79. Verdad absoluta
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La calidez que me transmitió Killian al abrazarme se mezcló con la sensación de las gotas de lluvia cayendo sobre mi piel. El frescor del océano que siempre lo acompañaba ayudó a que se calmasen mis sentidos y mi respiración se estabilizó poco a poco, seguida por el latido de mi corazón. Las manos de Killian se movieron en mi espalda y el jefe del clan se separó unos centímetros para poder mirarme a los ojos con aquella intensidad tan propia de su mirada.
—Nadie es perfecto, Moira. Todos cometemos errores, sobre todo cuando estamos creciendo. Lo que importa es lo que hacemos con esos errores, y tú los llevas en el corazón —dijo mientras me señalaba—. Los llevas aquí guardados y los revisas constantemente, asegurándote de que no olvidas y de que nunca más vas a herir a nadie como hiciste en el pasado.
Sus ojos me observaron con profundidad, como si pudiesen acceder a mi alma, y el mar de su mirada se tiñó con orgullo.
—Y es precisamente eso, esa forma que tienes de apropiarte de lo malo y transformarlo en algo bueno, lo que te convierte en una de las mejores personas que hay en este castillo.
El remolino de emociones que había cobrado vida en mi interior vibró con fuerza, deshaciéndose de la negatividad que lo envolvía y brillando con una luz tan cálida que llenó de energía todo mi cuerpo.
—¿Desde cuándo eres tan sabio? —pregunté arqueando una ceja, luchando por contener la sonrisa que amenazaba con escaparse de mi boca. Killian soltó una carcajada antes de negar con la cabeza con diversión.
—¿Tenías que estropear el momento?
—Lo siento, tenía que hacer algo, estaba a punto de perder el conocimiento —respondí con sorna, correspondiendo su sonrisa por fin.
El rostro de Killian se apagó al escuchar mis últimas palabras y su mirada se posó en mi mechón azul, que atrapó entre los dedos con mucha delicadeza.
—Devo me dijo que podía ser fruto del daño que te hicieron las gemas en la cueva de los elementos —explicó con seriedad—. Que podían haber sido las explosiones de poder que nos sacudieron al estar allí, porque a ti la magia te afecta mucho más que a nosotros.
Me limité a encogerme de hombros, decidida a abandonar la búsqueda de la verdad absoluta. Lo cierto era que no tenía forma de explicar lo que había visto, y con la calma del presente, tenía que admitir que mis recuerdos tenían cada vez menos sentido.
La expresión de Killian cambió y un brillo pícaro se apoderó de sus ojos. Su sonrisa se torció hacia un lado y sus cejas se elevaron en un gesto travieso.
—Entonces... ¿esta es nuestra quinta cita?
—¿Qué? —pregunté con confusión.
—¿Recuerdas cuando salimos del Laberinto del Olvido y dijiste que no compartirías información personal conmigo hasta la quinta cita? —Su sonrisa se transformó con el tono de pillería que había teñido su voz y no pude evitar reírme al ver aquel brillo travieso en su mirada.
—Killian, ¿te has pasado con el nögle? —pregunté divertida al verlo tan libre y sin barreras.
—¿Yo? No, no. ¿Y tú? —preguntó con una sonrisa de medio lado.
—¿Yo por qué?
—¿No te has dado cuenta de que ahora me llamas por mi nombre de pila? —Intenté disimular lo mejor que pude que no me había sorprendido su comentario, pero hasta el mismísimo Zeus sabía que ya no había escapatoria—. ¿Ves? —continuó—. Otro indicio de que es la quinta cita.
Su sonrisa se ensanchó y me guiñó un ojo con tanto descaro que me quedé atónita.
—Pues para celebrar que es la quinta cita, tengo un regalo para ti —dijo algo más serio pero sin perder el brillo de diversión en la mirada. Su rostro se acercó al mío lentamente y el revoloteo que se despertó en mi estómago provocó que mi corazón latiese más deprisa—. Pero si lo quieres, tienes que confirmar que es la quinta cita —dijo en un susurro.
—Oh, ¿quieres parar de decir que es la quinta cita de una vez? —dije mientras le daba un pequeño golpe en el brazo.
