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76. Ereäm Dhu

Mis lectores quieren maratón y yo soy una mandada.

He aquí la primera parte del final de El refugio.

Dejad muchos comentarios y compartid en redes para que suba la segunda parte y el final cuanto antes!

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Las palabras de mi padre hacían eco en mi mente una y otra vez, impidiendo que pensase en otra cosa. Su mirada, junto con la de Cruz y Killian cuando había mencionado a la oceánide, se me había quedado grabada, persiguiéndome sin descanso en los recuerdos.

«Ojalá las ninfas hubieran existido alguna vez...»

Me acerqué a las rocas que delimitaban el jardín trasero del castillo y que ejercían de barrera contra el acantilado, y me senté en el suelo para apoyar la espalda en una de ellas. Podría jurar que había visto a la ninfa del océano desaparecer entre las mismas olas ante las que me encontraba en aquel momento.

Me había metido en el agua con la intención de escalar la pared de roca que protegía al castillo de la fuerza del océano, ya que pensaba que era mi única opción para poder entrar en el edificio, pero el mar estaba tan embravecido que la fuerza de las olas me había arrastrado de un lado a otro sin que pudiese hacer nada por evitarlo.

Todavía recordaba el dolor que había sentido al golpearme la cabeza contra la roca, tiñendo el agua que había a mi alrededor con el color de mi propia sangre. Deslicé los dedos entre mi cabello, acariciando el lugar en el que me había dado el golpe, y maldije en voz alta al no tener las heridas que probasen que mis recuerdos eran ciertos.

La angustia se abrió paso en mi pecho y mi preocupación aumentó al no poder explicar los acontecimientos que habían tenido lugar en los últimos días. Si no había sido gracias a la ninfa del océano, ¿cómo pelotas había llegado al castillo?

Mi mirada se perdió en la pared de resbaladizas y puntiagudas rocas contra las que rompían las olas con una fuerza atronadora, generando una melodía que logró calmar mis nervios. Un olor a eucalipto y menta me envolvió de un momento a otro, facilitando mi respiración y relajando mis músculos con su aroma.

—Veo que tú también buscabas un poco de paz —dijo Max antes de acercarse para sentarse a mi lado.

Me volví hacia él para dedicarle una sonrisa que correspondió y agradecí de corazón que hubiese venido a distraerme con su compañía.

—¿Crees que esta pared se puede escalar? —le pregunté después de pasar unos minutos en un agradable silencio.

—¿El acantilado? Ni de broma. Esa roca es tan resbaladiza que no te puedes mantener agarrado a ella ni un segundo, por eso nuestros antepasados construyeron aquí el castillo, para evitar que los enemigos pudiesen acceder a él —explicó con voz suave—. ¿Por qué lo preguntas?

—Por curiosidad —dije evitando su mirada.

—¿Te encuentras bien?

Nuestros rostros se encontraron, y al ver la preocupación en sus iris, sentí como una cálida y familiar sensación se despertaba en mi pecho.

—Sí —dije, aquella vez mirándolo a los ojos—. ¿Y tú cómo estás?

Max se rascó la parte superior de la cabeza mientras meditaba la respuesta y no pude evitar sonreír al reconocer como habitual aquel gesto.

—Supongo que bien también. Es difícil hacerse a la idea de todo lo que ha sucedido. Hemos pasado por situaciones que son difíciles de digerir.

—Sobre todo para ti. —La confusión que se dibujó en su rostro provocó que me entrasen ganas de reírme—. No me mires así, Max, eres el que más veces ha estado al borde de la muerte. Ese tipo de cosas dejan huella.

—Ya, supongo que sí.

El soldado se llevó una mano a la nuca y enfocó su mirada en el movimiento de las olas del mar, y al ver su reacción, supe que tenía que aprovechar aquella oportunidad.

—¿Te pasa muy a menudo? —pregunté con voz casual.

Los ojos de Max se enfocaron en los míos, intentando determinar qué era lo que le estaba preguntando. Sus iris brillaron con cautela, y en el bosque que se escondía en ellos pude ver el temor que se camuflaba bajo capas y capas de emociones.

