Tristeza y soledad
Dea Fleming, conocida como la hechicera de la Luna o hechicera errante, para las personas de la Torre de Taflem. Ella es fuerte, valiente, perspicaz y muy inteligente. Una mujer guerrera, con todas las letras, con un extraño sentido del humor y temperamento. Su vida, ha estado rodeada de dolor y desventuras desde los diez años, aún así, nunca dejó de luchar a excepción de estos últimos cinco años, que ya no tenía que hacerlo. Después del enfrentamiento con el humano/demonio Rohan y la muerte de su cuñado cazador, su vida cambió por completo, otra vez. La relación con Lai, el padre de su hija, no pudo prosperar como lo habían planeado. No lograron negociar un acuerdo con los antiguos de la torre. Por consiguiente, se decidió, por el bien de ambos y sobre todo de su hija, que él se quedaría en ese lugar, hasta que su pequeña, decidirá ir a estudiar allí por su cuenta. Regresando las dos a Amestris en aquel barco, con su hermana y su sobrina, volviendo a ser un alma solitaria, otra vez. Pero él, antes de que ambas se alejaran de su vida, hizo una promesa, volvería cada mes a visitarlas, cumpliendo la misma, desde entonces. Los dos, ya no eran nada, no podían apostar al amor ante esas circunstancias, pero eran grandes amigos y podían criar a su hija juntos, después de todo lo sucedido. Ahora ella, se encontraba en su aula después de clases esperando a su hermana, como todos los días.
-29 de febrero- murmuró, observando el almanaque de su escritorio -Hoy regresa Lai- mencionó feliz por volver a verlo.
Él siempre regresaba a Amestris, cerca de esa fecha, para pasar unos días con su hija y luego, regresar.
-Hola, hermanita ¿Cómo estás?- preguntó -¿Me esperaste mucho? El laboratorio de la secundaria, era un verdadero chiquero-
La alquimista del sol, llamada Gaia Curtís o alquimista hiladora de vidas. Era una joven divertida, intrépida, con un gran sentido del humor y en extremo inteligente. En esencia, seguía siendo la misma, aunque sus ojos reflejaban una profunda tristeza y su corazón, había quedado acorazado a causa del dolor, ya no podía volver a amar a nadie nunca más. Los acontecimientos de su vida la marcaron para siempre, pero los de los últimos cinco años, la marcaron, todavía más. Al morir su esposo, el padre de su pequeña, tomó decisiones que no tenían marcha atrás. Renunció a la alquimia y a todo lo que representa, según ella, ese poder que habita en su interior, solamente trajo desgracias a su vida. Ahora, era profesora, al igual que su hermana, pero en la escuela secundaria del pueblo. Necesitaba estabilidad económica y esa fue, la única solución fácil que pudo encontrar. Sus alumnos la amaban y eso le encantaba, pasaba sus días en el laboratorio de la institución, que se encontraba justo en frente del aula de su hermana, pero en otro edificio.
-No tanto, aproveché a corregir unos exámenes y limpiar un poco, ¿Cómo te fue hoy? ¿Hiciste explotar cosas otra vez?- el rostro de su hermana, se descompuso.
-La palabra correcta no es explotar, el termino adecuado es combustión. Aunque, no era controlada-
Rieron. Ellas siempre se divertían cuando estaban juntas, eso sanaba sus heridas y les curaba el alma.
-Si, claro. Por eso vinieron los bomberos y tres ambulancias, por tu pseudocombustion incontrolada-
-Cállate, Dea. No es gracioso, casi me quedó sin trabajo a causa de eso. Por suerte, mis alumnos hicieron una manifestación y no me sacaron a patadas de ahí-
-Si y por esa razón, la mayoría de tus compañeros de trabajo te odian- se acercó a ella, para salir del salón de clases.
-No todos me odian. Marcus no lo hace- aclaró su duda -Por cierto, te manda saludos- rió ante la cara irritada de su hermana.
-¡Ese estúpido de Barnes! ¡No entiende que no quiero saber nada con él!-
-Yo no le diría estúpido, Dea. Él es muy inteligente, es profesor de matemáticas-
-¡Eso a mi no me importa!- exclamó molesta -Además, si quiere salir con alguien, ¿Por que no sale contigo? Tenemos casi la misma cara, sería prácticamente lo mismo-
-No seas ridícula, somos como el agua y en aceite. Él me dijo que, nunca saldría conmigo, porque soy poco femenina y visto como leñador- reían por la calle exageradas como siempre.
-Estoy de acuerdo con él, pero yo te quiero así- la abrazó por los hombros -Además, te queda el cambio-
Había cambiado su cabello de rizado a lacio con ayuda de un producto experimental, que aplicaron en ella en una peluquería del lugar.
-Si, pero nunca mas volveré a hacerlo- miró las puntas de su cabello - Esperaré que mis rizos vuelven de nuevo, me siento extraña-
-Lo sé, yo también te desconozco-
Habían llegado a la casa de sus padres, sus pequeñas de cinco y seis años, respectivamente, se encontraban allí. Ellas iluminaban sus días, al igual que sus padres, sin mencionara las mascotas de ambas. Al abrir la puerta, un fuerte ladrido se sintió en el lugar, junto con un trote y una vibración. Las hermanas entraron en pánico, intentando salir de la casa por la puerta, pero no lo lograron. Un gigantesco lobo negro, se abalanzó sobre ellas, arrojándolas al suelo.
