Capítulo 35
Multimedia: Imagine Dragons- Real Life
Busqué un jarrón para colocar los girasoles en agua, dejándolos sobre la mesa de la cocina, de esa manera iluminaban el lugar y lucían bonitos. Cuando salí en dirección de la sala, Derek estaba observando las fotografía que habían colgadas por el lugar, sobre todo, el retratp grande que estaba sobre la chimenea, en la cual salía junto a mis padres y era en blanco y negro.
En esa foto tenía diez años y había ocurrido de manera improvisada, por ello no estábamos arreglados o con ropa formal, todo lo contrario, solo éramos una familia que había ido por un helado y terminaron tomándose una fotografía familiar en un estudio que apenas estaba siendo inaugurado.
—Vaya, no sabía que era tan curioso, joven —dije con calma.
Lo escuché reírse y cuando volteó a verme, había una enorme sonrisa en sus labios.
—Eso ocurre cuando pasa mucho tiempo con una chismosa —murmuró por lo bajo.
Me crucé de brazos y me acerqué hasta estar enfrente de él.
—Yo te digo curioso y tú me llamas chismosa, eso es maltrato.
Soltó una carcajada.
—Es con cariño —susurra para dar un paso en mi dirección e inclinar su cuerpo, dejando su rostro cerca del mío—. Además, eres una hermosa chismosa. Eso te destaca.
Una risa nerviosa y torpe escapó de mi labios, negué con la cabeza, retrocedí algunos pasos hasta dejarme caer sobre el sofá, acción que él imitó.
—No sé si sentirme halagada o insultada.
—Mejor la primera —hizo una pausa—. ¿Dónde están tus padres?
—Fueron a buscar a los abuelos.
Giró a verme asustado.
—¿Tu abuelo también? —Asentí—. Creo que mejor me voy.
Me eché a reír y tomé su mano cuando se levantó, lo jalé y cayó sentado en el sofá.
—No exageres, Derek.
—¿Exagerar? —Negó con la cabeza—. No exagero, es querer vivir y tener instinto de supervivencia, ya sé que abigail es el nombre de una escopeta.
Me reí y golpeé mi frente con la palma de mi mano.
—Eres un cobarde.
Bufó.
—No lo soy, solo no quiero morir joven.
Enarqué una ceja.
—¿Entonces dices que tienes instinto de supervivencia?
—Sí.
Me reí y negué con la cabeza, él solo sonrió y se quedó mirándome a los ojos sin decir nada más, y no sentí la necesidad de decir algo, de llenar el silencio entre ambos, no era incómodo o molesto, todo lo contrario, era tranquilo.
—Aunque sea cobarde y de pena, así me quieres —susurró.
—Voy a tener que empezar a ser exigente con las personas que quiero —anuncié en un susurró.
Sonrió amplio, como si fuera un niño pequeño. Buscó una de mis manos y le dió una pequeña palmada antes de entrelazar nuestros dedos y dar un apretón antes de soltarla.
—Te traje algo.
—¿Otro regalo? —inquirí.
Asintió.
—Cuando estaba alquilando el traje lo miré y pensé en ti. —Vaciló y se frotó la nuca. Alzó la cabeza y conectó nuestras miradas—. Espero que te guste.
Lo miré con curiosidad, sacó una caja plata de su bolsillo delantera, la abrió y en su interior yacía una pulsera de plata, tenía un dije en forma de cámara en todo el medio, y su alrededor estaban varios rayos, que representaban el flash de las cámaras.
—¿Te gusta? —inquirió ante mi silencio.
Asentí sin dejar de estar sorprendida.
Tomó mi mano entre las suyas, sacó la pulsera de la caja y la colocó en mi muñeca derecha. Alcé mi mano hasta la altura de mis ojos, como una niña curiosa moví el dije de la cámara y los flashes, sonreí.
—Es hermosa. —Volteé a verlo y lo abracé—. Gracias.
—De nada —dijo devolviéndome el abrazo.
Nos quedamos sumidos en el abrazo. Desde que habíamos empezado las tutorías algo fue arreglándose entre ambos, aquella brecha que nos separaba ya no estaba, no había discusiones, malos ratos o momentos desagradables. Habíamos avanzado bastante, al principio discutíamos demasiado e íbamos y veníamos, pero en ese momento, ya no era así. Todo era diferente.
