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Capítulo 62

Multimedia:  Why Won't You Love Me - 5 Seconds Of Summer

Estaba en movimiento, el sonido de un motor llegaba hasta mis oídos pero era distante, como si estuviera debajo del agua. Quería abrir los ojos, pero no podía, los párpados me pesaban y mi cuerpo lo sentía igual, lograba estar al tanto de mi respiración, cada inhalación y exhalación que daba, estaba consciente de cómo mi pecho subía y bajaba con calma, estaba consciente de los latidos de mi corazón.

¿Qué está ocurriendo?

Movía los dedos de las manos, el movimiento era lento y hacerlo se sentía como si estuviera haciendo un gran esfuerzo. Intenté mover mis muñecas, pero tampoco podía, ambas estaban juntas y algo impedía que las separará. Ya no estaba en movimiento, escuché como una puerta fue abierta y luego cerrada de un golpe, la incertidumbre de no saber que estaba ocurriendo me consumía. Otra puerta fue abierta, una ráfaga de viento golpeó mi rostro, el cual estaba inclinado, sentí como algo pinchaba mi brazo izquierdo.

Era una aguja, un quejido salió de mis labios al sentir como un líquido recorría mi sistema.

—Aun no. —La voz se escuchó distorsionada.

Caí de nuevo en la inconsciencia.


—No tenía opción, ¡Maldición, lo sé! —Alguien estaba hablando, su voz se escuchaba distorsionada y lejana—. No puedo hacerlo, no puedo. ¡No lo haré! Entiéndelo Ben.

Un quejido salió de mis labios, la garganta la tenía seca y mi cuerpo dolía, era como si hubiera dormido en el suelo. Mis párpados se fueron abriendo poco a poco, una luz dio directo contra mis ojos y los cerré con fuerza, mi cabeza palpitaba y mi estómago estaba retorciéndose.

—Necesito tiempo, solo tiempo...no lo haré, lo prometo.

Mis ojos volvieron a abrirse, fue lento el proceso y tuve que parpadear varias veces porque todo estaba borroso. Gimoteé de dolor cuando una punzada atravesó mi cuello. Subí mis manos hasta este pero no pude separar mis muñecas, bajé la mirada hacia ellas y logré distinguir las cuerdas que las ataban.

Cerré los ojos con fuerza y cuando los volví a abrir, miraba mucho mejor que segundo atrás.

—¿Qué demonios? —musité con la voz ronca.

El pánico comenzó a extenderse por todo mi cuerpo, intenté mover mis piernas y estas, también estaban atadas por los tobillos. Asustada, alcé la mirada hacia el frente, una carretera estaba delante de mis ojos y a los costados solo había árboles, muchos árboles. Un faro estaba delante del auto, la luz iluminaba un poco la carretera, ya que era de noche.

La cabeza seguía doliéndome y llevé mis manos atadas hacia ella, no sabía que había ocurrido, me dolía intentar recordar, bajé mis manos y me moví en el asiento, giré hacia la puerta que estaba a mi lado derecho y vi a alguien apoyado en ella, su espalda tapaba la vista, solo podía observar que delante de esa persona había árboles.

¿Dónde estoy?

Estaba empezando a tener problemas para respirar y todo me daba vueltas, tomé varias bocanadas de aire y me repetí una y otra vez que necesitaba tranquilizarme, volví a ver y aún seguía la persona apoyada, estaba prácticamente a mi lado, solo una puerta de metal nos separaba.

Tengo que recordar, tengo que recordar.

Una punzada de dolor atravesó mi cabeza y un quejido salió de mis labios, cerré mis ojos con fuerza, inhalé y exhalé, me encorve en el asiento e intenté desatar mis piernas, pero no podía, la cuerda estaba bien amarrada y no podía soltar el nudo, me era difícil intentar desatarme cuando tenía mis manos también atadas.

—Vamos, tengo que salir de aquí —susurré mientras intentaba librar mis piernas. Volví a ver a la persona que estaba apoyada en la puerta. Estaba fumando, podía ver el humo, su espalda era ancha; así que era hombre. Estaba demasiado oscuro para poder ver su rostro o color de piel. Aparté la mirada y seguí intentando desatar mis las piernas.

