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13. El rastro escarlata

Tras haber descansado durante gran parte de la noche, no tardamos mucho tiempo en cruzar el Templo en Ruinas. Con la moral alta por los éxitos del día anterior y teniendo como motivación el bien de Neibos, logramos alcanzar la Ruta Roja en menos de lo que esperábamos. El camino no era de color rojo como yo había imaginado la primera vez que me había dirigido hacia allí, sino que recibía aquel nombre porque la vía estaba flanqueada por una línea de árboles de copas en tonos escarlata que creaban un contraste perfecto con el resto del bosque. Aquellas especies pertenecían al Clan Rubí y siempre que veía algún árbol o planta propia del clan rojo me preguntaba si sus bosques estarían teñidos de aquellos colores en su totalidad o si, en su lugar, serían similares a los nuestros. Según lo que veían mis ojos, por fin había encontrado una respuesta.

—Aquí hay huellas —anunció Quentin, rompiendo el hilo de mis pensamientos. Max se acercó a él y estudió las marcas que se habían formado en el suelo con interés.

—Son suyas —confirmó con seguridad el Esmeralda.

—O sea que pasaron por aquí, tenías razón —dijo Aidan dirigiéndose a mí antes de guiñarme un ojo con complicidad en la mirada.

—Ni que hubiera descubierto el nögle —gruñó Mónica enfadada haciendo referencia a esa bebida tan importante en la vida de los nei que tenía el poder de restaurar la energía que consumía el uso de la magia.

En vez de prestar atención a los cambios de humor de la soldado decidí invertir mi tiempo en encontrar posibles rastros que indicaran qué dirección habían tomado nuestros enemigos. Después del ataque en la Cueva Encantada no los había vuelto a ver y no tenía ni la menor idea de qué era lo que habían hecho. Incluso estaba empezando a poner en duda que hubiesen corrido tras nosotras.

—Aquí hay sangre —anunció Killian, asombrado ante el descubrimiento. Me acerqué un poco para echar un vistazo, sorprendiéndome la gran cantidad de rojo que vi en el suelo.

—Volvieron por aquí —afirmé con seguridad al comprobar que el rastro abandonaba el camino y se perdía hacia el interior del bosque.

—O no, la sangre es de cuando se adentraron en nuestro territorio, y te equivocaste al asumir que habían tomado esta ruta tras vuestro encuentro en el bosque —sugirió Mónica con desdén. ¿Exactamente cuál era su problema conmigo?

—No tenían heridas a la vista y esta cantidad de sangre es de un corte amplio y profundo. Vestían ropas claras, si las hubieran ocultado bajo la tela habría visto manchas en ellas, y no hemos visto más restos de sangre hasta ahora, así que se tuvieron que desviar aquí —expliqué, empezando a estar cansada de que cuestionara todo lo que hacía y decía.

—Dijiste que le habías clavado un cuchillo a uno de ellos, ¿no? —preguntó Max—. Eso tuvo que hacer que perdiera bastante sangre.

—¿Qué hicisteis después? —preguntó Killian con el ceño fruncido.

—Correr —respondí como si fuera lo más obvio del mundo—. Nos dirigimos al Río Nebuloso y ahí ya sabéis yo que pasó —añadí, recordando el momento en el que nos habíamos conocido.

Algo llamó mi atención tras los soldados y moví la cabeza rápidamente en dirección a la vegetación que nos rodeaba. Había advertido movimiento y mis sentidos se habían puesto en alerta automáticamente. Los soldados también lo habían notado y habían echado mano de sus armas, preparados para atacar en cualquier momento.

Me congelé en el sitio en cuanto vi como se movía una sombra entre las hojas verdes que estaban justo a mi lado, y lentamente reconocí, conforme se acercaba a mí, la forma de un hombre con el que ya me había encontrado en el pasado.

—¡Nos atacan!

Aidan intentó alcanzar su espada pero no tuvo la oportunidad de usarla porque sobre él se abalanzó un hombre que doblaba su tamaño. Mi espalda chocó contra el tronco de un árbol que impidió que siguiera alejándome, permitiendo que viera como se ensanchaba la sonrisa del hombre al que le había clavado el cuchillo en la pierna aquella mañana y que se acercaba a mí con rapidez.

—Volvemos a vernos, preciosa —dijo con voz melosa y amenazante al mismo tiempo.

