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Capítulo 66 |FINAL| Parte I

Multimedia: Demi Lovato- Ready For ya

| I PARTE|

Cuando somos niños le tenemos miedo al monstruo que está debajo de nuestra cama, escondido en el armario o tal vez le tenemos miedo a las tormentas o a la oscuridad. Esos miedos de niños con el paso del tiempo se van transformando en algo más, en algo un poco más cruel y despiadado, algo que sale de su escondite, que deja de ser solo oscuridad y se transforma en algo más.

En personas.

El hombre destruye a su propia raza, traiciona, miente y mata sin importar nada. Solo importa lo que ellos quieren, lo que anhelan.

Recuerdo que una melodía llegaba a mis oídos, no podía diferenciar si era un violín o un chelo, pero el sonido se escuchaba lejano. Intentaba abrir mis ojos, pero estos se cerraban de manera inconsciente, algunas figuras llenaban mi campo de visión cuando abría un poco los ojos. Un dolor infernal se extendía por mi frente, mi nuca dolía y un quejido salió de mis labios.

Mi cuerpo se sentía pesado y como si hubiera salido de estar sumergida debajo del agua, los sonidos se hicieron claros. La voz de una mujer cantando ópera inundó mis oídos y la melodía de un violín acompañaba su voz. Mi visión borrosa poco a poco fue enfocando las cosas con mayor claridad. Estaba sentada en una silla de ruedas, y mis manos y pies estaban atados a la silla, mi torso, rodillas y manos tenían sangre seca. Alcé la mirada y enfrente de mí estaba la cocina, Marcus se encontraba en ella cocinando.

El pánico comenzó a inundar mi cuerpo, no quería llamar su atención, él estaba concentrado en lo que hacía. Además, movía su boca como si estuviera cantando. Era escalofriante.

Moví mis muñecas intentando aflojar las cuerdas, pero no podía ya que estaban bien amarradas sobre mi piel. Intentaba mover también mis tobillos, pero el roce de las cuerdas contra mi piel ardía.

No te desesperes, tranquila.

Tomé varias bocanadas de aire intentando tranquilizar los latidos de mi corazón, pero era en vano hacerlo. Ya estaba desesperada, asustada hasta los huesos y a punto de terminar teniendo un colapso nervioso. Mis ojos recorrieron el lugar, la puerta principal estaba a mi izquierda y se encontraba cerrada, y las cortinas estaban cerradas. Volteé hacia mi izquierda y me quedé paralizada.

A unos metros de distancia estaba un cuerpo boca abajo, era una mujer. Su ropa era totalmente oscura y su piel se miraba pálida, lo que más llamaba la atención de ella era su cabello rojo como el charco de sangre que la rodeaba.

—No te preocupes por ella.

Cerré mis ojos y tomé aire antes de voltear el rostro para verlo. Su espalda se encontraba apoyada a la encimera de granito, sus ojos también observaban el cuerpo, su labio inferior estaba partido, su cabello rubio se encontraba desordenado y a diferencia de la mujer que estaba a unos metros de distancia; él vestía colores más claros. Una camisa de cuadros azul claro, que contrastaba con sus ojos, un pantalón crema que tenía algunas manchas de sangre y unos zapatos oscuros. Entre los dedos de su mano izquierda estaba una copa de vino, la cual llevó hasta sus labios, dio un sorbo y luego giró a verme.

Su mirada estaba vacía, realmente vacía. La música que antes sonaba ya no lo hacía, una sonrisa escalofriante se deslizó por sus labios y llevó de nuevo la copa de vino a ellos, ante mi mirada tomó otro sorbo; después chasqueó la lengua y dejó la copa sobre la encimera, para cruzar sus brazos sobre su pecho.

—Las mujeres pueden ser muy estúpidas, ¿sabes? —Negó con la cabeza—. Son imprudentes e impulsivas. Tú le dices no y para ellas eso es un jodido sí.