¿Estás bien?

Me quedé quieta al escuchar la voz de mamá en mi mente, los recuerdos comenzaban a llegar. Había ido al hospital, luego a casa de Mer a recoger mis cosas, cociné algo para ella y el señor Bailey, mamá llamó; contesté, después de colgar seguí limpiando la cocina, el teléfono volvió a sonar, la olla cayéndose, cuando hablé con el oficial, el teléfono volviendo a sonar. Fui a voltearme para ir a contestar...Una mano cubrió mi boca y nariz con un trapo, el olor era fuerte, el terror, el pánico, luego la inconsciencia.

Con desespero volví a retomar mi acción de desatarme, mi corazón estaba acelerado y mi pecho subía y bajaba rápido. Maldije al darme cuenta que era inútil intentar quitar las cuerdas, me acomodé en el asiento y volteé a ver a la persona apoyada en la puerta, seguía allí. Miré al frente y vi la guantera del auto, la abrí con cuidado y busqué algo para romper las cuerdas, no había nada. Solo había papeles. Nada más.

—Piensa, Layla, piensa —susurré. Cerré mis ojos y luego los volví a abrir, volví a encorvarme y comencé a intentar desatarme. La piel de mis muñecas ardía por el movimiento de mis manos, las cuerdas estaban realmente apretadas y podía jurar que mi piel debía de estar roja.

Logré soltar el nudo de las cuerdas que ataban mis piernas, y solté un suspiro de alivio.

Solo faltan mis muñecas.

Llevé hasta mi boca mis manos y mordí el nudo, intentando con mis dientes desatarme. Miré de reojo en dirección a la persona que estaba apoyado en la puerta y este estaba pasando repetitivas veces las manos por su cabello, como si estuviera pensando qué demonios iba a hacer. Aparté la mirada y busqué con la mirada algo en el auto que me ayudara, pero no había nada. Ya llevaba tiempo consciente, y no había mirado ni un solo auto pasar por aquel lugar, ni una sola alma. Era aterrador.

—¿Qué crees que haces? —inquirieron. Me paralice al escuchar la voz y mi corazón dio un vuelco al reconocerla.

Mi cabeza giró con lentitud hacía él. Mis ojos dieron con sus ojos obsidianos y sentí como todo comenzaba a sentirse pequeño. No sé en qué momento aparté las manos de mi boca, no sé en qué momento él entró al auto, no sé en qué momento las lágrimas empañaron mi visión.

Era como estar en una pesadilla, algo que nunca acababa, mi cuerpo estaba temblando como una hoja de papel y el oxígeno no llegaba a mis pulmones, mi boca estaba entreabierta y por allí respiraba.

—Tú-tú —titubeé, ahogando un sollozo—. Tú-tú...

Sus ojos recorrieron mis facciones con lentitud, después volvió a mis ojos. Tenía barba, sus ojos estaban apagados y debajo de ellos había ojeras, en su cabeza había una gorra negra, la cual no había notado, y su vestimenta era del mismo color que su gorra, negra.

Quizás para pasar desapercibido.

Una de sus manos se elevó y se fue a acercar a mi rostro, antes de que pudiera tocar mi piel me eché hacia atrás, arrinconándome a la puerta.

—No-no se te ocurra tocarme —mascullé con la voz llena de ira y miedo.

Su mandíbula se tensó al escuchar las palabras salir de mis labios, alejó la mano y la dejó caer sobre su pierna derecha, apartó la mirada de mí y vio hacía al frente, cerró sus ojos con fuerza y tomó una bocanada de aire, luego volvió a abrirlos y se quedó mirando la carretera.

¡Tienes que salir de ahí! ¡¿Entiendes?! ¡Huye!

Gritaba mi mente una y otra vez, pero mi cuerpo no acataba las órdenes que dictaba mi cerebro, estaba inmóvil.

¡Maldición, Layla! ¡Huye! ¡SAL DE AHÍ!

