2.
Desde hace un muy buen rato que la película no es de mi interés, así que como segunda opción tome el móvil y me puse a revisar todo lo que pudiera ser interesante en redes sociales. Los minutos que restan de película pasan volando por la procrastinación, y yo me alegro de ello. Estoy a punto de levantarme para ir a echarme una manita de gato cuando mi teléfono me detiene con su característica vibración de que alguien ha enviado un mensaje, lo reviso sin ganas y me fijo en el número que lo envió, no lo tengo agendado y no me parece conocido, eso ya de por sí es extraño, pero también podría ser una compañía de teléfonos ofreciéndome sus tan maravillosos servicios, sin mucha motivación leo el texto, y lo que era aburrimiento paso a ser confusión y algo de terror, pero solo un poquito.
No corras. Él está jugando.
No llores. Él está observando.
No grites. Él está riendo.
No pierdas la cabeza. Él está matando.
Mi corazón late en mi pecho a un ritmo abrumante. En mi cabeza empiezo a plantear miles de preguntas, cada una se cuela por un segundo para ser sustituida por otra mucho más grave. Pierdo la noción del mundo al sentir que mi mundo gira y gira sin compasión, pero es detenido de forma abrupta cuando me percato de que alguien está observándome... observándonos.
—¿Te sientes bien? —Es Samantha, parece preocupada, ella, hablando en serio, nunca se preocupa por nada, son muy pocas las veces que eso ocurre, y que suceda justo ahora me pone los pelos de punta.
—¿Qué dices? ¡Ah, sí! Estoy bien, es que me enviaron un... —pienso por unos segundos, mi cabeza va a toda velocidad tratando de crear una excusa—... un video de fantasmas, espíritus y esas cosas, nada importante. —Hago un gesto con la mano para restarle importancia y veo que ella vuelve a sonreír.
—Así que te dan miedos los fantasmas... ¡Ya sé cómo despeltalte la siguiente vez! —grita con júbilo.
—Ni se te ocurra. —amenazo marcando las palabras, y, por solo unos segundos, olvidando el mensaje. Ella sonríe aún más y sale corriendo divertida de la habitación. Suelto el aire que estuve reteniendo en mis pulmones y trato de conectar dos ideas para crear un tipo de contexto para el mensaje, pero no se me ocurre nada, estoy bloqueada. Tal vez debería hacer como que nunca recibí el mensaje y eliminarlo... Pero ¿y si me pasara algo? Ese pequeño texto sería crucial para atrapar a mis captores.
«¡Basta ya, Joanne! Debes dejar de ver series de criminales».
Sacudo mi cabeza para despejarme y hacer como que no "escuche" eso dentro de mí, quizá me esté volviendo loca y ese sea el problema.
—Sí, solo fue un error. —Pienso en voz alta, como si eso lograra que todo lo ocurrido desapareciera. Bloqueo el móvil y sigo con lo mío.
Voy al baño, me lavo la cara y me mojo el cabello en el lavamanos por el calor. Termino de arreglarme y me dirijo hacia el cuarto de mi madre para avisarle que saldré con cierto señorito.
Una vez entro en su habitación la veo a ella inclinada frente al armario, abriendo y cerrando cajones. Parándose y agachándose cada dos por tres. Está sacando toda la ropa que no le sirve, creo.
—Voy a salir, vuelvo en un rato.
—¿A quién le pediste permiso para ir? —replica con ese tono tan autoritario que tiene—, ¿a dónde vas y con quién? —En mi cabeza se origina todo un capítulo de CSI en el cual yo soy la culpable y mi madre es la policía mala y preguntona.
—Iré a la heladería con Cole, la de aquí cerca —Trato de sonar lo más tranquila posible, porque si su faceta de policía detecta mi nerviosismo me dará un no rotundo.
—Bien. Diviértete, no apagues tu celular y no te vayas a ningún otro lado sin avisarme.
—¿Ok? —Sin pensarlo dos veces me escabullo fuera del cuarto, tomo mi bolsito y echo mi celular, billetera y llaves. Salgo de casa y cierro la puerta a mis espaldas. Apenas toco el asfalto siento la libertad de poder hacer de todo y a la vez nada, es esa pequeña libertad que todo ciudadano tiene, pero que pocos disfrutan.