-¡LEVI!-
Exclamó adolorida, debajo del animal.
-¿¡En serio, Gaia!? ¿¡Otra vez!?- cuestionó, molesta.
La risa de dos pequeñas niñas, se sintió sobre el lomo del animal y dos cabecitas, se asomaron para verlas. Ahí estaban, Ivi y Eyra, con sus grandes ojos verdes observando a sus madres entre risas.
-Hola, mami- saludó la pequeña castaña de cabello tan lacio como su padre, llamada Eyra -Los abuelos las esperan en la cocina-
-Que bien, hija, ¿Podrían sacar a Levi de aquí?- pidió la maestra.
-Si, tía. Abajo, Levi- la pequeña Ivi de cabello rizado a diferencia de su prima, dominaba a ese gran animal con unas simples palabras -Mami, hoy en el jardín aprendimos que los verbos son acciones-
-Eso está muy bien, mi amor- la felicitó, levantándose del suelo -Eres muy inteligente- la besó en la cabeza.
Se dirigieron a la cocina para saludar a sus padres. El gran lobo oscuro, las seguía por detrás, todavía con las pequeñas sobre su lomo.
-Hola, familia-
Saludo la alquimista, tomando asiento junto a ellos. Su hermana, en cambio, besó a cada uno y se sentó junto a ella, después.
-¿Cómo han estado? ¿Y cómo se portaron hoy?- cuestionó esta última.
-Muy bien, de hecho, estuvieron jugando en el jardín con Levi, antes de que ustedes llegaran- respondió su madre.
-Es cierto, ese perro es el mejor ¿No es así, amigo?- su padre, amaba a ese animal de gris mirada.
-Me alegra escuchar eso- su madre le pasó una taza de café -Por cierto, hermanita. Hoy llega Lai, ¿No es así?-
-Si, llega hoy en la noche- aseguró, tomando su té -Irá a casa a ver a Eyra, cuando llegue aquí-
-Ese vidente, es un gran hombre, me recuerda mucho a Keilot- indicó el patriarca de la casa.
-Papá- pronunció con la mirada vacía, tocando el colgante de colmillo en su cuello -Ya lo hemos conversado, no quiero que hablen de él cuando yo estoy aquí-
-Lo siento, hija. No pude evitarlo-
Se disculpó y su madre, la miró molesta. Hablar de él en su presencia, era un tabú en esa casa y eso, no podía ser.
-Gaia, eso no está bien- reclamó, mirando a las niñas irse con Levi -Es el padre de tu hija, tienes que hablar de él. Ella necesita saber de su existencia-
-Lo sé, mamá. Pero todavía duele- su hermana, aferró su mano -Ivi no recuerda a su padre, tenía tres meses cuando él murió, es como si le hablará de un extraño- explicó con dolor.
-Gaia, cuando tú estés lista, hablarás- la consoló, mirando a sus padres -Por favor, no la presionen. Lai tampoco quiere hablar de eso y lo respeto, ustedes tendrían que hacer lo mismo-
-Tienes razón, lo siento cariño- acarició la mejilla de su hija.
-Perdón, mi vida- las besó a las tres -Me voy a trabajar-
Mientras tanto, en el jardín de la casa Curtís, dos pequeñas niñas observaban el cielo con sus cabezas apoyadas en el lobo detrás de ellas. Eran tan unidas como sus madres y cualquiera que las viera juntas, pensarían que eran hermanas en vez de primas.
-Ivi, ¿Cómo es tu papi?- preguntó la pequeña Eyra.
-No sé, mi mami nunca quiere hablar de él- contestó.
-Mi papi me contó una vez, que él era un cazador y que era su mejor amigo-
-¿De verdad?- asintió a su pregunta -¿Y cómo se llamaba?- cuestionó con sus ojitos brillosos, mirándola.
-Keilot-
-Keilot- murmuró, acostándose en su lobo -Es un lindo nombre-
Ella siempre imaginaba como podría haber sido su padre. No entendía porque nadie hablaba de él y mucho menos su mami, cuando le preguntaba algo al respecto.
-Si- sonrió, tomando la mano de su prima -Si quieres, yo puedo compartir a mi papi contigo-
-No, yo sé que algún día, tendré un nuevo papá-
Las madres de las niñas estaban escuchándolas. Ellas eran muy dulces e inocentes, aunque sus palabras, herían como balas.
-Gaia, ¿Estás bien?- tocó el hombro de su hermana.
-Si, estoy bien. Ya es hora de regresar a casa. Adiós, hermanita-
Salió de la casa de sus padres y se encaminó de la mano con su pequeña, hacia su humilde hogar, al igual que su hermana pero en sentido contrario. En ese momento, ellas eran, la viva imagen de la tristeza y la soledad.
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