Él estaba sumergido en sus pensamientos, mirando al frente sin mover un solo músculo. Parpadeé varias veces, me moví con cuidado en el asiento, sin que él se diera cuenta, sin apartar la mirada de él. Llevé mis manos hasta la palanca para abrir la puerta y la jalé, el sonido que emitió la puerta al ser abierta lo colocó alerta, él giró su cabeza en mi dirección y luego vio mis manos en la palanca de la puerta.

Retuve el aire en mis pulmones.

Ninguno se movió.

Ninguno dijo nada.

Era una calma que perturbaba, que asustaba.

¡Corre!

Lo hice, salí del auto lo más rápido que pude. Sentí como su mano agarró la tela de mi camisa, solté un grito y me moví bruscamente, terminé liberándome de su agarré. Escuché como maldijo y me eché a correr. El aire frío de la noche golpeaba mi rostro, escuchaba sus pasos, podía sentirlo corriendo detrás de mí, mis piernas empezaban a sentirse débiles y mi pecho subía y bajaba con velocidad.

—¡Detente, Layla! —gritó detrás de mí.

No lo iba a hacer, tenía que correr, tenía que escapar de él. La carretera no acababa, no había alguna gasolinera, no pasaba un auto o moto, no había nadie. Giré a la izquierda, internándome en el bosque, en aquel lugar lo podía perder, tenía que perderlo. O la pérdida sería yo. Sus pisadas detrás de mí comenzaron a escucharse débiles, corrí con todas mis fuerzas, corría y corría, sin detenerme.

Todo estaba oscuro, estaba corriendo a ciegas, la poca luz de la luna que se filtraba entre las copas de los árboles era poca, pero lo suficiente para ver un poco por donde iba, debajo de mis pies las ramas y hojas crujían. La garganta la tenía seca, mi frente y espalda estaban empapadas de sudor, mi boca estaba entreabierta y por ella respiraba, pero sentía que el oxígeno no llegaba a mis pulmones.

Mi pie izquierdo tropezó con una rama y terminé cayendo, mi cuerpo impactó contra el suelo lleno de ramas y hojas, mi cabeza se golpeó con algo, un pitido invadió mis oídos y una punzada de dolor atravesó mi cabeza. Podía escuchar el sonido de los búhos. Me levanté del suelo con cuidado, sentía el sabor del metal en mi boca, algo caía por mi cabeza y se deslizaba por el lado izquierdo de mi rostro, llevé mis manos hacia la coronilla de mi cabeza y el líquido cubrió mis dedos, era sangre.

Escupí la sangre y comencé a caminar, mi cabeza palpitaba y me sentía agotada, mis piernas temblaban y se flexionaban, los pasos de alguien acercándose me colocaron alerta, me empecé a mover un poco más rápido, solo había árboles a mi alrededor, árboles y más árboles. El desespero dominaba mi cuerpo, mis ojos estaban cubiertos de lágrimas y ellas ya se deslizaban por mis mejillas.

—Tengo que esconderme —hablé en un susurro y con la respiración entrecortada—. Tengo que esconderme.

Mis ojos recorrían el lugar, solo miraba árboles y todo me daba vueltas. Los pasos se escuchaban cada vez más cerca, y mi desespero aumentaba.

Pisada, pisada, una rama partiéndose, pisada, pisada, el crujir de las hojas debajo de sus pies.

Mis ojos dieron con algo, era un árbol caído, había varias ramas y podía esconderme debajo de ellas. Apresuré el paso hacia ellas, las levanté y me escondí, las acomodé para que ninguna parte de mi cuerpo se observará, tapé con mis manos mi boca, para no emitir ningún sonido. Podía haber algún animal allí, una serpiente u otra cosa, pero mi mente solo pensaba en escapar, solo en eso.

Pude ver entre las hojas la figura de Arthur, su rostro no podía verlo por la oscuridad, pero la luz que daba la luna me permitía ver su figura. Vi cómo se detenía, colocaba sus manos sobre su cabeza y maldecía. Frotó su rostro con una mano, vio hacia los lados y se echó a correr de nuevo.

