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Es la palabra del Rey

-Tú y yo no somos un equipo- se apartó de ella, irritado. No quería tenerla cerca -Yo trabajo solo y lo sabés, todos los saben- se señaló así mismo -¿Por qué te enviaron? ¿Acaso no leyeron mi informe?-

-Eso no era un informe, era algo absurdo- volvió a sentarse seria, mirándolo -Son una amenaza para el rey- eso le molestó.

-No me interesa. El rey no tiene jurisdicción aquí-

Se cruzó de brazos apoyado a la pared, observándola, indiferente.

-¿Te estás revelando contra él?-

-Tal vez-

Respondió a la defensiva. Ella lo miró, analizándolo, él no era así, algo había cambiado en el Soldado del Invierno. Ya no era él.

-¿Quién eres?- preguntó en el mismo tono de siempre.

-Eso a tí, no te interesa. Vete-

Señaló con su mentón hacía la puerta, en la mismo posición que antes. Ella se incorporó y caminó hasta él, sin importarle que la hubiera corrido. Ese hombre, le encantaba a pesar de todo.

-Me iré, si es lo que quieres- le acarició el mentón con un dedo y él lo apartó de un manotazo -Estamos en la posada del pueblo y hoy en la noche iremos al bar, para comenzar la búsqueda de esas dos. Te esperamos, eres parte fundamental en esto-

La observó con una idea en su mente. Claro que iría, pero para desestabilizar su plan.

-Iré, pero no pienso colaborar. Esta misión, ya no es mía-

Lo miró desdeñosa, sin creer en absoluto lo que decía. Era el Soldado del Invierno y siempre, sin importar nada, cumplía con sus misiones de manera impecable.

-Claro que colaborarás, eres el mejor en esto-

Hizo el amague de besarlo pero él, la detuvo.

-No- expresó serio tomándola de los hombros -No lo diré otra vez. Lárgate-

Mencionó una última vez. Ella rió, cínica. Si pensaba que iba a renunciar a él, estaba por demás equivocado.

-Bien, me iré- volteó hasta la puerta -Te esperamos en en bar, Sebastián-

Le lanzó un beso y salió de allí. El rostro del hombre en la habitación expresaba, simplemente, asco. No le atraía para nada esa mujer, solamente, había estado con ella en busca de diversión, nada más.

En la librería del pueblo, la nueva empleada, atendía a un señora mayor que compró un libro de recetas.

-Aquí tiene su vuelto, señora. Muchas gracias por su compra- le entregó el dinero -Que tenga un buen día- la mujer, se despidió cordial y salió de allí a paso lento -Bueno- frotó sus manos alargando la última silaba -Ya es hora de irnos, ¿Verdad, Martha?-

La nombrada, era una mujer mayor, retacona y rechoncha, con el cabello rizado hasta los hombros y un par de gafas pequeñas sobre sus ojos.

-Si, querida. Puedes irte si quieres-

La miró feliz de la vida, tenía unas ganas inmensas de estar con su hija y Sebastián.

-¿De verdad?- preguntó con ilusión.

-Si, ve. Has trabajado muy bien y yo soy la encargada de cerrar aquí- aseguró -Ya es muy tarde y es hora de que regreses a casa. Mi esposo vendrá por mí, ve-

-Bien- respondió con una linda sonrisa -Gracias, Martha- se despidió de ella -Nos vemos mañana-

-Adiós, querida. Hasta mañana-

Salió de la librería, estirando todos sus músculos y respirando profundamente el aire frío de la noche. El invierno le encantaba. Una voz le habló a su lado.

-Siempre te gusto el invierno- aseguró, mirándola -Antes de que preguntes, Marcus me dijo que ahora trabajas aquí-

-Ese maldito chismoso- murmuró, frotando su frente -Dime, Gabriel, ¿A qué viniste?-

Cuestionó, exasperada. Lo único que le faltaba, era tener otro pretendiente.

-El otro día, te deje bien en claro, que no quería salir contigo-

-Lo sé. Pero venía a invitarte a tomar un trago para recordar viejos tiempos, como amigos- lo miró, dudosa. Pero no encontró una doble intención en sus palabras -Anda, Gaia. No quiero propasarme contigo, lo juro- levantó ambas manos -Marcus me aseguró que estabas saliendo con alguien. Te conozco y sé que no tengo oportunidad-

-Esta bien, vamos- suspiró rendida -Pero sólo uno, tengo una pequeña en casa- él asintió y se dirigieron al bar.

