Capítulo 8.
-Olivia, no me puedo creer que vayamos a pasar nuestras primeras Navidades solas.
-Lo sé Vic, - dijo Olivia tristemente – pero ya sabes que es lo que nos toca y que tenemos que darle gracias al Señor por habernos dado esta segunda oportunidad.
Olivia, una muchacha de 17 años que recientemente había perdido a sus padres, los señores Blinked, sabía que para su hermana pequeña, de 12 años, había sido una gran pérdida. Era la víspera de Navidad y las niñas tristemente habían decorado la casita a las afueras de Madrid. Habían vivido toda su vida ahí y no podían siquiera pensar la idea de abandonar todos esos recuerdos, buenos y malos que habían pasado en compañía de sus padres asesinados y desaparecidos el día diez de Diciembre, día en el que unos encapuchados, dos para ser exactos, habían entrado y disparado tres veces a cada uno de los miembros de la familia aunque milagrosamente, rebotaron sobre Victoria y Olivia sin causarles ningún daño.
En esos momentos, estaban sentadas una al lado de la otra, tapadas con una manta de hacía por lo menos 40 años y al lado de la chimenea donde lucía un fuego triste intentando calentar la pequeña cabaña y dar alegría ese día. Olivia fingía estar contenta (o eso creía ella), pero la pequeña Victoria veía perfectamente que los ojos de su hermana, siempre saltones y llenos de alegría ahora estaban llenos de tristeza. Una idea llegó a su cabeza. La rechazó pero era tan tentadora que pensó perfectamente que su hermana la entendería.
-Eh, Olivia, - dijo acobardada Victoria – se me ha ocurrido... Que quizás...
-¿Sí?
-Pues...
-Victoria, si me quieres decir algo, haz el favor de hacerlo.
-Vale, que... Que quiero salir de aquí. Me recuerda todo a los papás y -entre sollozos continuó-, ¡estoy harta, todo esto es muy triste y no me gusta nada! ¡Quiero irme!
Indignada por lo que había oído, Olivia se levantó y cogió por los hombros a su hermana. Zarandeándola y gritándole, le dijo: "Escúchame bien: no nos vamos a ir nunca de esta casa y jamás pienses nunca más en volver a repetirme esto".
Finalmente, Victoria comenzó a llorar y a Olivia se le ablandó el corazón por lo que cogió a su hermana y sentándose en la mecedora comenzó a acunar a su hermana pequeña. A pesar de tener diecisiete años y llevarse cinco años con su hermanita, la quería más que a nada en el mundo. Le hablaba cariñosamente y empezó a acariciarle el pelo suavemente, tanto que Victoria terminó por dormirse profundamente en brazos de la chica. Así permanecieron durante toda la noche, noche en la que Olivia no pudo dormir pensando y en la que su hermana se tranquilizó mucho.
La mañana llegó y la pequeña se había despertado. Seguían sentadas como la noche anterior y Victoria le preguntó a su hermana por qué la cuidaba tanto como su madre.
-Pues porque eres mi hermana y...
-¿Y qué, que tienes que cuidarme por obligación?
-No. Porque te quiero.
-¿De verdad?
-Sí.
-¿Por qué?
-De verdad Victoria, te quiero más que a mi vida.
-Lo que tu digas.
Tras esa pequeña conversación, Victoria se quedó más tranquila pero a Olivia le preocupaba mucho la pregunta de su hermana. Unos cuantos minutos después, Victoria descubrió el pelo de su hermana sobre los hombros. La muchacha se había dormido, tras la mala noche que había pasado.
Estaba a punto de acabar el año. Era Nochevieja. Las muchachas estaban algo tristes pues el año había acabado. Aquella noche, a eso de las diez de la noche se comieron unas cuantas uvas que habían cosechado ellas mismas de los pequeños huertos que habían heredado de sus padres. Estaban muy buenas. Hicieron una ligera celebración en la que recordaron los mejores momentos que habían pasado juntas, con sus padres. Y también los malos. En aquel momento, decidieron dormir ya que había un gran silencio, uno muy duro, muy tenso. Se hubiera podido cortar con un cuchillo.
La noche fue muy rara. A Olivia le costó más conciliar el sueño que a su hermana, la cual dormía como un lirón. Nada ni nadie hubiera podido despertarla, no como la mayor. Tenía un sueño muy ligero.
En el exterior, se había desatado una gran tormenta. Caían muchísimos rayos, truenos y agua. Sobre todo agua. En unos cuantos minutos, el granizo comenzó a romper el suelo al caer. En cada destello, Olivia no podía evitar pensar en los árboles que quemaba. De pronto, cuando estaba a punto de dormirse, descubrió un ligero olor a chamusquina. Se levantó rápidamente de la cama y se acercó, guiándose por la luz de una pequeña vela de aceite. Se adentró en la oscuridad de la casa. A través de la puerta, descubrió un ligero resplandor, fuego.