Me observó esperando una respuesta de mi parte, sin embargo, preferí no decir nada.

—Incluso —prosiguió—, el amor es como un detonante en ellas. Pueden llegar a hacer cualquier cosa por la persona que aman. No dudan en hacerlo, son celosas y estúpidas, le dices que se tiren por un precipicio por su amor y lo hacen. —Sonrió—. Patético. —Canturreó, tomó entre sus manos de nuevo la copa y dio otro sorbo, después se quedó observando el contenido de ella, meciendo la copa un poco para que el vino se moviera—. Paige era una buena cómplice.

Retuve el aire en mis pulmones al escuchar el nombre y volteé a ver el cadáver. Cabello rojo, claro que era ella. Cerré los ojos con fuerza y bajé la cabeza hacia mi regazo, cuando abrí los ojos mi visión estaba borrosa, tomé varias respiraciones, algunas lágrimas se escaparon de mis ojos por el miedo que sentía. El estómago se me retorcía y sentí la bilis subiendo a mi garganta, como el líquido caliente amenazaba con salir.

—¿Estás llorando por ella? —Lo escuché preguntar, no contesté y de sus labios salió una carcajada—. ¿En serio, Layla? —Volvió a reír—. ¡Si no fuera por mí la única que estuviera muerta justo ahora serías tú!

—¿Tengo que agradecerte por haberla asesinado? —pregunté, levantando la cabeza para verlo.

—Te salvé la vida, querida.

—Arrebatando otra.

—¡¿Y eso qué?! —gritó y me sobresalté—. Ella. —La señaló con su dedo índice—, iba a asesinarte. —Negó con la cabeza hacia los lados—. ¡Asesinarte! Anoche tuve que golpearla y dormirla para que no entrara en la casa e hiciera una estupidez ¿Y sabes por qué? —preguntó—. ¡¿Lo sabes?! —Repitió, pero no contesté—. Lo iba a hacer porque estaba harta de verte con Arthur. —Hizo una mueca—. No voy a mentir, yo también quería asesinarte por estar junto a él, quería asesinarlos a ambos, pero a diferencia mía. Ella no se controlaba. —Soltó un suspiro—. Por ello le corté la garganta, justo después de que fuiste a buscar a Arthur está mañana.

Me quedé aturdida ante su confesión, relataba aquello con facilidad, como si le hubiera quitado la vida a algo insignificante, a alguien que no tenía derecho a vivir. No mostraba arrepentimiento, parecía aburrido y exasperado.

—¿Cómo...cómo sabías que estábamos aquí?

—No fue nada fácil saberlo. —Hizo una mueca—. Arthur nunca me contó sobre esta cabaña, tuve que mover muchas de mis influencias, pero el bastardo tenía bien guardado este lugar, ¿puedes creerlo? A las afueras de Minnesota, oculto en la puta madre. —Chasqueó la lengua y sonrió—. Cuando me dieron esta dirección vine rápido junto a Paige, los hemos estado observando durante tres días. Tres días en los cuales actuaban como una pareja de enamorados. No sabes cuantas veces tuve que tragarme las ganas de querer sacar el arma y dispararle en toda la frente a ese hijo de puta. Pero me contuve, no quería echar a perder el plan. —Resopló y frotó su rostro con frustración—. El plan era que Paige se quedaría aquí con Arthur, y tú te vendrías conmigo, pero todo se fue a la mierda anoche.

Se tomó de golpe todo el vino que quedaba y dejó la copa de vino sobre la encimera de granito, se apartó de ella y caminó hasta mí, se colocó de cuclillas enfrente de mí, colocando sus manos sobre mis rodillas y dando un apretón. Apreté con fuerza la punta del apoya manos de la silla, reteniendo el aire en mis pulmones y cerrando mis ojos con fuerza por una fracción de segundo. Su tacto me daba asco.

