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6. El miserable

—¿Se puede saber qué crees que estás haciendo? —bramé exasperada al sentirme indefensa ante la fuerza bruta de aquel miserable.

—Killian... —dijo uno de los hombres detrás de mí. ¿Killian? Killian el miserable. El hombre de ojos azules fijó su mirada en alguien detrás de mí durante unos segundos para luego enfocar sus ojos en los míos.

—Vamos a ver, ¿eran hombres muy altos y fornidos, que vestían de blanco y gris? —me preguntó con ira en la voz.

—Sí.

—Bien —añadió él despacio. Parecía estar escogiendo cuidadosamente palabras simples como si pensara que de ser de otra manera yo no sería capaz de entenderlas—. Ahora que hemos establecido que sí pertenecen al Clan Diamante, puedes proseguir con la historia.

No sé si fue el odio con el que pronunció la palabra sí o el hecho de que me omitiera completamente e ignorara mi opinión como si no valiera nada en absoluto, pero algo provocó que ardiera la ira en mi interior.

—Vamos a ver —dije lentamente, imitando su tono e intentando controlar mis emociones, algo que no estaba consiguiendo en absoluto aquel día—. No sé quién te crees que eres ni qué tipo de autoridad piensas que tienes para retenerme aquí sin darme ningún tipo de explicación, pero te voy a decir una cosa. Hoy, cuando salí de mi casa, pensaba pasar una tarde totalmente tranquila, perdida en el bosque sin molestar a nadie, y todavía más importante, sin que nadie me molestara a mí. Pero por motivos que desconozco, terminó pasando totalmente lo contrario, y acabé luchando por mi vida contra dos desgraciados que habían secuestrado a una niña que estaba totalmente aterrorizada y que, por cierto, ¡no tenía pinta de que fuera a ser rescatada por nadie!

Mis gritos hicieron eco en las paredes de piedra y los ojos del tal Killian brillaron con un fugaz dolor, pero aquello no me detuvo.

—Así que, en contra de todo pensamiento racional, me acerqué para ayudarla, y ¡oh, qué sorpresa! ¿Adivina a quién no le gustó esa idea? Acabé recibiendo más golpes de los que me merecía porque, ah, es verdad, aquella no era mi lucha ¡y yo no me merecía ningún golpe! Resulta que a esos dos hombres no les gustó que me metiera en sus asuntos, y tu hermana y yo tuvimos que correr colina abajo como alma que lleva el diablo para que no nos apresaran a las dos.

»Y por si fuera poco, ¡tuvimos que cruzar el maldito río de agua helada para perderlos de vista! ¿Pero sabes qué? La corriente era demasiado fuerte y el agua estaba demasiado fría, así que tu hermana se hundió en el agua y yo acabé aterrizando en una roca y tragando puro hielo que me quemó los pulmones. Pero no pasa nada —dije gesticulando con vehemencia—, porque conseguimos salir del condenado río y tener cinco segundos de paz, ¡antes de que aparecieran los malditos hijos de un banshee que decidieron atacarme antes de preguntar qué era lo que había ocurrido! —Hice una pausa para coger aire—. Así que escúchame tú a mí cuando te digo que no, ¡no eran hombres del Clan Diamante! —añadí golpeándole el pecho con el dedo.

—¡Y tú qué sabrás! —gritó él con fuerza de manera tan inesperada que escuché gemidos de sorpresa procedentes de los soldados a mi espalda, lo que por alguna extraña razón hizo que mi enfado se multiplicara.

—¿Pero te quieres callar y escuchar lo que te digo, pedazo de burro? —repliqué, aumentando el sonido de mi voz conforme alcanzaba el culmen de mi ira—. Sí, vestían con los colores del Clan Diamante, ¡pero te digo que esos hombres no forman parte de él! Los Diamantes caminan muy erguidos y sus movimientos son mecánicos y eficaces. Todos son guerreros, y aunque son personas robustas, utilizan los movimientos de diferentes disciplinas y técnicas antes que la fuerza bruta para atacar. He visto cómo luchan, y créeme cuando te digo que si esos hombres hubieran pertenecido al Clan Diamante, yo no estaría aquí ahora mismo.

