47. El proceso evolutivo
Tuve que reprimir la sorpresa que me inundó al escuchar las palabras que habían salido de mi propia boca. ¿Desde cuándo mantenía la cabeza tan fría? Ah, sí, desde que había una amenaza de muerte inminente en el planeta y si aquel anciano no nos ayudaba iba a terminar muerta igualmente. Devo pareció reaccionar al escucharme y la oscuridad que se había apoderado de su rostro fue desapareciendo paulatinamente. El anciano volvió a su estado normal, soltándome de repente y haciendo que me cayese al suelo y que me golpease la cabeza contra la gran piedra que había en el salón.
Cuando mi cuerpo tocó la fría superficie pude ver como los soldados habían desenvainado sus espadas, preparados para atacar al anciano magno si era necesario para defenderme. La calidez se extendió por mi pecho al ser consciente de su lealtad pero el dolor terminó ganando la batalla, propagándose con fuerza por todo mi cuerpo. Max se acercó a mí con preocupación para ayudarme a levantarme y yo agradecí el gesto de corazón, apoyándome en él al sentir que era incapaz de hacerlo sola.
Me había golpeado en todas partes al colisionar contra el suelo y me sentía como si me hubiesen clavado miles de agujas en la cabeza al mismo tiempo y sin contemplación. Estaba bastante mareada y la sangre había comenzado a deslizarse por mi rostro, incomodándome con su cosquilleo, pero me sentí mejor al observar las expresiones de enfado de los soldados y ver como intentaban defenderme a pesar de tener que enfrentarse a uno de sus máximos superiores para hacerlo. Qué pensamientos más egoístas tenía a veces.
—Me sorprende ver que tiene el respeto de la Guardia Aylerix, señorita Stone —dijo el anciano con sorpresa, haciendo especial hincapié en mi apellido y en todo lo que iba implícito en él.
—Será porque no pago mis problemas con ellos como hacen otros. —Devo soltó una amarga carcajada que resonó en la estancia.
—¿Crees que esto se ha convertido en mi problema?
—No, claro que no. Supongo que el hecho de que el planeta se vaya a sumir en un caos tan grande que las personas a las que tienes que guiar vayan a fallecer con toda probabilidad no te afecta en lo más mínimo. —La expresión del anciano se oscureció al escuchar mis palabras—. ¿Qué se siente al ser un hipócrita? Porque eso es exactamente lo que eres. Te quejas de que los nei se han convertido en seres perezosos que no se interesan por nada más que por las apariencias y que prefieren criticar al prójimo en lugar de hacer algo importante con su existencia, ¿pero no es eso mismo lo que has estado haciendo tú durante todos estos ciclos?
»Estoy segura de que podías observarlo todo desde la ventana de tu cómoda sala de estar, pero en lugar de actuar y de guiar a aquellos que habían perdido el camino, decidiste continuar observando y criticando hasta que pasaste a ser un mero espectador de una realidad en la que no te dignaste a intervenir. ¿Qué es eso sino pereza, holgazanería y puro egoísmo? ¿Crees que eres el único que siente repulsión por cómo se comportan ciertas personas en esta sociedad? Todos tenemos odio y amor dentro, anciano. El único problema es que tú has dejado que en tu corazón reine una sola emoción, y en el proceso has arrastrado a toda la población contigo.
Devo me observó con una expresión que no supe descifrar y cerré los puños con fuerza para tratar de contener la vorágine de emociones que se había despertado en mi interior. Me irritaba en niveles desorbitados que estuviese actuando con tanto desdén y crueldad, pero lo cierto era que podía entender por qué se estaba comportando de aquella manera.
El anciano había visto con sus propios ojos varias de las edades que había vivido Neibos, había almacenado el conocimiento que habían adquirido sus habitantes y había presenciado tanto las cosas buenas como las cosas malas de una sociedad en desarrollo. Sus seres queridos habían perecido con el tiempo y cualquier relación que pudiese tener con las personas estaba destinada a tener el mismo final. Sentir la pérdida una y otra vez debía de ser algo desgarrador y podía llegar a comprender por qué había decidido exiliarse en aquella montaña.
