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7. Bésame las alas

Ix Realix: Tratamiento protocolario para el jefe del clan, así como para los miembros de la familia del clan.

—¿Cómo no te has dado cuenta? —repitió Killian más alto, como si no lo hubiera oído la primera vez.

Su gesto se volvió serio y desafiante y el jefe del clan cambió de posición, esperando a que lo atacara, porque por supuesto todo el mundo asumía lo peor de mí en cuanto se daban cuenta de quién era. Las lágrimas amenazaron con amontonarse en mis ojos, agotada por los acontecimientos y las emociones vividas aquel día, y me clavé las uñas con fuerza en las palmas de las manos en un vano intento por canalizar la ira y el dolor que sentía en aquel momento.

—¡Porque nunca he tenido ningún poder, bruto ignorante! —exclamé con todo el autocontrol que pude reunir.

Mis palabras hicieron eco en la estancia y los azules ojos de Killian se abrieron poco a poco hasta que su mirada se inundó con reconocimiento. Los presentes se quedaron en silencio y él me observó como si me estuviera mirando por primera vez, con una intensidad tan grande que casi dolía. Abrí la boca en un acto inconsciente, como si mi cuerpo necesitara más oxígeno al percibir la gravedad de la situación.

Aquel era Killian, definitivamente el jefe del clan, la persona encargada y responsable de todo lo que ocurría en el reino Aquamarina. Ser la máxima autoridad en el más grande de los clanes lo convertía automáticamente en la máxima autoridad de Neibos, y según me había explicado mi padre, el resto de los clanes debían responder ante él. Y fue precisamente gracias a él, que parecía estar atravesando mi alma con la mirada, que fui más consciente de mí misma en aquel momento que en toda mi vida. Mi pulso resonaba con fuerza en mi interior y cerré los ojos para intentar estabilizar mi respiración. Killian era el jefe del clan, el jefe de clanes, y yo le había llamado hijo de un banshee, pedazo de burro y bruto ignorante. ¡Y tan solo habían pasado unos minutos!

Sentí como su presencia se acercaba lentamente a mí a pesar de tener los ojos cerrados, y por un breve instante me pregunté qué aspecto tendría después de todo lo que habíamos pasado Alis y yo aquella mañana. Estuve a punto de abrir los ojos para comprobarlo, pero luego recordé que daba exactamente igual lo que llevara puesto, cómo me comportara o lo que dijera o pensara: la gente siempre me juzgaba por lo que se decía de mí, porque era diferente a ellos, porque en sus pequeñas mentes cuadriculadas no había cabida para un ser como yo, alguien completamente diferente al resto, y lo único que sabían hacer en una situación de temor e incertidumbre, era odiar y juzgar, dominar y destruir. Inspiré hondo y solté todo el aire que había almacenado en los pulmones con calma y resignación. Había aprendido la lección hacía mucho tiempo, no tenía sentido seguir rebuscando entre las cenizas.

En cuanto abrí los ojos me encontré con la intensa mirada azul del jefe del clan. Sabía que tendría que disculparme tarde o temprano por haberle insultado, al fin y al cabo él era la máxima autoridad de Neibos y así era cómo funcionaban las cosas: nosotros nos arrodillábamos y ellos hacían lo que les daba la real gana. ¿Pero qué ninfas? ¿A quién quería engañar? ¿Por qué le iba a pedir perdón? ¿Por defenderme ante sus ataques e insinuaciones? Si le molestaba, ¡que besara mis alas de hada! Él era el jefe del clan, ¡que predicara con el ejemplo! Y a todo esto, ¿no era muy joven para ser el jefe del clan?

Sus brillantes ojos de color aguamarina me miraron con curiosidad en cuanto incliné la cabeza para tener un mejor ángulo que me permitiera observarlo con más detalle. El oscuro pelo negro de Killian caía hacia el lado derecho de su cara, a la altura de su mejilla, formando pequeñas ondas sobre su frente que brillaban con destellos en diferentes tonos azules, evocando al rítmico movimiento del océano. Tenía el ceño ligeramente fruncido, lo que había dibujado unas pequeñas arrugas en la parte superior de su recta nariz. Su barba, del mismo color que su cabello, no conseguía ocultar la línea de su mandíbula, y me encontré comparándolo con aquellas impresionantes figuras de mármol que creaban los artistas de la civilización antigua.