Dediqué unos segundos a recobrar el aire que había perdido al soltar aquella retahíla de palabras que habían hecho que me sintiera mucho mejor. El hombre que tenía delante no se movió ni un ápice, y sus ojos se clavaron en los míos como si estuvieran intentando llegar a mi alma. Los segundos pasaron y nadie dijo nada. El tal Killian me observaba con atención y no sabía si quería que siguiera hablando o si estaba pensando en las diferentes maneras en las que iba a torturarme, pero yo permanecí callada y sin moverme, sabiendo que mi futuro dependía de lo que ocurriera en los próximos instantes.

—Tienes razón —dijo Killian finalmente, rompiendo el tenso silencio que se había apoderado del cuarto.

—Estoy de acuerdo —añadió la voz que ya podía identificar como la de Aidan, haciendo que me volviera para verlo de frente—. He luchado con Diamantes con anterioridad y la manera en que se movían no es comparable con la de los atacantes de esta mañana.

—¿Pero entonces en qué quedamos? —preguntó la mujer con irritación—. ¿A qué clan pertenecen los secuestradores?

Los soldados se quedaron callados y negaron con la cabeza, lo que provocó que pusiera los ojos en blanco. Killian me vio hacerlo y me miró intrigado, instándome a que hablara, y yo, como no tenía ningún tipo de autocontrol, no conseguí mantener la boca cerrada.

—Me atrevería a decir que son del Clan Esmeralda. —Una vez más, las miradas de todos los presentes se centraron en mí.

—¿En qué te basas?

—Llevaban botas de alta montaña como las que usan en el Clan Obsidiana, pero que también comparten con ellos dada la cercanía de sus clanes porque es un calzado más apropiado para recorrer sus bosques y terrenos abruptos. Sabían cómo desenvolverse en la naturaleza sin ningún tipo de problema, y sus movimientos eran suaves y ligeros. Uno de ellos llevaba un colgante del Árbol de la Vida anudado al cuello, creo que son difíciles de conseguir, y el otro olía a fertilizante y tenía las manos llenas de pequeñas marcas como las que te haces cuando te cortas con las hojas de las plantas. También portaban una daga con ornamentos verdes que seguro pertenecía al Clan Esmeralda.

—¿Me la enseñas? —preguntó Aidan, extendiendo su mano hacia mí.

—No puedo, se la clavé a uno en una pierna. —El Aqua no se esperaba aquella respuesta y esbozó una sonrisa que intentó disimular sin éxito.

—Tiene sentido —añadió el soldado rubio.

—¿Pero por qué iba a hacer esto el Clan Esmeralda? —preguntó el único hombre que se había mantenido callado hasta entonces.

—¿Por qué iba a hacer esto cualquiera de los otros clanes? —pregunté inconscientemente.

—Tienes razón, ningún clan haría algo así —dijo Aidan con suavidad antes de dirigirse a Killian—. Un acto como este supondría la guerra.

El miedo se abrió paso dentro de mí al escuchar aquellas palabras. Una guerra entre clanes supondría la muerte de muchas personas y cambiaría completamente nuestra forma de vida.

—Nadie le está declarando la guerra a nadie, cinco hombres no son un ejército —dijo Killian con seriedad al percibir nuestra turbación—. Esto ha sido un ataque aislado y por suerte Alis está bien. En cuanto encontremos a los culpables haremos que paguen por lo que han hecho y en unas semanas esto no será más que una anécdota en nuestra historia.

Respiré hondo al darme cuenta de que sus palabras me habían calmado profundamente y me pregunté quién sería aquel hombre. ¿Quién tenía potestad sobre la guardia más letal del reino, podía calmar los ánimos de revolución de los guerreros, hablaba como si no tuviera que rendirle cuentas a nadie y enviaba a la Guardia Aylerix tras su hermana? Oh no. No, no, no. Abrí los ojos como platos al ser consciente de lo que estaba pasando por mi cabeza. ¡Oh, por los dioses del Olimpo!

—No será muy difícil encontrar a los hombres del Clan Esmeralda...

