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5. Ninfas y pelotas

El golpe que me había obligado a arrodillarme en el suelo había venido de la nada, por lo que me giré lo más rápido posible para ver quién me estaba atacando. Mi espalda tocó el suelo al mismo tiempo que lo hizo la espada de la mujer que se abalanzó sobre mí, que frunció el ceño y soltó un grito de frustración cuando se dio cuenta de que había fallado. Tomando mi respiración acelerada como signo del peligro en el que me encontraba, le propiné una patada en la cara con la otra pierna mientras me incorporaba, no sin cierta dificultad.

La mujer se cayó hacia atrás y un hombre de pelo rubio apareció de un salto a mi espalda. Sus ojos se entrecerraron al encontrarse con los míos y se acercó a mí en el momento justo para que pudiera ver como una flecha volaba en mi dirección. Me moví para esquivarla a toda velocidad y aproveché la situación para coger las piedras que había a mis pies y tirárselas al rubio que seguía caminando hacia mí.

El muy bastardo las estaba esquivando todas, así que fingí que me había quedado sin munición y dediqué unos segundos a analizar la situación en la que me encontraba. El soldado me regaló una sonrisa que decía que estaba muy complacido por tenerme atrapada, y decidí esperar a que se acercara un poco más para enseñarle lo que ocurría cuando decidías acorralar a mujeres en contra de su voluntad.

Cuando lo tenía a una distancia apropiada, cogí la única piedra que me quedaba y la lancé con todas mis fuerzas en su dirección, apuntando a su cabeza. El grito que salió de su boca fue todo lo que necesité para echar a correr, pero en el camino me topé con un cuerpo duro y frío que me agarró con la intención de apresarme.

Grité con frustración y dejé que la ira guiara mis actos, asestándole un golpe certero en la cara al hombre que me había capturado. El soldado aflojó su agarre poco después y me alejé de él para echar a correr en busca de la pobre Alis. No tenía ni idea de dónde se podía haber escondido la joven Aqua pero suponía que no habría ido muy lejos, así que busqué entre las rocas con una creciente angustia invadiendo mi pecho.

Suspiré con frustración al no verla por ningún lado y decidí avanzar un poco más en su busca, pero al hacerlo me encontré con unos ojos azules que fijaron su mirada en la mía con intensidad. Vi como el golpe se dirigía a mí segundos antes de sentir como una sensación de mareo impedía que pensara con claridad. La oscuridad llegó poco después.

—Yo no lo veo así —dijo una voz masculina que amenazó con sacarme de mi ensoñación.

—¿Cómo lo ves entonces, Aidan? —La ira en la voz de aquel hombre tiñó cada palabra que había salido de su boca, convirtiéndolas en venenosas dagas que pretendían arrasar con todo a su paso.

—No lo sé, pero aquí hay algo que no encaja —respondió el otro hombre.

—Estoy de acuerdo —añadió una tercera voz masculina—. No tiene mucho sentido que hayan desaparecido sin más, tendrán que estar en alguna parte.

—Nos falta información. Si vamos al jefe de otro clan acusando a sus Diamantes de algo como esto, ¿cómo creéis que va a reaccionar?

—Max tiene razón —dijo una mujer—, no tenemos pruebas suficientes como para acusar a nadie.

—Pues tendremos que conseguirlas —añadió otra voz masculina—. Lo que está claro es que esto no puede quedarse así. Si se han llevado a Alis del castillo a plena luz del día, con prácticamente toda la guardia en él, ¿quién sabe qué más pretenden hacer?

El silencio inundó la estancia en la que me encontraba. La tensión que había en el ambiente me dejó claro que no se trataba de un terrible sueño, lo que me recordó los acontecimientos que habían tenido lugar horas antes. ¿Horas o días? Fruncí el ceño al sentir como un intenso dolor de cabeza invadía mis pensamientos y me llevé una mano a la sien. El ambiente a mi alrededor se tiñó de algo que no logré identificar, y fue entonces cuando me di cuenta de lo que había hecho. Demasiado para pasar desapercibida, ¿eh?

—¡Pelotas! —exclamé enfadada en un susurro.

Abrí los ojos al saber que no me quedaba otra opción y al hacerlo me encontré con cinco pares de ojos centrados en mí. Decir que estaba muy incómoda era quedarse corta. Toda mi vida había intentado pasar desapercibida, evitar las zonas transitadas, ocultarme entre las sombras y no intervenir. ¿Adivina quién había intervenido hasta el fondo? Rodé los ojos ante mi propia metedura de pata y señalé al soldado que tenía enfrente de mí.

—Pensaba que te había roto la nariz —comenté con una mezcla de intriga y orgullo que hizo que el soldado me sonriera con una sinceridad que me sorprendió.

Sus ojos grises trasmitían sensación de claridad, como si también expresara sinceridad y lealtad con la mirada. Tenía el pelo corto y de un color muy oscuro, casi negro, al igual que su frondosa barba. A través de su ropa de combate se podía observar su complexión fuerte, y al fijarme en su pecho me di cuenta de que llevaba un broche con el emblema de la Guardia Aylerix. Luché con fuerza para no abrir los ojos ante la sorpresa. ¿En qué lío me había metido?

