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Capítulo 40

Multimedia: Dueles Tan Bien - Bruses

Delineaba el contorno de su rostro con mi dedo índice, recorrí su rostro desde su frente hasta su mentón. Algunos hematomas ya decoraban su piel, eran una mezcla entre amarillo y rojo, se notaban bastante. Dormido se miraba pacífico, como si nada lo atormentara, como si no fuera capaz de romper un plato. Una de sus manos rodeaba mi cintura, y la otra estaba debajo de mi cabeza.

Podía quedarme contemplándolo durante horas, y no cansarme. Con delicadeza retiré su mano de mi cintura y me levanté de la cama. Él gruñó y frunció el ceño, se movió quedando boca abajo y no se volvió a mover.

Me lave los dientes y la cara, tenía los ojos algo hinchados y rojos, además de lucir agotada. Agradecía que mi madre no hubiera ido a despertarme o Troya hubiera ardido, salí del cuarto dejándolo a él durmiendo. Bajé las escaleras y entré en la cocina, llevándome la sorpresa de encontrar a la abuela sentada en una de las sillas del comedor, leyendo el periódico.

—Abuela.

Ella levantó la mirada y sonrió.

—Buenas tardes, Lía.

Caminé hasta la nevera.

—Pensé que ya se habían ido. —Saqué una jarra de jugo, y me serví un poco.

—El vuelo se canceló por las lluvias. —Señaló la ventana, seguí su dedo y como había dicho; estaba lloviendo fuerte—: Siéntate, voy a calentarte la comida.

Hice lo que me pidió, y de manera rápida se movía en la cocina —a pesar de que la abuela tenía una edad avanzada, aún tenía energías y fuerzas en su cuerpo— mientras que yo miraba por la ventana como la lluvia caía. Recuerdo que cuando era niña y viajaba en auto junto a mis padres recorría con mis dedos las gotas de lluvia que chocaban contra la ventana.

—¿Dónde están todos? —inquirí al caer en cuenta de que la casa estaba demasiado callada.

—Tu padre y tu abuelo salieron a comprar algunas cosas —me miró por unos breves momentos, después desvió la mirada y comenzó a servir la comida en un plato—. Y tu madre salió por asuntos de trabajo.

Fruncí el ceño.

—Pero es sábado y ella no trabaja los sábados.

Se encogió de hombros, tomó entre sus manos el plato de comida y me lo sirvió.

—Fue lo que me dijo cuando le pregunté para dónde iba.

—Eso es raro —murmuré.

—Lo es —me dio la razón—. Pero ahora come, que se te va a enfriar la comida. Tu madre ya nos dirá después que ocurrió.

Empecé a comer. Mamá tenía la costumbre de dejar el trabajo para la oficina, todos los fines de semana se dedicaba a ser madre y esposa, más no a trabajar. Y por alguna razón, tenía un amargo sabor de boca.

—Derek te vino a buscar —dijo, sacándome de mis pensamientos. Tomé algo de jugo y pasé la comida que tenía en la boca.

—¿Cuándo? —inquirí.

Hizo un gesto pensativo.

—Hace aproximadamente una hora. —Escudriñó mi rostro en busca de alguna expresión que delatara cómo me sentía—. ¿Qué ocurrió, Lía?

Solté un suspiró y solté los cubiertos.

—Me fui del baile y no dije nada. —Bajé la mirada hacia el plato—. No me sentía muy bien.

Estiró su mano encima de la mesa y tomó la mía, la acarició y dio un leve apretón. Levanté la mirada y me encontré con sus ojos llenos de tristeza y amor.

—Anne llamó —me tensé al escuchar el nombre de ella—. Y me dijo que te dijera, que por favor la llamarás, que necesitan hablar. Se escuchaba preocupada, deberías llamarla, y a Derek también.

Asentí.

—Llamaré a Derek —dije, recogí los platos y los llevé hacia el fregadero.

—¿Y a Annabet también? —inquirió.

Negué con la cabeza.

—Creo que es mejor dejar todo como está —susurré lavando los platos.