—Estuviste a punto de huir —musitó—, llamaste al novecientos once, si no hubiera quitado la electricidad no estarías aquí—murmuró apoyando su cabeza sobre mis rodillas—. Layla, Layla, Layla. —Repitió una y otra vez—. ¿Crees que Arthur tiene salvación? —negó con la cabeza—. ¿Cuándo aprenderás que él no tiene que ser salvado?

—¿Y tú sí? —susurré, ganándome su atención—. Porque eso es lo que buscas, ser salvado. Pero nadie se atreve a salvarte.

Una sonrisa tensa adornó sus labios, dejó salir un suspiro y agachó la cabeza para luego volver a subirla, sonriendo de manera escalofriante. Se levantó y soltó una carcajada, chasqueó la lengua y ladeó la cabeza hacia un lado.

—Preparé lasaña —dijo ignorando lo que había dicho, se dio la vuelta y caminó hasta estar detrás de la encimera de granito—. Mi abuela solía prepararla todos los viernes en la tarde y me enseñó a hacerla. —Vi como empezaba a servir en dos platos la lasaña y llenaba dos copas de vino—. Es muy buena, realmente buena. Te encantará.

Su actitud me asustaba, había un cuerpo a unos metros de distancia, alrededor de un charco de sangre y él hablaba como si nada, hasta cocinaba. Actuaba como si las cosas a su alrededor no fueran un caos. Estaba aturdida y aterrada. Él dejó los platos sobre la mesa del comedor y después me llevó hasta una punta de la mesa.

—Voy a tener que darte de comer en la boca —anunció, sentándose a mi parte derecha—, no confío en ti. —Sonrió hasta que sus ojos se cerraron—, sé que cuando tengas una pequeña posibilidad de escapar lo harás, y eso no va a ocurrir, muñequita. —Apoyó sus antebrazos en la mesa y se inclinó hacia mí—. No escaparas del lobo feroz.

Solté una risa al escucharlo decir aquello último.

—El lobo feroz. —Repetí con la voz ronca, mirando mi regazo—. El lobo disfrazado no era Arthur, no era Derek. —Levanté la mirada hacia él—. Eres tú. Siempre has sido tú.

—Tardaste mucho en deducirlo, muñequita. —Llevó un bocado de lasaña a su boca y comió, para después guiñar un ojo en mi dirección.

—¿Dónde está? —Me atreví a preguntar.

Su mano se detuvo en el aire al escuchar mi pregunta. Soltó con fuerza el cubierto que estaba entre sus dedos y giró a verme, su rostro se encontraba tenso, sus ojos me observaban con fiereza y su cuerpo se encontraba rígido.

Los segundos ante su silencio se hicieron eternos, se quedó así; observándome sin parpadear.

—¿Importa dónde esté?

—Sí.

Sus ojos estudiaron mi rostro antes de decir:

—Aún sientes algo por él —afirmó con molestia—. Eres patética. —Sonrió de lado y pasó su mano derecha por su rostro—, eres igual de patética que ella.

Emily.

—¿Dónde está? —Volví a preguntar con firmeza.

—No está muerto. —Cortó un pedazo de lasaña, la introdujo en sus labios, masticó y tragó. Luego limpió las comisuras de sus labios—, aun no lo está.

Aún no lo está...

Eso significaba que tenía planeado asesinarlo, otra víctima más, otra muerte.

—Quiero verlo.

Meneó con diversión la cabeza, soltó el cubierto que tenía en la mano y volteó a verme.

—Creo que no estás en posición de pedirme nada. —Ladeó la cabeza—. ¿No entiendes? Ahora eres mía, no de él —se acercó—. Quién manda aquí soy yo, no tu muñequita —se acomodó en el asiento—. Ahora...—Cortó un pedazo de lasaña y dirigió el cubierto hasta mis labios—. Come.

—No —negué—. Quiero verlo.

Sus dedos se envolvieron con fuerza alrededor del cubierto, cerró sus ojos con fuerza e inhaló y exhaló con fuerza.