Salgo del pasaje en el que vivo y elijo tomar las calles grandes y concurridas. Como de costumbre estas se encuentran a tope, los autos lanzando uno que otro bocinazo a una persona despistada, los peatones metidos en sus problemas con sus teléfonos en mano y uno que otro perro oliendo y orinando todo lo que se queda quieto. Sí, muy normal todo.
Pasan tan solo unos segundos y ya siento que me voy a morir por el calor que hace, está tan fuerte que me llega a sofocar, no puedo creer que, por primera vez, mi madre no me dijera que me sacara este chaleco, ¡siento que me estoy quemando viva!
Mientras continuo mi camino me saco la prenda, quedándome solo con una blusa negra que me llega hasta la altura del ombligo. Y a pesar de haberme sacado el chaleco sigo sintiéndome acalorada.
Razón número uno de porque odio el verano y amo el invierno.
Me detengo en un semáforo, y por esas cosas de la vida a mi cabeza se viene la pregunta de: ¿Qué pasaría si en algún momento ocurriera una catástrofe como en la película "Terremoto: La falla de San Andrés"? De seguro yo sería de los extras que mueren al principio, digamos que soy bastante, por no decir completamente, torpe, cuando me pongo nerviosa solo me dedico a temblar y a poner cara de perrito perdido, y no creo que eso haga que un tsunami o un terremoto se apiade de mí.
El semáforo da verde y yo me dedico a avanzar, pero cuando lo voy a hacer un auto dobla en la esquina a gran velocidad sin detenerse, pasando a unos cuantos centímetros cerca de mí, me quedo algo aturdida en mi lugar por el acto, miro en dirección en la que el vehículo desapareció para tratar de volver avanzar, pero ahora es la policía la que me detiene, haciendo lo mismo que el loco anterior. ¿Es que acaso alguien en verdad quiere matarme y no me he enterado? Eso es muy cruel y para nada ético.
La gente a mi alrededor mira la persecución por unos segundos, pero ya pasada cruzan la calle como si nada, y por supuesto yo los sigo, no quiero que un auto venga y me arrolle como si mi vida no valiera nada, aún tengo mucha Nutella y sueños que recuperar.
Saco el móvil para revisar si hay alguna notificación nueva. Nada. Levanto mi mirada y, con el corazón en la boca, me doy cuenta de que no hay nadie a mi alrededor; ningún auto; ninguna persona; ningún animal; nada.
—¡¿Pero qué mier...?! —Intento exclamar, pero no logro completar la oración, ¿la razón? Un sujeto de apariencia extraña que se está acercando a gran velocidad hacia mí, todos mis sentidos se ponen a alerta y comienzo a correr en dirección contraria. El pavor de que me suceda algo es real, las piernas me tiemblan y el corazón retumba en mis oídos. Las ganas de llorar son tan abruptas como mi caída. Miro hacia atrás y veo que al sujeto no le falta menos de un metro para alcanzarme, pruebo con levantarme, pero antes de lograrlo siento una mano en mi cuello, el aire queda estancado en mis pulmones y las ganas de defenderme me atacan, pero estoy paralizada, por más que intento moverme no puedo.
Miro hacia arriba y me fijo en el sol, un grito quiere salir de mi garganta, pero queda atrapado por la mano que se desquita con mi cuello. El sol parece un eclipse de sangre, grandes gotas de ese líquido rojo resbalan de su cuerpo para caer unos metros más allá, mostrándome lo real de la situación. Pero eso no es lo peor de todo, lo peor es que ese cuerpo tiene cara... y me guiña un ojo como si todo lo que ocurriera fuera lo más normal del mundo.
—¡Todos ustedes sois unos pecadores de mierda, limpiaos antes de que el mal os lleve al infierno, HIJOS DE PUTA! —grita alguien a mi espalda. Quiero girar la cabeza y mirar de donde provino, pero no puedo.
