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53. Espadas de diamante

Perdón, nei de mi corazón, estaba durmiendo.

He aquí el nuevo capítulo, espero que os guste ❤️

El pánico que se reflejó en la voz de Killian agravó el temblor que se había apoderado de mis manos, y me quedé inmóvil mientras veía como los soldados intentaban hacer que Max reaccionase. Mónica vació un espray sanador sobre su cuerpo, y Aidan realizó movimientos en el aire con los que intentó canalizar una pizca de poder aquamarina para devolverle la vida al esmeralda.

Quentin se acercó con un tallo de nögle e intentó hacer que bebiese unas gotas, pero a pesar de sus esfuerzos, su amigo no reaccionó. Los rostros de los soldados se oscurecieron con cada segundo en el que no encontraban una solución, y yo me quedé petrificada, observando como Max yacía inmóvil en el suelo, totalmente empapado y sin respirar.

La torturada mirada de Killian se deslizó por el cuerpo del joven hasta que aterrizó en mis ojos. El embravecido mar que se ocultaba en ellos apretó el nudo de mi garganta y dificultó mi respiración. Los gritos con los que los soldados le pedían a Max que reaccionase hacían eco en el túnel, y el dolor atravesó al miedo y llegó hasta mis recuerdos.

Mis dedos, pequeños y manchados de pintura, brillaban con las lágrimas que caían sobre mi piel, y en el suelo descansaba Eco, un luminíar con el que me había topado en el bosque cuando era niña. Había aparecido ante mí en una tarde de invierno en la que dibujaba apoyada en el tronco de un árbol, y desde aquel momento, nos volvimos inseparables.

Eco me siguió a casa, y tras pasar varias noches durmiendo en los árboles que había frente a las ventanas de mi cuarto, mi padre lo dejó entrar, pues según él, era tan testarudo como yo.

Su pelaje violeta destacaba en todas partes y creaba un gran contraste con su cola y su barriga anaranjadas. Era del tamaño apropiado para que pudiese sostenerlo entre los brazos, y tan suave que aprovechaba cualquier excusa para abrazarlo. Sus bigotes me hacían cosquillas en las mejillas, y sus grandes y desproporcionadas orejas se movían de un lado a otro cada vez que caminaba.

A él no le importaba que mi poder elemental no hubiese emergido, solo veía a una niña con la que jugar y divertirse, y gracias a su compañía, mis días se volvieron menos grises. Pasábamos las tardes inventando juegos y haciendo tareas, y su sentido de la orientación facilitó mis primeras expediciones por el bosque.

En los días fríos, se sentaba en mi regazo y me acariciaba con su cabeza peluda antes de acurrucarse sobre mis piernas, y cuando estaba triste, se colaba bajo las mantas e iluminaba sus orejas para que me riese y me pusiera contenta.

Aquella tarde estaba distraída dibujando las ramas del árbol de los recuerdos que crecía en nuestro jardín. Quería capturar con mis trazos la magia que se recogía en sus frutos, que tenían el poder de recordar una memoria olvidada y permitían revivirla como si fuese la primera vez, y entonces lo escuché. Era un sonido seco y cargado de angustia que envió una amarga sensación a mi vientre, y cuando me volví, descubrí a Eco convulsionando sobre la hierba.

Tiré las pinturas al suelo y me arrodillé a su lado, intentando calmar su ansiedad. Su pequeño cuerpo vibraba descontrolado porque no podía respirar, y las lágrimas anegaron mis ojos por la impotencia. Me volví en todas las direcciones en busca de algo que pudiese salvarlo, pero lo único que encontré fue el peso de la soledad.

No tenía forma de comunicarme con mi padre, así que grité y pedí auxilio hasta que me dolieron las cuerdas vocales y me quedé sin voz, pero nadie vino a ayudarme. La pintura de mis dedos tiñó su pelaje de colores, y sus ojos negros me observaron esperando que le brindase una ayuda que no podía darle.

Cuando mi padre llegó de trabajar aquella noche, me encontró tumbada sobre su cuerpo frío y sin vida. La lluvia caía con tanta fuerza que se había formado un charco de agua a nuestro alrededor, pero en lo único que podía pensar era en que él podría haberlo salvado. Cualquiera podría haberlo salvado, pero no yo, no la Sin Magia.

