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80. El refugio de la niebla

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La mano que Killian había depositado en mi espalda para atraerme hacia él aflojó su agarre y sus labios se separaron de los míos, haciendo que nuestros rostros quedasen tan cerca el uno del otro que podía sentir su fresco aliento rozando mi piel.

Su mirada se centró en mis ojos, observándome con una intensidad que me quemó por dentro, y exhibió una sonrisa de medio lado antes de apoyar su cabeza contra la mía. Su mano se deslizó por mi cuello con lentitud, arrastrando un travieso hormigueo por mi piel, y me atrajo hacia él con suavidad antes de depositar un beso en mi frente y separarse de mí.

—Todavía no me has dicho si te gusta —dijo con voz ronca señalando el colgante y mirándome a los ojos con una intriga que me hizo reír.

—¿Cómo puedes ser tan pinchabombillas? —pregunté con sincera curiosidad. ¿Es que no se había dado cuenta de lo que acababa de pasar? Él se río al escucharme y su cuerpo vibró contra el mío en consecuencia—. ¿Qué te hace gracia?

—Que me llames cosas que nadie sabe lo que significan.

—Oh, yo sé muy bien lo que significan —dije con tono grave mientras recordaba algunas de las cosas que le había dicho desde que nos habíamos conocido.

—Por eso me gustan tanto —añadió en un susurro antes de acercarse a mí para besarme de nuevo.

En cuanto sus labios rozaron los míos, sentí como se encendía una chispa en mi interior que se extendió por todo mi cuerpo, provocando que mi corazón latiese más deprisa. El revoloteo que se había apoderado de mi estómago no hizo más que aumentar cuando sus manos me agarraron para atraerme hacia él y mi respiración se dificultó al sentir la intensidad de su tacto sobre mi piel.

Killian gimió y separó su cuerpo del mío con brusquedad, sobresaltándome.

—Tengo que irme —dijo con cierto pesar en la voz.

Asentí con la cabeza, intentando estabilizar el latido de mi corazón, y él me dedicó una sonrisa con la que consiguió que mi pulso recuperase el ritmo frenético de hacía unos segundos.

«Moira, por favor, contrólate».

—Debo reunirme con los ancianos y con el Consejo —añadió mientras se pasaba una mano por el pelo y me observaba con atención.

Sus ojos se deslizaron por mi cuerpo, haciendo que me diese cuenta de que mi ropa estaba rota, sucia y llena de sangre. Mi mente había estado tan ocupada intentando lidiar con lo que estaba sucediendo que ni siquiera había pensado en que tenía que cambiarme.

Sus ojos brillaron con una emoción que no comprendí y su boca se torció con una sonrisa de medio lado. De sus dedos brotaron pequeñas partículas azules de un brillo tan intenso que iluminaron la estancia a nuestro alrededor. Mis músculos se tensaron sin que pudiese hacer nada por evitarlo y una ligera niebla amenazó el límite de mi mente.

Las manos de Killian se acercaron a mí con lentitud y sus dedos tocaron mis piernas, provocando que soltase un gemido al sentir un hormigueo instantáneo por todas partes. Mi piel se cubrió con pequeños destellos de una gran gama de azules que se extendieron por todo mi cuerpo, chispeando con fuerza ante la incredulidad de mis ojos. El hormigueo remitió cuando se apagó el brillo, dejando tras de sí la suave tela oscura que formaba las delicadas prendas que habían pasado a cubrir mi piel.

Mis manos se deslizaron por el fino trazo de los dibujos plateados que decoraban mis brazos, sorprendida ante su belleza, y mi mirada se encontró con la de Killian, que me observaba con una mezcla de curiosidad y diversión.

—Deberías descansar —dijo mientras deslizaba una mano por mi mejilla para posar un delicado y breve beso en mis labios.

—¿Y tú no descansas? —pregunté al ver que se volvía a remover el pelo con resignación mientras se dirigía hacia la salida.

—Soy el jefe del clan —respondió con una sonrisa antes de encogerse de hombros y cerrar la puerta tras de sí.

Inspiré hondo en la soledad del cuarto, intentando asimilar lo que acababa de ocurrir, y suspiré con resignación, cansada de no entender lo que sucedía a mi alrededor.

Mis ojos se posaron en el libro que había escondido debajo de la cama y me llevé una mano a la frente al recordar la mirada de Alis cuando me lo había dado y el dolor que cargaba las palabras que Adaír había escrito en él. Me agaché para cogerlo y lo apreté contra mi pecho inconscientemente, como si con aquel simple gesto se fuesen a solucionar todos nuestros problemas.

—¿Estás segura de que deberías haber hecho eso? —dijo una voz que me obligó a levantar la vista a toda velocidad, sobresaltándome con su presencia.