Cerré mis ojos y tomé una bocanada de aire, esperé unos segundos para poder tranquilizarme un poco. Después me levanté de donde estaba, vi hacia la dirección en la cual se había echado a correr y no lo vi. Empecé a correr hacia la carretera, no recordaba por donde había corrido, pero sabía que no debía de perderme si corría derecho. Mis piernas temblaban, la sangre y el sudor que cubrían mi rostro se mezclaban, me detenía para poder respirar y descansar solo unos segundos. Mis ojos se cerraban solos y las cosas me daban vueltas.

Podía ver que ya casi llegaba a la carretera, solo estaba a unos metros, solo unos pasos más.

Solo un poco, solo un poco. Resiste.

Jadeaba en busca de aire, me detuve y apoyé mis manos sobre el tronco de un árbol, inhalé y luego exhalé, cerré mis ojos cuando una punzada la atravesó. Hice mi cabeza a un lado y escupí, aún tenía el sabor de la sangre inundando mi paladar y era asqueroso. Me separé del tronco del árbol y empecé a caminar hacia la carretera, estaba a punto de llegar, tan solo unos pasos más, cuando dos manos rodearon mi cintura.

Grité, me moví bruscamente e intenté liberarme cuando vi que intentaba tapar mi boca y nariz con un trapo.

—¡Arthur no! —grité sollozando—. ¡Por favor no!

Fue en vano intentarlo, no pude liberarme de su agarre, y tampoco pude evitar que volviera a tapar mi nariz y boca con un trapo, el fuerte olor volvió a inundar mis fosas nasales, los sollozos eran ahogados por el trapo, el dolor y la desesperación estaban a flor de piel. Estaba perdida.

—Shhh, tranquila —susurraba en mi oído, mientras movía mi cuerpo hacia los lados—. Duerme...solo duerme, cariño.

Mi cuerpo se volvió a debilitar, mis piernas flaquearon y caí al suelo junto a él, terminé con la cabeza apoyada en su pecho, mis manos estaban encima de la mano que tapaba mi boca, su cuerpo se mecía hacia delante y atrás, mientras que su voz susurraba en mi oído cosas que no entendía.

Hasta que la oscuridad volvió a rodearme.



Yacía encima de algo blando, llevé mi mano derecha hasta mi cabeza y solté un quejido, me dolía la cabeza. Me senté aún con los ojos cerrados y después los abrí, parpadeé varias veces para enfocar en donde me encontraba. Estaba en una habitación, era una grande y lucía antigua, había unas puertas corredizas enfrente de mis ojos que daban hacia una azotea, podía ver las copas de los árboles y uno que otro pájaro volar.

¿Ya es de día? ¿Cuánto he estado inconsciente?

Mi mirada cayó en mis manos, el dorso de la izquierda tenía una intravenosa, y las muñecas de ambas eran de un color rojizo y tenía las marcas de las cuerdas. Tenía puesto un vestido blanco de flores, quité las sábanas de mi cuerpo y observé que el vestido llegaba por debajo de mis rodillas.

 Los recuerdos de lo que había ocurrido me golpearon con fuerza, tenía que encontrar la manera de salir de allí. Me levanté de la cama y me mareé, por lo que me tuve que sentar en el borde de la cama, cerré mis ojos y tomé una bocanada de aire, cuando volví abrir los ojos seguí con la mirada la intravenosa en mi dorso, fui subiendo hasta dar con una bolsa casi vacía, solo había dos o tres dedos de solución.

—Ya despertaste. —Su voz llegó hasta mis oídos, una fuerte opresión se instaló en mi pecho y mi corazón dio un vuelco. Mi cuerpo se colocó tenso y alerta, muy alerta.

Mi cabeza se movió con delicadeza hasta él. En sus manos tenía una charola de comida, podía ver jugo de naranja, un frasco de pastillas, pan tostado y algo en un plato hondo. Mi mirada subió hasta sus ojos, los cuales recorrían mis facciones. Sus ojos se toparon con los míos, no había nada en ellos, no había culpa, frialdad o arrepentimiento por lo que estaba haciendo, realmente no había nada.

Caminó hasta donde estaba, no me moví de mi lugar, pero si me quede observándolo con detenimiento, no podía salir corriendo, me sentía débil y mi cabeza palpitaba, además, no sabía dónde estaba y lo más probable era que él podría atraparme con facilidad.