—Come —exigió, volviendo acercar el cubierto a mi boca.

—No —repetí.

Sus ojos se oscurecieron, lanzó el plato de comida al suelo haciéndolo añicos, se levantó de la mesa y se acercó rápidamente a mí, agarrando un puñado de mi cabello y jalandolo hacia atrás, robándome un quejido.

—Te gusta desafiarme —murmuró en mi oído—. ¿No es así, perra? —No contesté e hizo más presión en su agarre—. ¡Responde!

—Quiero verlo.

—Está bien. —Soltó mi cabello—, está bien. —Repitió, movió la silla hasta quedar enfrente de él y apoyó sus manos al asiento, acercando su rostro al mío—. Es hora de que lo veas. —Sonrió de oreja a oreja para agregar con maldad en la voz—: es hora de empezar la función.

Un escalofrío recorrió mi espalda al escucharlo decir lo último, sus ojos mostraban maldad y él parecía un psicópata cada vez que sonreía, parecía poseído, era horrible. No sabía que iba a pasar, no sabía que se refería con empezar la función, pero de lo que estaba segura era de que no me iba a agradar.

Desató mis manos de la silla, después bajó hasta mis tobillos y los desató, observándome con cuidado y haciéndolo rápido.

—Levántate —exigió, sacando una pistola de su espalda y apuntando hacia mí—. Más te vale no hacer ninguna estupidez, o meteré una bala en medio de tus cejas. ¿Entiendes? —Lentamente asentí con mi cabeza—. Te vuelves más obediente al ver un arma, ¿no es así? —preguntó sonriendo. ¿Quién no se volvería obediente al ver un arma apuntando directo a su cráneo? —. Levántate y camina hacia el pasillo.

Con las piernas temblando me levanté de la silla, me tuve que sostener de la mesa a lo que mis rodillas se doblaron, todo se había vuelto oscuro por unos segundos y el mundo dio varias vueltas a mi alrededor.

—Camina —exigió agarrándome del brazo y apartándome de la mesa, para colocarme enfrente de él.

Mis pasos eran temblorosos y el corazón latía con frenesí. A medida que nos acercábamos al cadáver de Paige mi miedo aumentaba, la sangre alrededor de ella, su piel pálida, no importa si me hizo daño o lastimó, era un ser humano, un ser humano al cual le arrebataron la vida en solo un segundo.

—Camina más rápido —musitó con irritación. Sentí como colocaba la punta de la pistola en mi espalda baja y hacía presión. Estaba sudando frío y a la vez mordía mi labio inferior para tranquilizar mi respiración.

Al estar enfrente del pasillo me detuve, esperando que él dijera algo. Pero no dijo nada, solo se quitó de detrás de mí y abrió la puerta que daba hacía el sótano, hizo un ademán con la cabeza para que bajara y así lo hice, quedándome de pie al final de las escaleras. Todo estaba oscuro, y la pequeña luz de la luna que entraba por una ventana no era suficiente para ver con claridad.

Un quejido.

Un quejido de dolor llegó hasta mis oídos.

—¿A-Arthur? —susurré insegura, sintiendo que en cualquier momento mi corazón iba a salir de mi pecho.

Otro quejido sonó como respuesta.

Estiré mi mano hacia la izquierda, tomando el interruptor de la luz entre mis dedos y encendiéndola.

—Oh por Dios, Arthur —exclamé al verlo. Corrí rápidamente hacia él, me arrodillé y tomé entre mis manos su rostro.

Su espalda estaba apoyada a una viga, sus manos estaban echadas hacía atrás rodeando la viga y amarradas en las muñecas, sus pies estaban desamarrados, pero su rostro estaba lleno de sangre y parecía sin vida.

—Di algo —pedí con la voz en un hilo de voz—, por favor.

Sus ojos se movían debajo de sus párpados, pero no los abría. Su respiración era lenta y un quejido de dolor escapó de sus labios, lágrimas calientes descendían por mis mejillas y el pecho me dolía.

