75. El cofre de los secretos
Gracias a @zobeida14717 por recordarme que subiese capítulo <3
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Los pasillos del castillo estaban repletos de personas trabajando por conseguir que el lugar recuperase su gloria original. El bullicio inundaba hasta la última estancia del edificio, y fuese a donde fuese, las personas a mi alrededor se volvían hacia mí y asentían con la cabeza, me dedicaban breves sonrisas o cuchicheaban entre ellas sin mucho disimulo.
El resto de clanes habían enviado a los mejores nei de cada campo para ayudar a que la ciudad azul y sus habitantes se recuperasen lo antes posible, por lo que el castillo estaba hasta arriba de gente yendo de un lado para otro. Personas muy distintas con rasgos completamente opuestos que destacaban entre la masa homogénea que caracterizaba a los habitantes de Aqua, y por alguna extraña razón, aquel pensamiento envió una calidez fugaz a mi corazón.
Me deslicé por los corredores con rapidez, intentando encontrar un lugar en el que poder sentarme en paz a ordenar mis pensamientos, pero cada estancia que pasaba estaba más concurrida que la anterior.
Las paredes brillaban con colores vivos al reflejar el poder de las gemas con el que los nei lanzaban los hechizos de sanación para tratar a los heridos, y la magia de Neibos iluminaba el castillo como si de fuegos artificiales se tratase. Apreté el paso al sentir un ligero pinchazo en las sienes que provocó que tuviese todavía más ganas de huir de aquel lugar y me deslicé entre la muchedumbre con premura.
—¡Moira!
Mi nombre se perdió en el alboroto que inundaba el pasillo en el que me encontraba, y como al volverme no me topé con nadie conocido, seguí caminando hacia la salida más próxima, deseando salir de allí más pronto que tarde.
—¡Moira!
La voz sonó más cercana y me paré en seco para intentar averiguar de dónde provenía. Repasé las caras en las que se posaron mis ojos, pero ninguna parecía ser la apropiada, y una incómoda sensación se instaló en mi pecho al tener todavía más motivos para pensar que estaba perdiendo la cabeza.
El recuerdo del hombre de los bosques brilló en mi mente y una ligera sensación de debilidad se apoderó de mí. Gemí sobresaltada al sentir una mano sobre mi piel, y los ojos cargados de miedo y preocupación con los que se encontró mi mirada no ayudaron a serenarme.
—Llevo un buen rato buscándote —dijo Alis con la respiración entrecortada.
—¿Qué te pasa?
—Nada, estoy bien —respondió con una voz demasiado suave como para ser verdad.
Levanté una ceja incrédula al ver las emociones que se reflejaban en su rostro y la joven me tendió un antiguo libro de cuero, no sin antes comprobar que nadie nos estaba prestando demasiada atención.
—Cógelo —pidió con ansia, empujando el libro hacia mí como si se tratase del objeto más peligroso del mundo—. Léelo, por favor. Es muy importante que no se lo enseñes a nadie, Moira, y mucho menos a Killian.
La preocupación se extendió por mi pecho al escuchar las palabras de Alis y sentir el miedo y el disgusto con el que las había pronunciado, pero la joven echó a correr por el pasillo antes de que pudiera preguntarle qué era lo que me había entregado.
Alis estaba angustiada y nerviosa, y lo normal, dada la estrecha relación que tenía con su hermano, habría sido que fuese a hablar con él, no conmigo. ¿Qué era lo que Killian no podía saber?
Me tensé al notar una mano sobre el hombro, y con toda la rapidez que pude, oculté el libro que sentía que debía proteger con todas mis fuerzas.
Al volverme descubrí un rostro que me recibió con la más absoluta sorpresa. Los ojos azules que me observaron como si fuera la última persona en Neibos brillaron con alegría al encontrarse con los míos, y sin poder aguantar ni un segundo más, me lancé a sus brazos y dejé que me envolviese la cálida sensación de estar en casa por fin.
No sé cuánto tiempo estuvimos abrazados, pero Cruz no aflojó su agarre en ningún momento. Estaba tan contenta de verlo que sentí que en mi rostro se dibujaba una sonrisa que no tenía la intención de desaparecer, aun cuando las lágrimas por la tensión y el cansancio acumulados amenazaban con abandonar mis ojos.
—¿Qué haces aquí? —pregunté con alegría, separándome unos centímetros para poder estudiar su rostro en profundidad.
—Bueno, ya sabes, te echaba tanto de menos que no podía aguantar ni un día más sin verte.
—La verdad es que no me extraña, soy maravillosa —dije con toda la seriedad que pude reunir antes de darle un golpe en el brazo—. Ahora en serio, ¿qué haces aquí?
—Están llamando a todos los nei de magia superior para ayudar con lo que se pueda —dijo con voz casual.
—¿Tú eres un nei de magia superior? —pregunté arqueando una ceja, exagerando mi sorpresa.
—Por supuesto, Moira. Llevo edades diciéndote que soy el rey de la magia, pero tú nunca me escuchas. —Mi sonrisa se ensanchó al escuchar la suficiencia fingida con la que Cruz pronunció aquellas palabras. Ninfas, cómo lo había echado de menos.
—Piensan que eres un nei de magia superior porque no saben todo lo que yo sé de ti —dije en un susurro mientras me acercaba un poco más a él—. De saberlo, su opinión cambiaría al cien por cien.
—Oh, Moira Stone, ¿estás segura de que quieres abrir el cofre de los secretos? —preguntó con una sonrisa juguetona—. Porque te aseguro que tú no eres la única que sabe cosas humillantes...
—¿Moira?
Al escuchar la voz de mi padre, Cruz y yo nos giramos para comprobar de dónde provenía, pero no llegué a averiguarlo porque me envolvió en un abrazo tan fuerte que sentí su energía hasta en la punta de los pies.
—¡Papá! —exclamé con alegría al comprobar que estaba bien—. ¿Tú también? ¿Qué haces aquí?
—Le hemos pedido que viniese para que nos ayude con ciertos asuntos —dijo Killian, llamando mi atención—. Supuse que querrías verlo para asegurarte de que todo estaba en orden.
Por el rabillo del ojo vi como Cruz levantaba una ceja y se volvía hacia mí para estudiar mi rostro, pero no pude resistirme y le dediqué una sonrisa de agradecimiento al jefe del clan que él correspondió enseguida.
—¿Qué es esto? —preguntó mi padre mientras atrapaba el mechón azul de mi cabello entre los dedos.
—Una ninfa del océano me salvó la vida cuando me caí al mar y me lo dejó como recuerdo —dije encogiéndome de hombros al recordar el momento en el que aquella bella criatura me había bendecido con su presencia.
Los tres hombres que tenía enfrente intercambiaron miradas de confusión y me observaron con incredulidad, hasta que la carcajada que brotó del pecho de mi padre los contagió a todos, provocando que sonriesen divertidos.
—Ay Moira, qué cosas tienes... Ojalá las ninfas hubiesen existido alguna vez.
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