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44. Perdiendo la cabeza


No me podía creer lo que estaban viendo mis ojos. Ante mí se encontraba un fragmento inequívoco del pasado, un artefacto que mis ancestros habían utilizado siglos antes de mi nacimiento. El profundo asombro que se había apoderado de mi mente no permitía que pensase con normalidad y me acerqué a él maravillada, sintiéndome pequeña ante su tamaño. La sonrisa que se dibujó en mi rostro se apoderó también de mi alma, haciendo que un hormigueo de emoción recorriese todo mi cuerpo al sentirme tan en contacto con la civilización antigua.

—¿Estamos seguros de que esta chatarra nos va a llevar a donde tenemos que ir? —preguntó la Obsidiana con desconfianza.

—¡Mónica! —reprendió Quentin—. ¡No le hables así!

—¿No ves que vas a herir sus sentimientos? —añadió Aidan ofendido.

—Tranquila, pequeña —dijo el Rubí acariciando el metal de la máquina—, nosotros te querremos siempre.

Max rodó los ojos antes de acercarse a la nave e ignoró a los soldados como hacía habitualmente, y yo no pude evitar sonreír. Entre todos los sentimientos que se arremolinaban en mi pecho identifiqué la pura emoción que se había despertado en mi interior al no poder esperar a montar en aquello y avancé a paso ligero deseando poder hacerlo cuanto antes.

—¿Sabes dirigirlo? —me preguntó Killian mientras abría una de las puertas y se deslizaba en su interior.

—¿Que si...?¿Que si sé dirigirlo? —pregunté con incredulidad—. ¿Pero tú te crees que enseñan a pilotar helicópteros en los libros?

El jefe del clan asomó la cabeza para exhibir la gran sonrisa que se había apoderado de su rostro y me tendió una mano para ayudarme a entrar en la cabina. Sus ojos se centraron en los míos cuando rocé su piel, consiguiendo que la fría brisa oceánica que me había invadido despejase mis sentidos. Mi mirada voló de un lado a otro intentando absorber todo lo que estaba viendo, desde los brillantes asientos de la parte trasera hasta los cientos de botones que había enfrente de mí. Killian empezó a tocarlo todo con una seguridad que me sorprendió. ¿Por qué sabía lo que estaba haciendo?

—¿Tú sí que sabes pilotarlo? —pregunté asombrada al ver como se desenvolvía en el interior de aquella nave.

El jefe del clan se volvió hacia mí durante milésimas de segundo, el tiempo suficiente para que viese como me guiñaba un ojo. Tenía miles de preguntas que hacerle pero en mi mente resonaba la misma frase una y otra vez: el jefe del clan me acaba de guiñar un ojo en un helicóptero. ¿Acaso estaba perdiendo la cabeza?

Los soldados aseguraron su posición en la parte trasera de la nave mientras bromeaban animados sobre cosas que yo no alcanzaba a comprender. Mi mente funcionaba bajo mínimos, totalmente eclipsada por lo que estaba ocurriendo. ¿Estaba soñando? Tenía que estar soñando. Killian me hizo una seña para que me sentase en el asiento que había a su lado, riéndose ante mi evidente turbación.

—¿Por qué está en tan buen estado? —pregunté con desconfianza en cuanto el jefe del clan se acercó a mí para poner sobre mi cabeza una especie de diadema que tapaba mis orejas. ¿Qué era todo aquello?

—¿A qué te refieres? —La voz del jefe del clan sonó en mis oídos, haciendo que me quitara la diadema de un golpe por la sorpresa. Él soltó una sonora carcajada antes de cerrar la puerta de la nave y abrocharse el cinturón de seguridad en el asiento.

Sin añadir nada más, Killian empezó a presionar botones que encendieron luces y accionaron mecanismos a nuestro alrededor, siendo el último de ellos el que activó las hélices que se situaban sobre nuestras cabezas. La nave cobró vida sin previo aviso, haciendo que un ruido ensordecedor lo inundara todo a nuestro alrededor.

El jefe del clan me dijo algo que no pude escuchar, señalando la diadema que había sobre su cabeza al ver mi cara de confusión. Yo hice lo que me pidió y me volví a poner aquella cosa en las orejas, sintiéndome muy aliviada al ver como desaparecía gran parte del molesto ruido que había apagado los pensamientos que invadían mi mente.

—Parece que aún tengo cosas que enseñarte, Stone —dijo mientras me observaba con una sonrisa de satisfacción—. Estoy seguro de que ahora te alegras de haber venido.

—Oh, cállate ya —repliqué con diversión, recuperando la voz por fin.

El jefe del clan se rio entre dientes y movió una especie de mando que hizo que el helicóptero comenzara a separarse del suelo. Yo me agarré de su brazo sin ser consciente de lo que estaba haciendo, ganándome una mirada de confusión por su parte.

—No he volado en mi vida, Frost —respondí con un tono cargado de emoción.