La muerte de mi único amigo me enseñó que el dolor y la pérdida eran los mejores maestros, y en aquel momento, con la piel irritada por las lágrimas y el corazón encogido por la angustia, comprendí que no era suficiente. Y quizá nunca lo sería, pero bajo aquella luna teñida por la tristeza, me prometí que haría todo lo posible para no volver a sentirme tan indefensa jamás.

Una promesa que no logré cumplir.

Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas y se abrieron paso entre la tierra que cubría mi piel. La voz de mi mente me recordó que tenía que actuar con rapidez, así que reuní las pocas fuerzas que me quedaban y me arrodillé junto al cuerpo de Max. Con la mayor precisión posible, coloqué las manos sobre su pecho en un intento desesperado por reanimar su corazón.

Sabía que los soldados me estaban hablando, pero no podía entender sus palabras porque estaba demasiado concentrada en recordar lo que decían los libros de la civilización antigua. Cuando llegué a quince compresiones, me acerqué al rostro del esmeralda, le taponé la nariz y liberé en su boca el aire que había en mis pulmones.

Mis esfuerzos no tuvieron ningún efecto en el soldado, y tomé aire mientras me esforzaba por no perder la poca esperanza que tenía de que aquello funcionase. Las lágrimas me quemaron los ojos al ver su figura pálida e inmóvil, y volví a colocar las manos sobre su pecho para repetir el proceso una última vez.

La baja temperatura de su cuerpo me erizó la piel y apretó el nudo que se me había formado en la garganta. La impotencia recorrió mis venas y mi mente se llenó con el recuerdo de todas las veces en las que Max había estado cercano a la muerte. Aquella no podía ser la última vez que el curioso y misterioso esmeralda percibiese la belleza de nuestro mundo.

Dolía pensar que no volvería a ver su mueca de fingido desagrado cuando Quentin y Aidan se comportasen como niños pequeños, ni volvería a sentir su cálida mano sobre mis hombros para mostrarme su apoyo. Tampoco nos haría reír con sus bromas inesperadas, y su mirada ya no se llenaría del brillo que iluminaba sus iris cuando descubría algo nuevo.

El recuerdo de su risa se volvió extraño y frío, al igual que el color de su piel, y expulsé el aire en su interior con más fuerza. Pero el joven esmeralda no reaccionó. Quentin posó una mano sobre mi hombro para hacerme saber que ya era suficiente, y sentí el golpe de la tristeza y el dolor que se recogían en el aire.

Una horrible sensación de vértigo se apoderó de mis entrañas y me apoyé en el suelo, angustiada y conmocionada. La furia se abrió paso entre el desconcierto que me invadía, y golpeé su pecho con rabia, incapaz de contener las emociones que se amontonaban en mi interior.

Quería abofetearlo con todas mis fuerzas. Quería gritarle que luchara, que no se rindiese, y quería que su gran corazón latiese de nuevo. El rostro de Aidan se desfiguró en una mueca tan dolorosa que sentí la necesidad de apartar la mirada, y los sollozos de Mónica rebotaron en las paredes de la cueva.

Cerré los ojos para intentar calmarme, pero no fui capaz de hacerlo, y a los sollozos y lamentos que inundaban la estancia, se unieron los míos propios. El fuego cobró vida en mi pecho al ver el rostro de Max tan sereno e impasible, y volví a golpearlo, aquella vez con el peso de todas mis emociones.

La ira que se arremolinaba en mi interior fue sustituida por una gran sorpresa cuando el cuerpo del esmeralda convulsionó, y de su boca brotó el agua que se había acumulado en sus pulmones.

—¡Por el amor de una madre! —exclamó Quentin mientras corría hacia su amigo.

El joven emitió un quejido que provocó que Mónica se abalanzase sobre él de un salto, y Max respondió con otro sonido de protesta. El latido de mi corazón se aceleró y nos miramos los unos a los otros desconcertados, en busca de una explicación. Aquello no tenía sentido. ¿Había vuelto la magia a Neibos?

Los soldados rieron, incapaces de controlar la disparidad de sus emociones, y de un momento a otro, noté que se me clavaban cientos de agujas en las sienes. Sabía que detrás de mí, al final del túnel, se encontraba la gema más impresionante que había visto hasta el momento, y su poder se filtró por cada poro de mi piel.

Mi respiración se dificultó y sentí que me desvanecía, pero no llegué a colisionar contra las rocas porque alguien me atrapó. El suelo desapareció bajo mis pies y me invadió una delicada sensación de paz que calmó mis sentidos. La calidez del sol de verano acarició mi piel, y supe que era Quentin quien me llevaba a un lugar en el que me recibió una fresca corriente de aire que alivió mi acelerado pulso.