—Lía...

—Abuela no —supliqué y levanté la mirada hacia ella—. Ya he lastimado a muchas personas y ella ha sido una de esas personas. Además, está saliendo adelante, no puedo llegar y destruir lo que ya lleva construido.

Soltó un suspiro y negó con la cabeza.

—La lastimas más alejándola de ti —me miró con dolor—. Ambas estaban unidas, y aun no entiendo por qué la alejaste.

—Porque fui una estúpida. —Sequé mis manos y me encaminé hacia las escaleras—. Porque lo único que sé hacer es equivocarme una y otra vez, sin quitar que cada vez que tomo una decisión hiero a alguien que amo.

—Lía...

—Ya no quiero hablar de ello —la interrumpí y volteé a verla—. Por favor, abu.

Ella asintió.

—Es tu decisión, y la acepto, Lía. —Suspiró—. Iré a recostarme un rato.

—¿Estás bien? —inquirí preocupada. La abuela sufría de tensión y azúcar, y varias veces la habían internado por ese motivo—. ¿Ya tomaste tus medicinas?

—Sí. —Sonrió—. La edad ya me está pasando factura, nos vemos más tarde, pequeña.

Pasó por mi lado y antes de subir hacia el segundo piso, dejó un beso en mi mejilla. Restregué mi rostro y solté un suspiró lleno de frustración, tomé algo de comida para Arthur y subí las escaleras, para luego entrar a mi habitación. Al entrar él no estaba acostado en la cama, dejé la comida en la mesa de noche y toqué la puerta del baño.

—Arthur —llamé, mas no obtuve respuesta.

Fruncí el ceño y tomé la perilla de la puerta, y antes de que pudiera girarla, la puerta se abrió, mostrando a un Arthur adolorido.

—Hola, cariño. —Sonrió y dejó un beso en mis labios.

—Hola —susurré—. Te traje algo para que comas.

Asintió en respuesta.

Caminamos y nos sentamos en la cama, le pasé la comida y él empezó a comer. Con la mirada seguí cada uno de sus movimientos, desde que agarraba algo de comida con el cubierto, hasta que la introducía en su boca. Las preguntas inundaban mi mente, cada vez me cuestionaba más y más cada cosa que hacía.

¿De verdad me ama o solo juega?

¿Lo amó o solo es una ilusión?

Pero como siempre, no tenía respuesta. Los libros nos enseñan que el chico malo cambia por la chica buena, nos enseñan un final feliz, pero en mi vida solo había problemas y más problemas. Uno tras otro venía.

Terminó de comer, llevé el plato hasta la cocina y lo dejé en el fregadero. Volví a tomar el botiquín de primeros auxilios, subí a la habitación y limpié sus heridas. Como la noche anterior él solo miraba lo que hacía, y se quejaba si le dolía, mis manos se movían con delicadeza, aplicando la pomada en sus hematomas para que se curaran rápido.

—Deberías irte, ya es tarde —hable al terminar de curarlo—. El resto de mi familia no tardará en llegar.

—Lo haré —se levantó de la cama e hizo una mueca—. Lo último que quiero es que tengas problemas.

Me levanté de la cama.

—Lo siento —musitó y observé su espalda con un nudo en la garganta—. Si pudiera hacer que esto fuera diferente lo haría.

Giró a verme y acunó mi rostro entre sus manos, para después unir nuestras frentes. Subí mis manos hasta las suyas, y las apoyé sobre ellas, él rozó nuestros labios y luego los unió. Era un beso suave, era como si se estuviera tomando el tiempo de poder besar mis labios. Todas y cada una de las emociones que me hacía sentir estaban presentes, el cosquilleo en el estómago, la necesidad de más, el poder de enviar todo al demonio con un beso.

—Lo sé —susurré sobre sus labios.

Rodeé su cuerpo con mis manos y lo abracé, su corazón estaba acelerado (igual que el mío), sus manos acariciaban mi espalda de arriba hacia abajo, y dejaba algunos besos en mi cabello. Sentía calma, una calma que fue reemplazada por el caos.

