ser la cena?

Pablo, hipnotizado con los ojos de Eloise asintió. Después dejó la casa.

La mamá de Eloise salió de la cocina, donde había estado escuchando todo.

—Eloise, ten cuidado.

—¿Con qué? —preguntó, con una sonrisa en la boca.

—Que los padres lo hayan botado de la casa son malos augurios.

—Pero él dijo que su abuelo les prometió una casa. La bonita grande que está en el centro del pueblo. —su esposo le respondió.

—¿Y? son promesas. El joven Pablo está haciendo algo malo, no creo que por bueno lo sacaran de su casa. —Se cruzó de brazos—. Su abuelo puede prometerle una casa, pero la herencia baja por el padre de él. Y este lo botó de la casa. Pablo no es el único hijo de ellos.

—Mamá, —Eloise se quejó, molesta—, yo amo a Pablo. A él, su persona, no su dinero, o lo que pueda heredar. Con una casa donde vivir me conformo.

—Solo te estoy diciendo, que una mala decisión puede marcar tu vida. —Le aconsejó—. Una casa no es suficiente.

—Ambos vamos a trabajar.

—Niña, no sabes lo que dices. Créeme. Piénsalo mejor. ¿Estamos? Tu padre y yo no estamos muy apurados que te cases con esta situación tan mala como se pinta, aun eres joven.

—Me pregunto si quien te susurra al oído es el mismo diablo. —Le dijo subiendo el tono de voz al terminar la conversación.

Pablo escuchó un portazo, entonces después se marchó de la puerta de salida.

Lanzó improperios todo el camino. Paró en un bar de una esquina para comprar dos botellas de cerveza. Las bebía mientras conducía por la ciudad.

Estaba tan molesto.

¿Por qué demonios le pasaba todo eso?

Sabía que había un culpable, o mejor dicho:

Una. 

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