Capítulo 13.
Tras poner al tanto a Claudia de cómo iba la investigación, llegó a la conclusión de que sería mejor dejar que la mujer actuase según su criterio. Ella había decidido ponerlo al tanto de todo lo que encontrara, o casi todo. Si eran detalles tenebrosos sobre ella, Adrián tendría que comprender sus reservas. Sospechaba que, al igual que iba a hacer ella, Samuel también había ocultado información. Por eso mismo, se entrevistó con él a solas.
-¿Diga?
-Soy Claudia, ¿puedo pasar?
-Ya lo has hecho -contestó él fríamente.
-Ciertamente -reconoció ella-. He venido a pedirte información sobre el caso.
-¿Entonces eres tú la persona que me va a revelar? -preguntó con curiosidad Samuel.
-Sí. Sospecho que tu hermano no sabe toda la verdad, ¿me equivoco?
-En absoluto.
El tono de rudeza de la voz del chico había menguado considerablemente. Ella sabía que estaba consiguiendo una confesión. Él le contó todo lo referente a Ana, y también a la Orden de Roca. Además, le confesó que temía a su hermano. Desde que había fallado en su primera misión, nunca había conseguido tener los mismos derechos que él, por lo que lo había llegado a odiar. Un día, sin poder aguantarlo más, según le dijo, se revolucionó. De esa forma, logró quedar aún más debajo que él. Claudia lo comprendía perfectamente, y siguió presionándole para que le contase algo más sobre la Orden de Roca y la muchacha. Este le contó algunos de los sentimientos que había comenzado a notar, pero nunca le dijo el nombre de la chica ni el momento exacto en el que había comenzado a sentirlos. Ella sabía que debía escucharle y mostrarle una faceta que nada tenía que ver con la realidad. Cuando logró que el muchacho le contara todo con respecto a los componentes y sus puntos débiles, supuso que debía dejarle solo para que pensase sobre ello.
Aunque la Orden se había separado siete años antes, todos notaron que alguna de las chicas estaba en peligro. De esa forma, se pusieron a mirar en los espejos que tenían vinculados a ellas su situación. Lucía estaba en la terraza de su casa, por lo que pensaron que estaba bien. Julia estaba leyendo tranquilamente, por lo que tampoco era ella la atacada. En cuanto a Olivia, ordenaba algunos papeles. Sin embargo, no consiguieron ver a Ana. Supusieron que ella era la atacada. Sólamente había que atar cabos, los hombres de negro la habían encontrado. Debían ponerse en marcha cuanto antes, ya que su vida podía correr mucho peligro
Cuando Jesús llegó a la sala de mandos, ninguno había llegado todavía. Supuso que llegarían algo más tarde, ya que los diferentes espejos estaban colocados en lugares distintos. De todas formas, tocó el timbre de alarma, aquel que sólo había sido tocado una vez, cuando supieron del nacimiento de las muchachas. Había sido un momento único, a partir del cual comenzaron a buscarlas para protegerlas. Habían sido conscientes desde el primer momento de que los hombres de negro no iban a parar hasta que acabasen con todas, y por esa razón, comenzaron a protegerlas. Aunque ninguno lo quería reconocer, habían acabado encariñándose con ellas. Mientras estaba pensando en eso, notó la presencia de algunos miembros de la orden. Así mismo, llegaron los que faltaban en apenas unos segundos.
-Ana está en peligro -dijo sólamente Alán.
-¿Ana?
Como cada uno tenía una chica a su mando, era normal que no se hubieran enterado de nada. Excepto Jesús, que sabía absolutamente todo lo que pasaba en la Orden, cada uno tenía obligaciones distintas.
-Sí Mario, está en peligro. Debemos ir.
-Os recuerdo que no sabemos cuál de las dos está en peligro.
-No es la de la otra dimensión, es la de esta.
-¿Y dónde está? -resumió Juan los pensamientos de todos.
-Eso ya habrá que averiguarlo.
De esa forma, los cuatro integrantes de la orden se dispusieron a buscar alguna pista del desconocido paradero de Ana. Finalmente, llegaron a la conclusión de que, si no había pista alguna, la magia había tomado partido en esa guerra.