—Layla necesitamos...—me alejé de Arthur, y miré hacia la puerta abierta. Donde estaba mamá algo mojada, su mirada estaba sobre Arthur, y era una mirada llena de desprecio—. ¿Qué haces tú aquí?

—Mamá...—intenté hablar.

—¡Quiero que te largues de mi casa, ahora! —bramó con ira.

Me sobresalté por su grito y la miré con miedo. Sus fosas nasales se abrían y cerraban con rapidez, y sus hombros se movían de arriba hacia abajo, sus ojos estaban oscuros y llenos de ira, una ira que jamás había mirado en ella.

—Señora Duval...

—¡Lárgate de mi casa o llamo a la policía! —amenazó—. ¡Largo!

—¡Mamá, detente! —grité, pero ella me ignoró.

La abuela apareció detrás de mamá, ella estaba confundida y no entendía, creo que ninguno lo hacíamos. Mamá no gritaba, ella no era así.

—¿Qué ocurre aquí? —inquirió la abuela mirando a mamá, y después me miró asustada—. ¿Lía...?

Abrí mi boca para decirle que no lo sabía, que no sabía qué demonios estaba ocurriendo, pero otro grito por parte de mamá hizo que cerrara la boca.

—¡¿No me estás escuchando?! —inquirió, acercándose a él de manera amenazante—. Te he dicho que te largues de mi casa. ¡Ahora!

Miré a Arthur, él miraba a mi madre sin ninguna emoción. Ambos se miraban de manera desafiante, toqué su brazo y él giró hacia mí, me miró, se acercó a mi oído y susurró rápido.

—Te veo después. —Bajo la mirada de mi madre, mi abuela y la mía, tomo sus cosas y salió de la habitación, luego se escuchó como la puerta principal se cerraba.

—¿Mamá qué te ocurre? —inquirí confundida.

Ella no me miró, empezó a caminar en la habitación como si fuera un león, la abuela le preguntó qué ocurría, pero, como era de esperar, tampoco le respondió. Parecía un volcán a punto de hacer erupción.

—Mamá...—susurré.

—¿Lo sabías? —inquirió mirándome ansiosa—. ¡Responde!

Salté por su grito, y la abuela y yo intercambiamos una mirada llena de confusión.

—¿De qué hablas?

Sonrió de manera cínica.

—¿Sabías que tu novio vende drogas? —inquirió—. ¿Qué es un delincuente?

Sus palabras cayeron sobre mí como un balde de agua, mi corazón comenzó a golpear mi pecho con ferocidad y la sangre dentro de mis venas se heló. Ella lo sabía, pero ¿Cómo se había enterado? Sus ojos escudriñaban mis ojos, me miraban con intensidad, intentando descubrir lo que pasaba por mi mente, intentando descubrir mis pensamientos. Su mirada se llenó de decepción e ira cuando mi silencio le dio la respuesta.

—¿En qué te has convertido? —escupió. No contesté—. ¿Esto es lo que te enseñé? ¿Así fue como te crié, Layla? ¡Responde!

—¿Cómo te enteraste? —cuestioné en un susurró.

Me miró dolida y soltó una carcajada amarga.

—Esta mañana me llegó una carta donde me decían que tu novio estaba metido en cosas ilegales. —Caminaba por la habitación y movía sus manos de manera frenética—. No lo quise creer, así que fui hacia la delegación y le pedí a un amigo el favor de mostrarme un expediente y vaya sorpresa que me llevé al leerlo. El novio de mi hija es un delincuente, vendedor de drogas, con múltiples arrestos por participar en carreras ilegales y peleas clandestinas, y una denuncia por...

—Lo puedo explicar —interrumpí, ella se detuvo en seco y volteó a verme.

—¿Qué me vas a explicar? —exigió—. ¿Me vas a explicar que mi hija es una delincuente? Dime: ¿también vendes drogas? ¿También participas en esas porquerías?