Los sonidos se amortiguaron a mi alrededor hasta desaparecer casi por completo, y dejé de prestar atención a lo que me rodeaba porque necesité toda mi energía para concentrarme en lo que estaba ocurriendo en mi mente.

—Gárgolas —susurré.

—¿Qué ocurre? —preguntó el hombre rubio al percibir mi intranquilidad.

Estaba a punto de responderle cuando reviví otro recuerdo, uno que me hizo estremecerme al recordar la fría mirada de uno de los hombres que había atacado a Alis.

—Esta mañana... ayer... —comencé a gesticular y a hablar muy rápido—. O sea esta noche, estaban allí, sabía que era algo raro, ¿cómo no lo pensé antes?

—Cálmate —ordenó Killian con suavidad mientras se acercaba a mí—. Empieza de nuevo.

—Esta noche los vi cuando iba de camino al trabajo.

—¿Dónde trabajas?

—En una tienda de magia.

—¿De noche? —preguntó él con incredulidad y desconfianza en la mirada. Intenté ignorar con todas mis fuerzas las ganas que tenía de gritarle porque si estaba en lo cierto, aquel hombre era el jefe del clan, y el cupo de malas decisiones del día ya había sido cubierto hacía horas.

—Sí. La tienda...

—¿Por qué? —preguntó con voz grave, interrumpiéndome.

—¿Por qué, qué? —Juro que yo estaba poniendo de mi parte, ¿pero cómo esperaba que me comportara si no paraba de tocarme las narices?

—¿Por qué trabajas de noche en una tienda de magia?

—Porque me da la gana —respondí bruscamente, intentando que nos centráramos en lo importante—. Me los encontré cerca del Paso Escarlata y estoy segura de que se dirigían al bosque.

—¿Pudiste escuchar algo? —me preguntó la mujer.

—No. O sea, sí. Uno de ellos dijo que se tenían que dar prisa porque si no llegaban a tiempo, todo su trabajo no habría servido para nada. —El recuerdo era vago en mi mente ya que en su momento no les había prestado demasiada atención—. Y algo de una cabaña en el bosque y de un cese que no entendí. —Los soldados intercambiaron miradas de comprensión, dejándome fuera de la ecuación una vez más.

—Definitivamente han sido ellos quienes han cesado la magia.

—¿Cómo que han cesado la magia?

—¿A qué te refieres? —me preguntó Killian, mirándome como si fuera estúpida por hacer aquella pregunta.

—¿Qué significa que han cesado la magia?

—¿Bromeas? —preguntó irritado, ardiendo la ira en sus ojos una vez más. Pero para mi sorpresa, al darse cuenta de que no tenía ni idea de lo que estaba hablando, se calmó—. Significa que no podemos utilizarla —explicó entrecerrando los ojos.

—¿Cómo? ¿Qué? —Cientos de pensamientos cruzaron mi mente al mismo tiempo, impidiendo que pensara con claridad—. ¿Cómo que no hay magia? —pregunté por fin.

—¿Cómo no te has dado cuenta? —Su tono acusador no me pasó desapercibido.

—¿De que no había magia? —pregunté con incredulidad.

—Han pasado horas desde el cese y todos nos hemos dado cuenta de que nuestro poder no emerge. ¿Por qué tú no? ¿Qué es lo que ocultas?

—Killian —dijo alguien detrás de nosotros a modo de advertencia. Alguien que sabía quién era yo pero a quien no conseguí identificar porque la ira volvió a fluir por mis venas como si de ponzoña se tratara.

¿Por qué yo no? Es la pregunta que me he hecho a mí misma todos los días durante demasiados ciclos de Helios, ¡pedazo de ogro mutante! ¿Qué estaba mal? ¿Qué había roto dentro de mí? ¿Por qué no era igual que el resto? ¿Por qué yo? ¿Por qué tenía que estar sola?

Nunca hubo respuesta a mis preguntas.

Hoy quiero pediros algo diferente y es que, si os está gustando la historia, la compartáis con aquellas personas a las que pensáis que también les puede gustar para que nuestra familia se extienda! 😍😍😍😍

No te olvides de darle a la estrellita y contarme qué te ha parecido!

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