14. Demasiadas coincidencias
—¿Aidan? —preguntó Killian mientras se acercaba a su amigo, notablemente preocupado por su bienestar.
—Estoy bien —respondió el soldado desde el suelo con voz ronca.
Me sentí muy aliviada al escuchar su voz pero que sonara tan débil hizo que se me formara un nudo en la garganta. Mónica se apresuró a sacar los espráis de sanación con la intención de curar las heridas del joven, y mientras los observaba sentí como una cálida mano agarraba delicadamente mi mentón. Al volverme me encontré con unos brillantes ojos color aguamarina que me miraban con expresión compungida, y casi instantáneamente sentí como me envolvía la brisa del mar que percibía cada vez que me encontraba cerca de Killian. Mi mente se despejó en un abrir y cerrar de ojos y los sentimientos de pánico y culpabilidad se disiparon en mi interior.
—Gracias —susurró él mientras acariciaba mi mejilla con suavidad. Una agradable y palpitante sensación nació en mi interior para ser reprimida segundos después al escuchar un grito cargado de tensión.
—¡Killian! —exclamó Mónica alarmada, rompiendo la quietud del momento. Al acercarnos a ellos vimos que la hinchazón que antes cubría la cara de Aidan había desaparecido junto con los cortes que habían manchado sus ropas de sangre. El problema, sin embargo, era el ángulo en el que se encontraba su hombro—. ¡No funcionan! —exclamó la joven, señalando con un movimiento de cabeza los espráis vacíos que había tirados en el suelo.
—Tiene un...
—¡No te acerques! —gritó ella, interrumpiendo mi discurso con una ráfaga de odio que me hizo retroceder.
Un calor incómodo se instaló en la parte baja de mi estómago al ver su reacción y me alejé para darles algo de intimidad, ya que yo era prácticamente una extraña y sabía muy bien cuándo la gente no me quería a su alrededor, pero me vi obligada a intervenir al darme cuenta de que pretendían mover a Aidan de una manera muy peligrosa.
—Esperad —ordené suavemente mientras me acercaba a ellos.
—¡Que te vayas! —bramó Mónica alterada, pagando toda su frustración conmigo.
—¿Cómo lo llevas? —le pregunté al soldado mientras examinaba su brazo, ignorando a Mónica con facilidad, algo que a la Obsidiana no le sentó demasiado bien.
—¿Pero tú me estas escuchando? —Mónica continuó gritándome pero mi cerebro no registró lo que salía de su boca.
—Ya me conoces —respondió Aidan—, siempre encuentro alguna forma de divertirme.
—Tienes el hombro fuera del sitio, rey de la diversión —expliqué con voz serena.
La confusa expresión que se dibujó en el rostro del soldado me dejó claro que no tenía ni idea de lo que le estaba hablando. Malditos conjuros que habían convertido a toda la población en unos ignorantes.
—La pócima no funciona porque no tiene nada que regenerar. No estás herido, solo se te ha descolocado un hueso —añadí mientras agarraba con fuerza el codo y la muñeca de Aidan, aprovechando que lo había distraído, para luego mover su brazo hasta que escuché tanto su grito como el clic que indicaba que el hombro había vuelto a su sitio.
—Como nuevo —dije guiñándole un ojo.
—Gracias —respondió él tras respirar profundamente y comprobar que el dolor estaba remitiendo y que ya podía mover el brazo.
—¿Así que también eres enfermera? —preguntó Quentin con su tono burlón habitual. Mónica se levantó enfurruñada y se alejó mascullando entre dientes, pero nadie le prestó demasiada atención.
—Eh, eh, Quentin, es mi enfermera —respondió Aidan, ignorando la reacción de la soldado.
—Se nota que ya estás mejor... —añadió Max con una sonrisa.
