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Capitulo 14: Confidente.


Capítulo 14: Confidente.



Al llegar a casa, todos se reunieron en el local del Toro. Estaban allí porque les darían lo que habían ganado en la carrera. A Hugo le tenían que dar treinta, a Pablo ocho y a Sadriel cinco.

Tenían como media hora allí. Todos estaban estropeados por el viaje, solo por el tener que estar cinco horas sentados en todo el camino.

Le contaron con lujo de detalles como se dio todo al Toro. Judas, les sirvió una cerveza en unos vasos de cristal que una de las cervecerías suplidoras había regalado al local.

El Toro se sentó con un fajo de billetes, contó, y los dividió en cantidades. Después se los dio en las manos a los tres.

Hugo contó de inmediato.

—Aquí tiene que haber un error... —dijo, volvió a contar—. Solo hay veinticinco.

—Sí, están descontados los gastos de alojamiento y un por ciento de las ganancias. —Toro sonrió—. ¿No se lo contó Raúl?

Hugo miró a Raúl. —Es claro que no, me tomaste de sorpresa.

—Mira, es como un seguro, debo conseguirles oportunidades y a la vez protegerlos. —Expresó calmadamente.

—Qué diablos. —Sadriel se levantó—. ¡Tenías que hablar antes! ¡Ladrón!

Judas pidió que se calmara. Pablo vio en sus manos y tenía solo cinco mil. Al menos no le había quitado cinco como a Hugo. No iba a hacer mucho lio con eso. Con esos cinco mil pesos, si los reunía con sus ahorros iba a encontrar un anillo muy bonito para Eloise.

—Hey, Sadriel, vendrán más carreras. No te enojes conmigo. Les doy facilidades. Por tu cuenta no lo lograrías. —Pareció no inmutarse, sabía mantener la calma.

Judas logró que Sadriel se sentara, pero después se levantó, moviendo la silla bruscamente con su acción, y salió del local. Llegaban clientes, Pablo se levantó también, no tenía nada que decir. Andaba en su vehículo y se fue a descansar.

Hugo tomó su dinero y se fue con Marina al banco. Hicieron la fila y lo depositó todo en su cuenta. Hugo le preguntó a Marina si quería ir a su casa, pero ella le dijo que no tenía deseos por ahora. Llegaron a su apartamento a las cuatro de la tarde con comida que compraron en la calle para almorzar recién a esa hora.

—Siento que Toro sea tu tío, pero es un ladronazo. Tal como le dijo Sadriel.

—Tal vez, sí. —dijo, tomando su vaso de refresco, ya había terminado de comer de su plato. Llevaba puesto el mismo pantalón jean del día anterior y un abrigo muy sencillo.

—La iba a tirar la silla encima, pero creo que no era prudente.

—No, no era prudente.

Hugo terminó de comer también. —Hoy no estás muy habladora.

Marina se levantó y se acercó a él. —¿Me estás diciendo que hablo mucho?

—A veces, sí. —Imitó su tono de voz de hace unos segundos.

—Hugo, si quieres que hable te voy a hablar, el jueves me fui a inyectar, tengo que hacerlo cada tres meses. Uhm, la de planificación familiar me dijo que era muy segura. Solo te aviso.

Hugo sonrió, levantándose. —Buena chica, mami. —Le besó la boca—. Fuiste rápida en eso.

Marina correspondió el beso, posando sus manos en los brazos de él. —No me podía aguantar las ganas. —Se mordió el labio—. Te deseo.

Era la primera vez en la vida, que Marina le decía esas palabras a alguien, o que su boca las pronunciaba. Hugo sonrió contra su boca, la cargó en su cintura y se besaron por unos segundos allí de pie.

Marina se alejó un poco. —Prométeme que serás gentil.

—Lo seré. —Continuó el beso.

—Y que será especial. —Lo besó de nuevo, poniéndose de puntillas.