—Tienes que comer —habló, dejando la charola encima de una mesa de noche que estaba a un lado de la cama—, has estado inconsciente por horas y estás débil —se sentó en la cama, me observó como si esperara que dijera algo, pero no dije nada. 

Su mano se elevó por el aire y se acercó a mi rostro, intentando tocar mi piel, pero antes de que lo hiciera me eché hacia atrás. Apretó sus labios en una fina línea y bajó la mano, dejándola caer en su pierna. Resopló y cerró sus ojos por unos segundos, luego los abrió y su mirada cayó sobre mis manos, en un movimiento rápido agarró mi muñeca, la cual tenía la intravenosa.

—No me toques —mascullé entre dientes, apartando mi mano con brusquedad.

—No te haré daño —susurró dolido.

—¿Más del que ya me has hecho? —inquirí con la voz llena de dolor, una sonrisa llena de decepción y tristeza se deslizó por mis labios—. ¿Dónde quedo el siempre estarás a salvo conmigo? —Apartó la mirada de mí y agachó la cabeza—. ¿Dónde quedó? 

—Nunca he querido lastimarte —murmuró negando con su cabeza repetitivas veces—. Nunca he querido hacerlo —afirmó, elevó la cabeza y unió nuestras miradas—. Solo deja que te retire la intravenosa y me iré para que desayunes, ¿sí?

—Déjame ir —pedí con la voz ronca, intentando no echarme a llorar—. Si de verdad no querías lastimarme...déjame ir. —Con toda la fuerza del mundo coloqué mi mano sobre la suya y di un apretón—. Por favor, deja que vuelva con mi familia.

Su mirada bajó hasta mi mano, la cual estaba sobre la suya. Con delicadeza y rapidez me quitó la intravenosa, luego entrelazó nuestros dedos y dio un apretón, sin llegar a dañarme. Podía escuchar los latidos de mi corazón, podía ver cómo todo se detenía a mí alrededor al esperar una respuesta. 

—No puedo —susurró y eso fue como un detonador, ya que las lágrimas que estaban retenidas en mis ojos se deslizaron por mis mejillas, aparté mi mano de la suya y cerré mis ojos con fuerza, a la vez que una punzada de dolor atravesaba mis sienes—. No puedo dejarte ir.

—¿Qué quieres de mí? —murmuré, abriendo los ojos—. ¿Qué es lo que quieres de mí? —No contestó, solo se quedó observándome. Negué con la cabeza y me levanté de la cama, mis piernas flaquearon y él me sostuvo, pero me aparté con brusquedad—. ¡No me toques! —grité histérica—. ¡¿Entiendes?! No quiero que me toques, no quiero estar cerca de ti. ¡No quiero estar contigo! ¡¿Por qué no lo entiendes?! —Sollocé—. ¿Por qué sigues regresando para destruirme?... ¿Eh? —Froté mi rostro con histeria, mientras que los sollozos y las lágrimas seguían saliendo—. ¿Qué es lo que realmente quieres? 

—Lo siento —murmuró parado a unos pasos de mí, sus ojos ahora demostraban dolor y sus facciones estaban llenas de arrepentimiento.

—¿Lo siento? —inquirí incrédula—. Lo siento —repetí y negué con la cabeza, luego solté una risa histérica que se mezclaba con el llanto—. Dices que lo sientes, pero... ¿sabes qué? —cuestioné—. No quiero tus disculpas, no quiero tus malditas disculpas. ¡Solo quiero alejarme de ti! ¡Solo quiero volver con mi familia y hacer mi vida! ¡Solo quiero que dejes de aparecer! —Solté un grito lleno de frustración y negué con la cabeza, hasta que un susurro agregué—: Solo déjame ir.

Oculté mi rostro entre mis manos, mi cuerpo estaba temblando y las punzadas de dolor atravesaban mi cabeza con fuerza. Estaba cansada de todo, estaba cansada de Arthur. Quería irme y olvidar todo, dejarlo en el pasado, pero él se empeñaba en volver una y otra y otra vez. 