Cuando llegaron a la fortaleza de los hombres de negro, se encontraron con las puertas abiertas de par en par. Jesús les ordenó que desenvainaran sus armas, no sin razón.
Apenas habían avanzado unos metros, cuando una avalancha de hombres los intentaron quitar de enmedio. Como ya iban prevenidos, casi tuvieron que hacer esfuerzos. Dejando atrás los cuerpos de los enemigos, continuaron andando. De pronto, una bifurcación hizo que parasen. Lo más normal, es que hubieran ido dos por un lado, y los otros por otro, pero no lo hicieron así, ya que si se separaban, tendrían muchas menos oportunidades. Por eso mismo, tomaron los cuatro la salida de la izquierda. Anduvieron durante mucho rato, pero finalmente llegaron a una puerta de metal. La abrieron con un chirrido muy molesto, pero no pensaron en lo que encontrarían al fondo. Decenas de celdas ocupaban la pared. Gritaron el nombre de Ana, y sólo obtuvieron gritos como respuesta. Ninguna de las voces correspondía con la de su protegida.
Salieron de nuevo, recorrieron todo el camino y regresaron a la bifurcación. De esa forma, tomaron la otra salida. Ya estaban prevenidos, al fondo se encontraban los temidos e invencibles hombres de negro. Pudieron ver una sala muy grande, en el centro se hallaba Adrián, a su lado, Claudia. Sin embargo, de Samuel no había ni rastro. Con las espadas en lo alto, se adentraron en la estancia.
-Vaya, vaya. Los guerreros han aparecido al fin.
-Dadnos a la chica -ordenó Alán sin un ápice de temor en su voz.
-Siento informaros que por el error de un inconpetente, en este caso mi hermano, ya no está aquí.
-Sabemos que la tenéis -siguió insistiendo el guerrero.
-Pues no. Comprendemos perfectamente que os vayáis sin luchar, sabéis perfectamente que no tenéis nada que hacer contra nosotros.
-Eso habrá que verlo -replicó Alán mientras adelantaba unos pasos.
De igual forma, Adrián avanzó también. Sabía que no necesitaba espada, con una sola mirada, podía acabar con todos. Claudia se quedó mirando, ya que, si necesitaba su señor su ayuda, no dudaría en dársela, pero como era poco probable, ¿para qué se iba a cansar?
Los componentes de la Orden sabían que iba a ser un duelo desigual, pero aun así, no podían rendirse. Enarbolando las espadas, lucharon contra Adrián. Cuando vio que tenía todas las de perder, pidió auxilio telepáticamente a Claudia. Esta le preguntó el motivo por el cual iban perdiendo. El muchacho le contestó que estaba desentrenado, y que además, los otros eran más fuertes. Cuando Claudia entró en el combate, le lanzó a Adrián una espada, con el mensaje de: "es lo mejor". Aunque sabía que el chico odiaba utilizar ese tipo de armas, pero la situación así lo requería. Comenzaron a luchar de nuevo, y el combate fue más igualado. Aun teniendo la ventaja que la magia suponía, Claudia tuvo que llamar a sus hijos.
Cuando Carlos y José llegaron, ya estaban armados. Lucharon con todas sus fuerzas, y la Orden de Roca vio como perdía cada vez más. No podían luchar con ellos, por lo que sopesaron la opción de rendirse. Con una mirada, Alán se lo prohibió. Pelearon como fieras, y lograron una ventaja que no desaprovecharon. Con el filo de las espadas en sus cuellos, los adversarios perdieron la batalla. No lograron sonsacarles nada de información, por lo que los dejaron ahí tirados e intentaron escapar. Apenas se habían dado la vuelta cuando los contrincantes se abalanzaron sobre ellos. Cuando se dieron la vuelta, vieron en sus ojos la amenaza de muerte. Aprovechando ese momento, Claudia salió de la sala sin que nadie notara su ausencia.
Se intentó transportar a la otra dimensión, porque sabía que, cuanto más cerca estuviera de ella, antes lograría matarla, pero no fue capaz. Supuso que Adrián había cerrado la puerta para que su hermano no fuera a alertarla. Aunque no le habían dicho nada, Claudia sabía perfectamente los sentimientos que Samuel había desarrollado hacia la chica. Se sentó de nuevo en la silla y esperó pacientemente a que el hermano mayor regresase.