—No vendo drogas —dije rápidamente y negué con la cabeza—. Mamá quería decírtelo —mi voz sonaba como un susurro cada vez más bajito—, pero no sabía cuándo ni cómo hacerlo. Yo...yo tenía miedo de cómo reaccionarías.

—¿Cómo crees que iba a reaccionar, Layla?

—Lo siento.

—Lo siento —repitió mis palabras, y luego sonrió—. ¿Cuántas veces has dicho lo mismo? Dime, ¿cuántas veces? —No contesté y ella suspiró—. Lo has dicho muchas veces, pero no importa cuántas veces lo digas, Layla. Esta vez me has decepcionado.

Cerré mis ojos con fuerza al escuchar esa palabra, decepcionado; una palabra que te puede romper en mil pedazos, te puede hacer trizas. Mi pecho se contrajo con fuerza, nunca había escuchado esas palabras, nunca pensé ni pasó por mi cabeza escucharlas, ella siempre estaba orgullosa de mí, no era una hija perfecta porque también me equivocaba, pero eran cosas insignificantes comparado a aquello.

—Margaret...—habló la abuela.

—No mamá, ya fui demasiado paciente creyendo que ella iba a reaccionar. Layla, mírame —demandó y lo hice, no la miraba muy bien porque las lágrimas empañaron mi visión, pero podía ver la decepción y la ira reflejadas en su rostro—. No quiero volver a ver a ese delincuente en mi casa, no quiero que salgas con él, no quiero ni escuchar su nombre; ahora empaca tus cosas, te vas a ir con mis padres a Ashland.

La miré atónita.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste, te vas a ir con mis padres durante las vacaciones. A ver si alejándote de ese delincuente recapacitas.

Negué con la cabeza.

—No.

—¿No? —inquirió incrédula.

—No, no me iré. Lamento haberte mentido, pero no me voy a ir. No puedes obligarme a irme.

—Soy tu madre —masculló entre dientes—. Y puedo obligarte hacer lo que se me dé la gana.

—Soy mayor de edad, no puedes obligarme —escupí sin medir mis palabras.

Ella solo quería lo mejor para mí, pero no lo quería ver ni mucho menos escuchar. Estaba demasiado enganchada con la idea de estar junto a Arthur, y no había nada ni nadie que me detuviera.

—¡Pero vives en esta casa, y mientras lo hagas sigues mis órdenes! —vociferó—. ¡Ahora empieza a empacar!

—¡No lo haré! —grité de vuelta—. No me interesa lo que digas o pienses. No me voy a ir a Ashland con los abuelos. No soy una niña a la que puedes controlar, sé que me equivoqué, también sé en lo que está metido y lo siento madre, pero no puedo. —Hice una pausa y susurré—: Lo amo.

—¿Amor? —inquirió mi madre con incredulidad—. ¿Estás escuchándote, Layla? El amor no hace esto, el amor no te coloca en contra de tu familia, no te hace daño. Y él no es sano, solo es alguien efímero, porque si fuera el amor de tu vida, tu alma gemela o cualquiera de esas cosas, quisiera que estuvieras bien, te cuidaría y no te lanzaría al peligro.

—Lo sé pero puede cambiar, yo puedo...

—¡Layla, por Dios! —exclamó mi madre exasperada—. No es como si él fuera un enfermo al cual puedes curar, no es tu responsabilidad reparar a otros. Si alguien te ama, si lo hiciera, se curaría primero antes de amarte, porque te puede herir. Y su mierda puede alcanzarte, drogas, carreras ilegales, todo aquello puede alcanzarte y terminar haciendo que tu futuro se vaya en picado, ¿y todo por qué? ¡Por un romance que no tiene futuro alguno!

Estaba llorando, estaba confundida, aturdida, me sentía atrapada y no podía, por más que quisiera soltar una respuesta afirmativa, decir que me iría con los abuelos, que haría lo que ella quería, no podía hacerlo.

—Lo siento —susurré y en sus ojos vi el dolor al pronunciar las palabras—. Lo siento, madre, lamento ser una decepción, lamento en lo que me he convertido, pero no puedo hacerlo, no lo dejaré, no puedo hacerlo.

