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51. Remolinos de fuego


El olor a tierra se volvió más intenso y mis pulmones se resintieron por la falta de oxígeno. El aroma de las primeras flores de primavera llegó a mí, así como la sensación del viento helado de la montaña, que rozó mi piel con delicadeza. También percibí el frescor de la menta que inundaba mi hogar cada vez que mi padre preparaba su infusión favorita, el sonido de las olas del mar rompiendo en la orilla, el chasquido del fuego de las hogueras de verano y el olor a tierra mojada que dejaba tras de sí la peor de las tormentas.

No pude evitar preguntarme si aquello era lo que se sentía cuando te despedías de aquel mundo y no fue hasta pasados unos minutos que fui consciente de que estaba envuelta en un abrazo. Intenté abrir los ojos pero no conseguí reunir la fuerza necesaria para lograrlo. El silencio que me rodeaba se llenó de sonidos amortiguados que no alcanzaba a comprender y mi corazón se fue calmando poco a poco. Cuando conseguí separar los labios para ayudar a que mi respiración se normalizara, sentí el seco sabor de la tierra en mi boca, por lo que solté un gruñido de disgusto que llegó a mis oídos.

—¿Moira? Moira, abre los ojos.

La voz de Mónica ayudó a que mi mente se reactivase y sentí como una suave brisa marina acariciaba mi cara y se llevaba con su fuerza los restos de tierra que se habían acumulado en mi rostro. Al abrir los ojos me encontré con las caras de preocupación de los cinco soldados que se habían reunido a mi alrededor.

—¿Estás bien? —preguntó Aidan con voz grave.

—Como una ondina jugando en el lago en un día de primavera —respondí con voz débil.

Una mano se posó en mi frente y al sentir su contacto sobre mi piel noté como me envolvía el fresco y relajante abrazo de los bosques. Al abrir los ojos me encontré con la intensa mirada de Max antes de observar nuestro desolador entorno.

El suelo estaba repleto de personas sin vida que no volverían a ver a sus seres queridos por nuestra culpa y una amarga emoción se extendió por mi pecho al verlas. «Eran ellos o nosotros», había dicho Killian, pero el jefe del clan estaba equivocado. No eran ellos o nosotros, eran ellos o todas las personas que esperaban atemorizadas a que su vida volviese a la normalidad en los seis reinos de Neibos.

—¿Estáis todos bien? —pregunté con preocupación al sentir que la claridad regresaba a mi mente.

Los cuerpos de los nei que había tendidos en el suelo tenían marcas similares a las nuestras en su piel, pero las suyas brillaban con un oscuro color rojo que les daba un aspecto muy inquietante. El trazo de sus dibujos era diferente al nuestro y no pude evitar pensar que aquello tenía algo que ver con que me hubiesen lanzado por el aire con tanta fuerza y efectividad.

—¿Qué ha pasado? —me preguntó Quentin con confusión.

—No lo sé, de un momento a otro estaba volando hacia la gema Obsidiana sin poder hacer nada por evitarlo.

—¿Está... está ahí? —preguntó Mónica con desconcierto.

—Había muchos objetos y dibujos a su alrededor, creo que formaban parte del ritual del que habló el anciano.

—¿Sabes cómo podemos deshacerlo? —La voz de Max trajo consigo el frescor de los bosques, haciendo que me sintiese mejor con su presencia.

—Parece que salir volando por el aire y destrozarlo todo a tu paso es una opción infalible —dije con una débil sonrisa.

—Por eso se bloqueó el túnel —explicó Mónica con una comprensión que no llegó a nuestros rostros—. La gema estaba intentando protegerse de una posible amenaza. Liberó su fuerza en forma de piedra y tierra para evitar que el peligro se acercase a ella. —Su frente se arrugó—. ¿Estás segura de que estás bien?

Mis palabras tranquilizadoras no fueron suficiente para los soldados y no pudimos continuar avanzando hasta que Mónica terminó de sanar mis heridas. A pesar de que mi cuerpo se había calmado, no había nada que pudiesen hacer por mi mente, que era donde residía el principal problema, así que me concentré en fingir que me sentía mucho mejor para tratar de calmar su preocupación.

Encontrar la dirección que debíamos seguir por los túneles no fue tarea fácil, ya que los caminos se entrelazaban de una manera muy similar a la del Laberinto del Olvido. Estábamos al borde de perder la paciencia cuando escuchamos ruidos provenientes de una de las galerías que se encontraban más adelante y Killian me ordenó que me quedase atrás mientras ellos iban a investigar, aquella vez de verdad.

Mi dolor de cabeza había empeorado y las lágrimas inundaban mis ojos por los agudos pinchazos que estaba sintiendo, así que no me atreví a llevarle la contraria, en parte porque sabía que después de lo que había ocurrido con la gema Obsidiana, no tendría la fuerza necesaria para ayudarles en nada.

