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Capítulo 10.

Entraron en la sala de entrenamientos. Se sorprendieron mucho al ver tantas espadas, protegidas por unos cristales muy gordos; palos que, al parecer, si dabas un golpe a alguien con ellos, se quedaban tocados de la cabeza; armaduras de metal muy gordo y, además, un gran espacio para practicar.

-Bueno, entre todos hemos decidido que voy a ser vuestro entrenador personal. De vez en cuando, Alán os dará clase de defensa corporal, pelear con patadas, dando golpes... Mario puede explicaros los funcionamientos de los diferentes filos de las espadas y a Jesús le gustaría probaros alguna vez. Así que, pongámonos manos a la obra.

Se paró al ver las caras de cinco muchachas asustadas que se habían perdido en la primera frase. Se comenzó a reír.

-Pero bueno, que no es tan difícil.

-¿No? -dijo Julia algo asustada-. Pues lo has pintado como lo más complicado del mundo.

-¡Qué va! Es sencillísimo, aprenderéis muy rápido. Estoy seguro.

-Gracias por confiar tanto en nosotras.

-Victoria, sé que lo harás genial. Hoy vamos a comenzar con las varas. Son palos largos de más de dos metros de longitud. Para manejarlos, hace falta tener mucha movilidad de manos y de pies. Se trata de detener todos los golpes o ataques del adversario. Para que podamos utilizarlas, creo que lo mejor será comenzar con palos pequeños, de entre cincuenta y sesenta centímetros para practicar los movimientos. ¿Entendido?

Las muchachas asintieron rápidamente y, como no, con ganas de que llegara la ansiada hora de la comida, pero para eso, quedaban tres horas que Juan no estaba dispuesto a dejar escapar.

Tras unas cuantas indicaciones, Julia conseguía mantener durante unos minutos la vara en el aire girando entre sus manos. Juan estaba muy orgulloso, creía que todas lo iban a conseguir igual de rápido pero se llevó una decepción muy grande al acabar la clase. Solamente le salía bien a Julia aunque Ana también estaba mejorando. No les dijo nada y se marcharon a comer.

-Cada día os superáis, la comida está buenísima.

-Opino lo mismo que Jesús, nunca nadie había cocinado tan bien para nosotros.

-Bueno, tampoco nos esforzamos tanto. Ya veréis cuando sea algún cumpleaños o fiesta. Ahí sí que vais a comer bien.

-Ni lo dudamos. ¿Mario, has hecho lo que te pedí?

-Sí.

-Perfecto. Por cierto, ¿qué tal ha ido la primera sesión de entrenamiento?

Se miraron entre ellas y finalmente, negaron con la cabeza.

-¿Tan mal profesor es Juan?

-No, no, no, somos nosotras -dijo sin dudar Victoria-. No somos buenas guerreras.

-Lo seréis. Hace falta mucha práctica. Venga, vamos a cuidar del jardín.

Aquello era una rutina, levantarse, hacer las tareas y luego, descansar y hacer cosas que te gustaran. La vida perfecta, pero como todo, no dura para siempre.

-Venga, daos prisa.

-Ya vamos.


Aquel era un día importante. Llevaban cerca de tres semanas en el edificio y, por primera vez, iban a salir. Alán las iba a acompañar a buscar frutos y, además, les enseñaría a diferenciar los venenosos de los no venenosos. Era una tarea en la que iban a poner mucho esmero, sobre todo porque era una gran misión. Habían prosperado mucho en la lucha, iban a empezar en unos pocos días con las espadas, tenían controladas las varas y, debían pasar a cosas más complicadas. Ya tenían las suyas propias y siempre, a partir de ese momento, las iban a llevar con ellas a cada misión que se les impusiera.

-Estoy muy nerviosa -pensó Victoria en voz alta-, nunca he tenido tantas ganas y miedo de salir.

-Ya lo sé -intentó animarla Olivia- pero las ganas van a poder con el miedo.

-Eso espero.

-Ya verás.

-¿Venís ya? -preguntó Alán asomándose a la puerta-. Llevo ya un rato esperando.

-Sí, ya vamos.

-Venga, os doy dos minutos. Ni uno más ni uno menos porque si tardáis más, no puedo esperar más. ¿Entendido?

Algo más tarde, se dio cuenta de que Julia no lo escuchaba. Murmuraba casi en un susurro cosas ininteligibles. Alán captó alguna que otra palabra.

-Tout le monde... C'est pas vrai... Je suis ici...

-Francés -murmuró-, no puede ser.

Alán se dio la vuelta rápidamente y miró a Julia con firmeza.

-¿Desde cuando hablas francés?

Esta se dio la vuelta y le miró como si no entendiera nada de la situación. Todos la miraron sobrecogidos.

-Pues... Desde que... Pues no lo sé. Nadie me lo ha enseñado nunca. No tengo ni idea de por qué lo hablo.

-Pues hay que investigarlo. No me puedes dejar con la intriga -dijo Alán para intentar animarla mientras pensaba sin parar en ello-. Venga, vayámonos.

-Sí, vayámonos ya.

Apenas media hora después, habían llegado al frondoso bosque. Dieron comienzo a la clase.

-Bueno, hay diferentes frutos. Esto -dijo señalando a un árbol que tenía frutos pequeños- es una palmera. Si no tienen agujeros las frutas ni muescas, lo más probable es que estén buenas. ¿Comprendido?

-Sí -dijeron todas a la vez.

Siguieron andando, vieron más palmeras y plantas chiquititas que Alán clasificó como buganvillas.

-¿Bugan qué?

-Buganvilla. Es una planta trepadora que da flores moradas en primavera, verano y otoño. No da ningún tipo de fruto pero es muy decorativa.