-No, no, no – pensó-. No es posible.
Se levantó y se acercó con rapidez a la cama de su hermana. Se puso a zarandearla, cariñosamente pero con brusquedad. La pequeña se despertó y miró alarmada a su hermana.
-¿Qué pasa?
-Que se está quemando la casa. Sé que estás muy dormida pero necesito que te levantes, que cojas la comida, tus cosas y que saltes por la ventana ya que por la puerta va a ser imposible salir.
-Vale.
-Yo cogeré las cosas de valor por si hubiera que venderlas.
Apenas cinco minutos después, estaban a punto de salir de su casa. Aquella casa en la que habían pasado tantos buenos ratos. Victoria ya se había asomado a la ventana.
-¿Vienes?
Olivia se había fijado en un cuadro, uno muy importante para ellas. Era una foto en la que estaban ellas y sus padres, hace seis años, cuando se mudaron de casa. Se la metió en la bolsa y contestó a su hermana.
-Sí, sí, ya voy. Salta. No hay tiempo.
-Voy, date prisa.
-Cuidado.
Victoria cogió aire profundamente y sin mirar al suelo, saltó. Un gemido se escapó de sus labios. Lo último que vio, fue a su hermana saltando por la ventana en el último momento y a su casa ardiendo.
-¡Victoria! ¿Me puedes oír? Contesta por favor...
-¿Qué, qué ha pasado?
-Qué susto me has dado. La casa ha ardido. Debemos buscar otro sitio para dormir, no nos podemos quedar aquí.
-De acuerdo.
-Creo que si vamos hacia el pueblo, igual hay alguna casa donde nos podamos alojar.
-Vayámonos ya, hace mucho calor.
Olivia sabía perfectamente que eso no era otra cosa que una excusa para irse de aquel lugar.
-Sí, vayámonos.
-Ana por favor, ve a cerrar la ventana que viene mucho aire.
-Como quieras. Ya voy.
Una muchacha de unos quince años, con unos hermosos ojos de color miel, el pelo largo recogido en una larga coleta y con un bonito vestido verde, se acercó a la ventana. Cerró los ojos y respiró el aire con suavidad, como era su costumbre. De repente, un olor llegó a su respingona nariz. Abrió los ojos con bastante brusquedad.
-Papá, por favor, acércate. Hay un incendio en aquella cabaña.
-Ya voy. José, hazme el favor de venir conmigo. Lucía, tú te quedarás con tu madre y con tu hermana.
-Pero...
-Ni pero ni nada. No vas a ningún sitio que ya nos conocemos. Venga, vamos a apagar el fuego. Además, tu hermano es mayor de edad y me es de más ayuda.
-Adiós, cuidaos.
-No te preocupes Felicia, nos cuidaremos.
Un incómodo silencio ocupó la habitación.
-¿No creéis que tardan mucho?
-Por favor Lucía, para ya. Solamente llevan fuera dos minutos y ya nos estás volviendo locas.
-Vale, vale.
Apenas unos instantes después, José y Tomás entraron en la sala. Estaban recubiertos de hollín y agotados. Felicia se encargó de darles agua y les preguntó, algo preocupada por la gente de aquella casa.
-No, no había nadie cuando llegamos. Esperamos que no estuvieran dentro. Ha sido un gran incendio.
-Y que lo digas. Yo creo que ha sido provocado...
-Ya vale. Esas cosas no se dicen, ni siquiera se deben pensar. ¿De acuerdo José?
-Vale vale.
-Bueno, deberíais descansar. ¿Os queréis ir ya a la cama? Nos podemos encargar entre Lucía y yo de recoger la mesa.
-¡Pero!...
-Sin rechistar, ¿eh?
-Bueno, yo creo que nos quedamos un poco más.
-Vale, lo que vosotros queráis.
Apenas unas pocas horas después, cuando se iban a acostar, unos golpes les despertaron. Ana abrió la puerta algo cansada y se sorprendió al ver a dos muchachas en la puerta, empapadas como si llevaran varias horas paseando bajo la lluvia, cosa bastante acertada.
-¿Hola? -preguntó Olivia algo tímida- ¿Podemos pasar?
-Ehh -movió la cabeza hacia los lados para intentar despejarse-. Sí, claro que podéis pasar.