Killian posó su mano sobre la mía al darse cuenta de que no podía utilizar la magia como hacían ellos, despertando un hormigueo en mi estómago antes de dedicarme una gran sonrisa y asentir con la cabeza. Definitivamente estaba soñando.

La nave se fue elevando poco a poco, alcanzando más altura conforme iban pasando los segundos. En el cielo todavía brillaba el recuerdo de las tres lunas de Neibos, que comenzaban a apagarse porque la luz de los soles se abría paso en el horizonte y empezaba a bañarlo todo con su calidez, creando mágicos contrastes de colores a su paso.

Bajo nosotros se podía apreciar la magnificencia de la ciudad, sus laberínticas calles y su costa bañada por el mar. El océano en calma no parecía tener fin y me quedé embelesada por su belleza hasta que lo perdí de vista en cuanto comenzamos a sobrevolar el bosque.

—Mi padre y yo pasamos muchas horas en este helicóptero —dijo Killian rompiendo el silencio y dejándome más confundida que antes—. Me preguntaste por qué se encuentra en tan buen estado. —Yo asentí con la cabeza—. Cuando mi padre y yo lo encontramos estaba prácticamente hecho trizas. Todavía era un niño y me emocioné con las posibilidades, de aquella mi imaginación no tenía límites. —Levanté una ceja con incredulidad.

—No sé por qué encuentro eso difícil de creer —repliqué con sorna.

—Estoy intentando compartir contigo uno de mis recuerdos más preciados, Stone, cállate un poco.

Levanté las manos en el aire en señal de rendición y Killian me dedicó una sonrisa que me dejó sin aliento. Aquel hombre no era el jefe del clan que me había atrapado en el Río Nebuloso. Aquella era una persona completamente diferente.

—Como decía, me encantó descubrir este trasto en el bosque, así que mi padre decidió que sería una buena excusa para enseñarme lo que significaba comprometerse con algo.

—¿Comprometerse?

—Cada noche, después de haber hecho mis tareas, mi padre y yo pasábamos al menos una hora restaurando y reparando esta máquina. Daba igual que lloviera, que hiciese frío o que nevara, allí estaríamos los dos, trabajando para conseguir que volviese a funcionar.

—Me sorprende que el jefe del clan le dedicase tanto tiempo a algo de la civilización antigua —confesé con suavidad. Sus palabras y la ternura de su recuerdo me recordaron a lo que hacíamos mi padre y yo con el recetario y con nuestra vida en general; a lo mejor no éramos tan distintos después de todo.

—Mi padre era diferente —respondió Killian con anhelo en la voz—. Hasta que fui más mayor no entendí que bajo la excusa de reparar el helicóptero yacían muchas lecciones que estaba aprendiendo poco a poco mientras disfrutaba de su compañía.

—Me gustaría haberlo conocido —dije sin darme cuenta. El pensamiento ya había salido de mi boca y era demasiado tarde para recuperarlo así que no me esforcé por intentar arreglarlo.

—Le habrías gustado —dijo él con una cálida sonrisa que avivó el hormigueo que había invadido mi cuerpo—. A lo que voy es a que sé reconocer el valor de una cosa cuando la veo, por muy desmejorada que esté o lo difícil que sea la situación, pero necesito tiempo para arreglar las cosas. —Fruncí el ceño perdida en la conversación y entrecerré los ojos al percibir un doble sentido en aquellas palabras.

—¿Estás intentando decirme algo? —pregunté directamente en lugar de buscar explicaciones descabelladas que justificasen su comentario. El jefe del clan me regaló una sonrisa de medio lado pero no pudo decir nada más al ser interrumpido por un agudo pitido—. ¿Qué es eso? —pregunté alarmada.

—Eso es que ya hemos llegado.

Killian cambió el rumbo y en cuanto lo hizo pude ver como en lo alto de la montaña, a gran altura y entre la nieve, se erigía una especie de edificio gigantesco formado casi en su totalidad por paredes de cristal. Los pocos rayos de los soles que inundaban el cielo se reflejaban en su superficie, haciendo que los destellos se multiplicasen en diferentes direcciones, proyectando un aura de luz a su alrededor que hacía que la vista fuese todavía más impactante.

El helicóptero comenzó a descender con suavidad, haciendo que la nieve saliese volando conforme nos acercábamos a la superficie. Mi cuerpo vibró con violencia en cuanto la nave chocó contra el suelo y poco después sentí como nos deteníamos por completo.

Killian hizo que las hélices se detuviesen mientras los soldados y yo bajábamos del helicóptero. El frío del ambiente me recibió nada más abrir la puerta, enviando un escalofrío helado por todo mi cuerpo y haciendo que tiritara sin poder evitarlo. Mi malestar no hizo más que empeorar en cuanto vi que la gran roca que teníamos a nuestra espalda se abría por la mitad, apareciendo en el hueco que había dejado tras de sí una sombra gigantesca que se acercaba cada vez más a nosotros y que logró erizarme la piel con su presencia.

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