-Bonita batalla.
-Sí -contestó Adrián suavemente-, son unos contrincantes muy... digamos acertados.
-Posíblemente. Había pensado en ir a por la chica, para lo que tengo que cruzar la puerta, pero me temo que está cerrada.
-Sí. Lo hice por mi hermano, ya sabes lo que siente hacia ella, ¿verdad?
-Por supuesto. Siento informarte de que tendrás que aislarlo, puede llegar a sentir deseos de alertarla.
-Lo sé.
Adrián volvió a abrir la puerta, y le dejó la vía libre a Claudia y a sus hijos. Estos no dudaron en acompañar a su madre, que les dió las gracias por su compañía. Como de costumbre, le costó volver a la rutina.
Cuando logró adecuarse de nuevo a los horarios, pidió a uno de sus hijos que se infiltraran en la casa. José esperó pacientemente a que todos los habitantes de la casa de Tomás salieran, y logró meterse en un baúl. Supuso que a nadie se le ocurriría mirar ahí. Desde su posición, podía escuchar casi todo lo que se decía en esa casa.
-Fabián, tenemos que evitar que se vaya. Desde que volviste y nos contaste todo, no ha parado de planear su huida.
-Lo sé Laurie, pero es su decisión.
-Chicos, si hace falta, la apresamos.
-No podemos hacer eso.
-Lo śe, pero es mi hija, no pudo permitir que le pase nada malo.
Dentro del baúl, José no se perdía ni una sola palabra de la conversación. Le parecieron muy interesantes los problemas familiares que tenían en esa casa. De pronto, noto la mente de su madre sondeando la suya. "Me meto en tu mente para escuchar todo". Desde aquel momento, todos sus actos, sus pensamientos y movimientos correspondieron a lo que su madre pensaba en aquellos momentos.
Los chicos seguían discutiendo sobre qué hacer, pero José, como seguía perteneciendo a su madre y esta se había dormido, concilió un sueño muy tranquilo. Dos días más tarde, José regresó a la otra dimensión con la fecha de la huida, en una semana y tres días.
Aprovechando que Adrián había salido y que no lo estaba vigilando, decidió volver a la otra dimensión. Se teletransportó al campo, se arregló rápidamente y comenzó a andar hacia la casa. Cuando llegó a la puerta, no se había topado todavía con ningún miembro de la familia, por lo que pudo respirar tranquilamente. Llamó a la puerta, ya que estaba cerrada y no había logrado abrirla. Fue Laurie el que le abrió.
-Samuel, cuánto tiempo.
-Sí. Tuve que irme. Y todo se retrasó un poco -logró excusarse.
-No pasa nada. Pasa, estarás muy cansado.
Agradeciéndole su hospitalidad, volvió a entrar en la casa, tres meses después del pequeño altercado del bosque.
En toda la semana que estuvo en la casa, cada vez que se topaba con Ana, esta huía de él. Un día, no lo consiguió, y se tuvo que enfrentar a sus miedos.
-¿Por qué huyes de mí?
-¿Yo? No me había dado cuenta.
-Sí lo has hecho. Sólo quiero saber los motivos. Si te molesto, en ese caso no me volverás a ver.
-Es una tontería.
-Pero quiero saberlo.
-De acuerdo -dijo ella-, hace algún tiempo, cuando estaba con Laurie en el bosque, me pareció verte.
-¿A mí?
-Sí, en la copa del árbol. Me pareció extraño, y cuando volví a mirar, ya no estabas.
-Pero es una tontería, jamás se me ocurriría subirme a un árbol.
-Lo sé, y por eso no he querido decirte nada.
Respiró bastante aliviado, ella pensaba que había sido una alucinación, por lo que no debeŕia enfrentarse nunca más a ella. De todas formas, siguió tirando del hilo.
-Te pasa algo más.
-No -se apresuró a contestar ella.
-¿Qué te sucede?
-Me voy a ir.
-¡No puedes!
-¿Por qué me lo vas a prohibir tú también? Pensaba que podía confiar en tí.
Los ojos de la chica estaban húmedos. Samuel pudo leer el sufrimiento escrito en ellos. Sintió mucha lástima por la chica. Debía protegerla, porque si no lo hacía y finalmente se iba, cosa que iba a hacer con apoyo o sin él, correría un peligro de muerte inminente.