Sin saber cómo hacer que se sintiese mejor, intenté expresarle con la mirada que no buscaba hacerle daño, sino todo lo contrario, y nos quedamos inmóviles durante un largo tiempo, analizando las intenciones que flotaban en el aire y tratando de descubrir los secretos ocultos a nuestro alrededor.

—Bastante —respondió finalmente y con voz severa.

El soldado no dijo nada más, y tras soltar un suspiro, le dedicó toda su atención al mar que rugía a escasos metros de distancia. Mi mirada y mis pensamientos, sin embargo, se perdieron en las oscuras nubes que se acumulaban en el horizonte y que prometían lluvia y tormenta.

—Cuando casi mueres ahogado en las cuevas de la gema Aquamarina —dije después de un rato—, no fui yo quien te salvó, ¿verdad?

El instante en el que creí que había fallecido inundó mis recuerdos y trajo consigo vestigios de emociones terribles que me erizaron la piel. Cuando vi que reaccionaba y que volvía a respirar no me lo podía creer, pero mi instinto me decía que había ocurrido algo que mi mente no alcanzaba a comprender.

—No —respondió en un susurro, confirmando lo que ya sabía sin mirarme a los ojos.

Asentí en silencio, sabiendo que había llegado el momento de dejar de hacer preguntas. Mi atención se centró en el océano que se revolvía con energía ante nosotros, ajeno a nuestra presencia, y la fuerza del viento me reconfortó con el olor de los bosques que trajo consigo.

Mi mirada se perdió en el lugar en el que creía haber visto a la oceánide y los pilares que sostenían mi mente temblaron ante la idea de que todo hubiese sido una ilusión.

—Max —dije con voz débil—. ¿Conoces a algún ser que tenga apariencia de humano pero que esté cubierto por elementos del bosque? —El Esmeralda se volvió hacia mí con curiosidad.

—¿A qué te refieres?

—A que tenga una capa hecha de musgo y hojas, y porte amuletos hechos con ramas, huesos y piñas.

—¿Como los Ereäm Dhu? —preguntó con una sonrisa. La confusión en mi rostro sirvió para que el soldado continuase hablando—. Es una historia que nos cuentan en Esmeralda desde que somos pequeños —explicó con voz cálida—. Los Ereäm Dhu son seres que están emparentados con los duendes y las hadas y son los encargados de proteger los bosques del planeta. Les gusta estar solos y pasar tiempo en la naturaleza, por lo que evitan todo trato con humanos. Dicen que son de naturaleza pacífica y rasgos dulces, pero que si has dañado el bosque o hecho algo infame, pueden llegar a ser letales.

—¿Y tú has visto alguno? —pregunté con todo el autocontrol que pude reunir.

—No, claro que no, Moira —respondió divertido—. Son como las hadas del bosque, los unicornios y las sirenas. No son más que historias para niños.

Intenté disimular el dolor de la decepción como pude, pero cuando vi que el gesto de Max se torcía, supe que no había hecho un buen trabajo.

—¿Seguro que estás bien?

—Sí —respondí demasiado rápido—. Solo estoy un poco cansada.

El joven me observó con atención y sospecha y reprimí las ganas que tenía de darme una bofetada. Max sabía que no le estaba contando toda la verdad, y si le hablaba a Killian o a mi padre de mi comportamiento errático, no iba a tener más que problemas.

—Yo también, la verdad —dijo mientras se ponía en pie, dejándolo correr—. Creo que voy a hacer uso de alguno de esos lujosos cuartos que nos han asignado —añadió con una sonrisa—. Tú deberías hacer lo mismo.

Asentí con la cabeza, sabiendo que tenía razón, y antes de desaparecer en dirección al castillo, Max apoyó una mano en mi hombro en señal de afecto. Incapaz de contenerme durante más tiempo, dejé que por mis mejillas se deslizasen lágrimas cargadas de cansancio y frustración. Me quedé allí sentada, liberando las emociones que había acumulado y almacenado en un rincón de mi pecho, mientras observaba el mar y me preguntaba qué era lo que le estaba ocurriendo a mi fracturada mente.

¿Qué pensais que le está pasando a Moira? ¿Será porque la magia ha regresado y le está afectando? ¿Será que está enferma?

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