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26. La Llama de la ira

Ciclo de Asteria: Tiempo que pasa desde que la luna principal de Neibos está en su apogeo hasta que vuelve a él.

El tono con el que hablaba el jefe del clan incrementó su volumen progresivamente y la mirada cargada de odio con la que me observaba hizo que algo se removiera en mi pecho. Yo suspiré en lugar de responder, ya que no sabía qué se suponía que tenía que decir ante la enajenación que estaba sufriendo aquel hombre.

—¿No dices nada? ¿Así que es verdad?—bramó enfurecido, provocando que sus gritos se escucharan en todas partes.

—Tampoco hace falta ponerse así —dije con calma, intentando no agravar la situación por primera vez en la vida.

—¡No te creas con el derecho de decirme lo que tengo que hacer, Stone!

Su dedo índice se desplazó con tanta fuerza hasta mi cara que no me golpeó por unos milímetros. Aquello era increíble. ¿Cómo era posible que, hiciera lo que hiciera, siempre me ganara gritos y reprimendas? Había luchado a su lado contra el enemigo, les había contado mis secretos a pesar del riesgo que aquello conllevaba para mí, ¿y aun así me estaba acusando de ser una traidora manipuladora? Había sido él quién había querido ir al Hrath, ¡yo no lo había manipulado de ninguna forma! La llama de la ira cobró vida en mi interior sin que me diera cuenta, y tenía tantísimas ganas de gritarle cosas de las que mi padre no estaría en absoluto orgulloso que me tuve que morder la lengua para no perder el control.

—¿Me estás diciendo que yo confío en ti con mi vida mientras tú te dedicas a manipularme y mentirme a la cara? —El odio en su voz hizo que se me erizara la piel.

—No te mentí —dije con serenidad, no queriendo ser partícipe de lo que fuera que estuviera pasando por su mente.

—¡Stone! —bramó enfurecido—. ¡No me hagas pasar por imbécil!

—De eso ya te estás encargando tú solito. —Su rostro se torció por la incredulidad.

—¡No te permito que me faltes al respeto de esa forma! —gritó mientras se acercaba a mí como un loco y me acorralaba contra la pared. ¿Ah sí? Aquello se terminaba allí.

—Yo no puedo faltarte al respeto, ¿pero tú a mí sí? ¡Eres un fariseo! —exclamé mientras lo empujaba con todas mis fuerzas, apartándolo de mí—. Si te digo que no te mentí, ¡es que no te mentí! Desde que nos conocimos no he hecho más que contarte la verdad. ¿Crees que tengo alguna otra alternativa? ¿Te has parado a pensar en lo que puedo perder de no hacerlo? ¿Qué he hecho ahora que te hace pensar que te he traicionado? Porque que yo sepa no hago nada más que amoldarme a tus deseos, ¡como todo el mundo a tu alrededor!

—¡Pero será posible! ¿Cómo es que tú nunca tienes la culpa de nada? ¡Supongo que tu padre no te supo enseñar modales!

—¡Killian! —gritó Quentin desde algún lugar de la estancia que no logré indentificar.

¿Y ahora qué pintaba mi padre en todo aquello? ¿Se había vuelto loco? La ira fluía libre por mis venas junto con otras muchas emociones que no me veía capaz de contener.

—¡No me vengas con esa berza, Frost! ¡No tienes ni idea de quién es mi padre!

—¿Ah no? ¿No es quien te abandonó sin ir a la escuela y sin darte una educación? ¿No es aquel que cuando desapareciste de la faz de Neibos porque estabas atrapada en un laberinto con un monstruo de la oscuridad, te dejó allí para que murieras sin ni siquiera llamar a la Autoridad? Sé de sobra quién es tu padre y quién eres tú. ¡Todo el mundo en Neibos lo sabe! ¿Qué pasa, que a sus ojos eres tan poco importante que le da igual lo que te ocurra? ¿Es eso? 