La expresión animada de Killian desapareció tras darle un abrazo a su amigo, algo que me sorprendió. El Esmeralda curó las heridas del jefe del clan con rapidez y su mirada se tornó seria al dirigirse a los hombres que yacían en el suelo a nuestro alrededor. Sin necesitar de más indicaciones la Guardia Aylerix procedió a registrar sus cuerpos sin vida y mi corazón se encogió al contemplar aquella escena. Nunca había presenciado el momento en el que los ojos de una persona dejaban de brillar con su energía vital y tenía que reconocer que después de ver como una espada atravesaba el cuerpo de un ser humano, estaba un poco conmocionada.
—Nada. —Se lamentó Max al no encontrar ninguna pista que arrojara un poco de luz sobre el asunto.
—¡Este está vivo! —exclamó Quentin al acercarse al hombre que me había atacado—. Vamos a ver si tiene algo que decirnos.
Los soldados agarraron al hombre del Clan Esmeralda por los hombros y lo sentaron contra un árbol antes de darle una bofetada. Él abrió los ojos rápidamente ante el brusco contacto y centró su miserable mirada en mí, pero antes de que pudiera abrir la boca, Max le dio un golpe en el estómago para hacerle saber que sus comentarios no serían bien recibidos.
Reprimí una sonrisa al darme cuenta de que definitivamente estaba mal de la cabeza si aquella situación me provocaba algún tipo de sensación positiva, pero a pesar de mis esfuerzos, no pude evitar sentirme complacida. Me sentía protegida y apreciada y atesoré aquellos sentimientos como si fueran mi posesión más valiosa.
—Sabemos que no estabais solos —comenzó Max—. Vi como se escapaba el resto de vuestra patrulla. —El hombre abrió mucho los ojos al escuchar al soldado pero no pronunció ni una sola palabra—. Os dejaron aquí, condenándoos a morir, sirviendo como cebo para que ellos pudieran escapar. Supongo que vuestras vidas no son tan valiosas a fin de cuentas...
—¿Tienes nombre? —preguntó Killian, casi escupiendo desprecio. El hombre respondió con una carcajada que me heló la sangre y desvié la mirada para concentrarme en la frondosa maleza que se extendía detrás de nosotros.
—¿Qué ocurre preciosa, me vas a echar de menos? —preguntó el Esmeralda entre carcajadas refiriéndose a mí, lo que hizo que se ganara otro golpe en la cara.
Puse los ojos en blanco ante la brutalidad del trato que estaba recibiendo y me acerqué a él a sabiendas de que estaría más dispuesto a hablar conmigo que con la Guardia. El jefe del clan me agarró del brazo con fuerza para impedir que siguiera avanzando y noté su penetrante mirada sobre mi rostro a pesar de que nuestros ojos no llegaron a encontrarse.
—¿Quién eres? —pregunté, provocando que el hombre sonriera ampliamente.
—¿Así que tienes boca?
—También tengo un cuchillo, aunque eso ya lo has comprobado. —Su sonrisa se ensanchó antes de desaparecer por completo.
—¡Te voy a...!
—Vaya, vaya... —intervino Quentin con una sonrisa mientras lo zarandeaba—, veo que es un tema delicado para ti. —El soldado hizo una pausa para dejarlo en evidencia—. ¿Por qué no nos cuentas quién eres, de dónde vienes y qué es lo que quieres?
Algo en el rostro del hombre cambió e hizo que me pusiera alerta. De un momento a otro y con un movimiento casi inhumano, el hombre se separó ligeramente del tronco en el que estaba apoyado para coger uno de los cuchillos que colgaban del cinturón de Quentin y clavárselo a sí mismo en el cuello.
—¡No! —Jadeé horrorizada al comprender lo que acababa de ocurrir.
Me llevé una temblorosa mano a la boca inconscientemente para evitar que salieran más gemidos de mi garganta, intentando controlar la conmoción que se estaba apoderando de mí. Sentí que empezaba a perder el equilibrio y como las esquinas de mi visión se volvían borrosas y luego blancas.
Killian apretó su agarre al percibir mi malestar y los rostros de la Guardia Aylerix se tiñeron de culpa y estupefacción al mismo tiempo. Los soldados no habían reaccionado lo suficientemente rápido y el hombre había preferido quitarse la vida a hablar con nosotros. El miedo recorrió mi cuerpo y lanzó un escalofrío por mi espina dorsal que no pasó desapercibido para Killian, quien me miró preocupado.