—Come y después toma las pastillas del frasco para el dolor de cabeza —lo escuché decir—. No puedo dejarte ir y no espero que me entiendas o me comprendas.

Después solo escuché como la puerta se cerraba, dejé salir otro sollozo y me abracé a mí misma, caminé hacia atrás mientras negaba con la cabeza y las lágrimas salían de mis ojos, mi espalda chocó contra una pared, me dejé deslizar por ella hasta llegar al suelo, donde abracé mis piernas y escondí mi rostro entre mis rodillas. Quería que todo terminara, quería dejar de sentir.



Las horas pasaron lento, con tanta lentitud que sentía que habían pasado días allí. Él volvió en la tarde con una charola llena de comida para almorzar, y se llevó la charola que había traído en la mañana, —la cual estaba vacía ya que si quería salir de allí tendría que tener fuerzas— sin decir nada llegó y con el mismo silencio se fue. Había estado observando la habitación, también revisando de pies a cabeza, no había algo que pudiera utilizar para escapar, hasta los cubiertos eran de plástico. 

En las gavetas había ropa y todo era de mi talla. Parecía como si él creyera que íbamos a vivir allí como una pareja feliz. Mis rodillas tenían hematomas y —por lo que creía— él me había bañado y vestido cuando estaba inconsciente.

Dejé salir un suspiro, me levanté de la silla en la que me encontraba sentada, mis piernas las sentía entumecidas y el dolor de cabeza ya había desaparecido. Caminé hasta las puertas corredizas, las abrí y salí a la azotea; una leve brisa chocó contra mi rostro y cerré los ojos, apoyé mis manos sobre la baranda y eché mi cabeza hacia atrás, para luego abrir los ojos con cuidado.

El cielo estaba lleno de estrellas y la luna resplandecía, era hermoso. Recorrí con la mirada el lugar, solo árboles nos rodeaban, nada más. 

—Dentro de unos minutos baja a cenar —dijo y me sobresalté, no giré a verlo, pero mis manos apretaron con fuerza la baranda de madera—. Tienes ropa en las gavetas y en el baño lo que necesitas para ducharte, te espero abajo, Layla. No quiero venir por ti.

Luego volvió a irse.

Hice lo que pidió, me bañé, vestí y bajé hacia la cocina, el lugar era antiguo pero bonito, era una cabaña realmente hermosa. Él estaba sentado en la punta de la mesa y yo en la otra. Cuando bajé de la planta superior él pidió que me sentara y, luego sirvió la comida, la cual estaba buena, ambos comíamos en silencio, él no intentaba establecer alguna clase de conversación y eso lo prefería, no quería hablar con él. Mi mirada iba y venía por el lugar, recorría con la mirada la estancia.

La cocina era de concepto abierto, la chimenea estaba encendida y algunos cuadros de paisajes estaban colgados en la pared, pero había uno encima de la chimenea que llamaba mi atención. Era grande y salían tres personas abrazadas, una mujer de ojos negros y cabello negro, su tez era blanca y sonreía, al otro lado estaba un hombre sonriendo, ojos cafés oscuros y cabello castaño, en sus mejillas se creaban hoyuelos por la sonrisa que tenía en su rostro y; en el medio de ambos, estaba un niño de unos cuatro o cinco años, con una sonrisa resplandeciente en sus labios, sus ojos brillaban de felicidad y dos hoyuelos se creaban en sus mejillas. Los tres vestían suéteres de lana de color rojo, parecía una foto que tomas en navidad.

—Somos mis padres y yo, esa foto la tomamos en este lugar, ya que veníamos de vacaciones aquí y esa navidad, la pasamos aquí —su voz llenó mis oídos, giré a verlo y sus ojos miraban el cuadro que yo miraba momentos atrás—. Esa fue la mejor navidad que los tres pasamos, mamá preparó toda clase de comidas, papá decoró la cabaña de pies a cabeza y ese año recibí muchos regalos. —Una sonrisa melancólica se deslizó por sus labios—. Éramos felices, realmente felices. No había engaños, gritos, mentiras; éramos una familia feliz.

Su mirada se topó con la mía.

