Capítulo 12.
-Señor, creo que esta muchacha no va a tardar en escaparse.
-Samuel, Samuel. Si no te conociera como te conozco, podría llegar a pensar que empiezas a sentir algo por esa molesta muchacha. Te advierto -continuó señalándole acusadoramente- que no te conviene.
-Nada más lejos de mi intención -se apresuró a aclarar él-. Es símplemente que está muy bien protegida. En el caso de que consiguieras retenerla mi señor, nos tendríamos que enfrentar a toda la tropa.
-¿Te refieres a esos blandengues de la Orden de Roca, los que no tienen ni idea de como pelear contra nosotros?
-Por supuesto -aclaró-, pero ha de saber que tienen a cuatro guerreros muy bien preparados y a las tres muchachas.
-¿No eran cuatro?
-Sí, pero una falleció, ya sabe, pequeños problemas con la comida, para nada sufrió una intoxicación premeditada.
-Hiciste un buen trabajo. Ya no me puedo fiar de nadie, por eso mismo, te encargo a tí la vigilancia de la chica -ordenó Adrián.
-Será un honor.
De esa forma, Samuel se vio en la obligación de quedarse frente a la puerta de la prisión. Estuvo pensando largo rato sobre lo que Adrián le había comentado. Quizás eran ciertas las acusaciones que su señor había nombrado. Sabía que estaba en un universo paralelo, y que por lo tanto, podía llegar a confundirse con rapidez. Su mente decidió ir a la casa de Tomás, en la que vería de nuevo todo lo que allí sucedía sin la necesidad de transportarse. Se preguntó si ella era también consciente de ello. Aunque pareciese increíble, Samuel sabía hacer magia. Eso se debía a una poción errónea que se tomó de pequeño. Tanto él como su hermano, Adrián habían sido los conejillos de indias de la familia. Habían logrado vengarse unos años antes. Lo único que los delataba era la mirada, tenían los ojos de un verde intenso, tanto como las hojas que decoraban los árboles en verano. Conseguían camuflarse gracias a la magia que les había sido concedida, pero aun por esas, si alguien más supiera de magia, lograría encontrarles. Hasta aquel momento, no habían hallado a nadie más, pero desde que la Orden de Roca había sido fundada, sus miembros no se daban por vencidos. Una y otra vez luchaban contra ellos. Si no hubieran sido tan blandos con ellos, si no les hubieran inspirado lástima, podrían haberlos matado tiempo antes y ahora no tendrían que haber atrapado a la muchacha.
Entornó los ojos. Estaba viendo una escena muy curiosa. Ana estaba tirada sobre la hierba húmeda con Laurie a su lado. Sabía que espiar estaba mal, pero la curiosidad pudo con él. Incumpliendo la norma que le había impuesto su hermano, se transportó a la explanada verde de la casa de Tomás y se quedó sobre la copa del árbol. Suponía que su presa no lograría escaparse, pero más tarde, descubriría lo equivocado que estaba.
-Te quiero mucho.
-Lo sé Ana -contestó Laurie acariciándole el pelo suavemente.
-Me pregunto cómo hubiera sido mi vida si no os hubiera encontrado.
-Poco importa ya, pero me gustaría aclarar que no fuiste tú la que nos encontró, sino nosotros a tí.
-Es cierto, pero, ¿tú crees que mi madre me seguirá buscando?
-No lo creo. Si tiene la versión oficial, estás muerta para ella. En todo caso, espero que, si es cierto que tu hermana se encuentra con ella en Carcasona y se parece a tí, no creo que te pueda olvidar.
-Me reconforta mucho oír eso. No te lo había contado, pero quiero compartir una cosa contigo.
-Ya sabes que puedes confiar en mí -respondió con creciente curiosidad.
-El día que me regalaste la foto...
-Devolví -puntualizó él.
-... devolviste la foto -retomó ella-, vi de nuevo su rostro. Me sorprendió enormemente, ya que hace muchos años que no la veo. Seguía siendo igual de joven que entonces. Desde ese momento, sueño todas las noches con ella.
-Me alegro mucho. Es muy importante que vayas reconociéndola, porque Fabián ha ido a buscarla.
-¿Pero no se había ido a trabajar?
-En parte sí -admitió Laurie-, pero sobre todo a buscar tus orígenes.
-¡¿Y no me lo dijo?!
-Tranquilízate. No te lo dijimos porque sabíamos que te ibas a oponer, que no lo ibas a aceptar, que ibas a querer ir con él, cosa que no podíamos permitir y que te ibas a enfadar.
-¡Pues lo habéis conseguido!
Estaba tan enfadada que se había levantado. Ella no era consciente de que estaba gritando. En esos momentos le daba igual. En un momento dado, levantó la mirada hacia el árbol.
-¡Laurie!
-¿Qué pasa? -preguntó extrañado mientras se levantaba.
-Me... me pareció ver a Samuel, ahí arriba... habrán sido imaginaciones mías.
-¿A Samuel?
-Sí, pero no te preocupes.