—Esto es muy grave —dije casi en un susurro—. Ha preferido dejar de vivir a traicionar a quien sea que está detrás de todo esto. Este nivel de compromiso no aparece de la nada. —Los soldados me miraron agravados mientras reflexionaban sobre lo que acababa de decir.
—Stone tiene razón, nadie acabaría con su vida por una meta en la que no cree. Está todo demasiado coordinado como para tratarse de hechos al azar, hay demasiadas coincidencias.
Las palabras de Killian hicieron que nos sumiéramos en un profundo silencio mientras evaluábamos la situación. De pronto sentí un cambio en el aire que despertó mis sentidos, la temperatura descendió ligeramente y percibí como aumentaba la presión a nuestro alrededor.
—Tenemos que marcharnos de aquí —sentenció Mónica con rostro serio—. El resto de su patrulla no tardará en venir tras nosotros.
—Y también deberíamos buscar un sitio en el que pasar la noche —añadí—. Va a empezar a llover. —La sonrisa que reemplazó la cara de frustración de Quentin hizo que me invadiera una sensación muy gratificante.
—¿Ah sí? —preguntó el soldado con su tono burlón habitual.
—Y dime... —añadió Aidan con una gran sonrisa—. ¿Esto te lo ha dicho un pajarillo o ha sido el oráculo quién te lo ha comentado?
—Mirad aquí —susurré, levantando el dedo índice para llamar su atención antes de cambiarlo por el dedo corazón.
El Aquamarina soltó una gran carcajada en cuanto le guiñé un ojo y Quentin me aplaudió encantado. Percibí movimiento en la periferia de mi visión y al volverme vi como se empezaban a mover algunas hojas al rebotar en ellas las gotas de lluvia.
—Anda, mira —dije con retintín. Las divertidas y sorprendidas miradas de la Guardia se enfocaron en mí pero la sensación de humedad que llegó a mi cuerpo me distrajo del momento.
—Parece que se acerca una tormenta —dijo Max mientras observaba con atención el horizonte.
Los soles de Neibos se habían escondido tras las oscuras nubes que opacaban el cielo y la luz menguaba a cada minuto que pasaba. No sabía cuál sería el próximo paso ahora que habíamos encontrado a nuestros enemigos y que no teníamos ninguna pista que permitiera que siguiéramos investigando, pero vagar a oscuras por el bosque seguro que no era uno de ellos.
Los soldados se miraron los unos a los otros con complicidad y asintieron antes de empezar a caminar en una dirección que ya conocían, pero mis pies ignoraron la orden que indicaba que debían moverse y me quedé allí parada, observando los cuerpos sin vida que yacían en el suelo.
Las gotas de lluvia se posaban sobre la superficie de los charcos de sangre durante milésimas de segundo antes de desaparecer en ellos, como si estuvieran luchando por no pasar a formar parte de la masa de líquido roja que representaba los actos tan violentos que habían tenido lugar en aquel bosque.
Me estremecí al pensar en las cinco vidas que se habían perdido en tan poco tiempo. Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas por quincuagésima vez en los últimos días y me entraron ganas de abofetearme al sentir el familiar nudo en la garganta y la angustiada sensación en el estómago. No lloraba tanto desde hacía por lo menos diez ciclos de Helios, y a pesar de que se suponía que me había endurecido con mis vivencias, aquellos días me sentía más dominada por mis emociones que nunca.
—Stone —susurró una suave voz a mi lado.
Killian se situó a mi izquierda y me observó detenidamente, esperando a que nuestras miradas se encontraran. Aquello no llegó a ocurrir, sin embargo, porque el breve contacto de nuestros hombros al rozarse fue suficiente para enviar una descarga de sensaciones por mi cuerpo que despejó mi pensamiento y que se vio acompañada por una gran irritación.
—Deberíamos darnos prisa.
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Biquiñoooos ❤️
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