—Mira, —Caminó con ella hasta la sala, cerca de donde estaba el sofá, la bajó y suavemente le quitó el abrigo—, tenemos todo el tiempo del mundo. —Su mano fría atrajo la cintura de ella más cerca de él, y después él mismo retrocedió hasta el borde del sofá, y se sentó, con Marina de pie entre sus piernas.

Le quitó el botón a su jean, y le bajó el zipper con extrema lentitud. La hizo temblar expectante.

—Ven, yo lo hago. —Marina trató de quitarle sus manos pero él la detuvo, viendo que sus manos temblaban, las puso de forma que ella se apoyara de sus hombros.

—Marina, —dijo con calma—, tranquila, tenemos todo el tiempo del mundo. —Deslizó su pantalón al piso—, no te apresures.

—Qué demonios Hugo. —Marina se quejó—, se me va a bajar las ganas, en serio. —Su voz temblaba.

—Es tú primera vez, ¿recuerdas? —A Marina se le calentó la cara. No dejaba de mirarlo—. —¿Te has m.asturbado Marina?

—Hugo...

—Dime, soy tu novio y necesito saber si te has metido los dedos, no es la gran cosa, tienes veinte años.

—No. —Se rindió.

Hugo sonrió sin mostrar los dientes, puso sus manos en las caderas de ella.

—Estoy seguro que estás apretadísima.

—Supongo que no es malo eso. —Marina se rio nerviosa.

—Voy a solucionar eso primero, ¿bien? —Se levantó, la tomó de la mano y la guio a su habitación, hasta sentarse ambos en la cama. Allí le alzó su quijada y la besó, ella correspondió el beso.

Luego empezó las caricias, en sus piernas, su cintura, sus senos, hasta con paciencia y lentitud le quitara toda la ropa. Se detuvo solo unos segundos cuando deslizó su mano dentro, y ella lo miró a los ojos, con tal vez pánico, placer, dolor, un conjunto de emociones espontaneas, que solo fueron reemplazadas por un gemido de su boca cuando fue capaz de sentir como si cuerpo inconscientemente respondía a su toque, dicha prueba del placer que sentía que pronto fue apagado por los labios de él que la besaron mientras todo en ella entraba en una crisis, donde no sabía cómo responder a ese tipo de estímulo, solo ponerse de gelatina y derretirse donde estaba —aunque eso eran las reacciones de su cuerpo, y no algo que ella estaba controlando—.

De lo que sí tenía control, fue cuando decidió poner la mano en su cuello para después subir su mano a acariciar su pelo, que no estaba tan corto, y apretarlos entonces, pero no eran tan largos como para que su presión en ellos tuvieran el efecto que ella quería, lo que era un poco desesperante, como lo era el sentir que sus pies se estiraban por el nuevo placer y que no lo podía controlar, ni tampoco podía seguir soportando reprimir su voz.

Pero, como esperaba él, ella no pudo más, y dejo de sostener más su garganta, para así darle libertad a la sinfonía y a la sensación que venía desde dentro, de que iba a explotar pero que al menos él la sostenía.

Pero no pasaron ni tres segundos de esa liberación en ella, cuando sintió el vacío, y ese vacío era desesperante, por lo que no tardó en buscarlo con la mirada y tratar de que ahora que él la veía a los ojos se diera cuenta de que estaba desesperada por sentirlo de nuevo, pero sentirlo de verdad esta vez, y de que solo quería llegar al punto máximo de esa nueva sensación que contraía y relajaba sus músculos. Pero era claro que él lo sabía, y no se lo iba a poner difícil.

Lo que era un alivio para ella, porque sintió otra vez su cercanía, solo que ahora se estaba dando cuenta que se estaba haciendo parte de él, era el ambiente, era lo cercano, era la calidez...

La mamá de Eloise preparó una cena especial la noche del sábado. Pablo había decidido vestirse con una camisa color azul cielo y pantalones de tela marrones. Llegó temprano y se la pasó con Eloise en la sala de la casa hasta que la cena estuviera en la mesa.

Cuando llegó el momento, todos se sentaron en la mesa. Ellos cuatro comían y degustaban la comida.