No sabía cómo no me había dado cuenta antes, pero todo en él gritaba a voces que su gema elemental era la Aquamarina y que su poder no conocía de muchos límites. Así debía ser con todos los jefes de clan, tenían que representar a su pueblo, entender su elemento y tener la capacidad de proteger a cada una de las almas que formaban parte de su reino. Lo cierto era que Alis y su hermano eran muy parecidos, ¿cómo no lo había percibido?

Desvié la mirada al escuchar un carraspeo que resonó en la estancia y que me devolvió a la realidad, rompiendo así el contacto visual con Killian y enfrentándome a las miradas de los cuatro soldados que nos observaban con curiosidad y diversión en sus rostros.

—Yo me estaba yendo —dije mientras me alejaba en dirección a la salida.

Había sido un buen intento, pero el universo, como siempre, parecía tener otros planes. Killian atrapó mi muñeca en el aire mientras me despedía con la mano y me acercaba a la puerta, sobresaltándome por el contacto y haciendo que sintiera el frescor de la brisa marina en el rostro, como si me encontrara en la playa en un día de tormenta. Mis pensamientos parecieron aclararse y la comisura izquierda de mi labio se levantó con diversión al ver la sonrisa malévola que me dirigía Aidan mientras decía «suerte» en un susurro.

—¿Qué hacías en el bosque? —preguntó Killian cuando nuestras miradas se volvieron a encontrar.

—Estaba paseando —respondí con sinceridad. Bueno, con sinceridad a medias. Si ocultaba información pero no mentía... ¿seguía siendo sincera?

—¿Paseando? —La incredulidad en su voz fue tan evidente que tuve que luchar por no reírme.

—A ver —comencé, haciendo que él levantara las cejas—. Podemos hacer esto de que yo te cuento mi vida y tu finges que me prestas atención durante unos segundos, pero ambos sabemos que en realidad no va a importar nada de lo que te cuente porque ya tienes una idea formada en tu cabeza sobre mí, mis intenciones y lo que estaba haciendo o no en el bosque. —Su gesto se torció—. Así que propongo un plan B: vosotros os dedicáis a buscar a los malos, y yo me voy a mi casa y sigo con mi vida como si nada de esto hubiera ocurrido nunca. —La sonrisa con la que terminé la frase se ensanchó conforme me fui dirigiendo hacia la puerta.

—¿Y qué tal un plan C? —Por supuesto que tenía que tener la última palabra. Como estaba de espaldas a él no sabía si le había dado una orden o no, pero el soldado de pelo rubio se posicionó delante de mí, de brazos cruzados, para impedir que llegara a la salida.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté en un susurro, inclinándome ligeramente hacia él, que me dedicó una maravillosa sonrisa de diversión.

—Quentin —respondió el soldado sin moverse un ápice. Al comprender que no iba a poder salir de allí tan fácilmente, solté todo el aire de golpe y me volví con frustración para enfrentar a Killian.

—¿Plan C de carcelero? —pregunté con irritación tras soltar un bufido. La expresión de satisfacción de Killian aumentó ligeramente pero se vio truncada cuando alguien llamó a la puerta. Detrás de Quentin apareció un hombre entrado en edad, de blanca cabellera y gesto solemne cuyo rostro desvelaba que portaba noticias importantes.

Ix Realix —comenzó el hombre—, nos han llegado nuevas. —Killian desapareció tras el mensajero en cuestión de milésimas de segundo, y tras él, el resto de la Guardia Aylerix.

