58. Prisioneros de guerra
Gracias.
Gemí al despertarme y moví el cuello para encontrar una posición más cómoda, no teniendo ganas de abandonar el refugio que me proporcionaba mi cama en aquel momento. Tenía que haber dormido en una muy mala posición la mayor parte de la noche porque tenía los músculos agarrotados y me sentía muy cansada. El sonido de mis tripas me recordó que tenía hambre y no pude evitar sonreír al percibir el olor a quemado que provenía de la cocina, donde era probable que mi padre estuviese experimentando con alguna receta nueva que le había salido terriblemente mal.
Sentí un agudo pinchazo en la parte izquierda de la cabeza y, de repente, como si alguien hubiese pulsado el botón que encendía mi consciencia, mi mente se inundó con los atropellados recuerdos de lo que había ocurrido.
Al abrir los ojos me encontré rodeada por un bosque a oscuras que solo recibía la tenue luz de las tres lunas de Neibos. Los nubarrones que se deslizaban por delante de ellas y que impedían que me iluminaran con todo su poder avisaban de que se avecinaba una tormenta, pero yo sabía que la verdadera tempestad ya había comenzado no muy lejos de allí. Las emociones que se despertaron en mi interior amenazaron con hacer que colapsase y al intentar controlarlas me mordí el labio con tanta fuerza que hice que un hilillo de sangre se deslizase por mi barbilla.
El fuego que ardía ante mí se había consumido pero todavía salía humo de las cenizas que marcaban el lugar de la fogata, lo que significaba que no podía haber pasado mucho tiempo desde que las tropas de Júpiter habían abandonado el bosque.
Seguía completamente atada al soporte de madera que impedía que me moviese o que me liberara y empecé a frotar las cuerdas de las manos contra él en un intento desesperado por salir de aquel lugar desprovisto de toda esperanza. El campamento que antes estaba repleto de soldados se había quedado completamente vacío y las lágrimas inundaron mis ojos al pensar que el destino hacia el que habían partido era mi hogar. La última imagen que tenía de mis amigos no era para nada tranquilizadora y empecé a sollozar al recordar su aspecto ensangrentado y sus abatidas expresiones cuando los habían alejado de mí para llevárselos como prisioneros de guerra.
Necesité unos minutos para conseguir que mi cuerpo dejase de convulsionar por la angustia y poder dominar mi mente para tratar de encontrar la forma de salir de allí. El nudo que se había formado en mi garganta no tenía intención de desaparecer y tampoco había forma humana de parar la ira que se había despertado en mi interior. Mi respiración se había convertido en una serie de jadeos desesperados imposibles de controlar y había aparecido una especie de neblina en mi cabeza que me impedía pensar con normalidad.
Aquella vez las lágrimas no me sirvieron para liberar la tensión acumulada y solté un grito que resonó en la inmensidad del bosque y que me hizo daño en la garganta. Empecé a respirar más profundo después de aquello y el latido de mi corazón se fue normalizando poco a poco. Necesitaba salir de allí, no me iba a quedar atada a un trozo de árbol muerto cuando mis seres queridos estaban en peligro.
El viento arrastraba papeles, ceniza y demás restos de la actividad del ejército enemigo que habían quedado atrás con su partida. Las banderas con la imagen de Júpiter se movían ansiosas en todas las direcciones, como si presintieran lo que estaba por venir, y las pocas tiendas que habían quedado en pie estaban completamente vacías.
Mientras luchaba por liberarme escuché a lo lejos los relinchos de los caballos que se habían librado de presenciar aquella batalla y el fuego de la ira se abrió paso en mi interior en niveles que nunca antes había experimentado. En mi mente solo había cabida para un pensamiento: ¿dónde ninfas estaba el anciano?
Mis músculos se tensaron de un momento a otro y se me erizó la piel de la nuca. Mi instinto de supervivencia estaba intentando alertarme de un peligro que no lograba percibir y me caí al suelo, quedando completamente boca abajo. Me di un cabezazo contra la hierba que impedía que viese nada de lo que ocurría a mi alrededor y sentí como los nervios invadían mi cuerpo cuando logré distinguir un sonido que se camuflaba entre el rumor de los árboles.
Me sentía observada y sabía que había unos ojos posados en mí no muy lejos de donde me encontraba. Las palabras de Júpiter hicieron eco en mi mente y por un momento deseé que tuviese razón y que se tratara de algún hambriento animal salvaje que había captado mi olor y había venido a liberarme de aquella tortura.
El pánico inundó cada centímetro de mi cuerpo cuando en mi pensamiento apareció otra posibilidad que me atemorizó en lo más profundo. ¿Y si no era un animal? ¿Y si era un soldado que se había quedado atrás y que había decidido venir a divertirse conmigo? Los recuerdos de los rasgos de Júpiter inundaron mi mente y me revolvieron el estómago, haciendo que sintiese arcadas. Sus perturbadores ojos me observaron con una diversión malévola en ellos, como si supieran qué era lo que iba a ocurrir en cuestión de segundos y disfrutaran ante aquella perspectiva.
Escuché pasos acercándose a mí y reuní toda la fuerza que pude para arrastrarme por el suelo ensangrentado. Mi corazón se paró cuando me di cuenta de que aquella sangre pertenecía a mis amigos pero mis ganas de seguir viviendo me obligaron a continuar. No había logrado llegar muy lejos cuando sentí una presencia detrás de mí y me quedé petrificada al sentir una mano en el hombro.
Mi corazón empezó a bombear sangre a toda velocidad y la adrenalina se propagó por mis venas, tratando de liberarme de la conmoción en la que me había sumido. El agudo grito que brotó de lo más profundo de mi interior segundos después me desgarró la garganta e hizo que la persona que estaba a escasos centímetros de mí se moviera bruscamente. Dos fuertes manos envolvieron mis brazos y me giraron con torpeza, poniéndome boca arriba para poder examinarme mejor.
—No quiero hacerte daño —dijo una voz que me resultaba muy familiar.
Solté el aire que se había quedado atrapado en mis pulmones con lentitud y me armé de valor para enfrentar al hombre que me observaba en silencio, esperando mi reacción. Cuando me atreví a abrir los ojos, me encontré con una dulce mirada del color de la miel de rosas que me observaba con dolor y arrepentimiento.
Capté un destello por el rabillo del ojo que hizo que mi cuerpo se tensase todavía más, si es que era posible, y al ver como su daga se acercaba a mí, volví a gritar sin poder evitarlo. Su mano se movió en mi dirección a una velocidad vertiginosa y cerré los ojos al temer el dolor que iba a producir el impacto. El golpe nunca llegó, sin embargo, y cuando sentí el frío contacto del metal en mis manos, me inundó una sensación que no había experimentado con anterioridad.
Mis ojos se deslizaron por la pequeña marca que el joven tenía en el cuello, un corte que había dejado uno de mis cuchillos, y la culpabilidad me invadió al instante. Sin saber qué hacer o cómo reaccionar, esperé para ver qué era lo que buscaba mi liberador, y cuando dejé de sentir la presión de las cuerdas en mis manos, respiré aliviada al saber que podría luchar para defenderme.
Suprimí un gemido al mover los brazos hacia delante y notar que el dolor se extendía por mis agarrotados músculos al haber estado tanto tiempo en la misma posición. Las ataduras habían dejado dolorosas marcas en mis muñecas y el color de mi piel variaba de un rojo muy intenso a un oscuro morado que dolía con solo verlo.
Los iris del joven se centraron en mis ojos después de un rato y las emociones que vi en ellos me confundieron profundamente. No entendía qué era lo que estaba ocurriendo. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué quería de mí?
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