—Tengo que decirte algo —habló con la voz ronca, provocando un cosquilleo en mi cuerpo.
Me alejé de él, aunque no lo suficiente porque nuestros rostros quedaron a escasa distancia; una de sus manos quitó el mechón de cabello que caía en mi rostro, y lo colocó detrás de mí oreja. Después su mano se dirigió a mi mejilla, donde la acarició con cuidado, sus ojos recorrieron cada parte de mi rostro con lentitud, dándose el tiempo para recordar cada detalle. No podía hablar, me sentí hipnotizada por sus ojos.
—No sé por dónde empezar, pero...—Vaciló—. Necesito que sepas como me siento.
Lo miré confundida.
—¿Qué tengo que saber? —inquirí.
No dijo nada, solo se quedó observándome.
—¿Hiciste algo que no debías? —musité con temor.
Negó rápidamente con la cabeza.
—No volvería hacer algo que te hiciera daño, he aprendido mi lección y no pienso perderte. No quiero hacerlo.
—¿Entonces? —hice una pequeña pausa—. Puedes confiar en mí, somos amigos.
Él sonrió, envolvió una de sus manos alrededor de mi cintura y me atrajo hacia él, sin embargo, aún estábamos algo separados. Mis manos volaron hacia su pecho por instinto y no me volví a mover. En sus ojos se reflejaba que estaba ansioso y nervioso, su mano acarició mi mejilla con suavidad y recorrió con su dedo pulgar el borde de mi labio inferior.
Una vocecita gritaba en mi cabeza que estaba mal, muy mal. Éramos solo amigos y no podíamos estar tan cerca, y mi corazón no podía latir de manera desenfrenada por él. No cuando estaba enamorada de alguien más.
—Ese es el problema —susurró con voz ronca, mientras se acercaba su rostro un poco más, mientras envolvía más su mano en mi cintura. Nuestras respiraciones se mezclaban y nuestras narices se rozaban—. La chica que te dije que me gustaba...
—¡Ya llegamos! —anunciaron, interrumpiendolo.
Me aparté de golpe de Derek, como si su piel quemara y con el corazón en la garganta. Me levanté del mueble sin hacer contacto visual, me encaminé hacia el pasillo, encontrándome con mis padres y los abuelos entrando.
—Pequeña Lía, feliz cumpleaños. —Felicitó la abuela y me abrazó.
—Gracias, abuela. —Nos separamos.
El abuelo se acercó y me abrazó.
—Felicidades, pequeñita —susurró en mi oído y sonreí.
—Gracias.
Nos separamos y sonrió, acarició mi mejilla con ternura y besó mi frente. Miró a mi izquierda y se colocó serio.
—¿Qué hace él aquí? —inquirió.
Seguí su mirada hacia Derek.
—También quisiera saberlo —dijo papá, mientras dejaba unas maletas en el suelo y se colocaba al lado del abuelo.
El rostro de Derek se colocó pálido como una hoja al verlos, ambos podían hacerlo sufrir si se lo proponían, pero estaban era molestándolo.
—Ya déjenlo. —Salió la abuela en su defensa, se acercó a él y se enganchó de su brazo—. Hola, cariño.
—Hola —respondió amable él.
La abuela le sonrió, para luego mirar al abuelo y a mi padre.
—Él me ayudará a mí, ya lo he pedido.
La miré confundida y Derek hizo lo mismo.
—Layla se irá conmigo —anunció mamá rodeándome por los hombros con un brazo—. Así que vamos a ponernos manos a la obra.
—¿De qué hablan? —inquirí—. Estoy perdida.
Mamá me miró y sonrió.
—Ya lo entenderás.
Intercambié una mirada llena de confusión con Derek, si yo estaba perdida, él estaba peor. Alzó sus hombros y se dejó guiar por la abuela hacia la cocina, el abuelo y mi padre salieron a buscar las demás maletas.
—Vamos —susurró mi madre, mientras me empujaba hacia las escaleras.
Iba a ser un cumpleaños interesante.
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