Mis brazos, casi por un acto de Dios, parecen recobrar su movilidad, la adrenalina corre por mi cuerpo como una condenada, trato de levantarme, pero las piernas me fallan, apenas puedo continuar con los ojos abiertos, tengo el impulso de decir "por favor... Déjeme ir, se lo suplico", pero de mi boca solo salen balbuceos sin sentido.
El moribundo olor a descomposición y rosas se esparce por el aire como veneno, haciendo que un muy mal recuerdo atraviese mi mente. Mis oídos zumban, mi visión tiembla, mi boca se abre y cierra buscando oxígeno.
Sacudo como loca mis brazos hasta llegar a tocar al delincuente, pero no logro hacer mayor cosa, pues el atacante comienza a presionar con mucha más fuerza, siento como la vida se va de mi cuerpo, lágrimas de dolor y ansiedad salen de mis ojos. Mi cabeza explotará en cualquier momento si sigo así, y no será un espectáculo muy lindo de ver.
«Llámame si estas en peligro», la voz de mi madre aparece en mi cabeza como una salvadora, sé que tengo las de perder con el móvil, pero debo intentarlo. No quiero morir, y si llega a suceder no quiero que sea así, le tengo pavor a la muerte, y a todo lo relacionado con ella.
Mis manos se desplazan hacia el bolso que traigo conmigo y saco el móvil con rapidez. Intento encenderlo, pero solo me aparece la estúpida imagen de que falta batería.
Suelto el teléfono, el aparato cae con un sonido abrupto y duro al suelo. Dejo de forcejear y me rindo a seguir luchando, ya no hay nada más que pueda hacer.
Si este horrible ser quería dinero, lo hubiese podido conseguir, si hubiera querido algo más, podría haber intentado dárselo, pero no, quiere mi vida, lo más valioso que tengo y la cual no le daría a nadie... Y es ahí cuando el sujeto se compadece y me suelta, caigo de lado sobre el asfalto tosiendo y tratando de recuperar el poco oxígeno que logra pasar por mi inflamado cuello, siento que toda la zona afectada arde como si hubiese estado en contacto con fuego.
En un acto de valentía y cobardía le doy la cara al delincuente. Pero solo hay polvo en forma de humano. Mi cuerpo se mueve con recelo hacia atrás, quiero correr, quiero gritar, pero por alguna razón sé que si lo hago ocurrirá algo peor. Muchísimo peor.
—Aléjate de él, o lo pagarás muy caro... —anuncia el aire con voz grave y malévola. Me estremezco en mi lugar y cierro mis ojos con miedo, pero se abren casi al segundo, no quiero estar en la oscuridad... No de nuevo.
Me llevo una sorpresa cuando todo a mi alrededor parece normal, las personas y animales han salido de su escondite para volver a transitar las calles como si nada hubiera pasado. Me levanto del suelo y recojo mis cosas en el proceso. Toso e intento de calmar mi respiración. La sensación de que me voy a desmayar la tengo presente todo el camino a la heladería. Mi cuerpo se siente débil, como si no hubiera comido ni bebido nada por días.
Acelero mi paso para llegar rápido donde Cole, él es el único que me puede ofrecer seguridad ahora mismo. Mi respiración va cada vez más acelerada mientras descubro que corro con el cuerpo tambaleándose de lado a lado. Una que otra persona a mi alrededor me mira con reproche, deben pensar que voy drogada. Pero no me importa, solo me siento atrapada en un remolino de emociones y pensamientos.
¿Acaso todo eso fue producto de mi imaginación? ¿En serio nada de eso ocurrió? Solo espero no estar volviéndome loca, porque de ser así soy un peligro para la sociedad y para mí misma.
«Solo ten calma, todo pasará pronto», musita una voz en mi cerebro, aquella vocecita no parece ser la mía, sino la de alguien más, esto porque aquella voz suena más ligera y tranquilizadora, como la de un ángel.
«Que todo fluya que nada influya».
Vaya mantra de mierda es ese.