Pasó muy poco tiempo hasta que escuché los gritos y gemidos que reverberaron en las paredes de piedra. Intenté agudizar el oído para interpretar con mayor precisión lo que estaba ocurriendo, pero el silencio inundó la estancia con una rapidez abrumadora y me obligué a aguantar la respiración al para no llamar la atención. La Guardia tenía que haber tenido éxito, ¿no?

—¡Berza, Quentin! ¡Casi me da un infarto! —exclamé sobresaltada al ver que el soldado aparecía ante mí.

El joven se rio entre dientes y me guio por un túnel que se fue llenando de pequeños brillos que se reflejaban en las paredes. Destellos que, una vez llegamos a la galería en la que se encontraba el grupo, se convirtieron en fragmentos que evocaban a la lava ardiente.

No me atreví a mirar al suelo porque sabía que en él descansaban múltiples cuerpos sin vida que harían que se me erizase la piel y cerré los ojos durante unos segundos para intentar controlar la fuerte presión que me oprimía cráneo. Cuando los abrí me encontré con la intensa mirada del Rubí, que sabía lo que estaba sintiendo a la perfección, pero ignoré su silenciosa advertencia y me dirigí a la zona en la que sabía que se encontraba la gema elemental.

Al igual que en la gruta anterior, descubrí un amplio pasillo sin obstáculos aparentes en el que se encontraba un Ámbar gigantesco que me cautivó con su magnificencia. En su interior danzaban llamaradas amarillas y anaranjadas que se movían en una coreografía infinita que capturaría con su hechizo a cualquiera que la observara.

Pero lo que llamó todavía más mi atención fue el conjunto de elementos que se habían dispuesto en un círculo a su alrededor. Unidos con un hilo dorado y posicionados cerca de runas y enlaces mágicos que habían sido trazados con suma delicadeza, brillaban con la cálida luz que desprendían los torbellinos de fuego que revoloteaban a su alrededor y que parecían haber nacido del mismísimo aire.

—Tened cuidado —dijo Killian con voz grave—. Si la gema Obsidiana ha intentado protegerse a sí misma, estoy seguro de que el Ámbar actuará de la misma manera.

—No hay forma de predecir cómo va a reaccionar sin adentrarse en el pasadizo, pero...

El comentario de Max se vio interrumpido por el sonido que provocaron las pequeñas rocas que lanzó Quentin hacia el lugar en el que se encontraba la gema. Su tiro no había alcanzado la mejor de las trayectorias pero sirvió para que comprobásemos que, en cuanto se tocaba el suelo cercano a la gema, brotaban de la misma superficie poderosos remolinos de fuego que acabarían con nuestra vida en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Cómo vamos a deshacer el ritual si ni siquiera podemos acercarnos a él?

Max lanzó otra piedra que avanzó en una rápida línea recta hasta que se detuvo al chocar con una especie de cuchillo Ámbar que formaba parte del hechizo.

—El fuego se extingue y vuelve a aparecer para seguir el movimiento de la piedra —explicó el Esmeralda—. Si corremos lo suficientemente rápido podremos llegar a la gema y deshacerlo.

—Es demasiado peligroso —dijo Killian con desaprobación.

—¿Y qué pretendes hacer cuando llegues allí, Max? —preguntó Aidan en total desacuerdo—. ¿Cómo vas a romper el rito?

—El fuego combate al agua y el agua combate al fuego —dije participando por primera vez en aquella conversación.

—¿Creéis que si vertemos agua sobre él se consumirá su poder? —preguntó Quentin con confusión.

—En la teoría tiene sentido pero no estoy seguro de querer comprobarlo con la práctica —respondió Max con el rostro lleno de dudas.

—Iré yo —dijo Mónica con convicción, desprendiéndose de todo lo que llevaba encima que haría que perdiese velocidad.

—No, no irás —dijo Aidan con cara de pocos amigos.

—Soy la más rápida de la Guardia. Si alguien puede hacerlo, soy yo.

—Mónica...

—¡No seas insensata! —gritó Aidan para nuestra sorpresa, haciendo que lo que estaba diciendo Killian se perdiese en el eco de la cueva.

Era evidente que el Aquamarina estaba muy preocupado por la seguridad de su nywïth pero no podía expresar sus sentimientos con claridad porque nadie conocía su secreto. Las expresiones de los soldados reflejaron su confusión ante la reacción del joven y Killian empezó a quitarse las cosas de encima mientras anunciaba que sería él quién correría por el túnel porque era su deber como jefe del clan.

Con lo que no contaban los soldados, sin embargo, era con que la valiente Obsidiana empezase a correr en dirección a la gema Ámbar y se perdiese tras las llamas sin mirar atrás.

¡Feliz día! Espero que hayas disfrutado de la lectura.

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🐺Por cierto, ¿leéis novelas de hombres lobo? 🐺

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