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Capítulo 5.

-Chichos, os tengo que contar una cosa muy importante para mí y más personas, que se ven implicadas.

-Miedo me da -comentó Fabián mientras se reía.

-No te rías Fabián -lo riñó Tomás -, es sobre Ana.

-Pues sí que es fuerte -completó Laurie.

-Pues soy su padre, yo soy el desaparecido Sr. Halson. Thomas Halson. Ana es mi hija biológica, además de la adoptiva. Mi mujer no está muerta tampoco. Felicia sigue viva, y está en Francia. No se lo he dicho a la chica porque no quiero que me dé la espalda, pero tal vez no me vuelva a hablar si se entera -llegados a ese punto, hundió el rostro entre sus manos-, tengo miedo.

-No me extraña -añadió un asombrado Laurie.

-¿Y qué hago, se lo digo, no se lo digo?

-Se lo diremos -propuso Fabián-, pero mañana.

Ana se había levantado de la cama, porque tenía mucha sed, y por eso mismo oyó toda la conversación. Apoyada como estaba en la pared, podía notar su corazón latiendo. Sin poder aguantar más, se derrumbó en el suelo.

-¡¿Qué ha sido eso?!

Fabián se levantó corriendo, cruzó toda la sala y se encaminó al pasillo. Vio a Ana tendida en el suelo y, al cogerla, notó su delicado corazón desbocado.

-Fabián, ¿qué ha sido?

-Nada, un libro, que se ha caído. Ahora lo coloco. No sé si os importará, pero preferiría irme ya a la cama.

-Vale, sin problema.

Acostó de nuevo a la chica en la cama y la tapó suavemente con las sábanas.

-¿Lo has escuchado todo? -preguntó delicadamente.

-Sí.

-Estábamos pensando cómo decírtelo, pero ahora ya poco importa. Descansa, mañana hablaremos.

-Fabián.

-¿Sí?

-Quédate conmigo esta noche, por favor.

-De acuerdo.

Ana giró la cabeza para mirar a los ojos del muchacho. Saltaron chispas entre ellos. Fabián sin poder soportar la tensión se colocó sobre sus labios.

-Tomás, también estoy cansado. Voy a acostarme.

-De acuerdo Laurie. Me quedaré un rato más.

Laurie se levantó del sillón y una corazonada lo llevó directamente a la habitación de Ana. Desde la puerta, pudo ver a Fabián sobre Ana. No pudo aguantarlo, por lo que se fue corriendo, llegó al campo y ahí se sentó. Pensó repetidamente en que Ana no era suya, que tenía el mismo derecho de estar con Fabián, pero aun así no podía quitarse la imagen de la cabeza. Se durmió sobre la húmeda hierba, a causa del rocío de la mañana.


Ana se despertó bruscamente esa mañana. Notó la mano de Fabián sobre su brazo, y sonrió levemente al recordar los sucesos de la noche anterior. Se incorporó lentamente y vio a Fabián. Estaba dormido, con la cabeza apoyada en su brazo izquierdo, el derecho que anteriormente se hallaba en el brazo de Ana, colgaba ahora alrededor de la cama. Llevaba el pelo despeinado. La chica sufrió al ver que estaba sentado en la silla. Su espalda no podía estar en buenas condiciones. El chico se desperezó con lentitud. Miró a Ana, y sonrió al igual que ella.

-Buenos días bello durmiente.

-Ja, ja, ja -rió irónicamente Fabián-, que sepas que la silla es demasiado incómoda. Podrías haberme dejado un hueco en tu cama, ¿no crees?

-Cállate tonto -respondió Ana tirándole la almohada.

-¿Perdona?

-Te perdono.

-Vayamos a desayunar, nos estarán esperando.

-Por que esperen unos minutos más, no les pasará nada.

-Laurie, ¿qué te pasa?

-Nada Tomás, no me pasa nada, es tan solo que estoy decepcionado.

-Espero que no sea nada grave.

-Yo también. No se preocupe, que se me pasará rápido.

-Tardan mucho en venir, ¿no te parece?

-Sí -contestó Laurie secamente zanjando la conversación.

Minutos más tarde, aparecieron Fabián y Ana repentinamente. Se sentaron en sus correspondientes sitios en la mesa, como solían hacer habitualmente. Laurie no les habló. Se levantó rápidamente de su asiento y salió como todos los días a cumplir con sus tareas.