—A mí me encanta este pollo, está muy bien sazonado. —Pablo comentó.

—Gracias Pablo, pero sería una mentirosa si me tomo todo el crédito, Eloise me ayudó un montón en la cocina antes de que ustedes llegaran.

—Eso es genial, Eloise siempre me sorprende. —Pablo le sonrió.

—Cuéntanos Pablo, ¿Cómo te va en la universidad?

Pablo terminó de tragar la comida. —Muy bien. Estamos terminando casi.

La mamá de Eloise sonrió complacida, mirando a su esposo.

—Eso es muy bueno Pablo. —Le respondió, con la misma sonrisa.

—Cada día estamos más cerca de casarnos. —Eloise bromeó. Pablo sintió que el corazón se le aceleró a la sola mención de la palabra casarnos. Lo habían hablado, aunque no sabía si lo decía de broma, o realmente estaba tan serio en eso como él lo estaba.

—¿Planean casarse al terminar la universidad? —el papá de Eloise preguntó—. Esos son unos buenos planes. ¿Tú también estas terminando?

—Sí, papá, te lo he dicho mil veces. —Eloise respondió, pero con tono amable. La verdad es que su papá sabía poco de su hija, ya que no se involucraba en lo absoluto.

—Oh, Pablo, ¿te dijo Eloise?, la próxima semana estará trabajando en una clínica dental. Será ayudante, pero le aventajara mucho. —Su mamá volvió a tomar el timón de la conversación.

—Esas son buenas noticias.

—No dudo que Pablo hará a Eloise feliz. —dijo el papá de Eloise, pero como meditando.

Sin embargo, Pablo se sintió aludido a responder. —Gracias señor.

—Pablo es buen muchacho. —La mamá de Eloise aseguró.

Siguieron comiendo. Cuando terminaron, Pablo y Eloise se sentaron en el sofá de la sala, y la mamá de Eloise se quedó en la cocina, recogiendo las cosas, mientras que el papá se había internado en su habitación la televisión encendida. Eloise se recostaba del pecho de Pablo mientras este le acariciaba el hombro. Estaban muy tranquilos y se respiraba un tipo de aire de paz en el ambiente.

Esa mañana Pablo salió temprano a una joyería que quedaba en el centro de la ciudad. Una muchacha rubia lo recibió con mucha amabilidad, aunque no era tan agraciada en el físico tenía una sonrisa muy enternecedora y el cabello casi a la cintura, desconocía si eran extensiones o era todo natural, pero no le daba mucha importancia.

Fue directo, le preguntó si tenía anillo de compromiso, y ella le dijo que si, entonces se lo mostró los rangos iban desde los diez mil hasta lo más caros.

A Eloise quería comprarle algo que estuviera acorde a ella. Ella era demasiado linda y perfecta, por eso tenía que encontrar algo bonito y perfecto que estuviera acorde con ella y con su presupuesto.

Después de media hora, le dejo puesto el ojo a uno que lucía lo suficiente llamativo, de oro, con un pequeño diamante, lo cierto era que no tenía lo suficiente para comprarlo, lo dejó en abono y se dirigió a la oficina de su abuelo.

Su abuelo, viejo austero y jodón, estaba aun relativamente joven con sesenta años, que lo habían tratado muy bien.

—Sabes algo, me alegra verte por aquí.

—Abuelo, la razón de mi visita es que me dijo mi papá que tenías una casa para mí o algo. —Pablo fue directamente al punto. Sin ni siquiera notarlo.

—Oh, tu papá es rápido, —comentó, sorprendido por lo directo—, dime primero como te va en la universidad.

—De maravilla. Lo de siempre. —Se alzó de hombros.

—¿Y tu novia?, ¿Cuándo la conoceré formalmente?

—Mi mamá estaba hablando de una cena la semana que viene, el viernes.

—Eso es bueno hijo. —El abuelo estaba de buen humor esa tarde—. ¿Te acuerdas la casa del centro, la de los jardines?

—Sí.