Dentro del mismo, se encontraba un escuadrón de soldados procedentes de Keisalhima, pasados un poco de copas. Estar lejos de casa, les afectaba gravemente el sentido del juicio y la moral. Uno de ellos, conocido como el Soldado del Invierno, los miraba indiferente y sin haber probado un solo trago esa noche.

-¿No beberás nada, Sebastián?- preguntó la Reina de Hielo, dejando una pequeña copa frente a él en la mesa -Si lo haces, después de aquí, podemos pasarla muy bien-

Mencionó, sugerente, acariciandole los pectorales y uno de sus brazos.

-No me apetece-

Alejó el trago y a la mujer de él. Miró a su alrededor y lo que vió cuando sus ojos llegaron a la puerta del bar, le hizo hervir la sangre. En ese momento, estaba ingresando al lugar la alquimista de sus sueños, acompañada de un hombre de cabellos rubios y ojos cafés. No quería hacer una escena, ella corría peligro allí, pero tampoco le quitaría los ojos de encima.

-Si que está lleno este lugar- habló a su amigo -Gabriel...- tiró de su manga y él se inclinó a su altura -¿Es mi idea o alguien nos está observando?- murmuró por lo bajo en su oído.

-Son ideas tuyas, Gaia- rió abrazándola por los hombros -Todo el mundo está concentrado en sus problemas aquí- miró a su alrededor de nuevo y lo que él decía, era cierto. La condujo hacía el bar -La banda es muy mala, ¿No creés?- asintió, mirándola.

-La peor que he escuchado en mi vida- volteó hacia el cantinero que se acercó a ellos -Dos cervezas, por favor- asintió y se fue por la orden.

-Tendríamos que darles una lección, ¿No te parece?- preguntó.

Ella se ahogó con la cerveza que acababan de entregarle.

-¡Estás loco!- golpeó su pecho ahogada -¡Yo no canto hace mucho!- se excusó con voz rasposa.

-Eso nunca se olvida- acabó su cerveza de un trago -Espérame aquí. Ya vuelvo-

Se alejó de ella y se encaminó hacía el escenario.

-¡Gabriel!- estiró su mano tratando de detenerlo -¡No! ¡Espera! ¡No me dejes aquí!- gritó exasperada, pero él, la ignoró -¡Maldita sea!- bebió si tarro sin respirar -¡Me voy de aquí!-

Caminó dispuesta a irse, pero una mano la detuvo de golpe, aferrando su muñeca. Ella volteó y un hombre castaño, junto con otros dos, la observaban, perversamente. Estaban vestidos de uniforme, parecían policías o soldados.

-Hola, preciosa- habló ebrio -¿Ya te vas?- se acercó un poco más -Mis amigos y yo, queremos pasar un tiempo contigo-

Los otros dos, también se acercaron, rodeándola.

-¡Suéltame!-

Forcejeó con él, que apretó más su agarre y haciéndola chillar de dolor. Parecía que nadie se daba cuenta de la situación. Pero tampoco podía usar los ataques defensivos que el enseñó su madre, al haber tanta gente allí.

-No seas así, cariño. Prometemos tratarte bien-

Tiró de ella, intentando besarla a la fuerza, pero un puño impactó contra su cara, haciéndolo caer de un solo golpe. Los otros dos se apartaron, inmediatamente.
Frente a ella y hecho una furia, apareció Sebastián, convertido en el mismísimo demonio. Estaba estática, al igual que el resto de los presentes. Fue muy rápido y letal.

-¡Si la vuelves a tocar!- levantó al sujeto del cuello de su traje -¡Juro que te mataré y nadie me detendrá!- lo arrojó de nuevo al suelo y lo pateó -¡Esto también va para ustedes!-

Advirtió, dando un paso hacía ellos, pero una mano en su pecho detuvo su avance.

-Vámonos, Sebastián- habló tranquila, mirándolo a los ojos -Estoy bien, por favor, vámonos- suplicó.

La rodeó con sus brazos y se dirigieron hacía la puerta.

-¡Gaia! ¿A dónde vas?-

Llegó a su encuentro su amigo Gabriel, antes de que salieran del bar. Sin previo aviso, Sebastián, lo tomó del cuello de su camisa con su brazo libre y lo estampó con fuerza contra la pared, de un solo movimiento. Él lo miró aturdido, ese hombre, era muy fuerte.

-¡Por dejarla sola! ¡Estúpido!-

Mencionó en tono cortante y salió con ella del bar, siendo observados detenidamente, por una mujer de cabellos oscuros.