Al hacerlo me encontré con un hombre del tamaño de un jarrón que me observaba con una sonrisa traviesa brillando en su rostro. Abrí los ojos con incredulidad, incapaz de procesar lo que estaba viendo, y escuché una carcajada musical que llegó a mis oídos mientras aquella especie de duende empezaba a saltar en la cama sin parar.

Las trenzas que sobresalían por debajo de su capucha se movían con fuerza de un lado a otro y mis ojos se esforzaron por intentar seguir la trayectoria de aquel ser de orejas puntiagudas que no paraba de moverse por todas partes.

—No me mires así —dijo con una sonrisa burlona—. Él es el jefe del clan y tú... tú eres tú —añadió con un ligero movimiento de cabeza y cierto retintín en la voz.

El latido de mi corazón comenzó a acelerarse y la velocidad de mis pensamientos tomó un ritmo tan vertiginoso que me acerqué a la ventana para abrirla y sentir la brisa del mar sobre mi piel, intentando calmarme. Me distraje al ver mi reflejo en uno de los cristales, admirando los delicados adornos de la ropa que llevaba puesta y que brillaban con la cálida luz del atardecer. Las lunas y estrellas plateadas que se extendían por la suave tela pronto inundarían los cielos de Neibos, y el frío y la humedad que se habían apoderado del ambiente ayudaron a que mi respiración retomase su ritmo normal.

En mi cabello marrón destacaba aquel mechón que nacía con el brillante azul de los océanos y que se iba transformando hasta convertirse en el verde de las algas que habitaban los profundos mares del planeta, lo que me recordó una de las cosas que había dicho Killian.

El anciano pensaba que el poder de las gemas me había afectado tanto que se había manifestado de aquella forma, y no pude evitar preguntarme si mi falta de lucidez estaba motivada por el daño que había sufrido mi mente en aquellas cuevas. Al escuchar otra carcajada detrás de mí me apresuré a esconder el mechón detrás de la oreja inconscientemente, como si ocultarlo fuese a hacer que recuperase la cordura.

Suspiré con resignación y avancé para apoyar los brazos en la barandilla del balcón que había enfrente de mí. Habían ocurrido tantas cosas al mismo tiempo que era muy difícil asimilar los cambios que se habían producido en nuestras vidas, y mi pensamiento no lograba enfocarse en un mismo tema durante más de tres segundos.

Las palabras de Aaron hicieron eco en mi mente una vez más, provocando que se me erizase la piel de la nuca. Que le hubiese dicho a Catnia que sabía lo que había ocurrido con el padre de Killian era algo que no lograba abandonar mi mente, y mucho menos después de lo que había leído en el diario de Adaír. Tampoco sabíamos a dónde había huido ni cuál sería su próximo movimiento, y teniendo en cuenta todo lo que se sumaba a su lista de hazañas, habría que prepararse para lo peor.

Percibí un movimiento por el rabillo del ojo y al girar la cabeza pude ver, tumbado en la barandilla del balcón contiguo, al gato negro que tantos secretos ocultaba con su presencia. Mi mirada se centró en sus ojos mientras reunía el valor suficiente para darme la vuelta y enfrentar al diminuto ser que había en mi habitación, y cuando por fin logré hacerlo, me encontré con un cuarto silencioso y totalmente vacío.

Tenía muchas dudas por resolver y muchas preguntas cuya respuesta necesitaba averiguar, pero en aquel momento y en aquel lugar, la única opción que parecía acertada era cerrar los ojos y perderme en el refugio que la niebla me prometía con su abrazo.

Me dejé caer sobre la cama sin molestarme en proteger las delicadas prendas que cubrían mi cuerpo. La oscuridad me recibió en un abrigo de calma y mis músculos se relajaron en cuanto entraron en contacto con la suavidad de las almohadas. Sonreí, agradecida por poder disfrutar de aquella sensación de descanso que llevaba tanto tiempo buscando, pero mi rostro se torció en cuanto escuché el grito que resonó en las paredes de la Fortaleza.

Mi pecho se removió con temor y me incorporé de golpe. Cogí el cuchillo que guardaba debajo de las almohadas y corrí hacia la salida con el corazón latiendo a mil por hora. El eco de un segundo alarido llegó a mí desde el otro lado del pasillo, tan cercano que logró erizarme la piel.

La niebla que me nublaba el pensamiento se intensificó en cuanto abrí la puerta y percibí los vestigios de la magia que inundaba el corredor. El miedo se retorció en mi pecho y me aferré a la daga para prepararme antes de doblar la esquina.

No sabía qué esperaba encontrar al otro lado, pero el charco de sangre que me humedeció los pies me desarmó. El sonido que provocó mi cuchillo al caer al suelo se unió a los sollozos de angustia de los presentes, que se reunían alrededor de aquella asombrada mirada que acababa de perder la vida.

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¡Nos vemos pronto! ❤️

¡Biquiñoooooos! 😍😍 

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