—Pues tal como te dijo tu padre, —abrió las manos en un ademán—, cuando el compromiso esté oficializado, contaran con esa casa, y les puedo dar las llaves para que la vayan organizando. Creo que es tiempo que trabajes a tiempo completo en la empresa.

Pablo no se lo podía creer... bueno, sí sabía que su papá no mentía, pero la casa así en bandeja de plata era demasiado para ser cierto. Finalmente, sentía que todo estaba cayendo en el lugar correcto. Todo iba como lo estaba planeando, tendría su hogar, terminaría la universidad, y tendría a la esposa perfecta. Dudaba que las cosas se pusieran mejores.

—Abuelo... —Pablo sonrió en agradecimiento.

—Hijo, lo mereces. —Se le paró al lado y le palmeó el hombro firmemente, con una sonrisa en los labios.

Pablo salió de allí con el ánimo en las nubes. Solo faltaba el buen anillo de compromiso... ese dinero lo podía conseguir en otra carrera del Toro.

Esa misma semana, el domingo en la noche, Toro había convocado a un junte en la casa de Juan Mateo. Se habían reunido todos los miembros del club. Llegó con Eloise, ambos llevaban jeans y polos color negro encima.

Saludó a un par de amigos que le daban la bienvenida de nuevo al club de las carreras del Toro. Había un olor divino a carne a la parrilla y había una olla muy grande llena de víveres. Había mucha comida, y una música alta al fondo estruendosa, con mucho bass.

Eloise le agarraba la mano a Pablo. Él estaba loco por darle la noticia. Desde que se comprometieran, podían empezar a decorar su casa, de hacer planes, otra vez sentía que las cosas se estaban solucionando, y todo estaba cayendo en su lugar, como si su vida se estaba resolviendo ya.

No como unas semanas atrás... estaba seguro que la única culpable era aquella muchacha de gris mirada, desde que ella había regresado, su mundo se estaba poniendo patas arriba, por culpa de ella, perdió una importante carrera, lo expulsaron, y las cosas se estaban desequilibrando, pero ya todo estaba volviendo al equilibrio normal, y eso lo agradecía.

Una chica lo vino a abrazar, Eva había decido usar un vestido pantalón, apretado hasta la cintura y suelto abajo, por la mitad de sus muslos, olía agradable, le dio un beso en la mejilla. —Que gusto verte.

—Así es, con el mismo gusto de verte, ¿y Reynaldo?

—Se examina mañana. El domingo lo ha tomado pesado.

—Hola Eva. —Eloise saludó—. ¿Te tendremos toda la noche alrededor?

—Hola niña. Tranquila. Tengo amigos, porque le caigo bien a la gente. —Le saludó, como si estuviera de muy buen humor—. Oye Pablo, nos vemos ahora.

Ella se marchó y se sentó dónde estaba antes con un grupo de amigos de ella, que también lo eran de Pablo.

Sin embargo, Pablo aún estaba de pie ahí con Eloise observando el ambiente, a un lado, cerca de la enramada, había unas personas bailando. Observó a Marina dar una vuelta por la mano de Hugo, estaban bailando el merengue que sonaba, era de los ochenta, típico de la región. Volvieron a bailar pegados, miró mucho tiempo, pudo confirmar que era cierto, que bailaban bien.

Marina sonreía mucho, ¿estaba tan enamorada de Hugo? Se preguntó cómo le va a él con esa muchacha así enamorada de él. Era demasiado para poder controlar.

—Hey, Pablo. —Toro lo saludó—. ¿Cómo estás? Bella dama, hola. —Saludó también a Eloise.

—Hola.

—Me alegra verte Toro, ¿Quién cocina?

—Todas estas mujeres están cocinando. Desde Marina hasta Erika, todas han ayudado, llegaron desde temprano.

Pablo asintió. Pensaba que, sea donde sea, a ella se la mencionaban.

Se la pasó toda la noche con Eloise, solo ellos dos, aunque había tanta gente, no dejó que nada le quitara la emoción y la atención a ella por el resto de la velada.