—Pues sí —respondió él, divertido—. Las ventajas de la magia, ya sabes. —Y yo qué voy a saber.

—¿Quién eres? —preguntó el hombre de ojos azules que me había asestado el fatídico golpe con el que había conseguido que perdiera el conocimiento. Fruncí el ceño al reconocerlo, pero antes de que pudiera dedicarle algún insulto, un pensamiento fugaz hizo que mi mente despertara por completo.

—¡Oh, pelotas! —exclamé enfadada conmigo misma ante la falta de claridad que había en mi mente.

Escuché una carcajada que provenía de alguno de los soldados y salté de la cama al ser consciente de la gravedad de la situación. ¿Por qué estaba en una cama? ¡Ninfas! ¿Qué iba a hacer contra la Guardia Aylerix?

—¿Dónde está Alis? —pregunté enfadada. Nadie me respondió, así que me dediqué a observar sus expresiones cargadas de confusión y sorpresa ante mi pregunta.

Uno, dos, tres y cuatro. Cuatro eran, según lo que me había contado mi padre, los soldados que el jefe del clan había escogido para formar un equipo único de habilidades especiales para proteger al reino de cualquier amenaza. Si aquellos eran los soldados que formaban la Guardia Aylerix, la muchacha tendría que estar a salvo, ¿no? ¿Pero qué querían de ella? ¿Y desde cuándo la autoridad era perfecta? ¡Ninfas y pelotas! ¿En qué lío me había metido?

—¿Qué quieres de ella? —preguntó el hombre de intensa mirada azul, haciendo que frunciera el ceño todavía más, si es que era posible.

—¿Que qué quiero yo de ella? ¡Más bien qué queréis vosotros! —grité airada—. ¿Qué habéis hecho con ella?

—Alis está bien —añadió el joven de ojos grises y mirada sincera.

—Aidan —dijo el hombre que tenía enfrente a modo de advertencia.

—¿Qué? —Se defendió Aidan—, ¿qué daño nos hace que tenga esa información?

Incliné la cabeza confundida. ¿Aquella pequeña discusión era una distracción o era algo real? El segundo caso indicaba que Alis estaba bien, pero... ¿qué indicaba el primero? ¿Qué querían de mí?

—A ver, ¿dónde estoy? —pregunté empezando a perder la paciencia—. ¿Y qué queréis de mí? —La risa amarga del hombre de ojos azules me pilló por sorpresa.

—¿Qué quieres tú de mi hermana? —preguntó él a modo de respuesta, con la ira alcanzando el borde de su autocontrol.

—¿Alis es tu hermana? —pregunté confundida—. ¡Yo no quiero nada de ella! —exclamé, poniéndome a la defensiva y alzando una mano en el aire. Al hacerlo algo llamó mi atención, y lamí la comisura de mi labio inferior al mismo tiempo que se calmaba la vorágine de emociones que sentía en el pecho—. Pero asumo que eso es algo que ya sabes —añadí algo más calmada, haciendo que el hombre alzara una ceja por la sorpresa—, porque de no haberlo sabido, no habríais curado mis heridas.

Las expresiones de los presentes fueron teñidas por la sorpresa, la incredulidad, y me atrevería a decir que incluso un deje de diversión, en especial la de Aidan, que empezaba a caerme bien. Avancé dos pasos para comprobar que, efectivamente, todo mi dolor y entumecimiento había desaparecido, algo por lo que estaba muy agradecida.

—Mira, yo lo único que quiero es irme a mi casa —dije sinceramente mientras me volvía a sentar en el borde de la cama, intentando controlar la sensación de mareo que me había invadido.

— ¿Te encuentras bien? —preguntó el hombre rubio al que le había tirado una piedra a la cabeza, quien, aparentemente, tenía una gran facilidad para el perdón.

—Solo estoy un poco cansada.

—Jugársela a un grupo de cinco hombres acaba con la energía de cualquiera — respondió Aidan, comprensivo.

—¿Cómo que cinco hombres? En el bosque sólo había dos. —Los soldados intercambiaron significativas miradas cargadas de preocupación que yo no entendí—. ¿Qué pasa? —pregunté mientras me levantaba sin molestarme en ocultar mi irritación. El gesto del hombre de ojos azules, que parecía ser quien estaba al mando, se torció.

—Necesito que me cuentes todo lo que sepas sobre los hombres del Clan Diamante que secuestraron a mi hermana. —Su voz parecía más cercana.

—No son del Clan Diamante —intenté explicar, pero él me cortó a medio camino.

—Sí que lo son —interrumpió con molestia, como si llevarle la contraria fuese el peor agravio del mundo.

—No, no lo son —respondí con terquedad, defendiendo mi postura.

El hombre se acercó a mí con la ira brillando en su rostro y me agarró por la muñeca para tirar de mí con fuerza hacia la puerta. 

Espero que te haya gustado hasta ahora y mil millones de gracias por tus votos y comentarios! 😍😍😍😍

Si quieres que continúe subiendo capítulos no te olvides de darle a la estrellita y contarme qué te ha parecido!

Biquiños ❤️❤️

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