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32. Todo lo que está mal en el mundo


Xerät: Aparato de la civilización antigua que Moira utiliza para comunicarse con sus seres queridos en la distancia.

Eldavá: Infusión de hierbas naturales y chaga que toman los habitantes del Hrath para mantenerse calientes y ayudar a sus organismos a soportar la vida en la montaña.

Sin saber muy bien cómo procesar todos los pensamientos que desbordaban mi mente después de lo sucedido, comencé a caminar tras los soldados en dirección a las galerías. Sus voces parecían ser muy lejanas, como si estuvieran a kilómetros de distancia, y aunque quería ser partícipe de la conversación, la vorágine de pensamientos que inundaban mi mente hacía que me fuera imposible huir de ellos.

—Parece que vais a poder continuar vuestro viaje sin más demora —dijo Elyon con una sonrisa mientras se unía a nosotros, devolviéndome a la realidad.

—El universo ha decidido sonreírnos, deberíamos aprovecharlo mientras sea así —respondió Max con el rostro en calma.

—¡Aquí estáis! —exclamó Ixeia desde la distancia, haciendo que nos volviésemos en su dirección. Marco caminaba detrás de ella y ambos cargaban con ropas que debían pertenecer a los cazadores—. Os hemos traído algunas cosas para que os ayuden a soportar el arduo camino que os queda por delante.

—No podemos aceptarlas —respondió Killian con rotundidad, adelantándose a las mismas palabras que estaban a punto de salir de mi boca.

—Claro que podéis —dijo Elyon con calidez en la voz, depositando su mano en el hombro del jefe del clan para aumentar su poder de convicción—. Lo que sea que está por venir va a afectarnos a todos, hijo. Si la única forma que tenemos de ayudaros es con pieles y armas, que así sea.

Killian asintió al ser incapaz de negar los deseos de Elyon y los líderes nos guiaron por las galerías hasta que llegamos a nuestra gruta, donde Ixeia repartió la ropa que nos había traído. La Obsidiana me entregó dos prendas recubiertas por un suave pelo blanco que me puse inmediatamente, y el alivio que sintieron mis músculos al notar como el calor los invadía fue tan reconfortante que tuve que reprimir un suspiro de satisfacción. Los rostros de los soldados reflejaban que estaban tan agradecidos como yo por aquel regalo, todos menos uno.

El gesto de Quentin había cambiado desde el incidente con Celeste y sus ojos ya no brillaban con el entusiasmo que tanto los caracterizaba. Su mirada se había perdido en un pozo sin fondo del que el joven no parecía poder salir, y su rostro transmitía una tristeza que me urgía a consolarlo inmediatamente. Mientras nosotros nos vestíamos y los líderes preparaban un poco de eldavá, pude ver como Killian se iba con Elyon para hablar en privado, y sabiendo que no tendría otra oportunidad como aquella, empecé a hacerle señales al soldado Rubí para intentar llamar su atención.

—¡Quentin! —grité por lo bajo con exasperación al no lograr sacar al soldado de su ensimismamiento. El joven se volvió en mi dirección con confusión y comenzó a seguirme hasta la siguiente gruta con cierta reticencia pero sin pronunciar palabra.

—¿Estás bien? —pregunté en un susurro cuando el soldado se acercó a mí.

El Rubí no me respondió y me observó con un gesto de tristeza tan intenso que hizo que llevara una mano a su hombro inconscientemente, intentando darle un apoyo que no sabía que necesitaba. Su mano se posó sobre la mía con delicadeza y su calidez me sorprendió al no corresponderse con lo que se reflejaba en su mirada. Quentin me dedicó una pequeña sonrisa de medio lado que no llegó a sus ojos, lo que hizo que me preocupara todavía más.

—Gracias —dijo con voz sincera antes de besar mi mano con ternura y comenzar a caminar de vuelta hacia la gruta.

—¿Quentin? —Mi voz, cargada de indecisión, hizo que el soldado se volviera en mi dirección con curiosidad—. Si alguna vez quieres hablar de... bueno, de lo que ha pasado con tú ya sabes quién... —El Rubí abrió los ojos con pavor al escuchar mis palabras y se acercó a mí a toda prisa, impidiendo que continuara hablando.

—¿Cómo? —me preguntó boquiabierto.

—Ya sabes a lo que me refiero —dije en un susurro.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó él con tensión, asegurándose de que no había nadie más en el túnel en el que nos encontrábamos.

—No te preocupes, sé guardar un secreto —dije para tranquilizarlo al recordar las palabras de Mónica sobre la prohibición del vínculo nywïth en la Guardia.

—No tiene importancia, al fin y al cabo ha huido de mí —respondió él con una voz tan cargada de dolor que me llegó al corazón.

—Quentin, Musa caza osos para sobrevivir. Si algo sabe hacer, es enfrentarse a sus problemas. —El soldado frunció el ceño al escuchar mis palabras—. ¡Que no es que tú vayas a ser un problema para ella! —dije con una voz más aguda de lo normal. Bravo, Moira, bravo.

—¿Te fijaste en su expresión? Ni siquiera me miró a los ojos —dijo el soldado con pesar.

Las lágrimas amenazaron con inundar sus poderosos ojos, y al estudiar su rostro fui consciente de la gran importancia que debía de tener todo aquello para él. La cuestión del vínculo era algo muy especial para los Rubíes, después de todo eran el clan de las emociones por algo, y era obvio que el joven estaba sufriendo.

—Quentin... es una situación complicada —dije con un suspiro al no saber cómo hacer que se sintiera mejor.

