Capítulo 28
Multimedia: Imagine Dragons- West Coast
Cerré los ojos con fuerza y di un pequeño salto por sus gritos, mordí el interior de mi mejilla y luego solté el aire que tenía retenido en mis pulmones. No podía hablar, el corazón me latía rápidamente, mi respiración era pesada y cada vez que intentaba defenderme mi voz se quebraba, me daba cuenta de que no tenía excusa.
Había fallado.
—¡Ya es suficiente! —gritó—. Tuve que mover mis influencias para que no te dejarán pasar la noche en aquel lugar, tuvimos que pagar una multa y no te crearon un expediente solo porque eres mi hija —se movía hacia los lados como un león en una jaula—. ¿Crees que esto es justo? ¿Crees que lo es? ¡Respóndeme, Layla!
Negué con la cabeza, sin abrir los ojos y con la cabeza agachada.
—Lo siento —dije en un hilo de voz—. De verdad, lo siento.
—No sé qué es lo que te ocurre, o mejor dicho; sí lo sé. Es por Arthur, la mitad de la culpa la tiene él. —Con un dedo subió mi mentón y abrí los ojos, su rostro era borroso por las lágrimas contenidas, las cuales se deslizaron por mis mejillas al ver sus ojos—. Y la otra mitad la tienes tú por dejarte influenciar.
Sus ojos mostraban desesperación, una desesperación tan cruda que era capaz de desgarrarte el alma. Sus dedos limpiaron mis lágrimas con delicadeza. Siempre dicen que las madres lo saben todo y ella sabía que me habían roto el corazón, solo hacía falta una mirada para que lo supiera.
—Sube a dormir, Layla. —Soltó mi rostro y me dio la espalda—. En unas horas tienes que ir a clases.
Intenté acercarme.
—Mamá yo...
—Ve —indicó papá, tomándome del brazo—. Después hablaremos.
Giré a verlo y me sentí una porquería. Su rostro lucía demacrado, tenía ojeras debajo de sus ojos, su tez estaba pálida, sus labios resecos y se miraba cansado.
Y todo era por mi culpa.
Me giré sobre mis talones y empecé a subir las escaleras.
—Tenemos que alejarla de él. —Escuché decir a mamá—. Ese supuesto amor la está destruyendo —su voz se quebró—. Tenemos que hacer algo.
—Lo haremos, cariño. Buscaremos la manera de hacer algo.
Mordí mi labio inferior con fuerza y recorrí el pasillo para luego entrar en mi habitación. Me quité los zapatos y me dirigí al baño, el reflejo que me proporcionaba el espejo era un asco; mis ojos estaban rojos e hinchados, mis labios estaban resecos, mi cabello era un nido de pájaros y mi ropa estaba sucia.
Estar en la delegación fue horrible, todos me miraban como una criminal. Me metieron en una celda luego de tomarme los datos, allí había varias mujeres con vestidos cortos que me miraban como un lobo ve a una oveja. Lo peor fue llamar a mis padres, la voz de mi padre desesperado cuando le dije dónde estaba, sus ojos llenos de decepción y dolor cuando me vio detrás de las rejas. La mirada de dolor de mi madre cuando le dijeron porque me encontraba en la estación, el silencio tenso que reinó en el regreso hacia casa, y al llegar los reclamos llenos de ira y decepción.
Me despojé de mi ropa y me metí a bañar. Las lágrimas corrían por mis mejillas y se mezclaban con el agua de la regadera. Salí de la ducha y me envolví en una toalla. El recuerdo de Arthur junto a Paige hizo que la bilis subiera a mi garganta, corrí al inodoro y vomité lo poco que tenía en mi estómago, el líquido caliente y ácido salía de mi boca con fuerza. Cerré mis ojos soportando el olor, bajé la palanca, cepillé mis dientes, y salí del cuarto de baño.
Después de vestirme me metí en la cama, seguía llorando sin poder detenerme y mi pecho dolía. La escena se reproducía una y otra vez en mi mente, parecía un disco rayado. Lloré abrazada a mi almohada como una niña pequeña, los sollozos eran débiles, mis manos se aferraban a la almohada con fuerza y enterraba mi rostro en ella.