—Lo harás —sentenció con ira en la voz—. Te alejará, así tenga que obligarte, lo harás. No pienso tener que ir a una estación de policía para sacarte de prisión, mucho menos ir a reconocer tu cuerpo en una morgue si algo llega a pasar. ¡Así que haz las maletas que te vas, porque no pienso perder a mi única hija por culpa de un delincuente!

—¡No, no lo haré! —grité con la voz rota—. ¡¿Entiendes?! ¡Y no me importa si tengo que pasar por encima de ti, no me alejaré de él!

Solo vi, un enojo tan grande que solo pude visualizar en cámara rápida como su mano se levantaba en el aire y golpeaba mi mejilla con fuerza, lo demás, sucedió en cámara lenta. El dolor extendiéndose por mi mejilla, las lágrimas cayendo y los sollozos siendo incontrolables, la abuela tenía la boca tapada y nos observaba con asombro y dolor.

Mamá nunca me había golpeado, y al hacerlo destruyó lo poco que quedaba de mí. Al ver su rostro, se miraba arrepentida, a ella también le había dolido golpearme, pero, más le dolía lo que yo hacía.

—No lo volveré a repetir, empaca tus cosas —se dio la vuelta para salir de la habitación.

—No —hablé con la voz temblando y se detuvo—. No lo haré, no me iré con los abuelos.

Se giró a verme.

—Entonces empaca tus cosas y vete —dijo en un hilo de voz—. Eres mayor de edad y cómo crees que sabes lo que haces, entonces vete.

—¡Margaret! —exclamó la abuela con la voz rota.

—No madre —la volteó a ver—. Ella tiene que aprender que la vida es dura y que ese estúpido amor que dice sentir solo es una ilusión, un capricho que tiene. —Volteó a verme, diferentes emociones eran dueñas de sus facciones, decepción, ira, tristeza, dolor, y todavía así, luchaba por mantenerse firme, por no dar un paso hacia atrás en su decisión—. Así que arregla tus cosas, Layla. La única manera para que te quedes aquí es que sigas mis órdenes, pero como sé que no lo vas hacer, entonces vete. Cuando te estrelles contra un muro y te des cuenta de que tengo la razón vas a querer volver en el tiempo.

—Margaret esta no es la manera —objetó la abuela.

—Es la única que me queda —reprochó mamá con la voz rota y ahogada—. Los hijos son necios y necesitan llevarse sus propios golpes para aprender a escuchar.

Sin decir nada más abandonó la habitación. Me quedé de pie, intentando procesar todo, la abuela susurró un iré a hablar con ella y salió la habitación. Entre lágrimas y temblando hice lo que me pidió, empaqué mis cosas y cuando terminé llamé a Arthur, él aceptó que me quedara en su apartamento.

Cuando mi padre y el abuelo llegaron, la abuela solo les dijo que mi madre me había pedido que me fuera. Mientras que yo esperaba a que Arthur me viniera a buscar, mis padres discutieron como nunca, y los abuelos no se metieron. Pero, al final, mamá le contó a mi padre lo que descubrió, y él aceptó la decisión que ella había tomado. Ambos estaban decepcionados de mí, todos lo estaban. El abuelo no fue capaz de mirarme cuando escuchó todo, la abuela se metió en su cuarto a llorar y me partió el alma saber que era mi culpa. Mi padre me miró dolido y solo me hizo una pregunta:

¿Qué es lo que estás haciendo?

Y luego se marchó de mi habitación al no obtener respuesta.

No sabía que estaba haciendo, solo actuaba y hablaba sin pensar. Creía que lo peor estaba pasando, que nada podría destruirme más, la bomba ya había explotado y destruido todo a su paso, pero la vida aún tenía un as bajo la manga.

N/A

Hay dialogos que antes no había y solo puedo decir: Me duele la desesperación y las palabras de la madre de Layla

Empieza la tercera parte, pequeños 7u7 

¡NOS LEEMOS LUEGO!

¡CAMBIO Y FUERA!


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