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60. Cárcel de cristal


Me acerqué a la orilla para coger un poco de agua entre las manos y me la lancé a la cara con un seco movimiento. El frescor, la humedad y el salitre de aquel líquido transparente hicieron que cogiese aire de golpe, como si me hubiese costado respirar hasta aquel momento. Al darme la vuelta analicé las opciones que tenía a mi alcance y no me sorprendió descubrir que no había ninguna.

Era imposible escalar la muralla de la fortaleza, no podía entrar por el portón principal porque allí había tantos o más soldados que en el interior de la fortificación, y lo mismo ocurría con la puerta trasera. Las pequeñas aberturas de la muralla también estaban custodiadas por decenas de soldados y para acceder a los túneles subterráneos tendría que pasar por delante de un ejército entre el que no lograría ocultarme.

Le di una patada al suelo al sentir que me carcomía la irritación y la arena que voló por el aire y que me entró en los ojos me obligó a girar la cara en dirección opuesta al viento. Al hacerlo y ver el muro la fortaleza que daba al océano me di cuenta de que había estado enfocando mal el problema desde el principio y sin perder más tiempo eché a correr como si fuese el propio aire quien me llevaba hacia la pared de roca natural que impedía que el mar inundase el castillo.

No fue fácil decidir que me iba a sumergir en las profundas y heladas aguas del océano en una noche de invierno, y mucho menos teniendo en cuenta que no veía nada de lo que tenía a más de diez centímetros de distancia, pero el recuerdo de mi conversación con Zeri me infundió el valor que necesitaba para hacerlo. Si algo tenía claro era que no iba a faltar a mi palabra.

Solté un gemido al sentir como el agua se colaba por mis botas y el puro hielo me envolvía las piernas.La situación no hizo más que empeorar cuando el nivel del embravecido mar me llegó a la cadera y superó la barrera de mis pantalones impermeables para empapar mi cuerpo por completo. El peso de las prendas que vestía aumentó considerablemente, pero aquello dejó de importar cuando llegó a mí una gran ola que me arrastró con fuerza hacia la orilla, dejándome desorientada y sin aliento.

Cuando logré recuperar el control de mi cuerpo, aproveché el impulso del mar para llegar cuanto antes a la pared del acantilado, pero las olas tenían tanta fuerza que me empujaron contra las afiladas rocas sin que pudiese hacer nada por evitarlo. Intenté agarrarme a las piedras que me golpeaban pero me resbalaron las manos y volví a chocar contra las rocas al sentir la fuerza del océano empujándome hacia delante. El nivel del mar descendió para volver a subir bruscamente y lograr que me golpease una vez más contra una de las piedras, lo que hizo que se extendiese un profundo dolor desde mi frente hasta la nuca.

Eché los brazos hacia arriba con toda la fuerza que pude reunir pero la herida de la cabeza me había dejado muy mareada y sentía como me debilitaba con cada segundo que pasaba. Me asusté al percibir algo oscuro en el agua y al observarla con más atención me di cuenta de que mi entorno se había teñido con la sangre que brotaba de mi herida, lo que había provocado que el agua se oscureciese a mi alrededor. Aquella distracción provocó que no me diese cuenta de que una gigantesca ola venía en mi dirección y dejé de escuchar, de ver y de sentirlo todo cuando la fuerza del mar me volvió a golpear contra la pared de piedra, dejándome prácticamente inconsciente.

Noté el sabor a salitre y metal en mi boca y el latido de mi corazón se aceleró todavía más, al igual que mi respiración. En mi estómago se fusionaron la angustia y el miedo y ver que no había sido capaz de ayudar a mis seres queridos cuando más me necesitaban provocó que se me formase un nudo de decepción en la garganta que impidió que mis pulmones se llenasen de aire.

La culpabilidad invadió mi interior y la fuerza de las olas zarandeó mi cuerpo de un lado para otro sin permitir que retomase el control. La oscuridad me abrazó con su letal agarre y la luz de las lunas de Neibos empezó a desaparecer bajo la profundidad del mar.

Tenía ganas de llorar y la angustia en mi interior se volvió tan intensa que abrí la boca inconscientemente. Me removí en el océano al sentir como el agua inundaba mis pulmones y me obligué a mover las extremidades para salir a la superficie, pero mis ojos se estaban cerrando poco a poco y mis brazos no respondían a mis súplicas. Sabía que tenía que tranquilizarme para poder salir de allí pero mi cuerpo se había abandonado a la fuerza del mar, como si estuviese aprisionado dentro de él y se negara a reaccionar a pesar de mis demandas.

Me grité a mí misma interiormente pero nada de lo que hice consiguió que mi cuerpo respondiese y terminé por dejarme ir. El frío que sentía había entumecido hasta el último centímetro de mi cuerpo y, por mucho que quisiese, no podía hacer nada por remediarlo. La oscuridad me invadió por completo, haciendo que fuese todavía más sencillo rendirme a ella. Mis párpados se volvieron uno de los lastres más pesados con los que había cargado nunca y cerré los ojos al sentir como una calidez me abrazaba para no dejarme ir.

Cuando había decidido que estaba preparada para aceptar aquella situación, sentí movimiento debajo de mí. El pánico que se abrió paso en mi interior se habría manifestado con un grito desgarrador en condiciones normales pero mi cuerpo ni siquiera se movió intencionadamente, sino que continuó descendiendo hacia las profundidades del mar por inercia.

La intensidad de aquel movimiento se volvió mucho más fuerte y comencé a descender a mayor velocidad. Saber que estaba yendo hacia el lugar del que provenía sin ni siquiera poder mover la cabeza para ver qué era lo que lo estaba provocando me estaba volviendo loca y grité sin que el sonido llegase a mis oídos.

Golpeé con vehemencia las paredes de la cárcel de cristal en la que me había encerrado mi propio cuerpo sin ser capaz de liberarme. Sentí una gran corriente de agua a mi lado y como una luz muy potente nacía en algún punto del océano, molestándome incluso con los ojos cerrados.

El agua a mi alrededor se movió vertiginosamente y mi cuerpo se inclinó hacia abajo, permitiendo que viese lo que estaba ocurriendo cuando logré levantar los párpados. Al hacerlo necesité unos segundos para que mis pupilas se adaptasen al potente chorro de luz que iluminaba un agua tan profunda, y cuando me encontré con los ojos de la criatura marina que me observaba con aquella curiosa mirada, no tuve ninguna duda. En aquel momento, supe que había llegado mi hora.

"Ya no le tengo miedo a la muerte"

Nadie puede escapar de su destino...

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¡Ya no queda nada para el final! 😵😵😵

460 👀, 106 🌟 y  310 ✍️!

¡Nos leemos pronto! ❤️ ¡Biquiños! 😍😍 

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