La bofetada que le di fue tan fuerte que el sonido retumbó en las paredes y el dolor se extendió por mi mano como si de fuego se tratara. Su expresión pasó de la profunda ira al más absoluto asombro, pero yo no estaba ni cerca de haber terminado.

—¡Eres un maldito botarate! —bramé incapaz de contener mis emociones ni un segundo más—. ¿Te crees que mi padre es igual de superficial y de altanero que tu madre? ¿Que no sabe apreciar las cosas que de verdad importan en la vida? ¿Que va diciéndole a la gente dónde tiene derecho a vivir? ¿Piensas que mi padre haría algo así? ¡A lo mejor deberías dejar de preocuparte tanto por mi familia y echarle un ojo a lo que está ocurriendo en la tuya, pedazo de necio! ¡Confías en que tus padres son tan magníficos y perfectos, y sin embargo todo lo que crees está basado en una maldita mentira!

»¿Quién crees que tenía la autoridad para decidir que yo no podía ir a la escuela? ¿Tus padres o los míos? ¿Quién piensas que tenía la autoridad para negarme el derecho a llevar una vida lo más parecida al resto? ¡Mira a tu alrededor, Frost! ¿Quién crees que permite que esto ocurra, que toda esta gente pase hambre y se muera de frío? ¿Es culpa de mi padre también? ¡No me vengas a dar lecciones de moral cuando no tienes ni la más remota idea de lo que ocurre en tu dichoso clan! —Su gesto se retorció con dolor. Había tocado hueso, pero no me importó.

»¿Que mi padre no llamó a las Autoridades cuando desaparecí? ¿Qué crees que fue lo primero que hizo sino ir a suplicar auxilio al castillo en el que vive tu familia? ¿Y sabes qué le dijeron? ¿Sabes cuál fue su respuesta? ¡Que no podían hacer nada! ¡No tienes ni idea de quién es mi padre, Frost! ¡Ni idea! Si por no ser, ¡ni siquiera es mi padre!

Las caras de los soldados se tiñeron de profunda estupefacción en el momento en el que pronuncié aquellas palabras. Al hacerlo abrí los ojos  por la sorpresa, incapaz de creer que hubiera confesado mi secreto mejor guardado en un ataque de ira, y darme cuenta de ello solo hizo que aumentara todavía más el fuego que se había almacenado en mi interior.

Si Killian hubiera actuado como una persona normal yo no me habría puesto a gritar como una energúmena y todo habría seguido siendo igual que antes. Pero no, el señor tenía que comportarse como un verdadero badulaque hasta conseguir que me volviera un manojo de emociones que no era capaz de controlar. ¡Sátiros tenebrosos, qué ganas tenía de golpearlo con todas mis fuerzas!

Intenté que los latidos de mi corazón volvieran a su velocidad normal pero el tenso silencio que había inundado de la caverna no ayudó en absoluto a que me calmara. El jefe del clan me observaba con intensidad, reflejándose en su rostro la confusión que sentía en aquel momento. Su mirada, que había sido puro fuego hacía tan solo unos minutos, se había transformado en un pedazo de hielo inaccesible, y su expresión descompuesta hizo que me sintiera culpable por algún extraño motivo que no me molesté en analizar. ¿Le había hecho daño? ¡Pues que se aguantara!

La furia que se había apoderado de mí fluía por mis venas sin que pudiera hacer nada por evitarlo, pero entonces vi algo en la mirada de Killian que llamó mi atención. Antes de que pudiera comprender qué era lo que había cambiado en ella, el jefe del clan se giró con brusquedad y desapareció por uno de los túneles que conectaban las grutas sin pronunciar palabra.

—Moira... —dijo Mónica con voz suave.  

—Ahora no —pedí con toda la calma que pude reunir. Los soldados me miraron con expresiones de comprensión, intriga y estupefacción, y decidí que lo mejor que podía hacer para tranquilizarme era caminar y entretenerme con otra cosa—. No salgáis de las cuevas —dije antes de alejarme por el túnel. 