-Si tu deseo es irte, puedes hacerlo.
-¿De veras me vas a apoyar?
-Sí. Es tu deseo y hay que respetarlo.
Para no ponerla más en peligro, aquella misma noche volvió a la otra dimensión. Cuando regresó, se encontró sentado en su cama a Adrián.
-Señor...
-¿Dónde has estado?
-Vigilando a la muchacha.
-Creí que te había dejado meridianamente claro que no debías retomar la investigación.
-Así es, pero no lo he podido evitar.
-Para que no cometas ninguna otra tontería, vas a estar aislado hasta que acabemos con ella.
-Si así lo desea...
-No es mi deseo, son órdenes.
-Pero...
-Sé lo que sientes por ella, y no lo podemos permitir.
-Señor, lo siento si estoy fallando.
-No me falles, estropeas mi labor.
En apenas unos minutos, ya estaba de nuevo encerrado.
Tuvo mucho tiempo para pensar, y ordenar sus ideas. De ese modo, volvió a hacer un pequeño mapa con las muertes necesarias y las innecesarias. Cada vez, notaba menos necesarias. Supuso que se debía al amor que comenzaba a sentir por la chica. Lloró amargamente, sabía que no podía sentir nada, o su señor lo mataría. Era demasiado peligroso dejar que esos sentimientos salieran a la luz. Estuvo intentado dejar de sentirlos, pero no fue capaz. Se sentía demasiado mal. Como no podía hacer otra cosa, comenzó a practicar con su magia. Era muy débil. Con mucha insistencia, logró mejorar considerablemente su don. Intentó escapar, pero todavía no lo logró. Cayó rendido por el sueño, pero sabía que no era natural. Intentó oponerse a esa sensación de cansancio, pero frente a la poderosa magia de su hermano, no pudo hacer nada. Antes de dormirse, supo que iban a matar a la muchacha. Se levantó sacando fuerzas de flaqueza, golpeó la puerta con fuerza y se durmió. No soñó con nada ni con nadie.
Dos días después, se despertó con una terrible sensación de cansancio, pese a eso, notó cómo moría una parte de la chica. Maldiciendo a su hermano, se levantó y ayudado de su magia, logró abrir la puerta que lo separaba de ella. Como había supuesto, ella lo estaba esperando tras el metal.
-Ayuda...
Ana notaba un dolor muy intenso en su interior, como si una parte de su ser le estuviera siendo arrebatada. El dolor se hacía cada vez más insoportable, y tuvo que caer en el suelo con las manos en la cabeza porque no lograba aguantar la presión. Al verla así, Samuel no pudo evitar correr hacia ella. Era consciente de que si su señor lo veía ayudándola, tendría que enfrentarse a algún castigo más grande que perder otro caso. Se agachó junto a ella y le preguntó qué era lo que le sucedía.
-Es... es como si una parte... de mi ser... estuviera muriendo...
Samuel adivinó rápidamente a qué se debía ese dolor, la Ana de la otra dimensión había sido herida de muerte. Aunque iba contra sus principios, no pudo evitar sentir lástima y compasión. De esa forma, la agarró de la cintura, colocó el brazo izquierdo de la chica sobre sus hombros y tuvo intención de llevarla hasta el salón. Sin embargo, cuando apenas había recorrido unos metros, una gélida voz hizo que soltase a la muchacha y se diera la vuelta petrificado. Adrián estaba detrás suya, y en su mirada podía leer el odio acumulado.
Ana, tirada como estaba en el suelo, alcanzó a ver a Adrián gritándole a Samuel, el cual aceptaba impasible todas sus acusaciones. Escuchó fragmentos en los que ella salía nombrada varias veces, también sentenció que Adrián estaba muy enfadado con Samuel porque estaba empezando a sentir algo por ella. La chica nunca se lo había podido imaginar. Si Samuel era uno de los hombres de negro, ¿por qué la estaba ayudando? Apenas unos minutos después, Adrián se hartó de gritar y agarrando a su hermano por la nuca, lo arrastró hasta otro lugar, dejando ahí a la chica que, sin poder aguantar más, se desmayó.
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