Pese a que había logrado escapar, Samuel maldijo por lo bajo su mala suerte. Esa chica lo ponía de los nervios, siempre encontrando sus puntos débiles y poniéndole a prueba. Se sentó de nuevo frente a la puerta y se puso a pensar. No logró conectar de nuevo con la otra realidad, supuso que estaba demasiado desconcentrado. Estaba demasiado cansado, y se apoyó sobre el frío metal. Acabó caído en el suelo. La puerta había cedido con su peso, lo que indicaba que había estado abierta. Se levantó de nuevo con un ágil salto y, aunque ya sabía lo que no iba a hallar dentro, buscó dentro. Antes de que se diera cuenta, una fría mano lo agarró del cuello.
-Samuel -comenzó con dureza el dueño de la mano-, la muchacha se ha escapado, confié en tí, y como de costumbre, me equivoqué. Me temo que esto te va a costar muy caro -completó con tono de amenaza-, muy muy caro. ¿Y sabes que es lo peor? Que desde ahora me voy a ver obligado a prescindir de tus servicios.
-Soy demasiado indiscreto, ¿o puedo preguntar por el nombre de la persona que me va a sustituir?
-Lo que eres es demasiado listo. Lo que quieres es retomar la misión, pero siento informarte de que no va a ser posible. Te encomiendo una labor, y fallas estrepitosamente, más tarde, te ordeno que vigiles, simplemente que te quedaras frente a una puerta, nada complicado, e instantes después, la persona a la que estabas vigilando desaparece. Me has fallado demasiado.
-Soy consciente de mis errores mi señor, y los admito, pero he de reconocer también que esta misión ha comenzado a interesarme.
-Por eso mismo, no vas a recibir nada de información sobre este caso.
-Pero...
-Da gracias de que no te castigue más seriamente.
-Lo que usted ordene señor -acabó aceptando Samuel.
Tras la conversación, se retiró a su cuarto. Ya que no podía continuar con el caso, debería olvidar a Ana y todo lo referente a la Orden de Roca, pero no se veía capaz. Sabía además que las amenazas de su hermano iban demasiado en serio como para no hacerles caso, también había sopesado la opción de ir hasta la casa de Tomás, pero después de lo que había presenciado la chica, sabía que era más arriesgado que retomar la investigación.
Como no podía hacer nada más útil que esperar, se dispuso a ordenar todos sus papeles, ya que los tenía desperdigados por la mesa, como si no fueran importantes y cualquier persona pudiera leerlos sin ningún problema. Eran demasiadas hojas y tardó varias horas en ordenarlos. Aunque la paciencia era uno de sus fuertes, aquella vez se aburrió enormemente. Era algo muy extraño en él, ya que casi nunca se había visto en la obligación de parar el trabajo que estaba realizando debido al cansancio de sus neuronas. En cuanto se echó en la cama, el sueño se apoderó de él. Soñó con la misión que se la había sido encomendada y más tarde retirada.
Mientras tanto, Adrián había estado hablando con Catalina, pero al recibir negativas de parte de su madre, se vio en la obligación de pedirle ayuda Claudia.
-Dime querido.
-Necesito tu ayuda.
-¿Y esta vez para qué?
-Para que acabes con una chica.
-No será por casualidad aquella muchacha, la hija de mi esposo, ¿verdad?
-Efectivamente.
Había tenido que acudir a ella por obligación, pero lo había preferido antes que pedirle ayuda a otras personas. Al ser la exmujer de Tomás, odiaba todo lo referente a él. Se había visto en la obligación de desaparecer de su vida, haciéndose la muerta. Lo había conseguido, apenas dos décadas antes, pero aunque lo hizo obligada, supo que jamás lograría perdonarle eso a su marido.
Mientras Adrián pensaba en todo ello, Claudia se preguntó una vez más dónde estaría aquella muchacha en esos momentos. Odiaba a Felicia con todas sus ganas. le había arrebatado su vida, a su marido y todos sus sueños. Aunque sus hijos seguían bajo sus órdenes, se sentía demasiado sola. Si aceptaba el encargo del muchacho, contaría con su protección, y podría llegar a sentirse lo suficientemente segura como para reclamar lo que era suyo.
-Si creo que me vas a pedir que vigile a Ana, he de informarte de que ya lo he hecho.
-¿De verdad?
-Sí. La noche de su diecisiete cumpleaños llamé a la puerta. Esperaba que me abriera mi marido, pero lo hizo esa impertinente muchacha. Logré que no me reconociera, pero aquellos instantes me sirvieron para conocer de nuevo cómo estaban las cosas en aquella casa. Supuse que no estaría ella sola, ya que se oían voces animadas desde el interior.
-Sí -cercioró Adrían-, vive junto a dos muchachos, Laurie y Fabián, con su marido y con mi hermano, mal que me pese.
-Creo que estoy preparada para tomar las riendas de la investigación.
-Las riendas -puntualizó Adrían-, las tengo yo. Tú solo harás el trabajo sucio, además de la investigación, por supuesto. Si hicieras el favor de acompañarme al despacho, te pondré al tanto de todo. Lo más importante que debes saber es que la Orden de Roca es muy peligrosa.
-Lo sé, lo he leído en tus ojos.
-Entonces...
-Sí, poseo el don de la magia. Por si no lo sabías, nuestras familias han luchado durante años por la pócima de la vida eterna, y todavía no la ha encontrado nadie. Tan solo pócimas erróneas -terminó con amargura en la voz.
-¿Eso quiere decir que también puedes entrar en el mundo paralelo?
-¿Todavía no me habéis visto?
Adrián sonrió con alegría. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía comprendido por alguien.
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