—Mira, ¿qué te dije? —Caminaron por la acera para después entrar a la casa de Eloise—. Estoy tan llena que voy a explotar.

—Ese cerdo estaba rico.

—Lo sé, es la primera vez que como así, me sentí... libre.

Eloise se había dejado llevar. Se comió todo ese lomo de cerdo, estaba delicioso, su cerebro se volvió loco con tanta grasa. Comió y no le importó los hilos de carne entre sus dientes.

—Me alegra que empieces a degustar la comida cuando sales conmigo. —Se quedaron en silencio—. Eres muy especial para mi Eloise. —La abrazó—. Te amo.

Le respondió su te amo, tarde, pero se lo respondió.

A la mamá de Pablo, Abigail, una amiga la había invitado a la iglesia, una de sus hijas tendría una presentación. Decidió ir sola, ya que su esposo no quería ir.

Llegó tarde a casa, como a las once, era un culto extendido y su amiga la acababa de dejar frente a su casa. Se bajó, y el frío de la noche la azotó. En la casa, no había vehículo de nadie, supuso que los dos hombres de la casa no estaban.

Su amiga no espero a que entrara, por que vio que había gente afuera y que podría estar segura.

Miró a un lado, vio a su vecinita, la niña que antes estaba obsesionada con Pablo, estaba con un muchacho afuera, tenía la pierna de él entre sus piernas y estaban muy juntos para estar en medio de la calle, se besaban y se reían, dejaron de hacerlo cuando vieron que alguien los observaba, y se alejaron.

Marina se mordió el labio. —Hola —dijo amistosa, la cara se le calentó.

—Hola querida Marina, hola joven, perdón si interrumpí.

—No, para nada.

—Hola señora. —Hugo le saludó, estaba un poco molesto por la extraña interrupción, pero no al punto de ensañarse contra la doña.

—Bueno, iré a acostarme, parece que mis hombres hoy me han dejado sola.

Como si hubiese sido una llamada que hizo, Pablo había llegado, y se había bajado del auto después de dejarlo en posición para meterlo en la marquesina, se bajó sin saludar, abrió el portón y entró el vehículo, después salió de nuevo para cerrar el portón.

—Pablo, estoy aquí. —él escuchó la voz de su mamá. Saludó alzando la mano. No tenía la más mínima idea de que hacia su mamá hablando con Coco y su novio Hugo, pero ya se estaba hartando de tener que verla en todo momento.

Entró a su casa, subió a su cuarto, corrió las cortinas y se acostó. Mañana era lunes, se presentaría a trabajar temprano en la empresa de su abuelo.

La mamá de Pablo entró a la casa y Hugo y Marina se miraron, después se rieron.

—No podemos tener casi sexo en la calle, ¿sí? Además de que nos interrumpen, vamos presos. —Marina se tapó la boca riendo.

—Deberíamos subir a tu cuarto. —le pidió él.

—Vamos entonces. —Marina asintió, con la sonrisa aun en la boca.

—¿En serio?

—Sí, vamos. —Le tomó la mano, subieron las escaleras con cuidado de no hacer ruido, abrió su habitación con su llave, y después cerró con seguro.

A unos metros, Abigail ponía un té a hacer y vio que Pablo había bajado de su habitación para beber agua.

—Mañana visitaras a Ana, ¿verdad?

—Sí, gracias por recordarme. —Tomó el agua y después cerró la nevera.

Su mamá, una señora de unos cuarenta y largos, lo miró con una sonrisa de lado. —¿Viste que grande está? Te dije que estaba muy cambiada.

—¿De quién me hablas?

—De nuestra vecina.

—No me interesa.

Abigail hizo un sonido de desaprobación con la garganta. —Ajá, y recuerdo lo indignado que estabas porque no había preguntado por ti.

Pablo se recostó del desayunador de la cocina, con el agua en mano. —¿Cuándo pasó eso, que no recuerdo? —Puso cara de estar confundido.

—Cuando te conté que había vuelto.

Pablo se rio de su mamá, se levantó para salir, había dejado el vaso encima de la meseta. —Pues no es así, te confundiste, me daba miedo que preguntara por mí.