—Supongo que todavía hay personas que merecen algo de compasión —dijo con cara de pocos amigos y observándome como si fuese el mismísimo diablo.
—Y aunque no fuese así, tuvieses razón y ya no hubiese gente buena entre nosotros, aunque no tuvieses ningún motivo para ayudarles, deberías hacerlo por ti, porque si no serías igual o peor que esos seres a los que tanto desprecias.
—¿Y a ti qué más te da? —Espetó el anciano de repente.
—¿Cómo? —Mi confusión era obvia y cuando me volví hacia los soldados en busca de respuestas descubrí que se estaban limitando a observar la escena desde la distancia. ¿Es que tenía que hacerlo yo todo?
—¿Por qué estás aquí? ¿Por qué te importa? —preguntó Devo con un dolor en la voz que me descolocó.
—Lo que realmente te tendrías que estar preguntando es por qué a ti no.
—Tendrías que estar muerta —dijo él, haciendo que se me congelase la sangre con la frialdad de sus palabras—. Eres como una visión de lo impensable, no deberías existir.
A pesar de que su tono era sereno, su expresión no decía lo mismo. Devo empezó a moverse en mi dirección y mi cuerpo se tensó sin que pudiese evitarlo, ocurriéndole lo mismo a mis acompañantes. El anciano sonrió ligeramente pero su boca se transformó en una línea recta segundos antes de que su rostro se desfigurase en una máscara de vergüenza y dolor. ¿Qué era lo que ocultaba aquel anciano?
Al llegar a mi altura se colocó enfrente de mí, y cuando mis ojos percibieron el movimiento de su mano izquierda me aparté al no ser capaz de reprimir las ganas de protegerme ante su amenaza. El magno continuó moviéndose lentamente y no se detuvo hasta que posó su mano sobre mi frente. Cuando su piel entró en contacto con la mía sentí una descarga que se extendió por todo mi cuerpo, acompañada de un cálido hormigueo que llegó hasta lo más profundo de mi corazón.
De su mano empezó a brotar una luz azul muy brillante que iba dirigida a mi cráneo y pasaron unos segundos hasta que me di cuenta de que el anciano estaba curando la herida que me había provocado su previo ataque. La cabeza me dejó de doler como por arte de magia, nunca mejor dicho, y las gotas de sangre que se deslizaban por mi frente desaparecieron sin dejar rastro. Devo me observó con atención y con el ceño fruncido durante unos segundos, quemándome con la intensidad de su mirada, hasta que me liberó de su contacto sin parpadear.
—No hay absolutamente nada mágico dentro de usted, señorita. No me malinterprete, no lo digo con pretensión injuriosa, me remito llanamente a los hechos. ¿Sabe por qué?
—¿Por qué, qué? —El anciano se sentó en el sillón y nos indicó que lo imitásemos, esperando pacientemente a que cada uno de nosotros se hubiese acomodado.
—La antigua civilización no se despertó de un día para otro con magia, señorita, el proceso evolutivo necesitó edades para completarse. Con el paso del tiempo la exposición continuada al poder de las gemas empezó a resultarle útil a los nei, pero que nuestros cuerpos pudiesen soportar su influencia no fue algo fácil de alcanzar. Muchos murieron experimentando con fuerzas que desconocían y otros fallecieron porque se convirtieron en las cobayas humanas de aquellas investigaciones sin tener conocimiento de ello.
»Hubo personas a las que la magia les afectó tanto que se vieron consumidas por ella y hubo gente que, por una cruel broma del destino, se encontró en el lugar y en el momento equivocados. Fueron muchos los que perdieron la cabeza ante sus nuevas capacidades al no ser capaces de comprender lo que estaba ocurriendo, y es que por mucho que mutase nuestro cuerpo, si nuestra mente no estuviese preparada para recibir el poder de las gemas, no seríamos capaces de sobrevivir a las fuerzas elementales y nuestro ser se extinguiría tratando de controlarlas.