—Layla —susurró en un hilo de voz.

—Aquí estoy. —Acaricié sus mejillas con mis pulgares—, aquí estoy —repetí—. No te duermas, ¿sí? Quédate conmigo.

—Que lindos —dijo Marcus a mis espaldas—, estás tocando mi corazón, Layla.

Volteé a verlo, él estaba apoyado a una pared y con su mano derecha, en la cual tenía el arma, tocaba su corazón, mientras sonreía con burla.

—¿Qué fue lo que le hiciste, maldito bastardo?

Sonrió divertido y negó con la cabeza en desaprobación.

—Yo que tu cuidaría esta lengua suelta. —Meneó la pistola en mi dirección—. Recuerda que yo soy quien tiene el arma, muñequita.

—Eres un psicópata.

—¿Yo? —Sonrió de lado y chasqueó la lengua—. Quizás lo sea. —Observó a Arthur—, no deberías morir todavía, Arthi. Hay muchas cosas que te interesan saber. —Volvió su mirada hacia mí—. Ya vuelvo, no tardaré mucho, muñequita —se dio la vuelta para comenzar a subir las escaleras, pero se detuvo y volteó a verme—. Recuerda, no hagas una estupidez de la que te puedas lamentar después.

Después empezó a subir las escaleras, escuché como la puerta se cerraba con seguro y solté un suspiro. Volteé a ver a Arthur y lucía realmente mal.

—No te duermas —pedí y solté su rostro.

Me acerqué al lavamanos que había y abrí la llave del agua, agarré una toalla color crema y la mojé, cerré la llave del agua y después escurrí un poco la toalla. Me acerqué a Arthur y volví a tomar entre mis manos su rostro. Pasé con delicadeza el trapo por su rostro, quejidos de dolor salían de sus labios y disculpas salían de los míos.

—Debes salir de aquí —dijo con la voz rasposa.

—Ambos debemos hacerlo —respondí y él abrió los ojos. Tenía el pómulo izquierdo hinchado, una cortada en su ceja derecha y una herida en la coronilla de su cabeza, su labio inferior estaba partido, y quizás su nariz también lo estaba, ya que estaba algo morada, él estaba hecho mierda.

—Yo no importo. —Tosió—, tú sí, debes escapar, Layla. —Movió la cabeza hacia un lado y escupió sangre, después volteó a verme y limpié su boca con la toalla—. Las llaves de mi auto están en la mesa de noche de mi habitación, en el segundo cajón; y el auto no está muy lejos de aquí, debes tomar el segundo camino cuando este se divida en dos. —Volvió a toser—, el de la izquierda, tienes que tomar las llaves e irte. Yo lo distraeré.

—No te dejaré —repliqué con terror. Solté la toalla en su regazo y acuné su rostro entre mis manos, obligándolo a verme directo a los ojos—. No haré eso, Paige está muerta en la parte de arriba. —Cerré mis ojos y negué con la cabeza, luego lo observé—. No quiero que eso te ocurra a ti también.

—Layla...

—No —lo interrumpí—. No podría vivir sabiendo que pude ayudarte y no lo hice, no podría vivir sabiendo que mientras yo huía tú morías.

—Ambos no podemos salir vivos de aquí —susurró—. Ese hijo de puta me dio la paliza de mi vida, tiene un arma y puedes irte, puedes huir ¿y me dices que no?

—Encontraremos la manera, ¿sí? —Limpié una lágrima que se deslizó por su mejilla derecha—. No pierdas la fe.

—¿Están planeando cómo escapar? —preguntaron a nuestras espaldas. Los ojos de Arthur vieron con enojo a la persona que se encontraba detrás de mí, cerré mis ojos con fuerza por unos momentos y después giré a verlo—. Porque si es así, entonces debería decirles que pierden su tiempo. —Sonrió y tomó un banco que se encontraba a su lado izquierdo, para sentarse—. Ahora, tenemos muchas cosas de las cuales hablar. —Sacó la pistola de su espalda y le quitó el seguro—. Así que... ¿por dónde quieren empezar?