Ya solo me queda cruzar una última calle para llegar al lugar y encontrarme con la persona que más confianza tengo. Atravieso la calle corriendo sin siquiera fijarme en el semáforo, a lo lejos diviso una figura masculina de apariencia muy conocida para mí. Una sonrisa se escapa de mis tensos labios al ver aquella frondosa cabellera que he visto tantas veces. Sin pensarlo dos veces corro hacia él y lo abrazo por detrás mientras lloro de alivio y de que al fin puedo sentirme un poco más segura. Por un momento una expresión de horror se dibuja en la cara de mi amigo, lo he tomado por sorpresa, pobrecito... Lleva sus manos hasta mis brazos para confirmar si soy yo o alguien más. El chico pierde la tensión del cuerpo en el momento que descubre que soy yo.
—¡Carajo, Johnny! —exclama él—. Me has dado el susto del año, ¡pequeña sanguijuela! —Mientras dice esto, empieza a reír, y vuelve a recuperar el color que se había esfumado de su tez blanca. Hace un intento por agarrarme, y yo le dejo, me estruja entre sus brazos y su perfume llena mis pulmones. Olor a casa. Olor a seguridad.
Esto me tranquiliza un poco, gracias a Dios. Me separo de él y veo que me sonríe, pero su sonrisa se esfuma cuando me ve la cara y el cuello.
—¿Qué te ocurrió? —Su voz, antes divertida, ahora está plagada de preocupación.
—Si te cuento no me lo creerás —Esbozo una sonrisa triste y siento como mi corazón se oprime dentro de mi pecho.
—No digas eso. Tienes mi atención.
—Lo que pasa es... —Le explico todo con lujo de detalles, lo de Samantha, el mensaje, la alucinación. Le muestro mi cuello a modo de evidencia y su cara se vuelve todavía más seria y blanca a tiempos iguales.
—Joder. Esto es bastante serio. Mira esas marcas... es como si te hubieran arañado un puma.
—¿Tan mal se ve? —cuestiono con pánico.
—Bastante, creo que no todo fue una simple alucinación... ¿Quieres que vayamos a tu casa?
—La verdad es que sí, quizá mi madre sepa que hacer, en el peor de los casos no conseguimos nada y podemos hacer como que esto no ocurrió. Aunque dudo que me sea fácil sacarme esto de la cabeza.
—Vamos, pero primero pediré nuestros helados para llevar y así te tranquilizas un poco.
—Vale.
Cole se levanta, se acerca a la cajera, paga por nuestros helados y espera su turno. Su cuerpo denota nerviosismo, pasa de un pie al otro el peso de su cuerpo. Y eso me preocupa un poco más de lo que me gustaría admitir.
Mientras lo miro una fuerte punzada ataca mi cabeza, dejo mi bolso sobre la mesa y me llevo las manos hasta esta, el dolor se expande por toda ella como si estuviera teniendo una migraña muy fuerte.
—¿Estás bien, Johnny? —pregunta Cole con rapidez, lo miro de reojo y veo que trae los helados consigo, su imagen se deforma y vuelve a la normalidad al mismo tiempo.
—Sí... es solo que... —No termino la frase, pues de repente siento que todo es irreal, siento que ya no soy dueña de mi cuerpo, siento que floto entre un montón de cosas que me pinchan, ahorcan y muerden.
«No te acerques a él, te lo estoy advirtiendo, pequeña».
La duda y el pavor corren por mi cuerpo como si fueran mi sangre, las manos me tiemblan, la cabeza me palpita y arcadas me atacan de forma inesperada. El vómito no llega. El brazo de Cole se posa sobre mis hombros a modo de consuelo.
Siento mi móvil vibrar, y a duras penas lo saco del bolso. Mis ojos borrosos apenas me dejan ver lo que dice, pero una vez logro entornarlos leo:
«3 Llamada perdida de: Mami».
¿Cómo es que no lo sentí antes? Es raro. Una nueva llamada de ella entra y presiono el botón verde, la llamada se descuelga y descubro a mi madre histérica al otro lado de la línea. Antes de que pueda decir una palabra ella me grita con fiereza y preocupación:
—¡VEN INMEDIATAMENTE A CASA!
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