Les indicó donde estaba la entrada y en qué lugar podían tomar asiento. Las muchachas lo tomaron con mucho gusto y, apenas unos instantes después, apareció el resto de la familia.
Sin apenas darles tiempo a presentarse, el padre, muy contento comenzó una conversación.
-¿Sois las hijas del pastor, verdad? Nos dijo que vendríais pronto para visitarlo, es que, desde que se ha quedado sin apenas rebaño, está muy solo y, nos ha pedido que hasta que pueda pasarse por aquí para recogeros, os cuidemos. Pensábamos que ibais a venir mañana por la mañana pero...
-Papá, creo que las estás aturdiendo. Soy Ana. Dormiremos las cuatro en la misma habitación. Si tenéis sueño, podemos irnos ya.
-No, todavía no tenemos sueño. Si no es una molestia, nos quedaremos un poco más.
De pronto, José perdió la vergüenza y habló del incendio.
-Ha habido un gran incendio. ¿Lo habéis visto?
-Sí, ha sido en esa pequeña cabaña del bosque ¿no?
-Sí.
-Oye, ¿sabéis que las que vivían en esa casucha son descendientes de una duquesa?
-¡¿Qué?!
-Se que parece increíble y si queréis y escucháis, os contaré la historia.
-Vale, pero de prisa.
-Bueno, cuenta la leyenda, que hace unas tres generaciones, hace cien años, una importante duquesa gobernaba junto a su marido. Era muy rica pero aun así, no era feliz del todo. Dicen también que era una medio maga, medio bruja. Estaba intentando encontrar una poción mágica que le permitiera la vida eterna. En las pruebas, su marido murió ya que, si lo probaba ella y no funcionaba, nadie seguiría con su idea. Cuentan que murió mucho antes de haber dado con la fórmula pero que unos hijos cayeron del cielo y tomaron su patrimonio. Parece ser que eran los abuelos de las muchachas que se "incendiaron" con la casa aunque no se haya encontrado ningún cuerpo.
-Uau.
-Sí, es lo que dicen pero como no hay pruebas... -se quedó pensativo un rato -Vamos a dormir-. Ya es muy tarde. Chicas, dormiréis las cuatro juntas.
-De acuerdo, pero antes, nos gustaría poder lavarnos un poco la cara.
-Anda Lucía, acompáñalas y vuelve pronto que tenemos que prepararles las camas.
-Buf... Vale, ya voy. Seguidme.
Ya solas en el lavadero, se miraron y, como era de esperar, se empezaron a reír.
-Olivia, si nos descubren nos cae una gorda.
-Ya lo sé Vic, si es que ni siquiera sabemos cómo nos llamamos.
-Yo creo que uno o dos días nos podemos quedar, no creo que nos vaya a pasar nada.
-Vale. Será mejor que volvamos o si no, nos dirán algo.
-Perfecto, no sabes el sueño que tengo.
Fue una noche muy tranquila, y durmieron calentitas y sin apenas preocupaciones.
A la mañana siguiente, una mano cálida las despertó. Era Ana. Con mucha delicadeza, les pidió que se incorporarán y la escucharan atentamente.
-Tengo que daros una mala noticia. Vuestro padre ha muerto con tres balazos, uno en la cabeza y los otros dos en el pecho. Lo siento mucho. Lo ha encontrado el alcalde hace apenas unas horas.
-Vaya, eso si que no me lo esperaba -murmuró Victoria.
Unos escalofríos recorrieron las columnas vertebrales de ambas muchachas, unas muchachas que, apenas dos meses antes, habían perdido a sus padres, no habían encontrado sus cuerpos, habían quedado huérfanas de la noche a la mañana y, sin apenas poder asimilarlo, se habían quedado también sin su casa.
Olivia, viendo lo delicada que era la situación, para que no las pillaran, comenzó a llorar y su hermana siguió su ejemplo. Ana salió apresuradamente de la habitación y acudió a la cocina, donde su familia la estaba esperando.
-¿Qué tal ha ido? -preguntó la madre preocupada.
-Bueno, se lo han tomado un poco mal. Creo que es mejor darles un tiempo para que acepten la noticia.
-Vale. Yo soy de la opinión de que, aunque ya no sea nuestra obligación cuidarlas, debemos cuidarlas durante una o dos semanas más.
-Uff, espero que Ana me ayude a cocinar porque no pienso hacer comida para seis.
-Ya vale Lucía. Cocinarás y punto.
-Pero...
-Ni pero ni pera. Hay que cuidarlas y lo vamos a hacer...
-¡Shh!
De pronto, las niñas se asomaron a la puerta. Pidieron el desayuno y, la familia se los proporcionaron.