La primera vez que lloré por él, había sido en año nuevo y esa era la segunda vez. Que irónico era todo, cuando más te prohíben, ruegan y suplican que te alejes de una persona, más te aferras a la idea de poder estar con ella. Porque en el fondo todos somos masoquistas, sabemos que nos pueden destruir, pero seguimos ahí. Porque creemos amarlos.
Respira, solo respira y camina rápido.
Repetía una y otra vez en mi mente.
Podía sentir la mirada de todos en mí, escuchaba sus susurros, escuchaba lo que decían. "Tan santa que se ve" "Por las influencias de sus padres no la dejaron en la delegación" "Que decepción deben de sentir sus padres". Algunos eran discretos, otros lo decían a todo pulmón para que escuchara, porque así son muchas personas.
Si cometes un error, te lo restriegan en la cara una y otra vez.
Entré en la biblioteca, varias personas giraron en mi dirección y empezaron a susurrar cosas. Mordí el interior de mi mejilla con fuerza, caminé hasta la mesa donde se encontraba Derek, su mirada estaba fija en un libro de historia y leía con atención. Tomé asiento y aclaré mi garganta para llamar su atención.
Pero me ignoró.
—Derek. —Pasó una página y siguió ignorándome. Solté un suspiro y le arrebaté el libro de las manos—. ¿Podrías prestarme atención?
Clavó su mirada gris en mí, se recostó en el espaldar de la silla y se cruzó de brazos.
—Ya tienes mi atención. —Miró hacia los lados y sonrío de lado—. Y al parecer la de los demás.
Revoloteé los ojos.
—Necesito estudiar para el examen final de historia, que es en dos días. —Moví el libro enfrente de sus ojos—. Así que, ¿podríamos reunirnos?
Alzó una de sus cejas y sonrió.
—¿Pensé que querías que estuviera lejos? —inquirió.
Bufé.
—¿A qué juegas? —Espeté enojada—. Eres mi tutor, ¿no? tienes que ayudarme a pasar los exámenes finales.
Su sonrisa se ensanchó, apoyó sus antebrazos sobre la mesa y se acercó a mi rostro. Como cuando vas a contar un secreto y no quieres que nadie escuche.
—Verte enojada se está convirtiendo en mi pasatiempo favorito. —Golpeó mi nariz con su dedo anular—. Tu nariz se mueve como la de un conejo cuando estás enojada, un lindo y tierno conejo.
Apreté la mandíbula, hasta el punto en el que mis dientes dolieron.
—Vete a la mierda —mascullé, me levanté y salí de la biblioteca.
Ahora me parezco a un conejo, vaya mierda.
Caminaba hecha una caldera, parecía que en cualquier momento iba a explotar. Él jugaba de la manera más inocente que puede llegar a existir, sus intenciones siempre eran buenas, tan buenas que a veces dudaba de su inocencia. Salí del instituto cabreada, bajé los escalones sin ver a nadie, sabiendo que ellos me miraban a mí.
—¡Siempre te enojas por todo! —gritó con un tiñe de burla en la voz—. ¡Pensé que querías estudiar historia!
Lo ignoré y seguí caminando.
—¿Al menos sabes cual es la capital de Minnesota? —inquirió.
Me detuve en seco y giré a verlo.
—Saint Paul.
Sonrió satisfecho y caminó hasta quedar a unos pasos de distancia.
—Vaya, al parecer si prestas atención en clases. —Revoloteé los ojos, a lo que él sonrió—. Vamos.
Caminó hacia el auto y no me moví, me quedé parada en el mismo lugar. Lo vi entrar en el auto y después bajar el vidrio del copiloto para verme.
—¿Vas a quedarte ahí? —Parpadeé varias veces y negué con la cabeza, hizo un ademán con la cabeza y me monté en el auto—. Vamos a jugar un juego.
Prendió el auto y salió del estacionamiento.
—¿Qué juego? —inquirí.
Me miró de reojo y sonrió.
No contestó mi pregunta y tampoco insistí. Hicimos una parada en un supermercado, él bajó y me dijo que lo esperara, después de unos trece minutos volvió con unas bolsas, intenté ver qué era, pero me golpeó la mano como lo hace una mamá con su hijo. Nos alejamos un poco de la ciudad y no dije nada en todo el recorrido.