Caminaron juntos por la calle, en un silencio sepulcral. Ninguno quería hablar, en especial él, que tenía cara de pocos amigos.

-Sebastián- murmuró -Mi casa queda para el otro lado-

Señaló en la dirección contraria a donde andaban. La miró serio, con sus ojos color zafiro fríos como tempanos y ella, enmudeció. Se veía, realmente, furioso. Llegaron a la casa de él en el mismo silencio anterior. Abrió la puerta y ella entró, sin decir nada.

-¿Por qué vinimos aquí?- preguntó, cuando él se dirigió al sofá, sin dirigirle la mirada - Contéstame, Sebastián-

Se acercó a él con cautela y muy tranquila. No le tenía miedo, él nunca lastimaría.

-¿Que hacías con ese tipo en el bar?-

Cuestionó con la voz ronca, frotándose los ojos para no perder la cordura. Ella se sentó junto a él, mirando hacía el frente.

-Era Gabriel, llegó a la librería y me invitó un trago, nada más que eso. No había una doble intención en él, si es lo que creés- respondió sin una pizca de miedo -¿Estás molesto conmigo?-

Lo miró de perfil y él, suspiró.

-No, sólo estoy molesto- su actitud cambió por completo -Te diste cuenta del peligro que corriste allí, ¿Verdad?- destapó sus ojos para poder mirarla. Ella asintió en silencio -¿Sabés lo que dijeron esos tipos antes de acercarse a ti?- negó -Que esperaban que salieras sola del bar y que el camino a casa fuera oscuro, para poder cruzarte- abrió sus ojos de la impresión por lo que dijo -Esta noche, no te irás- sentenció, apuntándola.

-Pero Sebastián, Ivi me espera- intentó convencerlo para que la dejara ir -Está en lo de mis padres, esperándome-

-Gaia...- suspiró -Comprende, amor. Corres peligro afuera, yo puedo acompañarte a casa, pero si los encuentro en el camino, te puedo asegurar que lo que haré con ellos, no te gustará- hablaba en serio, iba a matar a esos desgraciados -No quiero arriesgarme a que veas lo peor de mí, al menos, no ahora. Llamarás a tus padres desde aquí y te quedarás, ¿Está bien?-

-Está bien, me quedaré-

Se rindió, haciendo un mohín. Le recordaba tanto a Keilot, que no podía decirle que no.

-Gracias por ayudarme- lo besó en la mejilla -¿Puedo preguntarte algo?- él asintió -¿Cómo supiste que dijeron eso de mí en el bar?-

-Yo estaba con ellos- contestó serio. Ella abrió su boca para volver a preguntar, pero él, la interrumpió -No quiero hablar más de eso, Gaia- la cortó en seco -Por favor...-

Ella asintió y se incorporó, sonriendo tranquila.

-Tengo hambre- tocó su estómago como si fuera una niña -¿Qué cocinarás?-

Tiró de ella y la sentó en sus piernas, le encantaba hacer eso. Le encantaba tenerla cerca después de tanto tiempo.

-No lo sé, ¿Qué te gustaría?-

La besó en la mejilla repetidas veces. Ella pensó un momento, mientras él la besaba, pero no tenía ideas.

-No sé, ¿Tú qué quieres?- la miró sugerente, levantando sus dos cejas dándole la respuesta. Ella hizo una mueca de disgusto -¡Puedes dejar de ser tan pervertido! ¡Por una vez!-

Reclamó, cubriéndose el incipiente escote que llevaba. No tenía mucho que enseñar, pero él la perturbaba.

-¡Nunca!- incorporó de golpe a ambos -Llama a casa de tus padres, voy hacer de cenar-

Le palmeó el trasero al pasar y ella chilló, indignada.

En la casa de su hermana, los dos hechiceros, se encontraban en una terrible encrucijada acerca de revelarle la verdad a ella o no. No sabían cuándo tiempo más podrían guardar el secreto sobre la identidad de Keilot y su misión en Amestris.

-Tenemos que decirle, Lai- habló seria, entregándole un té -Gaia tiene que saber que Sebastián es Keilot-

-Le prometí a Keilot que no lo haría y tú sabés que mi palabra es irrevocable, Dea- sorbió un poco de su té -Lo siento, pero es uno de mis principios fundamentales, al ser un vidente-

-Lo entiendo, pero hoy vimos al escuadrón de soldados desembarcar- se sentó a su lado bebiendo el suyo -¿Qué pasará si aparecen de la nada e intentan algo contra ella?- lo miró fijo -Tú sabés de lo que soy capaz de hacer si lastiman a mi hermana- él asintió.