El día pasó rápido y, al estar casi todo el tiempo solas, no tuvieron apenas que disimular. Como era de esperar, estaban preocupadas, ya que, según los antecedentes, los dos hombres encapuchados seguían sueltos.
Por la noche, la familia decidió que solamente durmiera Ana con ellas por lo que, Lucía se trasladó aquella noche a la habitación de su hermano.
A las dos de la mañana, unos movimientos despertaron a Ana. Victoria y Olivia no paraban de moverse. Decidió que era mejor dejarlas. Instantes después, volvía a dormir profundamente.
Una hora después, nueve disparos rompieron el hermoso silencio de la noche. Lucía entró corriendo al cuarto de las otras. Iba llorando.
Estaba muy nerviosa, les costó mucho calmarla.
-¿Qué ha pasado? ¿Qué ha sido ese ruido?
-Han disparado... Están muertos.
Un incómodo silencio inundó la habitación. Se abrazaron las cuatro. Ese momento sin palabras, forjó más que una amistad, forjó una alianza, una que jamás se rompería.
En aquel momento, se hicieron más fuertes. Sabían que iban a poder con todo, sus pensamientos se cruzaron y, tras unos instantes, se separaron.
Rápidamente, Olivia y Victoria se decidieron a decir la verdad.
-No somos las hijas del pastor, somos las descendientes de la duquesa.
-Victoria tiene razón. Estábamos muy asustadas. Sentimos habernos aprovechado de vosotras.
Con un rápido giro de cabeza, Ana las miró. No hicieron falta palabras. Se disculparon rápidamente. Lo mismo pasó con Lucía.
Pasaron a la acción. En un diario, recopilaron los datos que hasta el momento tenían.
>>Son dos encapuchados. Van siempre vestidos de negro, uno es más alto que el otro. Cometen los crímenes de noche, cuando todo está oscuro. Disparan tres veces, una en la cabeza y dos en el pecho. No dejan ningún rastro. Al parecer, van a por los adultos.
-Bueno, algo es algo.
-Oye, me parece que el pastor tiene otra hija. Me suena que se llama Julia. Vamos a buscarla, igual se quiere unir a nuestra causa.
-Buena idea Ana, pero, ¿sabéis dónde vive? -inquirió la pequeña Victoria. Esos días habían quecho que madurase mucho.
-Sí, hemos ido algunas veces pero nunca la hemos visto. Suele estar fuera de la casa pero, con la muerte de su padre, ha decidido quedarse, al menos una temporada. Además, éramos grandes amigos de sus padres por lo que, creo que nos admitirá.
-De acuerdo. ¿Cuánto creéis que vamos a tardar en llegar?
-Apenas un día. Será mejor que cojamos provisiones.
-Vale. Lucía, coge frutas. Olivia, recoge el diario y cosas que nos puedan interesar; Victoria, en aquella cesta, mete alimentos ya que volveremos y yo, voy a recoger algunas cosas. Creo que lo mejor es que a partir de ahora tengamos un centro de operaciones.
-Gran idea pero... ¿dónde?
-Puede ser en una montaña. Íbamos a veces, sobre todo, cuando éramos pequeñas. Nuestros padres nos llevaban y pasábamos algunas tardes. Allí estaremos seguras.
-¡Qué buena idea Ana! Necesitaremos madera para hacer una cabaña pero, como hay árboles, no va a ser un problema. Yo cogeré también las hachas.
-¿Qué os parece si cogemos semillas para plantar árboles?, ya que, si nos quedamos una larga temporada, necesitaremos frutas.
-Yo las cojo Olivia.
Cinco minutos más tarde, estaban preparadas para salir en busca de aquella muchacha misteriosa, la hija del pastor. Cruzaron el pueblo muy contentas, muy seguras de ellas mismas. Se protegían entre ellas y, por eso mismo, ningún mal las detendría. Apenas si se detuvieron a comer. Eso fue la causa de que, horas antes de lo previsto, visualizarán una hermosa granja decorada con pinturas, un pequeño establo y a una muchacha de catorce años sentada en una mecedora y tejiendo una manta de lana. Tenía el pelo recogido en un moño que parecía el reflejo del sol cuando le daba la luz.
Algo tímida, Victoria llamó a la puerta. La muchacha se levantó dejando su labor a un lado y, con mucha delicadeza abrió la puerta. Se asomó a la verja y las invitó a entrar.
-¿Por qué habéis venido hasta aquí?
-Porque... -comenzó Victoria indecisa- sabemos que lo estás pasando muy mal.
-Sí. Se han cometido muchos crímenes como el de tu padre. Sin ir más lejos, mis padres y los padres de Victoria y Olivia -continuó Lucía.