La corteza del árbol que tenía detrás se me clavó en la espalda al apretarme contra él en un vano intento de alejarme unos milímetros más del hombre que se acercaba a mí con un amenazador cuchillo en sus manos. Detrás de él, la Guardia Aylerix luchaba con todas sus fuerzas contra los cuatro hombres que los estaban atacando. Cada soldado se encargaba de uno de ellos excepto Mónica, que intentaba aplacar los golpes del gigantesco ser que se encontraba encima de Aidan y que impedía que el soldado se defendiera. Abrí mucho los ojos al procesar lo que estaba ocurriendo y eché mano de mi daga, escondiéndola tras mi espalda. Los quejidos y el repiqueteo de las armas al chocar entre sí formaron una amalgama de sonidos que, para mi sorpresa, me ayudó a concentrarme y a analizar los movimientos del hombre que tenía delante de mí.

—Me alegra que nos volvamos a encontrar —dijo con una voz que rezumaba desprecio—. ¡Vas a pagar por lo que me has hecho! —exclamó, corriendo hacia mí de repente.

Su puño derecho golpeó mi abdomen y cuando vi que su cuchillo iba directo hacia mi cabeza, me agaché y me colé entre sus piernas sirviéndome del apoyo del árbol. Me apresuré para coger otro cuchillo antes de que le diera tiempo a reaccionar, y con una inesperada convicción, se lo clavé debajo de la nalga derecha. El hombre gritó profundamente y se dio la vuelta para identificar el origen de su dolor, y yo, aprovechando su confusión, cogí la ballesta que tenía enganchada en su cinturón y le propiné con ella un golpe en la cabeza utilizando toda la adrenalina que corría por mis venas como combustible.

Cuando el hombre cayó al suelo inconsciente, respiré aliviada y me sentí orgullosa de mis habilidades, pero la sensación se esfumó en cuanto recuperé el cuchillo de su bíceps y me di cuenta de lo que tenía que hacer a continuación. Me recorrió un escalofrío al pensar en acabar con su vida y me quedé allí quieta, incapaz de moverme. Una cosa era ser diestra en combate, mayormente porque era más rápida que mis adversarios al ser más pequeña y porque había tenido muchas ocasiones para practicar, pero matar a una persona eran palabras mayores. Nunca en mi vida me había visto en una situación como aquella. Si no lo hacía, el hombre acabaría por despertarse y atacarnos de nuevo, y si hería o mataba a alguno de los soldados por mi culpa no me lo perdonaría nunca, ¿pero quién era yo para acabar con la vida de nadie?

El agudo grito de Killian me sacó de mi trance justo a tiempo para ver como otro hombre del Clan Esmeralda lo agarraba por el cuello y separaba de su cuerpo la espada con la que lo había herido. El arma plateada recubierta por sangre carmesí se movió para alcanzar el ángulo idóneo con el que ejecutar a Killian, y con una lucidez asombrosa, cargué la ballesta que le había robado al hombre que yacía en el suelo y apunté sin ni siquiera pensar en lo que estaba haciendo.

El tiempo pareció detenerse a mi alrededor, haciendo que percibiera los movimientos diez veces más despacio de lo normal. Vi como Quentin intentaba liberarse del agarre de su oponente clavándole en uno de sus brazos un cuchillo, como Mónica había hundido su espada en el hombre que aprisionaba a Aidan, que parecía estar agonizando lentamente, y como Max luchaba contra el otro hombre que había secuestrado a Alis. Cerré los ojos durante un segundo para intentar calmarme y cogí aire antes de encontrar el blanco en la mira de la ballesta, expirando lentamente al presionar el gatillo.

El mundo volvió a su velocidad normal en cuanto la flecha salió disparada y pude ver con espanto como se clavaba en la espalda del hombre que amenazaba con acabar con la vida de Killian. La sangre comenzó a brotar rápidamente de su herida y él se separó unos metros, aturdido. La mirada del jefe del clan se encontró con la mía justo antes de que aprovechara la distancia que los separaba para atravesar al Esmeralda que tenía enfrente con su espada. Jadeé horrorizada al ver como el arma salía por el otro lado de aquel ser humano y me tapé la boca con una mano para ahogar el gemido que se había formado en mi garganta. Mónica gritó con frustración a mi izquierda antes de sacar su espada del pecho del hombre que había atrapado a Aidan, y segundos después, todo se sumió en un profundo silencio. 


¿Qué creeis que va a hacer Moira? ¿Cómo pensais que se siente?

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Biquiñoooos ❤️

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