El frío que emitía la piedra recorrió mi espalda y mi nuca, y mi cuerpo se estremeció por el cambio de temperatura. Oí sonidos que no sabía de dónde provenían y sentí una mano en la frente que trajo consigo el olor a lluvia recién caída. Mis sentidos se despejaron, y cuando abrí los ojos me encontré con las preocupadas miradas de Quentin y Killian.

—Moira...

—Lo siento, ya me encuentro bien —respondí con culpabilidad al darme cuenta de que los estaba retrasando.

El jefe del clan me observó con una amargura silenciosa, pero su mirada fue suficiente para demostrarme lo mucho que lo había decepcionado. Él y Devo habían insistido en que me quedase atrás al comprender lo mucho que me iba a afectar estar allí, pero yo me había negado a escucharlos porque no podía soportar la idea de volver a ser excluida.

Los demás soldados llegaron a nuestra altura, y el jefe del clan se limitó a levantarse y a liderar el camino sin volver a mirarme. La frustración despejó mi mente durante unos instantes, y ayudada por Mónica, emprendí el camino tras ellos.

Cuando se encargaron de los enemigos, Aidan me guio hasta la siguiente cueva, donde fui recibida por las pequeñas y transparentes piedras que había incrustadas en las paredes. Aquella imagen me recordó al brillante cielo estrellado que admiraba todas las noches y deseé poder quedarme allí para siempre, pero el malestar que sentía al permanecer tan cerca de las gemas me obligó a seguir avanzando.

Me adentré en el túnel en el que se encontraba el gran Diamante que le daba fuerza a todo su reino, y cuando lo vi me quedé tan maravillada que no pude evitar abrir la boca por el asombro. Mis ojos se deslizaron por los múltiples tornados que se movían en su interior, agitando miles de cristales que iluminaban la cueva con sus destellos.

Mónica lanzó una roca para activar la gema, y del suelo brotaron afilados cristales que se esforzaron en seguir su trayectoria. La piedra saltó y rebotó en el aire para intentar escapar de su agarre, pero su libertad se terminó cuando las espadas de diamante que nacieron del techo la redujeron a polvo y arena.

La sorpresa se apoderó de mi rostro tras presenciar aquel bello y letal fenómeno, y Killian se acercó al túnel para tirar otra piedra. Cuando se convirtió en polvo de roca, lanzó otra, e hizo lo mismo tres veces más sin pronunciar palabra.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Quentin cuando percibió un cambio en su rostro.

—El clan Diamante es el reino de los guerreros, ¿no? —respondió Killian—. Pues habrá que luchar.

Y sin más preámbulos, desenvainó su espada y echó a correr hacia la poderosa gema. Nuestros gritos de alarma se vieron opacados por el sonido que provocó su afilada hoja al defenderse de los ataques del Diamante.

Cada vez que esquivaba sus golpes, cientos de cristales caían al suelo y provocaban un musical sonido que me hacía estremecerme. Mis ojos se deslizaron por las brillantes y puntiagudas filas de vidrio que aparecían de la nada para aplacar al joven con su poder, y el cansancio se acusó en el rostro del jefe del clan.

Tras lo que pareció una eternidad con el corazón en un puño, Killian logró acabar con el último fragmento de cristal que había nacido de la roca. El jefe del clan se encaminó hacia nosotros y respiró aliviado por fin. En nuestros rostros se dibujaron sonrisas que aflojaron la tensión que se había apoderado de nuestros músculos, y Killian se pasó una mano por el cabello para serenarse.

—¡Cuidado! —exclamé cuando vi que sucedía lo impensable.

De los cientos de trozos de cristal que se habían acumulado en el suelo a lo largo de la batalla, empezó a formarse la figura de un ser humano tan grande que hacía que hasta el Diamante elemental pareciese pequeño a su lado.

¿Hola, la tensión? ¡Contadme!

¿Imaginábais que ocurriría esto con la gema Diamante?

¿Y qué pensáis del momento entre Moira y Killian?

¿Y de lo que ha ocurrido con Max?

¿Cómo vamos a salir de esta?

Espero que os haya gustado el capítulo y mil gracias a todas las personitas que me dejan sus votos y comentarios ❤️

495 👀, 108 🌟 y 260 ✍️!

¡Nos vemos pronto!  ¡Biquiños! 😍😍 

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