Continuaron andando. Vieron manzanos, plataneros, cocoteros y plantas varias que las chicas ya conocían. Llevaban casi una hora caminando cuando comenzaron a ver arbustos. Unos tenían cosas rojas, pequeñas, otros azules, algo más grandes.

-Aquí viene lo interesante. Son venenosos, no todos pero la gran mayoría sí, por lo que no os recomiendo comerlos nunca.

-De acuerdo.

Siguieron caminando, Julia ya estaba olvidándose del pequeño altercado de idiomas que había sucedido apenas una hora antes. Comenzaron a ver las setas, los champiñones. Se extrañaron al darse cuenta de que Alán no les pedía que se parasen. Finalmente, se dieron cuenta de por qué era. Habían llegado a un huerto en el que crecían todo tipo de setas, rojas, azules, algunas amarillas, grises... Era sin duda alguna una plantación.

-Y aquí, queridas pupilas, está la plantación de setas y champiñones que he plantado con mis propias manos. Todas estas son comestibles. Por eso mismo, si alguna vez os pedimos que vayáis a por setas, debéis venir aquí. No sabemos si las que hay en el camino son todas comestibles o no, pero lo que es seguro, es que estas sí lo son. De todas formas, cada vez que vayáis a coger alguna, aseguraos de que hay más como ella, ya que, sin ningún problema, hubiera podido llegar alguna espora de otra.

Asintieron con la cabeza mientras intentaban asimilar toda la información. Acabaron entendiéndolo y, tras llenar las cestas de las apetitosas setas y de los champiñones, continuaron su camino por el bosque.

Vieron pinos, y Alán no desaprovechó la oportunidad para darles una clase de botánica.

-Los pinos son plantas gimnospermas que crecen en lugares con mucho sol. Las semillas no están protegidas por ningún fruto por lo que son muy sensibles. Están más de dos años desarrollándose en el interior de las flores, separadas en diferentes ramas...

-¿Alán? -preguntó tímidamente Lucía-. ¿No veníamos a por frutas?

-Es verdad. Vámonos.

Siguieron andando, terminaron de llenar las cestas y volvieron a la orden.

-Entrad e id preparando la comida, lavad bien las setas y los frutos. Os veré en el comedor.

Ana se dispuso a lavar los alimentos mientras las otras preparaban carne y sopa.

-Oye -comenzó Ana- ¿no os ha parecido extraño que nos haya despedido tan pronto?

-Por favor hermanita, deja de montarte películas.

-La verdad -opinó Julia-, creo que Ana tiene razón. Y creo que sé por qué lo ha hecho.

-¿Ah, sí? -preguntó con curiosidad Olivia-. ¿Por qué ha sido?

-Por el francés. Le ha parecido extraño, y no os voy a engañar, también a mí.

-¿Pero no sabías que lo hablabas?

-No, nunca lo supe. ¿Sabes tú si hablas algún otro idioma Victoria?

-No, creo que no hablo ninguno pero, si lo hablas, alguien te lo tuvo que enseñar.

-Mis padres no. Me pasé la mayor parte del tiempo fuera, viviendo con mi tía. Mi hermana sigue con ella, pero nunca se llevó bien conmigo. Tiene casi veintiséis años por lo que nunca hemos hablado demasiado. No descarto que se haya olvidado ya de mí.

Victoria corrió a abrazar a su amiga al ver que una lágrima asomaba de sus ojos.

-No te preocupes por ella, nosotras te queremos por tu hermana y por todos los demás.

-Ya lo sé. Muchas gracias. Por cierto Lucía, muévete que se te sale el agua del cazo.

-¡¿Qué?! No puede ser.

-Pues lo es. Anda, límpialo -dijo Julia mientras se tiraba un trapo-. Lo que pasa en la cocina, se queda en la cocina.

Mientras tanto, Alán había reunido a sus amigos.

-¿Qué pasa? -preguntó Jesús-. Por tu cara, no es nada bueno.

-No creo que sea bueno. Como me dijo, he llevado hoy a las chicas al bosque para coger frutos y enseñarles algunas cosas.

-Sí, recuerdo muy bien lo que te ordené.

-Pues he dicho una cosa, les he preguntado si me habían entendido, y Julia me ha contestado en francés.

-No puede ser -opinó Juan-. Nadie de la comarca habla francés y me extraña que haya ido a la ciudad para aprenderlo.

-Eso mismo le he dicho yo. Me ha contestado además que no sabía que lo hablaba.

-Pero, si se habla otro idioma, se sabe.

-Ya lo sé Mario, pero ella estaba muy convencida y, además, se ha empezado a asustar. No creo que haya mentido.

-No, eso es imposible. Pone mucho esmero en todo lo que le enseñáis, no creo que sea aprendido.

-¿Y qué hacemos? Todos sabemos lo peligroso que es saber hablar francés, sobre todo aquí. Adrián y Samuel oyen el francés estén donde estén y van a por la gente, ya que es demasiado para sus oídos. Nunca nos ha funcionado del todo pero, es muy peligroso que vuelvan a salir.

-Estoy completamente de acuerdo, desde ahora, queda restringida por completo su salida de aquí, de Julia y de todas las demás. Necesito que las vigiléis muy de cerca, es importante saber más.

-Les tenemos que dar toda la información.

-Sí, eso será el mes que viene. Aseguraos de que no haya más contratiempos.

Como todos sabían, el francés era la lengua natal de los dos hermanos. Habían formado una red de lenguaje, con la que ellos se comunicaban. Tan solo unas cuantas personas tenían acceso a ella, por lo que estaba muy bien vigilada. En el caso de que una persona más apareciese ahí, no pararían hasta que la tuvieran controlada, y eso era algo que no podían permitirse.

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