Llevaba demasiado tiempo solo, y comenzó a echar en falta la compañía de Ana. Aunque pareciese mentira, la chica había sido su única amiga desde la infancia. Había sido muy duro con ella, no tenía por qué ser sólo suya, su hermano tenía el mismo derecho que él a quererla. Se sentía mal por no haberle dicho a la muchacha la verdad. Tal vez ahora estaría con él, o quizás no. Se sentó bajo el sauce. La sombra de las hojas era refrescante. Permaneció así unas cuantas horas, y acabó por dormirse. Sus sueños fueron protagonizados por la chica. Tal vez fueran pesadillas, ya que desaparecía y no volvía a aparecer. Con el corazón a mil por hora, se despertó. Deseó que no fuera verdad, para lo cual tuvo que asegurarse él mismo. Entró en la casa corriendo, apartó a un asombrado Tomás, atravesó las habitaciones laterales y llegó a la de Ana. La chica estaba sentada en la cama en una postura de relajación. Cogía el aire lentamente, y lo soltaba de igual forma. En el marco de la puerta, se permitió aspirar.


Sin haberle dicho nada a nadie, Fabián había salido a buscar a la madre de Ana. Quería que la muchacha volviera a disfrutar de su familia al completo, era lo que más necesitaba en esos momentos. Ahora que sabía quien era su padre, necesitaba también saber dónde se hallaba su madre. Llegó al ayuntamiento de la ciudad más cercana. Estuvo esperando mucho tiempo, pero finalmente consiguió entrevistarse con el alcalde.

-¿Qué pasa? -preguntó el último de mal humor.

-Si no me equivoco -comenzó con voz firme-, aquí llevan el recuento de los nacimientos y las defunciones. Quisiera preguntarle por Felicia Halson. Me consta que vivió aquí durante unos cuantos años, pero luego no sé más.

-Señor...

-Fabián.

-Pues Fabián, he de informarle que no puedo proporcionarle información sobre esta señora, en el caso de que la tuviera.

-Mire, soy su primo. Hace mucho tiempo que no sé de ella -mintió-, mis padres han fallecido, y por eso mismo, al no tener más familia a la que recurrir, me veo en la obligación de hablar con ella.

-Siento lo de sus padres, ¿puede demostrar su parentesco?

Fabián, que ya había pensado en las posibles trabas con las que se iba a encontrar, sacó unos documentos de su bolsa. Eran la defunción de sus supuestos padres, y cartas de Felicia a su nombre. Se las tendió con una pizca de maldad en los ojos. El alcalde, que no esperaba prueba alguna, se dejó caer en el sillón, abatido por la cantidad de trabajo que le esperaba tras ese descubrimiento.

Educadamente, pidió permiso para salir afuera, ya que tenía muchísimo calor dentro del despacho. El alcalde se lo concedió, mientras buscaba los documentos que la situación requería. El muchacho salió rápidamente. Sentado en el duro banco de piedra, se arrepintió enormemente de haber mentido. Siempre había estado en contra de esas cosas, pero era algo que lo superaba. El sueño se apoderó de él.

-Señor, puede entrar.

Fabián se levantó rápidamente. El sueño le había vencido, y por eso mismo, había olvidado qué hacía ahí. Llamó a la puerta, aunque sabía que no molestaba. Como había previsto, al alcalde no le sentó demasiado bien. Tosió ligeramente para indicarle que tenía su autorización para entrar. Le señaló la silla que anteriormente había ocupado.

-¿Y bien?

-Efectivamente -comenzó el alcalde-, Felicia nació aquí. Fue a la escuela como todos los niños. A los dieciséis años sus padres desaparecieron. Fue acogida por una familia muy pobre. Nunca pudo acabar su educación. Fuimos grandes amigos de la infancia. Entró a trabajar en la casa de los Halson a los veintidós años. Trabajó muy bien. El señor Halson ya se había casado con Claudia. Ya habían tenido a tres de sus hijos. Los otros dos no tardaron en unirse al grupo. Perdí el contacto con Felicia, porque Claudia así lo quiso. Más tarde, cuando se murió, Tomás se casó con ella. Me invitaron a la boda. Estaba muy guapa, vestida de blanco. Nació una niña, pero sus hermanos no la querían. Le hicieron mil y una cosas, pero aun así, no consiguieron que se fuera de la familia. Se fué del pueblo, nos llegó noticia de su muerte hace diez años. No se encontró su cuerpo, pero aun así, está dentro de las defunciones. Siento mucho que no pueda volver con ella.

-Vaya -fue lo único que logró decir Fabián.

-De veras que lo siento.

-No, no se preocupe. Me gustaría que pudiera decirme a qué pueblo se fue. Es por seguir su pista.

-Ahora mismo se lo miro.

Dos minutos después, salía del edificio, con una sonrisa en los labios y el nombre de Carcasona en el cerebro.


-Laurie.

-Dime -contestó girándose.

-Querría hablar contigo.

-Lo estás haciendo -contestó bruscamente.

-Ya, pero con más calma -replicó señalando al campo.

-De acuerdo.

Laurie dejó el rastrillo apoyado en la pared, se limpió con las manos el mono de trabajo, y siguió a Ana camino abajo. Se sentaron bajo un árbol. Él se acomodó en una rama, mientras que ella se echó sobre la hierba.

-Estoy preocupada.

-¿Por?

