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4. Eureka

Xerät: Aparato de la civilización antigua que Moira utiliza para comunicarse con sus seres queridos en la distancia.

Tosí en cuanto alcancé la superficie y expulsé con violencia el agua que había tragado. El aire entró en mis pulmones con angustia, pero la agonía que sentí al no poder respirar fue sustituida por una profunda comezón que inundó mi interior.

La ira y la impotencia se concentraron en mi puño, y le di un golpe a la roca luminosa en la que me había apoyado. El dolor y la sangre llegaron segundos después, y la maldición rasgada que brotó de mi boca rascó también mi pecho.

Sin pensar en lo que iba a hacer, porque cualquier uso de razón lo habría impedido, me lancé al agua de un salto. El río me recibió con su gélido abrazo, y me impulsé hacia delante con la ayuda de una roca que se iluminó bajo mis manos, lo que permitió que viese que la tela azul del vestido de Alis flotaba metros más abajo.

Avancé gracias a las piedras que había en el río, que arrojaron luz sobre la oscuridad que reinaba a mi alrededor, y cuando llegué a su altura, vi que la joven intentaba sacar el pie de entre las rocas que la mantenían prisionera.

La corriente me empujaba en la dirección opuesta, y me agarré a Alis para poder llegar al fondo del río con la intención de liberarla. Cuando hundí las manos entre las rocas descubrí que se trataba de otro tipo de piedras formadas a base de lodo y fango, y tuve que esforzarme para no resbalar en ellas.

El cuerpo de Alis chocó contra el mío en cuanto moví una de las piedras, y la corriente nos empujó hacia las rocas que nos rodeaban. Un profundo dolor se extendió por mi costado al sentir el daño causado por el golpe, pero no grité como había hecho anteriormente, sino que me agarré a las rocas como si mi vida dependiese de ello y nadé hacia la superficie llevándome a la muchacha conmigo.

Nunca me había alegrado tanto de tumbarme sobre rocas punzantes como en el momento en el que alcanzamos el otro lado de la orilla. Alis tosió en cuanto salimos del agua y su cuerpo convulsionó por el llanto. Sin saber qué hacer más que abrazarla, la rodeé con los brazos mientras intentaba calmarla y le decía que estábamos a salvo y que lo peor ya había pasado.

La voz de mi cabeza se preguntó si mis palabras eran ciertas, si lo peor ya había pasado o habría más hombres como aquellos rondando la zona, pero el temblor del cuerpo de Alis puso fin al hilo de mis pensamientos. Me tensé al comprender que la gruesa tela de su vestido había absorbido una gran cantidad de agua helada que estaba consumiendo el poco calor que le quedaba en el cuerpo, y miré a mi alrededor en busca de una solución.

—¡Sátiros azules! —exclamé al recordar que había lanzado la mochila por el aire.

Me puse en pie con la poca energía que me quedaba, lo que provocó que Alis me observase con preocupación, y a pesar de que no quería dejarla sola, sabía que no teníamos alternativa.

—Necesitamos la ropa seca que guardo en la mochila. Voy a buscarla, vuelvo enseguida.

La muchacha me miró como si estuviese intentando determinar si le estaba mintiendo o no, como si pensara que iba a desaparecer y que la iba a abandonar allí mismo. ¿Qué tipo de persona creía que era?

«Ah, claro».

Seguro que me había reconocido. Una punzada de dolor se abrió paso entre las emociones que se aglutinaban en mi pecho, pero la ignoré como había ignorado todas las que había sentido a lo largo de mi vida y seguí caminando. No importaba lo que hiciese o como me comportase, siempre iba a ser juzgada por el mismo detalle.

La niebla impedía que viese mi entorno, así que le presté mucha atención al camino, lo que resultó ser la tarea perfecta para distraerme de todos los pensamientos y emociones que me avasallaban. Las probabilidades de encontrar la mochila eran escasas, y a cada paso que daba se veían todavía más reducidas.

Era consciente de la situación, pero no estaba preparada para aceptar que las cosas que guardaba en ella y que tanto tiempo me había costado encontrar se habían perdido para siempre. Mis mapas, el cuaderno con las rutas, los pequeños tesoros con los que me había topado a lo largo de los ciclos, las zonas en las que había encontrado objetos de la civilización antigua...