—Vete a la mierda —masculló Arthur.

Marcus soltó una carcajada y meneó la cabeza hacia los lados con diversión, soltó un suspiro y se quedó observándolo por unos momentos para luego decir:

—Sigues igual de despreciable que siempre —me señaló con el arma—, deberías aprender de ella, cuando ve un arma se vuelve obediente. —Soltó una carcajada y mordió su labio inferior, hasta que la herida que tenía se abrió, tocó con su dedo anular la parte afectada y limpió la sangre, luego chupó su dedo. Realmente era un psicópata—. ¿Tienes alguna pregunta para mí, Layla? Aunque debes de tener muchas ¿cierto?

Tenía miles de preguntas, todas ellas exigiendo una respuesta. Miré a Arthur, quien me pedía con la mirada que no siguiera su juega, que no preguntara. Pero necesitaba respuestas, quería saber.

—¿Qué ocurrió realmente con Emily? —pregunté sin rodeos.

Una mueca se dibujó en sus facciones, rodó los ojos y con aburrimiento en su voz dijo.

—¿Por qué no dejamos lo mejor para el final? —me guiñó un ojo—. ¿Qué tal si hablamos de Jazmine? —Mi cuerpo se tensó al escucharlo—. ¿Te parece? —No dije nada y él sonrió ampliamente—. Tomaré eso como un sí.

Todo se quedó en total silencio, parecía que él estaba buscando las palabras indicadas para comenzar a hablar, pasaba la pistola de una mano a otra, jugando con ella y frunciendo el ceño de vez en cuando.

—¿Sabes qué es lo peor que puedes hacerle a una persona? —inquirió, posando su mirada en mí—. Traicionarla, romper su confianza como si se tratara de un cristal. —Chasqueó la lengua—. ¿En serio creían que no me iba a dar cuenta que Jazz me estaba engañando? —Rio por unos segundos y después se movió—. Ella estaba cambiando, ya no se vestía igual y tampoco aceptaba mis propuestas un tanto indecentes, y de la noche a la mañana otra vez se había empezado a vestir de manera provocativa, empezó a seducirme. Y todo para engañarme, aunque los engañados terminaron siendo ustedes

» Jazmine sabe actuar, lo sabe hacer, pero soy mejor que ella. Fue rápido descubrirla, así que seguí su juego de seducción, aparentar no saber nada, quería ver hasta donde llegaba. La empecé a seguir, igual que a ti. —Suspiró—. Paige te perseguía a ti y yo perseguía a Jazz. Las vi reunirse con Barry y las otras mierdas, las observé hasta que terminé creando mi propio plan. —Sonrió y agachó la cabeza—. Fue fácil hacerle creer que iba a haber una reunión, sabía que ella escuchaba mis conversaciones por eso lo dije lo más alto que puede, para que ella escuchara. También fue fácil hacerle ver a Jazmine la caja fuerte, fue fácil que se aprendiera la clave, sabía que ella tomaría el expediente de Arthur. —Observó a Arthur y sonrió cuando dijo—: también sabía que agarraría los análisis de Emily, por eso los coloqué allí.

Giré a ver a Arthur. Su mandíbula estaba tensa, su rostro mostraba enojo, dolor y ganas de querer arrancarle la cabeza a Marcus. Pero también estaba confundido, él no sabía nada sobre lo de Barry y los demás. Sabía que me había visto con Barry, pero no sabía el motivo.

—Esa tarde —prosiguió Marcus—, cuando le diste a Barry y a los demás el expediente y los análisis de Emily supe que todo se iría a la mierda. —Arthur volteó a verme herido—. ¡Claro que no lo sabes, Arthi! Que estúpido soy. Así que te informo que Jazmine y tu querida Layla iban a traicionarte, vaya perras ¿no crees? —No pude seguir observando sus ojos y aparté la mirada hacia Marcus, quien sonreía con satisfacción—. Debo aclarar, que la idea de que Charlotte se acostara con Arthur no fue mía, fue de Paige, ella fue la de esa idea. Aunque hay que decir que lo pensó bien, ya que gracias a que hizo eso, dejaste a Arthur.