-Lo sé, por eso quieren llevarte ante el Rey. Él te quiere a ti, para entrenarte como un soldado más y que seas el arma más poderosa de su ejército- volvió a beber de su taza -Al menos, eso fue lo que me dijo Keilot. Él es el único del escuadrón que sabe eso-

Ella procesó sus palabras por un momento. Había algo más y él tenía que saberlo.

-No creo que sólo sea eso, yo misma rechacé al rey hace unos años, cuando pidió mí mano a los antiguos de la Torre. Creo que está haciendo todo esto por despecho- frunció su rostro, recordando el momento más de la cuenta. El rey de Kaisalhima, era un tirano y un misógino - Si él me quiere a mí, no entiendo que gana con matar a Gaia-

-Es obvio, ella querrá rescatarte. Por lo tanto, es un impedimento para llegar a ti- la rodeó por los hombros, al haber terminado su té -Jamás permitirá que caigas en manos de ningún rey- colocó sus labios en su sien -Al igual que yo- murmuró.

-De todas maneras- dejó su taza vacía en la mesa frente a ella -Tiene que saber la verdad sobre Keilot- miró en dirección a la habitación de su hija -Eyra, en un descuido, podría decírselo y sería peor- susurró por lo bajo -No se lo perdonaría jamás, se sentiría engañada por él y por todos nosotros-

-Eso no pasará. A mí lo que realmente me preocupa, es que tu hermana, no haya atado cabos como tú- aseguró -Se supone que es inteligente-

-Eso es fácil de responder, está cegada por el recuerdo de Keilot- aclaró, quitando un poco de tensión sobre su cuello -Para ella, no existirá otro hombre en el mundo como él, jamás-

-En eso tienes razón- asintieron a la par -Por cierto, envié un telegrama a la Torre informando tu estado y la próxima llegada de los tres allí-

-Bien, no puedo creer que vaya a volver- habló nostálgica -Sebastián va a creer allí- acarició su minúsculo vientre -Y Eyra va a ser muy feliz también, se reencontrará con Seth. Parece mentira que el estúpido hechicero y Cleo, hayan mandado a su hijo allí, a penas tiene siete años recién cumplidos-

-En realidad, Cleo fue quién lo mandó, tú sabes que Krylancelo desprecia a la Torre con toda su alma-

-Pobrecito, no debe ser fácil tener padres como ellos, pero al menos, Eyra estará con él- habló maravillada ante la idea -Una vez ella me dijo que, a él le gusta mucho Ivi, textuales palabras- rieron por su inocencia -Y no lo dudo, para su último cumpleaños, le regaló una flecha muy bonita que él mismo había comprado con sus ahorros-

-Ese pequeño, es todo un galán. Es igual a su padre pero con ojos azules- ella asintió -Al menos, estoy feliz de que no se haya fijado en mi niña. Esto a Keilot lo matará- sonrió malévolo y ella hizo una mueca, aguantando la risa -¿Por qué hacés esa cara? ¿Qué estás ocultándome?- preguntó con pánico.

-Sólo te diré tres palabras, Lai- levantó tres dedos delante de él -Eyra y Dante- contó con ellos.

-¿Dante?- preguntó perdido -¿El hijo de Edward y Winry?- ella asintió -¿Qué hay con él?- sonrió pícara y él abrió sus ojos grandes, por la repentina verdad -¡Maldito niño pervertido! ¡Al igual que su enano padre!- exclamó furioso y ella rió a carcajadas -¡No puedo creerlo! ¡Es una niña! ¡Mi niña!- vociferó perturbado -¿Escuchas eso, Dea?- preguntó dolido -Eso... Es mi corazón... Rompiéndose- expresó dramático.

-Eres patético, son solo niños- explicó segura -Es solo un juego para ellos. Me parece que estás exagerando-

-Para ti serán juegos. Ese maldito mocoso alquímico, quiere robarse a mi niña- refutó a la defensiva -A partir de hoy, tiene prohibida la entrada a esta casa y también a Keisalhima-

Mencionó en forma de ultimátum y ley universal irrevocable.

-No quiero escuchar ni una más de tus locuras, Lai. Me voy a dormir- se fue de allí a la habitación.

-¡Dea! ¡Vuelve aquí!- caminó tras ella -¡No me dejes hablando solo! ¡Esto es serio!-

Lo ignoró y siguió su camino para ir a descansar.

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