-Fabián, lleva tres días sin aparecer.

-Lo sé. Me dijo que había ido a la ciudad. No te preocupes, volverá pronto. Me gustaría saber una cosa.

-Dime.

Laurie no sabía si parar de hablar, o, ya que la chica lo estaba escuchando, hablar. Quería comentarles sus dudas, pedirle consejo.

-Os vi el otro día.

-Vaya.

-¿Eres feliz con él?

-No lo sé -respondió con sinceridad-, me acompaña, me ayuda, pero no me llena como tú.

-Eso quiere decir...

-Sí.

Ese monosílabo dio por acabada la conversación. Permanecieron bajo la sombra unos minutos más. Se relajaron considerablemente. La respiración de Ana se hizo más pesada, por lo que Laurie supuso que se había dormido. Comenzó a agitarse en sueños. El chico bajó de la rama donde se había sentado, y apoyó su mano en el hombro de la chica. Finalmente, al ver que no volvía a recuperar el sueño con tranquilidad, la despertó.

-Papá...

-No, soy Laurie.

-Mamá...

-Que no, que no soy tu madre.

Al ver que, efectivamente, era Laurie, se sentó mareada. El chico le tendió la mano con un sobre. Ella lo abrió asombrada, y su expresión no cambió cuando vio una foto.

-¿De qué me suena?

-Son tus padres, es la foto que...

-... Que tenía en el convento.

-Cierto -afirmó Laurie.

-¿Cómo la cogiste?

-Como recordarás, cuando las monjas me pillaron, te habías escapado. Me quedé para recoger algunos de tus objetos personales, entre ellos esta foto. Sólamente conseguí coger esta foto y un colgante. Espero que no te importe. Ahora te doy el colgante.

Ana no podía ni siquiera articular una palabra, estaba demasiado sorprendida. Vio cómo Laurie abría de nuevo su chaqueta, sacaba una pequeña cajita, como la abría y la sacaba. La muchacha la reconoció como la medalla que su madre le compró el día de su bautizo. Le hizo mucha ilusión volver a verla. Laurie se puso detrás de ella, y se la colocó. La chica la sujetó con manos temblorosas, una lágrima escapó de sus ojos y recorrió su mejilla. Se giró y le dio las gracias a Laurie. Le dió un fugaz beso, que sorprendió enormemente al chico. Cogidos de la mano llegaron a la casa. Se despidieron con un abrazo y Ana se quedó en la puerta ordenando los libros de la estantería.

Hacía un sol espléndido, que Fabián no dudó en aprovechar. Por el camino de piedras llegó a la puerta de su casa. Llevaba cuatro días fuera, y por eso, había echado mucho de menos su hogar. Cuando llamó a la puerta, Ana no tardó en abrirle.

-¡Fabián!, has vuelto.

-Si te crees que ibas a librarte de mí -contestó mientras respondía a su abrazo-, estás equivocada.

El muchacho estaba muy contento, una prueba irrefutable eran los silbidos con los que había molestado a los conejos durante una hora.

-Estás muy feliz.

-Lo sé, necesito hablar con mi hermano. ¿Está en casa?

-Sí, acaba de entrar. Está en el salón -añadió mientras lo señalaba-, voy a tener que preparate un buen estofado, que estás algo delgado.

-Vale, pero primero lo importante.

Viendo que comenzaba a hacer frío dentro, Ana salió decidida a cortar madera para la chimenea. Dentro de la casa, ya que Samuel otra vez había salido y Tomás estaba durmiendo la siesta, Laurie y Fabián pudieron hablar tranquilamente.

-¿Por qué te has ido sin avisarme?

-He buscado información sobre la madre de Ana -se defendió Fabián.

-¿Has encontrado algo?

-Sí.

Procedió a contarle toda la historia, incluida su escapada a Carcasona.

-Está muy lejos, pero he conseguido ir. Creo que voy a instalarme. Felicia vive ahí, y voy a intentar persuadirla para que venga. Estaré fuera medio año, más o menos.

-¡Medio año!

-Shh, baja la voz. Todo sea por Ana.

Laurie maldijo por lo bajo, su hermano sabía perfectamente sus puntos débiles, y ahora acababa de acertar. Decidieron que el día de la partida sería el miércoles, es decir, a dos días. Todo estaba preparado, bajo una excusa falsa, Fabián consiguió irse. Se despidieron efusivamente, y luego partió.

Fabián había decidido irse andando, una decisión de la que más tarde se arrepentiría. Había cogido bastantes provisiones y tres botellas de agua. Al cabo de tres días, al atardecer, se había quedado sin agua y casi sin comida, estaba en pleno agosto por lo que hacía mucho calor, y eso le conllevó a caerse sofocado y acabar desmayado. Al despertarse, estaba en un sitio que no podía reconocer, pero del fuerte golpe que se había dado en la cabeza, se volvió a quedar inconsciente.

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