» ¿Por dónde iba? —Hizo gestó pensativo—. ¡Ya sé! —Chasqueó la lengua—. Vayamos al grano, porque me estoy yendo por las ramas. El punto es que Jazmine no me ayudó para que fueras a mi casa, solo me prestó su teléfono, aunque bueno, no se lo pedí prestado. Veras...cuando ella iba de camino a desayunar con su padre, la rapté, después llamé de su teléfono al mío —me sonrió—, ya sabrás porqué hice eso.

» La hubieras visto, parecía una fiera —se carcajeó—, siempre lo ha sido. La tuve que drogar e intentar durante todo el día que ella dijera las palabras que necesitaba que dijera, así, después podíamos usar esa grabación en tu contra, ya sabes, la llamada que recibiste de Jazz, era en realidad una grabación —me guiñó un ojo al terminar de decir aquello—. Cuando dieron casi las dos de la madrugada, Jonathan se llevó a Jazmine en un auto, el cual iba con algunas maletas llenas de ropa y otras de droga. Pobre. —Hizo una mueca—, él creía que solo iba a llevarla a otro lugar, jamás pensó que otro carro aparecería de la "nada" —enfatizó sobre la palabra nada—, y los haría tener un accidente.

» Una hora después utilicé el teléfono de Jazz para atraerte, sabría que no te negarías. Harías cualquier cosa por ella, ¿no es así? —Chasqueó la lengua—. Así que querida Layla, Jazmine nunca me ayudó en nada y si la juzgaste fue muy mal de tu parte. Que ella escuchara sobre la reunión fue una estrategia, que encontrará los análisis y el expediente otra, para después hacer que desconfiaran los unos de los otros, ¿y lo logré? —Sonrió complacido—. Yo creo que sí.

—¡Hijo de puta! —bramó Arthur—. ¡Bastardo de mierda! ¡Te voy a matar, te voy a matar!

Ahogué un sollozo y cerré mis ojos con fuerza. No sabía que era más fuerte, el alivio que sentía porque ella no había participado en la trampa, o el dolor en mi pecho al saber que ella había estado postrada en una cama de hospital, todo porque me querían a mí.

—No te desesperes, Arthur. No aún. —Sonrió con satisfacción—. Llamé del teléfono de Jazmine al mío para que creyeran que ella me había ayudado, y Paige mandó el mensaje de Lo he hecho. Aunque...—Hizo cara de pensativo—, no creí que ella fuera a sobrevivir, eso fue algo sorprendente. —Sonrió—. Mientras estaba raptada la hubieran escuchado, repetía una y otra vez que me iba a matar, justo como lo estás haciendo, Arthi. —Hizo una mueca—. Ahora ella se está recuperando, el único detalle es que no recuerda lo que ocurrió y esa es una ventaja para mí. —Sonrió—. ¿No creen?

—Estás demente —susurré aturdida y con las lágrimas deslizándose por mis mejillas—. Eres un demente.

—No, muñequita. No lo soy —se encogió de hombros mirándome—. Solo quise hacer justicia, la traición se paga con muerte y esa zorrita, me traicionó. —Observó a Arthur—. Te estaba traicionando a ti también, así que digamos que nos hice un favor.

—¿Un favor? —preguntó incrédulo Arthur—. Un favor y una mierda, ¡No tenías derecho de tocarle un pelo! ¡Maldito hijo de puta!

—¿Tanto la amas que le perdonas que te estuviera traicionando? —inquirió Marcus y negó con la cabeza—. Jazmine es igual que ella —me señaló—. Una perra mentirosa y traicionera.