¡Moira! ¿Por qué eres así? Me regañé a mí misma al ver que había comenzado a caminar tras ellos. La voz en mi interior se distrajo en cuanto posé la mirada en los altos techos de piedra bajo los que nos desplazábamos. El frío que desprendía el oscuro material era una bendición para el ritmo acelerado de mi pulso, y no tardé mucho tiempo en darme cuenta de que nos encontrábamos en el castillo Aquamarina.

—¿Qué se sabe? —preguntó Killian desde el pasillo, provocando que su voz rebotara con fuerza en las paredes antes de desaparecer tras ellas, seguido por su guardia.

Sin saber qué hacer más que seguirlos, me adentré en lo que para mi sorpresa era una pequeña sala repleta de personas. Allí dentro había hombres y mujeres de todas las edades; guerreros, sabios, estudiosos y grandes magos, y todos ellos habían decidido centrar su sorprendida mirada en mí.

—El capitán Aqua de uno de los grupos que están rastreando el bosque nos ha hecho llegar un mensaje, Ix Realix —anunció un hombre que aparentaba ser bastante importante.

En cuanto aquellas palabras fueron pronunciadas, se levantó un ligero murmullo que se propagó por la muchedumbre de la sala mientras un soldado extendía un gran mapa del reino sobre la mesa de piedra. Killian se acercó a él y cruzó los brazos, esperando a que el soldado continuara hablando con una calma que me sorprendió, algo que comprendí al ver que sus nudillos se habían teñido de blanco al hacer fuerza con sus puños para intentar contenerse.

—Los soldados han encontrado marcas de paso en la Pradera del Ciervo Celeste y restos de sangre en el Valle de las Perseidas, Ix Realix —continuó el hombre.

—Tiene sentido.

Cerré los ojos y me mordí la lengua al darme cuenta de que la voz que acababa de escuchar había sido la mía, pero ya era demasiado tarde. El murmullo que antes había animado la sala cesó en el mismo instante en el que había abierto la boca y las miradas de los presentes se posaron en mí una vez más.

—¿Por qué? —Los ojos del jefe del clan analizaron mi mirada con profundidad, como si en ella se escondieran las respuestas que tanto ansiaba.

—Yo los encontré en la Cueva Encantada —me apresuré a decir—. La Pradera del Ciervo Celeste y el Valle de las Perseidas forman uno de los caminos por los que se puede abandonar el reino desde allí. —La multitud murmuró en acuerdo y los ojos de Killian brillaron con una emoción que no fui capaz de identificar.

—Si pretendemos cazarlos, la Ruta del Arce es nuestra mejor opción —dijo Aidan, acercándose a su jefe para poder ver mejor el mapa.

—Desde ahí seguiremos el Camino del Canal, que nos llevará directamente a ellos —añadió Killian con seguridad.

—Gárgolas antiguas —susurré con frustración mientras intentaba mantener la boca cerrada, a lo que Quentin, que se había movido a mi lado, respondió con una musical carcajada.

Cuando me volví hacia él para corroborar lo que acababa de ocurrir, el soldado me recibió con una expresión de lástima y diversión, como si supiera que no iba a ser capaz de mantenerme al margen de aquella conversación.

—No —dije sin pensar, con la mirada todavía clavada en los ojos de Quentin—. Siguiendo el canal encontraréis el Paso de los Huesos derruido —expliqué mientras indicaba con el dedo índice su posición en el mapa—. La única opción desde ahí es dar la vuelta y cuando hayáis regresado al camino principal ya se habrá hecho de noche.

—Entonces tomaremos el Paso de Slohm —propuso Quentin.

—Y os encontraréis con el Tramo Multen —respondí con rapidez, desechando su idea.

—El lodo nos cubrirá hasta las rodillas y tardaremos horas en dar diez pasos —añadió Aidan con frustración.

—Pues seguiremos la Escalera de la Montaña Congelada —dijo la mujer dirigiéndose a mí. Si las miradas mataran...

—Estamos entrando en la época nevada —respondió Killian, negando con la cabeza—. No seremos capaces de llegar hasta el final.

—Y aunque consiguierais cruzarla tendríais que subir la Colina Colosal y...