Solté un suspiro cargado de tristeza al aceptar que no podía seguir caminando hacia la nada, y di media vuelta con resignación. El nudo de ira que se me formó en la garganta fue seguido por las lágrimas que me quemaron los ojos, y apreté los puños para contenerlas.

Sabía que era una tontería, que tan solo eran objetos materiales, cosas que le parecían basura a todo el mundo, artefactos que para los neis ya no tenían funcionalidad, que estaban desfasados y que no representaban a nuestra sociedad... Pero para mí eran mucho más que objetos de la civilización antigua. Eran un reflejo de mi propia identidad, de todo lo que representaba. Eran la prueba de que, edades atrás, había existido un mundo sin magia.

Un movimiento provocó que me volviese sobresaltada y preparada para protegerme de un golpe que nunca llegó. Mis ojos se encontraron con el pánico que se reflejaba en la mirada de Alis, que sostenía una piedra con la que defenderse. La joven dejó caer el arma al suelo cuando se percató de que era yo y corrió hacia mí para abrazarme.

—Lo siento, Moira. —La sinceridad de su disculpa me pilló por sorpresa y revolvió las emociones que vivían en un lugar oculto en mi pecho.

«¡Moira, controla tu ola de una vez!»

Respiré hondo en un intento por controlar lo que fuera que estuviese pasando en mi interior, y me separé de Alis cuando escuché un sonido cerca de nosotros. La joven me miró con preguntas en los ojos y le respondí llevándome un dedo a los labios.

—¡Eureka! —exclamé tras agacharme ante una gran roca.

—Eu... ¿qué? —preguntó mientras me miraba como si fuese el único trol de la arboleda.

—¡He encontrado la mochila! ¿Qué te parece si te quitas ese condenado vestido y te pones esto?

Le tendí el largo jersey de cuello alto que había tejido soles atrás, cuando había encontrado un manual de la civilización antigua en el que se explicaba como convertir plantas en telas y materiales. La joven me sonrió agradecida y asintió con la cabeza antes de tomar la prenda de mi mano, y cuando comenzó a desabotonarse el vestido, me di la vuelta.

Aproveché la ocasión para coger el xerät del bolsillo pequeño de la mochila y desactivarlo. No quería que nos encontrasen porque el maldito aparato se pusiese a sonar de nuevo, y tras confirmar que la joven no me había visto, me quité el jersey que llevaba puesto y me puse la cazadora y la bufanda que guardaba en la mochila. Siempre llevaba ropa de repuesto por si decidía quedarme a pasar la noche en el bosque o acababa dándome un baño en alguna poza de aguas cristalinas, ya que nunca sabía dónde iba a terminar una de mis expediciones.

«Y si no, mírate ahora...».

Alis se volvió hacia mí y me observó con una gran sonrisa dibujada en el rostro. Mi jersey de lana parecía un vestido de invierno hecho a medida para ella. Las mangas eran demasiado largas, pero la joven las había doblado de una forma tan perfecta que ni siquiera se notaba, y a pesar de que no era tan largo como su anterior vestimenta, lograba alcanzar la altura de sus rodillas.

La muchacha abrió la boca para decir algo, pero le hice una seña para que guardase silencio. Nuestro entorno había cambiado. Tenía la sensación de que algo no iba bien, pero la espesa niebla que nos rodeaba hacía que fuese imposible determinar si había alguien a nuestro alrededor.

De un momento a otro se me erizó la piel de la nuca, y cogí la daga que guardaba en la mochila mientras le indicaba a Alis que se escondiese tras las rocas. La joven no dudó y desapareció de mi vista, y yo me volví para enfrentarme a la sombra que se ocultaba entre la niebla.

La calma lo envolvía todo y no percibí ningún movimiento que indicase que había algún peligro al acecho. No se escuchaba ni el más mínimo ruido, y tras varios minutos en calma, mi corazón normalizó sus latidos. El pánico que había sentido segundos atrás se decidió por abandonar mi pecho, pero la tranquilidad se esfumó en cuanto sentí una fuerte presión en la parte trasera de la rodilla que me hizo caer al suelo sin previo aviso.

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