—No hables así de ella —mascullé entre diente—. No te atrevas.

—¿O qué? —declaró—. ¿Qué harás, Layla? —Sonrió sabiendo que no podía hacer nada—. Estás indefensa, no tienes ayuda de nadie. Nadie te puede proteger, cariño.

—¿Por qué haces todo eso? —inquirió Arthur.

La mirada de Marcus se deslizó hasta él, la sonrisa que tenía en su rostro desapareció lentamente, dejando un rostro llenó de maldad, pura maldad e ira. Mi mirada también cayó sobre Arthur, su rostro estaba desencajado, el dolor se reflejaba en él. Yo lo había traicionado, Jazmine también lo había traicionado, Marcus igual; eso le daba motivos suficientes para creer que todas las personas eran una porquería.

—Aún no lo sabes —masculló Marcus con ira y después soltó una carcajada—. ¡El pobre Arthur Jensen, quien tuvo una infancia difícil porque la puta de su madre no pudo mantener las piernas cerradas y porque el bastardo de su padre no se controló! —Negó con la cabeza—. Tenía que protegerte, tenía que cuidar al pequeño Arthur que no tenía bolas suficientes; aun cuando tenía dieciséis años. —Hizo una mueca de aburrimiento—. Que patético.

—¿Solo por eso? —inquirió Arthur con burla en la voz—. Pobre de ti, Marcus. Pero la puerta estaba abierta y te podías ir. Además, quién se acercó al otro fuiste tú, no yo.

—Y no sabes cómo me arrepiento —masculló el rubio—. Como si tener que lidiar con tus mierdas, con tus malditos ataques de ira y tus estúpidas pesadillas no fuera suficiente, me quitaste el amor de mi abuela. ¡Ella era mía!

—¡Tú eras un hijo de puta con ella! —gritó Arthur—. Esa mujer te daba todo lo que podía, te amaba como nadie y tú era un hijo de puta con ella. No la merecías, nunca lo hiciste. No me vengas con esa mierda de que te quité el amor de ella, porque tu solito te lo quitaste, tu solito hiciste que ella te despreciara. Cuando ella enfermó yo fui quien estuvo pendiente de ella, yo fui quien la cuido, fui yo quien compró sus medicinas y la llevó a un hospital. ¡No tú!

Un gritó de frustración salió de los labios de Marcus, se levantó del banco y empezó a caminar hacia los lados como un león acechando a su presa, desordenando su cabello y maldiciendo a diestra y siniestra. No entendía una mierda de lo que ocurría, no sabía nada.

—No me culpes de que hayas hecho que ella te odiará hasta el día de su muerte —murmuró Arthur—. Esa mujer te amó como una madre, como si te hubiera parido y lo único que hacías era reprocharle una y otra, y otra vez que el bastardo de tu padre se fuera, ella no tenía la culpa de que tu padre hubiera preferido una botella de alcohol antes que a ti.

Una carcajada carente de humor salió de los labios de Marcus, negó con la cabeza repetitivas veces y giró a verlo con ira.

—¿Y Emily si tenía la culpa de que estés enfermo? —inquirió Marcus sonriendo de manera espeluznante—. No somos tan diferentes, ¿sabes? Mi abuela me amó y yo desprecié su amor. —Chasqueó la lengua—, lo mismo que tú hiciste con Emily.

—¿La asesinaste? —La pregunta salió de mis labios de manera directa.

Los ojos de Marcus cayeron sobre mí y sentía los de Arthur en mi perfil.

—Creo que ya sabes la respuesta a eso. —Lamió su labio inferior—. La verdadera pregunta sería, ¿por qué?

—¿Por qué? —susurró Arthur con la voz rota, Marcus volteó a verlo, pero no respondió, solo se limitó a sonreír—. ¡¿Por qué?!

—¿No quieres saber todo desde el principio? —inquirió Marcus—. Vamos Arthi, ¿por qué saltar al final si podemos empezar desde el principio?



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