—¿Entonces qué propones? —gritó la mujer con vehemencia, interrumpiéndome y cogiéndome por sorpresa.

Miré a mi alrededor en busca de alguien que me explicara qué acababa de ocurrir pero en su lugar me encontré con los ojos verdes del otro soldado de la Guardia Aylerix, que me observaba con atención esperando a que aportara una gran idea. Solté un suspiro con resignación y dediqué unos segundos a analizar el mapa en silencio.

—Tenéis que seguir el Camino del Norte y luego atravesar las Tierras de Piedra —expliqué—. El trayecto es muy sencillo y rápido. Luego tenéis que seguir la Senda de la Estrella...

—Y llegaremos al Templo de los Susurros —completó por mí el soldado de ojos verdes—, que se encuentra en la mitad de la Ruta Roja, que es probablemente el camino que han tomado ellos para escapar.

—¿Por qué esa ruta? —preguntó la mujer, dedicándome otra mirada de odio.

—Si yo fuera al bosque de un clan que no es el mío tendría que fiarme de lo que dice el mapa, y la vía más clara para salir de aquí es el Camino de la Melancolía.

—Pero si lo que intentas es evitar zonas transitadas porque no quieres llamar la atención, la Ruta Roja es tu mejor opción —añadió Aidan, guiñándome un ojo y completando la explicación por mí.

Killian centró su mirada en el mapa, pensativo, durante unos segundos. El resto se mantuvo en un silencio sepulcral, esperando su veredicto sin añadir nada más.

—Bien, quiero que se doblen las patrullas en la Fortaleza y que se tripliquen las de la ciudad, esto no puede volver a repetirse bajo ninguna circunstancia. La Guardia necesita estar descansada y alerta. Farren, encárgate de ello.

—Por supuesto, Ix Realix —respondió un hombre de mediana edad. Su mirada gris, a pesar de estar en paz, transmitía la sensación de haber visto muchas guerras, y lo mismo decían las marcas que se extendían por su piel. Su voz demostraba calma y entereza en un período de inseguridad, y el hombre no dudó ni un instante en asumir la gran responsabilidad que el jefe del clan estaba depositando sobre sus hombros. No era difícil ver qué era lo que hacía que Killian confiase tanto en él.

—He dado la orden de que las calles estén vacías, aunque tampoco creo que haya nadie que quiera salir de sus hogares en este momento. Seleccionaré a un grupo especializado para que investigue una solución que nos devuelva la magia lo antes posible, pero mientras tanto, en los números está la fuerza —añadió el jefe del clan, dirigiéndose a Farren—. La seguridad de Alis, así como la de cualquier persona que viva en el castillo y en la ciudad, es primordial. Todavía no sabemos cuál era el objetivo tras el secuestro de mi hermana, así que necesito que todo el mundo esté alerta. —Killian hizo una pausa que sirvió para que los presentes expresaran en voz alta que las órdenes habían sido bien recibidas—. La Guardia Aylerix y yo encontraremos al grupo de hombres que nos han atacado y las respuestas que traerán consigo, pero mientras tanto el pueblo necesita sentirse seguro en este tiempo de incertidumbres. Farren, estás al mando hasta mi regreso.

El hombre se acercó al jefe del clan y tras darle un par de golpes en el brazo y asentir con seguridad con la cabeza, lo agarró por la nuca y se acercó a él hasta que sus frentes se tocaron. Era la primera vez que presenciaba una muestra de afecto y respeto tan intensa y desdibujada. No sabía dónde comenzaba una emoción y terminaba la otra en la fuerza de aquel gesto, y fue aquello, precisamente, lo que impidió que dejara de mirar hacia ellos.

—Aylerix, haced lo que tengáis que hacer, partiremos lo antes posible. —Los cuatro soldados asintieron con convicción—. Y tú —añadió Killian, señalándome—, vienes con nosotros.  

 Muchísimas gracias por todo el calor que está recibiendo la historia, de verdad. ❤️😍

No te olvides de darle a la estrellita y contarme qué te ha parecido! 😍😍😍

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