Por el camino me encontré con varias caras conocidas que se acercaron a saludarme y a preguntarme cómo estaba. Los hrathni también tenían curiosidad por saber quiénes eran los soldados que me acompañaban y qué motivo nos había llevado allí, pero como supuse que los líderes querrían comunicar las noticias que habíamos traído a su manera, me limité a decirles que serían informados a la vez que el resto de la colonia.

Invertí la hora siguiente en ayudar a los líderes con el recuento, intentando despejar mi mente de los últimos acontecimientos. Cada día, justo después de que se pusieran los soles, los habitantes de la colonia cogían una piedra para depositarla en una pequeña cavidad que había en la pared. Aquel sistema tan rudimentario servía para que los líderes se dieran cuenta de si faltaba alguien en un tiempo récord, permitiendo así que pudieran salir a buscarlo antes de que fuera demasiado tarde.

Elyon me había contado en numerosas ocasiones lo difícil que había sido adaptarse a la vida en la zona blanca, ya que habían tenido que crear nuevas costumbres y medidas para asegurar la seguridad de todos sus habitantes. En mi mente brilló el recuerdo de aquel día hacía ciclos en el que había llegado al asentamiento que tenían en la Meseta Mística para encontrar la zona desértica. Se me había caído el alma a los pies al darme cuenta de que habían desaparecido, y temí lo peor mientras inspeccionaba hasta el último rincón de terreno en busca de una pista sobre lo que había ocurrido.

Cuando estaba a punto de irme, divisé en la lejanía una piedra teñida de rojo que había llamado mi atención, y no fue hasta que me acerqué a ella que pude ver el papel que había estado sujetando.

M, han venido. Ojalá la altura nos refresque la perspectiva. Nos vemos en otra vida.

Había encontrado aquella nota hacía casi ocho ciclos de Helios, pero el dolor que había sentido al leerla no se había debilitado ni siquiera un poco. Sabía perfectamente lo que significaban aquellas palabras que no habían sido escogidas al azar: altura significaba montañas y el verbo refrescar hacía referencia a la nieve, mientras que el nos vemos en otra vida venía a decir algo así como no nos busques, es peligroso, la Autoridad nos persigue, bla bla bla.

Tardé casi once ciclos de Asteria en encontrarlos de nuevo. Cada vez que tachaba una montaña de mi lista crecía en mí el miedo a que hubieran muerto al no ser capaz de sobrevivir a las amenazas que se cernían sobre ellos, hasta que al fin, aquel día de verano en el que los soles brillaban en el despejado cielo azul, percibí movimiento en la montaña más lejana de las Tierras Altas del Oeste. Volví a casa, sin embargo, porque en el fondo sabía que escalar la montaña más peligrosa del reino en aquel momento, sin protección de ningún tipo, sería un completo suicidio. Quince puestas de sol después llegué al Hrath llorando tanto de la alegría por haberlos encontrado al fin como por el dolor que había acumulado al pensar durante tantos ciclos que habían muerto.

Con el paso del tiempo fuimos aprendiendo cómo mejorar las cosas. Ellos con la práctica de la dura vida de los exiliados, y yo con la teoría y con mis ideas descabelladas inspiradas en la forma de vida de la civilización antigua. Me había convertido en toda una diseñadora, desde mesas y bancos de madera hasta arcos que funcionaran como armas efectivas, pasando por prendas con las que conservar mejor el calor, nuevas recetas de comida y remedios naturales para curar enfermedades.

La vibración que sentí en los pies trajo consigo un ruido que se abrió paso por los túneles de piedra que me rodeaban, distrayéndome de mis propios pensamientos. El gran estruendo que llegó a mis oídos no hizo más que aumentar el pánico que me invadió cuando vi como una roca se desprendía de la pared y venía rodando en mi dirección a toda velocidad. 

¡Nos vemos cuando queráis! ❤️

¡Biquiños! <3

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