—Sé que quieres salir, que planeas en tu cabeza como poder escapar, pero no pierdas el tiempo. Nadie sabe dónde estamos, no sabes dónde estamos.

—¿Por qué haces esto?

—Quiero que estés conmigo —respondió con simplicidad.

—Pero yo no quiero estar contigo.

—Lo sé y es por ello que te volveré a enamorar, volverás a querer estar conmigo.

—¿Y crees que secuestrándome me enamoraras? —pregunté incrédula y sonreí—. Lo único que estás haciendo es que las ganas de huir aumenten, lo único que estás logrando es que te desprecie más de lo que ya hago.

Su mandíbula se tensó y sus manos se convirtieron en puños, fui testigo de cómo sus ojos se oscurecían hasta llegar al punto en el cual no podía diferenciar su pupila del negro de su iris.

—Mientes —masculló.

—No lo hago. Si piensas que viviré aquí junto a ti, piensas mal. No voy a quedarme de brazos cruzados, buscaré la forma de escapar y me largare.

—Tú no te irás de aquí —amenazó con la voz ronca y levantándose de la mesa.

—Si lo haré. —Emití su acción—. Me iré, me escaparé o en algún momento mis padres me encontrarán, ellos no dejarán de buscarme.

—Cállate —masculló con la respiración agitada.

—Te quedarás solo —proseguía, ignorando lo que había dicho—. No habrá nadie para ti, nadie te amara Arthur, y si lo hacen. —Sonreí con tristeza—, ese amor se convertirá en odio y desprecio. Porque no sabes lo que es amar, tú no amas, tú destruyes, tú mismo lo dijiste. 

—¡Cállate! —gritó, lanzando el plato de comida al suelo y haciéndolo pedazos.

—¡No lo haré! —grité de vuelta—. Te quedarás solo con tu dolor, te quedarás solo con tus propios demonios, Arthur. Si alguien llega a amarte, te terminara odiando y aborreciendo como yo lo hago. Porque eres un monstruo y los monstruos no son amados.

—¡Te dije que te callaras! 

Todo ocurrió muy rápido, en un momento estaba en la punta de mesa y en el otro, sus manos aprisionaron mis brazos con fuerza, lastimándome. Un grito escapó de mis labios al sentir como la zona en la cual sus manos hacia presión comenzaban a doler.

—No sabes lo que estás diciendo —hablaba mientras caminaba y me hacía retroceder—. Solo hablas de cuanto me desprecias, solo dices puras mierdas, lo mismo que hacia ella.

—Arthur...—intenté hablar cuando mi espalda chocó contra una pared.

—Hasta tienes el maldito cabello corto. —Siguió hablando sin prestarme atención—, ¿sabías que ella también se lo cortó? —Sonrió con dolor—. A veces, cuando te veo, la veo a ella, el miedo en sus ojos, el dolor en su voz, el desprecio. ¡Intenté ser bueno! —gritó, me atrajo hacia él y después golpeó mi cuerpo contra la pared, cerré mis ojos a lo que mi cabeza golpeó contra ella, un sollozo salió de mis labios y el dolor me recorrió—. ¡Intento serlo! Pero lo haces difícil, lo haces difícil.

—¡Basta! —pedí con la voz inundada en pánico.

Sus manos zarandeaban mi cuerpo con fuerza, no escuchaba muy bien lo que decía, el dolor en mi cabeza y el zumbido en mis oídos no me dejaban. Podía ver sus labios moverse, como la vena de su cuello se marcaba y presenciar, como la ira llenaba sus ojos, como lo dominaba.

—¡¿Por qué haces todo tan difícil?! —bramó, mientras seguía zarandeando mi cuerpo—. ¡¿Por qué?!

En un movimiento brusco me lanzó hacia un lado y mi cuerpo terminó impactado contra el suelo. Lloraba con fuerza, lo único que hacía era llorar e intentar recordar cómo era respirar, porque el llanto no me dejaba hacerlo. Mi cuerpo era sacudido por los sollozos y el dolor físico nunca se podría comparar con el dolor emocional.

—¿Qué hice? —Escuché que dijo, pero no estaba segura de haberlo escuchado bien.