—Bueno, pues ya no te tienes que preocupar porque ella no lo ha hecho, y ya vino hace buen tiempo, además, ese muchacho que tiene de novio...

—Mamá... —Pablo le llamó—. Mañana si le vas a enviar algo a Ana, déjamelo encima de la mesa. Adiós. —Le besó la mejilla sonoramente.

La abuela materna de Pablo era una señora de casi más de ochenta años, pero conservaba aun su memoria. Vivía en la parte más alejada de la ciudad, en un asilo privado. Sus hijos eran muy viejos también, la más pequeña era Abigail, su mamá. Pero no podía hacerse cargo de ella, debía atender su matrimonio y otras cosas. La señora era muy mayor, no podía vivir sola, en el asilo, al menos podía pasar tiempo con alguien.

Dentro allí, había mucho pesar en el ambiente, todas esas personas muy ancianas esperando la muerte silente. Jugaban bingo, póker, veían noticias, incluso algunos podían usar el internet. Las enfermeras casi todas estaban atentas a un celular inteligente, cada quien hacia lo que quería, pero con reglas fijas para las comidas.

Se llama Ana Leila, se ve que era bonita cuando joven, Pablo lo podía afirmar porque tenía fotos de ella cuando lo era. La visitaba todos los meses, a finales.

Era una señora muy amorosa y cariñosa, la ternura rebosaba en ella. Su cabello era tan largo y conservaba el brillo, aunque era blanco y casi siempre estaba envuelto en su cabeza.

Pablo se sentó frente a su mecedora. Ella le sonrió inmediatamente lo vio.

—Enrique, que gusto verte, estás más grande y bonito.

—Tu más guapa, siempre.

—No te burles de esta anciana. —le dijo—. Que cosas me tienes que decir hoy. ¿Qué hay de la muchachita?

—Leila, le voy a pedir matrimonio, el papá de mi padre me regaló una casa.

—Eso será muy bonito. —Pareció entusiasmarse. A Pablo le enterneció ese gesto.

—Haré que te vengan a buscar para mi boda.

—Ojalá siga en este mundo, querido.

Se quedaron en silencio, contemplando el pasto verde y las flores del jardín.

—Sobre la niña que me molesta, ya no me importa, he aprendido a sobrellevarla.

—¡Qué bueno! Aunque creo que el que ella te molestara es interesante. ¿Cómo ella es?

—¿Para qué quieres saber cómo es?

—Me interesa muchacho, dime. —Le pidió, tocándole suavemente el hombro.

Pablo pensó en como describir a Coco. La verdad es que cuando le comentó a Ana Leila sobre Coco unos meses atrás, estaba completamente azorado por ella y su novio que habían causado que a él lo expulsaran de las carreras. Por eso le había dado importancia. Pero ahora, ya no le molestaba tanto. La estaba ignorando según él.

Así que describirla, no era algo tan fácil para él.

—¿Qué tanto la piensas para describirla?

—Tiene ojos grises y un poco grandes, el cabello debajo de los hombros... no es baja, ni alta... y su voz es extraña...

—¿Pero es bonita? —Lo cortó la señora. En la vida lo menos que tenía era tiempo para esperar en una conversación.

—Creo.

—¿No te gusta?

—No hay posibilidad de que eso pase, abuela. ¿Te tomaste los medicamentos? —Pablo le tocó suavemente la mano.

—¡Que falta de respeto hijo!, ¡si no quieres hablar del tema, solo dime!

—Mira lo que te traje. —Sacó unos paquetes de dulces a escondidas—. Abigail te los mandó.

La señora decidió desistir. No eran sus asuntos, y esos dulces eran sus preferidos. Los tomó y se los puso en refajo, ambos rieron.

A él le gustaba pasar tiempo con ella.

Aunque a veces insistiera en hablar sobre cosas que él no tenía deseos de ahondar, no quería navegar por esas aguas, no quería responder algunas preguntas.


gaby: Gracias por leer♥

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