Su fresco aliento acarició mi rostro cuando se rio y Killian se alejó para sacar del bolsillo una especie de bolsa negra que sostuvo ante mí.
—Creo que voy a aceptar eso como una confirmación —dijo en voz baja mientras depositaba la bolsa en mis manos.
Lo miré con preguntas en los ojos, pero él se limitó a sonreír y a asentir con la cabeza, instándome a que la abriera.
—Cuando Max te preguntó por qué te apellidabas así, dijiste que era porque Stone simbolizaba una piedra sin más, sin brillos, ni colores, ni nada especial. Más tarde vi como te agachabas en la orilla del lago para coger una piedra que te metiste en el bolsillo y el recuerdo se quedó conmigo.
Mientras Killian hablaba metí la mano en la bolsa para sacar lo que se escondía en su interior. Al hacerlo sentí en los dedos una tenue calidez, una mezcla entre la delicada tierra que acariciaba mis pies en el bosque y el suave tacto de la arena de la playa sobre mi piel.
Aquello no fue lo único que sentí, ya que me vi envuelta en el ligero frescor de la menta y la brisa que se desliza entre los eucaliptos al anochecer, protegida por el abrazo del fuego en una noche de invierno y calmada por el sonido de las olas al romper contra las rocas, pero, sobre todo, me sentí apreciada.
Parpadeé varias veces al ver lo que sostenía en las manos y mis dedos se deslizaron con delicadeza por la superficie del colgante más bonito que había visto en la vida. Al final de una fina cadena de plata se encontraba una suave piedra blanca que brillaba con los pequeños fragmentos de rubíes, esmeraldas, obsidianas, aguamarinas y ámbares que se habían dispuesto sobre ella y a su alrededor, formando un abanico de colores que se reflejaba en todas las direcciones.
Mi corazón dio un brinco al percibir su belleza y mis ojos se encontraron con los de Killian, que me observaba atento intentando medir mi reacción. Con la sorpresa reflejada en mi rostro, me perdí en su mirada durante toda una edad.
—Ya sé que parezco un hijo de Afrodita —dijo haciéndome sonreír al apropiarse de algo que le había dicho yo a él—, pero dime algo.
—¿Es que te acuerdas de todo lo que digo? —pregunté con falsa molestia, a lo que él respondió con una sonrisa—. ¿Es la piedra que cogí en el lago? —Killian asintió sin decir nada y yo ladeé la cabeza, intentando controlar todo lo que estaba sintiendo en aquel momento.
—Puede que seas como una piedra —dijo acercándose un poco más a mí—, pero eres una piedra que brilla por sí sola, que se refleja en todo lo que tiene a su alcance y que está llena de posibilidades.
Tanto sus palabras como la intensidad de su mirada me tocaron el corazón y despertaron una explosión de emociones en mi pecho para la que no estaba preparada. El aleteo que se había despertado en mi estómago se multiplicó exponencialmente y me sentí tan agradecida y emocionada que no pude ni hablar para darle las gracias. Él me sonrió con ternura y se acercó todavía más a mí para acariciar mi mejilla con delicadeza, provocando que el latido de mi corazón se acelerase automáticamente.
Sentí la fuerza de la pared contra mi espalda al mismo tiempo que notaba la presión del cuerpo de Killian sobre el mío, lo que provocó un contraste de frío y calor en mi interior que me erizó la piel. Sus labios encontraron el camino directo hacia los míos, silenciando la confusión y las dudas que habían cobrado vida en mi pecho, y tuve la sensación de flotar libre sobre el refrescante mar de verano.
Me envolvió el abrigo de la mágica lluvia en una noche de tormenta y sentí que mi cuerpo descansaba sobre la mullida arena de la playa bajo los cálidos rayos de los soles, todo al mismo tiempo, cargándome de energía y haciendo que quisiese sonreír, que los pensamientos negativos que había en mi mente se volviesen diminutos, y que con cada bocanada de aire que inundaba mis pulmones, tuviese más ganas de seguir luchando.
A ver, sí, soy un poco trol, ¡pero por fin tenéis el beso que tanto esperábais!
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