Sabía que no era asunto mío pero por algún motivo sentía la necesidad de hacer algo para que sus ojos recuperaran el brillo que habían perdido. El soldado me observó con tristeza pero no dijo nada, como si estuviera esperando a que continuase hablando.

—Musa es amiga mía desde hace muchos ciclos —dije con resignación—. Estoy bastante segura de que ahora mismo su mente está repleta de pensamientos contradictorios que la están aturdiendo, pero creo que lo que más le está afectando es que tú seas un soldado.

—¿Por qué? —preguntó el Rubí con confusión.

—Pues porque eres uno de los guardias más aclamados de Neibos, Quentin, una fuerza de la misma Autoridad que la desterró y la obligó a huir de su casa. Para estas personas, vosotros sois el símbolo de todo lo que está mal en este mundo, porque han sido personas como vosotros, precisamente, las que han decidido que los integrantes de esta colonia no son lo suficientemente buenos como para vivir en los clanes que un día consideraron su hogar.

—Sabes que yo no pienso así, Moira —dijo él con abatimiento.

—Yo sí, pero ella no lo sabe. Lo único que ve es que tú eres uno de los hombres de confianza del jefe de clanes, mientras ella ha sido condenada a vivir entre el hielo y la soledad de la montaña. Aquí no hay tiempo para grandes amores, Quentin. Cuando el instinto de supervivencia llama a tu puerta, todo lo demás queda reducido a un segundo plano.

—Debería hablar con ella —dijo el Rubí tras meditar unos segundos.

—¿Tú crees? —pregunté con ironía.

En el rostro del joven se dibujó una pequeña pero sincera sonrisa que hizo que sus ojos brillaran con optimismo por primera vez desde que habíamos iniciado aquella conversación. El soldado empezó a correr en dirección a las galerías con la esperanza renovada y al verlo me vi obligada a morderme un labio para evitar soltar una carcajada que rompiera con la magia del momento.

—¿Quentin? Es por el otro lado.

Cuando el Rubí desapareció de mi campo de visión, volví a la gruta con el resto del grupo. Intenté ocultar mi sonrisa para no levantar sospechas pero lo cierto era que estaba pletórica. A pesar de que sabía que Musa y Quentin eran muy diferentes, podía ver que había posibilidades de que llegaran a entenderse. Si lograban superar las grandes barreras que los separaban, estaba muy segura de que Musa siempre iba a tener a un amigo a su lado que la iba a apoyar en todo momento, y Quentin nunca más volvería a estar solo cuando la fuerza de sus sentimientos jugara en su contra.

—¡Qué bien huele! —exclamé al percibir el olor del eldavá en la estancia.

—¿Dónde te habías metido? —me preguntó Elyon, que había regresado antes de lo esperado.

—Estaba arreglando unos asuntos pendientes.

—¿Y Quentin?

—Me está haciendo un favor —respondí vagamente.

—¿Qué clase de favor? —La desconfianza brilló en la voz del jefe del clan.

—Tampoco tienes por qué saberlo todo, Frost —dije automáticamente.

Ixeia se rio ante mi comentario y nos sentamos a la mesa poco después. Mientras reponíamos fuerzas, charlamos animadamente sobre la llegada de los cazadores y del éxito que habían tenido en aquella ocasión.

—Supongo que estáis familiarizados con el xerät de Moira —dijo Elyon con voz serena.

Los líderes me observaron con cautela para saber si era un tema delicado antes de continuar, pero yo asentí levemente con la cabeza. El jefe del clan no se perdió aquel detalle e hizo una mueca de resignación que acompañó de una sonrisa, pero finalmente asintió a modo de respuesta. Quentin escogió aquel preciso momento para hacer acto de presencia, sentándose enfrente de mí sin pronunciar palabra. Su rostro no demostraba ningún indicio de felicidad pero era evidente que la tristeza que lo había invadido minutos atrás había desaparecido, así que supuse que la conversación con Musa no había ido del todo mal.

—Si podemos ser de ayuda en algún momento, no dudéis en hacérnoslo saber —dijo Ixeia mientras le mostraba su propio xerät a la Guardia, haciendo que me pusiera en tensión al instante.

Los ojos de los soldados, sin embargo, se llenaron de cálidas emociones que hicieron que mi corazón se calmara ante el peligro que aquel simple acto podría haber significado. Los líderes del Hrath se estaban ofreciendo a ayudar a la Autoridad, definitivamente tendría que marcar aquel día en el calendario.

—Espero que seáis vosotros los que aviséis cuando necesitéis ayuda a partir de ahora —dijo Killian con tono suave, sorprendiéndome todavía más. ¿Me había despertado en otro universo y no me había dado cuenta?—. Me aseguraré de hacerme con varios de esos aparatos en cuanto regresemos a la ciudad. Moira os hará saber cómo contactar con cualquiera de nosotros en cuanto los tengamos. —Los líderes intercambiaron miradas que lo decían todo y se dirigieron a mí en busca de una respuesta que di con un leve movimiento de cabeza.

—Tienes el mismo espíritu que tu padre, chico —dijo Elyon con una sonrisa—. La misma expresión bondadosa y el mismo afán por mejorar las cosas, aunque quizá tu esencia se ha visto algo ensombrecida en ese castillo...

—¿Conoció a mi padre? —preguntó Killian con los ojos casi saliéndose de las órbitas.

—Formé parte del consejo Aqua en otra vida, hace mucho, mucho tiempo —respondió el maestro, asintiendo con la cabeza—. Conocía a Adaír de prácticamente toda la vida, y tuve contacto con Catnia desde el primer día en el que pisó aquella fortaleza. 

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