Luego de varios minutos nos adentramos en el bosque, estacionó el auto en una montaña, la cual se me hacía familiar; bajé del auto con mi mochila y él bajo las bolsas y su mochila. Al mirar el panorama mi corazón dio un vuelco, era la montaña en la cual había estado con Arthur.
—¿Me ayudas? —Lo escuché decir
Me acerqué y tomé una de las bolsas, él saco de la otra bolsa un mantel y lo extendió en el suelo, colocó su mochila a un lado y después tomo la bolsa de mis manos, sacó varias chucherías y refrescos, lo colocó encima de la manta, después se sentó e hice lo mismo. Ninguno dijo nada, ambos nos quedamos observando el panorama.
—¿Ya conocías el lugar? —inquirió.
—Vine aquí con Arthur. —Giré a verlo—. ¿Tu como lo conoces?
Soltó un suspiro.
—Este era el lugar favorito de Emily. —Conectó nuestras miradas, y vi tristeza, la cual fue rápidamente reemplazada—. El juego consiste en lo siguiente, yo hago una pregunta y si respondes bien; podrás comer algo de lo que compré, pero si no respondes bien te jodes.
—No sé casi nada de historia —anuncié.
—Algo debió de quedar en tu cabeza. —Sonrió y sacó el libro de su mochila—. Así que vamos con la primera. —Chasqueó la lengua—. ¿Cuál es la ciudad más poblada de Minnesota?
Abrí la boca para responder, eso lo habíamos estudiado antes de que Anne se hubiera ido a Canadá.
—Minneapolis. —Sonreí orgullosa.
—Esa estaba muy fácil. —Sacó un chocolate y me lo extendió—. Aquí va otra, ¿Qué territorios adquirió Estados Unidos en el siglo XIX?
—Francia, España. —Cerré mis ojos con fuerza por unos instantes como si eso me ayudara a recordar—. Reino Unido, México...me falta uno... —Mordí la uña de mi pulgar, y grité cuando la respuesta vino a mí—. ¡Y Rusia!
Él soltó una carcajada por mi acción e hice lo mismo, seguimos hablando sobre historia. Había momentos en los cuales nos desviábamos del tema, como cuando empezamos a discutir; ya que yo decía que el tomate era una fruta y él decía que era un vegetal. Hasta qué buscamos en su teléfono y salió que era una fruta.
—¡Te lo dije! —grité orgullosa.
Me miró sonriendo.
—Perdón, me equivoqué sabionda. —Alzó las manos en forma de rendición.
Arrugué la nariz y sonreí. Nos quedamos en silencio, mirando como el sol se ocultaba en el horizonte.
—Lamento lo de hace dos meses —susurró—. No debí haberte gritado y tratado así.
Giré a verlo.
—También tuve culpa. —Solté un suspiró—. ¿Qué ocurrió con tu hermana realmente? —Giró a verme—. Necesito saber quién dice la verdad, Derek.
—¿Ya no confías en Arthur?
Desvié la mirada.
—No lo sé, han ocurrido cosas que me hacen dudar. Pero, ¿y si la verdad no me gusta? —Giré a verlo—. ¿Si me hace daño? Quizás suene tonta, pero lo amo. —Sonreí débil—. Tanto que duele.
Extendió su mano y acarició mi mejilla.
—No hablemos de ello, no ahora o vamos a dañar el momento —se acercó y rodeó mi hombro, atrayéndome hacia su costado izquierdo—. En este momento solo seremos nosotros dos, dos adolescentes que se han extrañado y no lo admiten, dos adolescentes mirando el sol ocultarse. —Beso mi cabello y susurró por lo bajo, creyendo que no lo escucharía—. Dos adolescentes que no saben qué es lo que ocurre entre ellos.
Me acurruque en su costado, escuchaba los latidos de su corazón. Sus latidos eran acelerados, su tacto cálido y su olor a menta era embriagante. Cerré mis ojos, no pensé en nada, solo disfrutaba el momento, solo disfrutaba estar junto a él.
Ya que en cualquier momento la bomba iba a explotar.
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