Devo hizo una pausa, perdido en sus pensamientos, y los soldados y yo intercambiamos miradas de confusión. ¿Por qué nos estaba contando todo aquello? Mis ojos se encontraron con los de Killian, que me observó con intensidad, intentando decirme algo que no quise entender.
—Este conocimiento —continuó el anciano—, esta forma de adaptar nuestras mentes para que puedan soportar tal influencia, es transmitido por las madres a sus recién nacidos cuando dan a luz. De esta manera, cuando la primera molécula de oxígeno entra en nuestros pulmones, ya estamos capacitados para absorber la magia que hay en el aire.
»Su problema, señorita, es que su madre falleció antes de transmitirle la información necesaria para poder abrir su mente al poder de las gemas. En consecuencia, su cuerpo nunca será capaz de soportar las fuerzas elementales porque su mente no sabe cómo indicarle que lo haga, y verse expuesta al poder que hay en Neibos debería haber hecho que muriese nada más abrir los ojos.
El magno dejó de hablar para meditar sobre aquella cuestión para la que no tenía explicación, y cuando me golpeó el silencio que se había apoderado de la estancia sentí como se abría paso en mí una dulce sensación que no había experimentado nunca, una mezcla entre alivio y dolor que hizo que pudiese llenar los pulmones de aire al completo por primera vez desde que tenía memoria.
Durante todos aquellos ciclos había sufrido porque era la única persona en el mundo que no podía acceder a las maravillas que brindaba la magia, y aunque había aprendido a vivir con ello, seguía teniendo una pequeña espina clavada en el pecho que no lograba conseguir que desapareciese. Lo que más me afectaba era no saber por qué yo, por qué me había tocado a mí ser la única diferente, la rara, la que no era como el resto de personas que vivían en Neibos. ¿Qué le había hecho al universo para que me mortificase con aquella condena?
Al saber lo que había ocurrido, sin embargo, sentí como si el peso de todas las emociones que había acumulado a lo largo de mi vida se estuviese disipando sin dejar rastro. Había culpado a la magia, al universo y a cualquier cosa a la que pudiera acusar de algo que mi mente no alcanzaba a comprender, pero en aquel momento supe que no había nadie a quién culpar porque había sido un simple infortunio, una desgracia de la que nadie era responsable, ni siquiera yo.
Mi madre no había escogido morir al dar a luz, y mucho menos hacerlo sin transmitirme un conocimiento ancestral indispensable. Yo no había elegido aquello, y tampoco había sido una conspiración mundial en mi contra la que me había llevado a aquella situación. Al comprender la información que me había dado el anciano me abandonó la gigantesca cantidad de odio y resentimiento que había acumulado con el paso de los ciclos sin darme cuenta, y no pude evitar sonreír al sentirme mucho mejor conmigo misma.
Tenía claro que el odio era un lastre pero no sabía que me había estado hundiendo tanto y durante tanto tiempo, y una vez liberada de su peso, mi perspectiva cambió por completo. Las emociones negativas que se acumulaban en mi pecho habían dejado un hueco que me permitía verlo todo con un brillo diferente, y a pesar de que iba a necesitar tiempo para procesar todo aquello, podía sentir como la paz brillaba en mi interior por primera vez en mucho tiempo.
—Gracias —dije con sinceridad, haciendo que el anciano volviera en sí y me observara con extrañeza.
—Es usted un ser muy singular, señorita Stone.
—Lo sé —respondí con una sonrisa que pareció iluminar el rostro del anciano—. ¿Podemos hablar del autor del manuscrito, por favor? Sé que sabe quién ha sido.
¿Qué os ha parecido este capítulo?
¿Y qué me decís sobre la actitud de los soldados ante los problemas que ha planteado el anciano? A todo esto... ¿qué pasa con el anciano?
No olvidéis votar y comentar porfis🌟
Siguiente capítulo del maratón ya disponible 😍😍
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