Sus manos acunaron mi rostro y secaron las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas, me ayudó a sentarme en el suelo y decía cosas que no podía entender, mi cerebro no trabajaba rápido y no procesaba las cosas bien, solo era consciente del dolor que sentía en el cuerpo.

—Mírame —pidió con la voz temblando—, abre tus ojos y mírame, Layla. Por favor.

—No me toques —susurré entre sollozos, llevé mis manos hasta las suyas y las aparté con brusquedad. Abrí mis ojos y me alejé de él—. No quiero que me toques.

El dolor fue evidente en sus ojos al escucharme hablar. Me arrastré y me levanté del suelo, sosteniéndome de un mueble que estaba cerca. Mis piernas temblaban y todo me daba vueltas, tenía ganas de vomitar, mi estómago estaba revuelto y estaba sudando.

—Perdí el control —dijo e intentó acercarse, pero alcé mi mano para que se detuviera—, no era mi intención. —Dio varios pasos en mi dirección—...yo...no quería.

—No te acerques —susurré—. No quiero tenerte cerca.

—No digas eso —susurró con dolor—, por favor no lo digas.

—Es la verdad, solo digo la verdad —dije sosteniéndome del mueble con fuerza, ya que sentía que me iba a caer.

—¡Te dije que no dijeras eso! —Vi como su mano se elevó en el aire y mi primer instinto fue cerrar los ojos con fuerza y esperar el golpe, pero no llegó, el golpe nunca llegó. 

Escuché un grito de frustración salir de sus labios, lo escuché maldecir una y otra vez.

Abrí mis ojos y él estaba de espaldas a mí, su cuerpo se agitaba con fuerza, como si tuviera frío, sus manos estaban convertidas en puños y estaban a los costados de su cuerpo, y sus hombros subían y bajaban con fuerza.

—Es...mejor que subas a tu habitación y no salgas de allí —habló con la voz agitada, como si estuviera intentando contenerse.

No me moví, estaba inmóvil del pánico. Giró sobre sus talones para verme, sus ojos estaban vidriosos y sus fosas nasales se abrían y cerraban con fuerza. Parecía que estuviera a punto de estallar. Me asustaba verlo así, pero también me dañaba, sentía dolor por él, porque en algún momento lo conocí y ahora ya no lo hacía, era ver a una persona completamente diferente delante de mí.

—Ve —pidió con la voz ahogada, seguí sin moverme—. ¡Maldición, Layla! Ve a la habitación y no salgas de allí. ¡Muévete!

Con las piernas temblando y el corazón en la garganta hice lo que dijo, me moví lo más rápido que pude y subí las escaleras, después caminé hasta la habitación y me encerré en ella, apoyando mis manos a la puerta, como si eso evitara que él pudiera entrar después. Al cerrar la puerta lo escuché gritar, como las cosas se partían y mi corazón se estrujó con fuerza.

Sus gritos eran dolorosos, su llanto llegaba hasta mis oídos y me hacía sentir mal. Apoyé mi cabeza a la puerta, intentando controlar las ganas que sentía de salir y abrazarlo, ¿estúpido no crees? Querer ir a consolar a la persona que tanto daño te había hecho, pero somos humanos, tenemos sentimientos, no somos inmunes al dolor.

Me volteé y apoyé mi espalda a la puerta, me deslicé y llegué hasta el suelo, donde abracé mis piernas y lloré, lo acompañé en el llanto. ¿Hasta dónde habíamos llegado? Aquello que había comenzado como un sueño, poco a poco se convirtió en una pesadilla. 

Arthur Jensen era un alma atormentada, una persona que buscaba la felicidad y ser amado, quien en su interior anhelaba poder sonreír y que su pasado no le doliera, ni lo lastimara de la forma en la que lo hacía. Era un alma que quería ser feliz, pero no podía serlo.


N/A

¿Teorías?

¿Ganas de asesinar a alguien? Xd

En otras noticias. ¡ESTO SE VA A EMPEZAR A DESCONTROLAR! >:D

#NoLectoresFantasmas Un comentario y una estrella motiva a cualquier escritor <3

Nos leemos en los comentarios.

¡CAMBIO Y FUERA, MIGUEL!


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