-Por eso mismo, hemos decidido que vamos a acabar con esas personas que están destrozando tantas familias y, además, queremos acabar con todo este sufrimiento -continuó su hermana.
-¿Me estáis pidiendo que vaya con vosotras a detener a un asesino en serie? -Preguntó irónicamente-. No, gracias.
-Todas queremos que se haga justicia porque, si no, el mundo nunca va a ser un lugar seguro. Te necesitamos. Cuantos más seamos, será más seguro. Bueno, ¿te apuntas?
-Uff, estoy entre la espada y la pared -meditó largo rato y, finalmente, se decidió a dar una respuesta-. Sí, vale. Lo único que os pido es que nos quedemos un poco en la casa para organizar todo.
-Sin problema. No podemos ir a ningún otro sitio así que...
Entraron todas en la casa. Era más bonita por dentro que por fuera. Estaba decorada con muy buen gusto y, la verdad, a todas les encantó la gran habitación de invitados por lo que decidieron que dormirían ahí. Tras establecerse, fueron al salón.
-La cena estaba buenísima.
-Muchas gracias Olivia -dijo Julia sonrojándose.
-Oye, ¿no creéis que habría que ir pensando algo?
-¿Decís que actúa por esta zona de momento?
-Sí, parece ser que a mayores porque a ninguna de nosotras nos ha atacado.
-No exactamente, a Vic y a mí nos atacó pero las balas rebotaron sobre nosotras.
-Es cierto.
-Vaya. Hipótesis descartada. ¿Conocéis a alguien más a quien haya matado?
-Cuando vino el cura, me dijo que habían aparecido algunos cadáveres, de gente del pueblo pero que había desaparecido hace muchísimos años. Hay que ubicarlos en un mapa o algo porque si no, corremos el riesgo de no asociarlos con nada.
-Vale. Yo dibujo. Siempre que alguien me diga lo que tengo que dibujar.
-Sin problema Ana, me sé el pueblo de memoria.
-¿Me pasáis una hoja?
-Sí, claro.
-Preparada.
-Vale. El pueblo tiene forma ovalada. Más ancho por los extremos de arriba, aunque no mucho. En el centro, está la gran iglesia. Ocupa más o menos un quinto del pueblo. En la esquina superior derecha, hay una colina, con una cabaña.
-Esa cabaña son ya cenizas, dibújala si quieres pero no te esfuerces mucho -dijo secamente Olivia.
-Bueno, en la esquina inferior izquierda hay unas tres montañas que forman una especie de eme. Según me dijo mi padre, ahí hay mucho pasto, por lo que en verano, las hojas prefieren estar ahí. Creo que también hay cuevas, pero no sé dónde exactamente. Sé de su existencia porque, cuando llovía, mi padre no volvía en todo el día, y si no había ningún lugar donde ocultarse, hubiera llegado empapado, en el caso de que lo hubiera conseguido. Al otro lado, en la esquina izquierda, están los campos de cultivo. Si no recuerdo mal, son cuatro. De cereales, de vid, y también de trigo. Ahí, en el primero apareció un cadáver.
Llegados a ese punto, paró para darle tiempo a su amiga a dibujar.
-Supongo que pertenece al dueño del mismo -continuó-. En la otra esquina, está el mercadillo. Ahí es donde se intercambian los productos. En verano, está precioso, rodeado de flores. Alrededor de la iglesia están las casas. Son más o menos unas cien, pero el ayuntamiento también lo tienes que poner. Hay un descampado en el lado derecho. Ahí aparecieron otros dos. Creo que ya está, aunque faltan las coordenadas, lo que quiere decir que, con una brújula no nos ubicaremos.
Esperaron un rato, hasta que la chica ya hubo dibujado los últimos detalles. Pidió unos cuantos colores, y con uno rojo, dibujó equis en los lugares en los que habían aparecido los cuerpos. Apenas unos minutos después, algunas ya habían perdido la paciencia.
-¿Está ya?
-Casi, por favor, tened paciencia, que es la madre de todas las ciencias.
-Ja, ja, ja, que graciosa -comentaron.
Como la chica les había pedido silencio, lograron callarse durante unos minutos, y más tarde, llegó la buena noticia.
-Lo tengo.
El resultado final fue maravilloso.
-Uau.
Era un mapa muy bonito, y tenía absolutamente todos los detalles que su compañera había nombrado. Igual no era el más acertado, pero era el único que tenían y con el que tendrían que aprender a localizarse. Supusieron también que, si encontraban otro entre algunos papeles, no dudarían en utilizarlo. Era muy poco probable, pero siempre existía la posibilidad.
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